Un gesto de autoridad para delegar autoridad

El curso colectivo de la historia suele conmoverse, de tanto en tanto, por la intromisión impactante de la subjetividad. Cuando el orden político está centrado en la figura de un caudillo, la peripecia individual puede ser determinante. Cuando Cristina Kirchner ingresó en la Fundación Favaloro para hacerse atender por una alteración cardíaca, se desencadenó un proceso que desembocó en el cambio de gabinete anunciado anoche.
Ese movimiento de piezas no es el resultado de una revisión crítica sobre la marcha del Gobierno. Antes que eso, es la respuesta de la Presidenta a un cuadro clínico y, sobre todo, emocional, que vuelve inviable el estilo de gerenciamiento que puso en práctica hasta ahora.
La señora de Kirchner, como señaló hace poco un amigo que la frecuenta, «tocó fondo». Lo que había comenzado como un estudio cardiológico derivó en una internación domiciliaria de más de un mes.
Debió aislarse de la actividad pública, recurrir a un tratamiento psicoterapéutico y consumir antidepresivos. Los médicos pusieron cuidado en subrayar que debe evitar el estrés. Ella misma postergó una semana la reasunción. Y, cuando se produjo, limitó la agenda a atender a sus colaboradores más cercanos, que ya la visitaban en Olivos en la última semana.
Si la epifanía de la convaleciente Presidenta se hubiera limitado al mensaje que grabó ayer, ataviada con una innovadora camisa blanca, frente a la cámara de su hija, las dudas sobre la firmeza de su liderazgo se hubieran profundizado. Pero el anuncio de un cambio de elenco funcionó como un gesto de autoridad. Un gesto paradójico, porque la noticia significa un intento de delegar autoridad.
Por primera vez, el kirchnerismo ensaya la incorporación de un jefe de Gabinete con peso político. Jorge Capitanich es un gobernador que viene de validar su liderazgo en el Chaco. Y es uno de los precandidatos a la presidencia del peronismo. Es decir, posee una estatura pública de la que carecía Juan Manuel Abal Medina, quien funcionaba como un secretario privado de lujo de la señora de Kirchner y estaba afectado también por desórdenes de salud. La Jefatura tampoco tuvo esta densidad con Alberto Fernández, que gozaba de influencia, pero carecía de votos. La dimensión del nuevo premier es un arma de doble filo: es posible que un hombre que apuesta ese capital no sea incondicional frente a quienes lo contratan.
En la personalidad de Capitanich hay que destacar otro rasgo: es un dirigente del peronismo. Podría insinuar, entonces, la alianza de una presidenta debilitada con la dirigencia territorial del oficialismo. No está mal elegido: Capitanich es el caudillo del interior más cercano a la Casa Rosada. El que ofició como vocero del respaldo del PJ a las aventuras más riesgosas del Gobierno: el conflicto con el campo y la guerra contra los medios. No hay que menospreciar el detalle: el nuevo jefe de Gabinete es el representante de las provincias en la Afsca. ¿Conseguirá Capitanich, como hombre de ambos mundos, traducir hacia el interior de Olivos el desasosiego que reina desde las últimas elecciones en el peronismo federal? Él mismo es el jefe de una provincia cuya economía es castigada por el retraso cambiario.
El alistamiento de Capitanich plantea otras incógnitas importantes. La más obvia es cómo será recibido por el círculo santacruceño. Carlos Zannini y Julio De Vido, cabecillas de la pingüinera y rivales entre sí, han demostrado una llamativa capacidad para deglutir forasteros comedidos. La estabilidad del chaqueño dependerá bastante de su relación con el celoso Zannini. Por ahora, el secretario legal y técnico festeja que Amado Boudou haya salido debilitado con la remodelación: jibarizaron a su ahijado Hernán Lorenzino, que no consiguió traer desde Washington a Sergio Chodos, y la Presidenta no lo consideró a él para transferir responsabilidades. La influencia de Máximo Kirchner sigue en los niveles habituales.
También será decisivo, por supuesto, detectar el tipo de vínculo que Capitanich mantendrá con el nuevo ministro de Economía, Axel Kicillof. El desplazamiento de Lorenzino hacia funciones subalternas y la promoción de Kicillof son una burla para quienes habían apostado a que, porque pagó algunos arbitrajes del Ciadi, Cristina Kirchner encararía una normalización de las relaciones con el Fondo Monetario Internacional y con los mercados de deuda. Ella contestó a ese fetichismo encumbrando al representante más nítido del estatismo oficial: el ex gerente financiero de Aerolíneas y el capitán de la confiscación de YPF (a propósito: si Miguel Galuccio sigue soñando con un acuerdo con Repsol, desde anoche deberá revisar su fantasía). Síntesis: la Presidenta ratificó que encarará el tramo final de su administración insistiendo en su propia identidad. Otra alegría para su hijo, que suele monitorear las ideas del nuevo ministro con la ayuda de su amigo camporista Eduardo «Wado» De Pedro.
Anoche la señora de Kirchner armó el gabinete que se esperaba para el caso de que hubiera ganado las elecciones. Pero las perdió.
Con Kicillof al frente del Palacio de Hacienda, adopta la receta del desdoblamiento para resolver el problema cambiario. No debería haber confusiones: esto no significa la liberación del mercado de divisas, sino la existencia de dos o más circuitos intervenidos por el Estado. En otras palabras, se intenta colocar un torniquete que modere la alarmante sangría de reservas, postergando una crisis que los operadores no borrarán de su horizonte.
La salida de Mercedes Marcó del Pont, que se oponía a esta estrategia, y su reemplazo por Juan Carlos Fábrega es parte de la jugada cambiaria. Fábrega, que tiene la cultura del burócrata, se entregará a la línea tradicional del Banco Central: Juan Basco, Jorge Rodríguez y Juan Carlos Isi. Así se asegurará un piso de profesionalismo. ¿Sucederá lo mismo en el Banco Nación? Allí fue encumbrado Juan Ignacio Forlón, de La Cámpora. Más Máximo.
A partir de hoy será clave conocer el nivel de autoridad intelectual que tendrá Capitanich dentro del Gobierno. Como economista es muy pragmático: cuando fue jefe de Gabinete de Eduardo Duhalde interpretaba otra melodía. Su relación con Kicillof es, además, bastante antigua. Se remonta a los 90, cuando el nuevo jefe de Gabinete presidía la consultora M-Unit, que tenía como investigador al flamante ministro de Economía. ¿Será capaz Capitanich de reproducir aquel vínculo de mando y obediencia? El otro enigma que tendrá que despejar es cuál será el rol de Guillermo Moreno. Porque, por si hace falta decirlo, el «nuevo» gabinete es un gabinete con Moreno. Otro chasco para Boudou, Lorenzino y los profetas del giro market friendly.
Más relevante que las cuestiones anteriores es conocer el ascendiente que pueda tener Capitanich sobre la Presidenta para persuadirla a favor de tal o cual curso de acción. Sólo hay un indicio, casi insignificante: en su momento, cuando ambos eran senadores y el chaqueño presidía la Comisión de Presupuesto y Hacienda, la palabra del nuevo premier era importante.
La remodelación anunciada anoche inaugura, en sus rasgos principales, un experimento desconocido: Cristina Kirchner explorará una descentralización funcional, casi por prescripción médica. La orientación conceptual de su gobierno quedó ratificada. Podrá haber correcciones específicas. Pero del ajuste que requiere la economía se encargará la realidad. No el programa. Además, la ecología de la interna peronista debe absorber otra novedad: uno de los candidatos presidenciales fue catapultado a un riesgoso primer plano. ¿Cuál será el destino de ese lanzamiento? ¿El kirchnerismo encontrará en Capitanich una salida para proyectarse más allá de 2015 o quemará con él otro cartucho? Urribarri, Scioli y Massa buscan desde anoche la respuesta. La guerra sucesoria ha vuelto a acelerarse. .

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