Para evaluar las nuevas designaciones de Cristina Kirchner en su gabinete conviene tener presentes dos características de su gobierno. Una: la permanencia de los funcionarios no supone la continuidad de las políticas ni el recambio de personal representa siempre un giro. La incorporación de un antiguo admirador de la familia Alsogaray puede derivar en la estatización del sistema jubilatorio. Y el mismo canciller es capaz de indicar al embajador en la ONU que se retire del recinto cuando Mahmoud Ahmadinejad vitupera al Estado de Israel un año y que permanezca sentado al año siguiente. Espléndido cambio de piel.
La otra peculiaridad del kirchnerismo es que su fisiología no se corresponde con su anatomía. Julio De Vido seguirá siendo, en la práctica, el jefe de Gabinete. Es decir, un primus inter pares en el que se cruzan la política energética, la laboral, las relaciones con las provincias y con el empresariado. Por decirlo de otro modo: De Vido es, en sí mismo, un acuerdo económico y social.
Esta excentricidad es más evidente en la gestión económica. Guillermo Moreno es, donde lo ubiquen, lo más parecido a un ministro de Economía que puede ofrecer este grupo humano. Y las estrategias financieras y cambiarias las determina más Diego Bossio en la Anses que Amado Boudou en el Palacio de Hacienda, o Mercedes Marcó del Pont en el Banco Central. Las colocaciones bancarias de ese organismo condicionan la tasa de interés, y sus operaciones con bonos permiten al Tesoro salir al mercado de deuda. Por la ventana, es cierto.
Como la función no hace al órgano, no hay que sobrevaluar el ascenso de Hernán Lorenzino en Economía. La Presidenta quiere que en los bancos sigan esperando el momento glorioso en el cual la Argentina regresará al mercado financiero internacional. Quienes tratan con Lorenzino le reconocen experiencia en la colocación de títulos y buenos contactos en la banca de inversión -amigos como Christopher Gilfond del Citi, o Gustavo Ferraro de Barclays, por ejemplo-. También aprecian a su equipo: Adrián Cosentino -el nuevo secretario de Finanzas- y Francisco Eggers. Los banqueros, que, liderados por Jorge Brito, auspiciaban a Lorenzino, suponen que el Gobierno tardará un poco más en capturar su liquidez colocándoles un bono. Pasable victoria de Brito sobre su antiguo celador Ignacio de Mendiguren, que alentaba a Marcó del Pont o a Débora Giorgi. Para un fin de año complicado, algo es algo.
Estas mínimas señales no son definitivas. Lorenzino no es un allegado a Cristina Kirchner, a pesar de su aproximación a Carlos Zannini. Tres hombres de negocios aseguran que la Presidenta les pidió referencias sobre el nuevo ministro. Tampoco hay que imaginar una apertura. En sus últimas conversaciones con empresarios europeos, Lorenzino negó una inminente normalización externa. No podría decir otra cosa. El mundo de las finanzas sigue cerrado para la Argentina. Por lo tanto, hasta las conversaciones con el Club de París están suspendidas.
El espacio político de Lorenzino se asemeja a un monoambiente. No podrá impartir órdenes al secretario de Hacienda, Juan Carlos Pezzoa, ni a la responsable del financiamiento provincial, Nora Fraccaroli. Tal vez la Presidenta chequee sus resoluciones con Boudou. Aunque se ignora si, como se suponía hace unos meses, el vicepresidente tendrá un despacho en la Casa de Gobierno. La supervivencia política de Boudou es un misterio. La última versión que divulga, entusiasta, la pingüinera es que «la jefa» lo trató de «concheto de Puerto Madero» porque habría detectado, a través de una intervención telefónica, cuyo respaldo judicial se desconoce, que él la llamó, conversando con su novia, «concheta de La Plata». Miserias de la corte, que acaso no sean ciertas. El pingüino es un pájaro muy fantasioso.
Balance provisional: la Presidenta insiste en prescindir de un equipo económico homogéneo. Es una osadía para quien debe atravesar una tormenta. Pero ella aprendió a vencer la ley de gravedad.
Las otras dos designaciones indican que la señora de Kirchner mantendrá sus conflictos principales: con la prensa independiente y con el campo. La designación de Juan Manuel Abal Medina como sucesor de Aníbal Fernández ratifica la política de medios, que tiene en este funcionario a uno de sus voceros principales. También confirma la decisión de reducir la Jefatura de Gabinete a ser un órgano retórico, que los Kirchner adoptaron cuando Alberto Fernández los dejó.
Norberto Yauhar en Agricultura es otra señal agresiva. Y, si se quiere, insólita. Que la Argentina tenga en ese ministerio a un experto en pesca equivale a que en Kuwait designen al frente de Energía a un electricista. El primero en advertirlo fue el propio Yauhar. El 27 de octubre confesó ante LU 20, la radio de Chubut, que si le propusieran reemplazar a Julián Domínguez diría que no: «No doy la talla, hay cosas como la lechería y muchas otras cosas que yo desconozco».
Con Yauhar nace una estrella. Quienes lo tratan desde antiguo se sorprenden por su capacidad de ahorro, sólo superada por su audacia. Cuenta un vecino de Rawson: «Norberto puede hablar con suficiencia de cualquier tema; una vez, a punto de subir a un avión, pidió revisar la máquina y dijo: «Se ve que arreglaron bien la turbina»». Antes de ser el hombre de los Kirchner en el entrañable mundo de la pesca -vuelve, inevitable, la memoria de otro chubutense, «Cacho» Espinosa, de Conarpesa-, era empleado de la Dirección de Rentas de la provincia. Yauhar es creativo: cuando se postuló, en vano, para la intendencia de Trelew, prometió instalar un servicio de tranvías. Si se observan su mansión en Playa Unión y sus incesantes cambios de vehículos, hay que concluir que se trata de otra manifestación de ese espíritu schumpeteriano que sólo florece en la Patagonia.
Son curiosidades. En realidad, Cristina Kirchner se limitó a promover al primer escalón administrativo a quienes ocupaban el segundo. ¿Por qué esperó tanto para innovar tan poco? ¿Hacía falta generar semejante expectativa? Sí. Desde su victoria electoral, quedaron expuestas las ambiciones de muchos kirchneristas que en estas horas, para soportar el desencanto, se ilusionan con que los Reyes traerán otro cambio de ministros. Ahora la Presidenta cuenta con el mapa del deseo de todo su gobierno. El problema es que también lo conoce el resto del país.
La promoción de los tres secretarios dejó un tendal de heridos. El más delicado es Daniel Scioli. Cuando designó a Hugo Matzkin nuevo jefe de policía, confió en que la amistad del comisario con Fernando Pocino lo aliviaría de la presión del kirchnerismo para que expulse al ministro Ricardo Casal. Pocino es director de la ex SIDE y amigo de Nilda Garré. Scioli apostaba a que Garré sería jefa de Gabinete y a que Pocino desplazaría a Francisco Larcher en Inteligencia. Estaba equivocado. Larcher sigue en su puesto. Y Garré, para que todo quede claro, criticó ayer las designaciones provinciales. No hacía falta. Desde el CELS, tan ligado a ella, ya habían advertido a Scioli -como era previsible- que a Matzkin no lo conocen y que, superada la tregua proselitista, siguen esperando la cabeza de Casal. El kirchnerismo juega su interna sucesoria arrojándose una bomba de tiempo de uno al otro lado del Riachuelo.
Randazzo, que pretendía el lugar de Abal, es otro desahuciado. Igual que Aníbal Fernández, que siempre se llevó pésimo con su segundo. Confinado en el Congreso, sólo le queda recomponer con Alberto aquel popular dúo «Los Fernández», ahora como viudas del poder. A Domínguez le pasa algo parecido. Soñaba que su sucesor fuera Oscar Solís, el secretario de Agricultura.
Otro Fernández, el santacruceño Nicolás, quedó con las ganas de ser ministro de Justicia. Igual que Roberto Baratta, la sombra de De Vido, con su imaginaria cartera de Energía. Había planchado el traje azul y hasta concedió su primera entrevista. En Radio 10, claro. Fue para que la Presidenta se diera cuenta de que él no es como Yauhar, que él sí daba la talla..
La otra peculiaridad del kirchnerismo es que su fisiología no se corresponde con su anatomía. Julio De Vido seguirá siendo, en la práctica, el jefe de Gabinete. Es decir, un primus inter pares en el que se cruzan la política energética, la laboral, las relaciones con las provincias y con el empresariado. Por decirlo de otro modo: De Vido es, en sí mismo, un acuerdo económico y social.
Esta excentricidad es más evidente en la gestión económica. Guillermo Moreno es, donde lo ubiquen, lo más parecido a un ministro de Economía que puede ofrecer este grupo humano. Y las estrategias financieras y cambiarias las determina más Diego Bossio en la Anses que Amado Boudou en el Palacio de Hacienda, o Mercedes Marcó del Pont en el Banco Central. Las colocaciones bancarias de ese organismo condicionan la tasa de interés, y sus operaciones con bonos permiten al Tesoro salir al mercado de deuda. Por la ventana, es cierto.
Como la función no hace al órgano, no hay que sobrevaluar el ascenso de Hernán Lorenzino en Economía. La Presidenta quiere que en los bancos sigan esperando el momento glorioso en el cual la Argentina regresará al mercado financiero internacional. Quienes tratan con Lorenzino le reconocen experiencia en la colocación de títulos y buenos contactos en la banca de inversión -amigos como Christopher Gilfond del Citi, o Gustavo Ferraro de Barclays, por ejemplo-. También aprecian a su equipo: Adrián Cosentino -el nuevo secretario de Finanzas- y Francisco Eggers. Los banqueros, que, liderados por Jorge Brito, auspiciaban a Lorenzino, suponen que el Gobierno tardará un poco más en capturar su liquidez colocándoles un bono. Pasable victoria de Brito sobre su antiguo celador Ignacio de Mendiguren, que alentaba a Marcó del Pont o a Débora Giorgi. Para un fin de año complicado, algo es algo.
Estas mínimas señales no son definitivas. Lorenzino no es un allegado a Cristina Kirchner, a pesar de su aproximación a Carlos Zannini. Tres hombres de negocios aseguran que la Presidenta les pidió referencias sobre el nuevo ministro. Tampoco hay que imaginar una apertura. En sus últimas conversaciones con empresarios europeos, Lorenzino negó una inminente normalización externa. No podría decir otra cosa. El mundo de las finanzas sigue cerrado para la Argentina. Por lo tanto, hasta las conversaciones con el Club de París están suspendidas.
El espacio político de Lorenzino se asemeja a un monoambiente. No podrá impartir órdenes al secretario de Hacienda, Juan Carlos Pezzoa, ni a la responsable del financiamiento provincial, Nora Fraccaroli. Tal vez la Presidenta chequee sus resoluciones con Boudou. Aunque se ignora si, como se suponía hace unos meses, el vicepresidente tendrá un despacho en la Casa de Gobierno. La supervivencia política de Boudou es un misterio. La última versión que divulga, entusiasta, la pingüinera es que «la jefa» lo trató de «concheto de Puerto Madero» porque habría detectado, a través de una intervención telefónica, cuyo respaldo judicial se desconoce, que él la llamó, conversando con su novia, «concheta de La Plata». Miserias de la corte, que acaso no sean ciertas. El pingüino es un pájaro muy fantasioso.
Balance provisional: la Presidenta insiste en prescindir de un equipo económico homogéneo. Es una osadía para quien debe atravesar una tormenta. Pero ella aprendió a vencer la ley de gravedad.
Las otras dos designaciones indican que la señora de Kirchner mantendrá sus conflictos principales: con la prensa independiente y con el campo. La designación de Juan Manuel Abal Medina como sucesor de Aníbal Fernández ratifica la política de medios, que tiene en este funcionario a uno de sus voceros principales. También confirma la decisión de reducir la Jefatura de Gabinete a ser un órgano retórico, que los Kirchner adoptaron cuando Alberto Fernández los dejó.
Norberto Yauhar en Agricultura es otra señal agresiva. Y, si se quiere, insólita. Que la Argentina tenga en ese ministerio a un experto en pesca equivale a que en Kuwait designen al frente de Energía a un electricista. El primero en advertirlo fue el propio Yauhar. El 27 de octubre confesó ante LU 20, la radio de Chubut, que si le propusieran reemplazar a Julián Domínguez diría que no: «No doy la talla, hay cosas como la lechería y muchas otras cosas que yo desconozco».
Con Yauhar nace una estrella. Quienes lo tratan desde antiguo se sorprenden por su capacidad de ahorro, sólo superada por su audacia. Cuenta un vecino de Rawson: «Norberto puede hablar con suficiencia de cualquier tema; una vez, a punto de subir a un avión, pidió revisar la máquina y dijo: «Se ve que arreglaron bien la turbina»». Antes de ser el hombre de los Kirchner en el entrañable mundo de la pesca -vuelve, inevitable, la memoria de otro chubutense, «Cacho» Espinosa, de Conarpesa-, era empleado de la Dirección de Rentas de la provincia. Yauhar es creativo: cuando se postuló, en vano, para la intendencia de Trelew, prometió instalar un servicio de tranvías. Si se observan su mansión en Playa Unión y sus incesantes cambios de vehículos, hay que concluir que se trata de otra manifestación de ese espíritu schumpeteriano que sólo florece en la Patagonia.
Son curiosidades. En realidad, Cristina Kirchner se limitó a promover al primer escalón administrativo a quienes ocupaban el segundo. ¿Por qué esperó tanto para innovar tan poco? ¿Hacía falta generar semejante expectativa? Sí. Desde su victoria electoral, quedaron expuestas las ambiciones de muchos kirchneristas que en estas horas, para soportar el desencanto, se ilusionan con que los Reyes traerán otro cambio de ministros. Ahora la Presidenta cuenta con el mapa del deseo de todo su gobierno. El problema es que también lo conoce el resto del país.
La promoción de los tres secretarios dejó un tendal de heridos. El más delicado es Daniel Scioli. Cuando designó a Hugo Matzkin nuevo jefe de policía, confió en que la amistad del comisario con Fernando Pocino lo aliviaría de la presión del kirchnerismo para que expulse al ministro Ricardo Casal. Pocino es director de la ex SIDE y amigo de Nilda Garré. Scioli apostaba a que Garré sería jefa de Gabinete y a que Pocino desplazaría a Francisco Larcher en Inteligencia. Estaba equivocado. Larcher sigue en su puesto. Y Garré, para que todo quede claro, criticó ayer las designaciones provinciales. No hacía falta. Desde el CELS, tan ligado a ella, ya habían advertido a Scioli -como era previsible- que a Matzkin no lo conocen y que, superada la tregua proselitista, siguen esperando la cabeza de Casal. El kirchnerismo juega su interna sucesoria arrojándose una bomba de tiempo de uno al otro lado del Riachuelo.
Randazzo, que pretendía el lugar de Abal, es otro desahuciado. Igual que Aníbal Fernández, que siempre se llevó pésimo con su segundo. Confinado en el Congreso, sólo le queda recomponer con Alberto aquel popular dúo «Los Fernández», ahora como viudas del poder. A Domínguez le pasa algo parecido. Soñaba que su sucesor fuera Oscar Solís, el secretario de Agricultura.
Otro Fernández, el santacruceño Nicolás, quedó con las ganas de ser ministro de Justicia. Igual que Roberto Baratta, la sombra de De Vido, con su imaginaria cartera de Energía. Había planchado el traje azul y hasta concedió su primera entrevista. En Radio 10, claro. Fue para que la Presidenta se diera cuenta de que él no es como Yauhar, que él sí daba la talla..