Un golpe decisivo a la razón populista

Más allá de las demonizaciones miserables y de las apologías apresuradas, la designación de Jorge Bergoglio como papa tendrá consecuencias políticas decisivas para el país. Mi hipótesis es que, en sentido general, su figura fijará de manera determinante los parámetros para hacer política de aquí en adelante. Pero, en particular, y quizá lo más significativo, su visión chocará con la concepción del actual régimen acerca de quién es el pueblo y cuáles son los métodos lícitos y aceptables para defender sus intereses. Se actualizará un debate antiguo y crucial. Acaso entender la profundidad de esta discusión obligue a un rodeo inevitable.
En cierta forma, la historia de los movimientos socialistas, comunistas y populistas bajo el capitalismo puede narrarse en torno del dilema de los contenidos y los métodos. En términos generales, todos estuvieron más o menos de acuerdo en que el sujeto de la historia eran los trabajadores. Y con distintas denominaciones, básicamente clase y pueblo, los convirtieron en protagonistas de la lucha por el progreso y la justicia. Pero dos discusiones centrales atentaron contra ese consenso. La primera versó sobre quiénes deberían formar parte del grupo a emancipar. La segunda fue acerca del método de emancipación.
Como en otras sociedades, estas polémicas repercutieron fuertemente en la Argentina. ¿Quiénes eran los sujetos de la historia? ¿Los productores de bienes, desde un empresario hasta un zapatero, como pretendía el socialismo utópico de Saint-Simon, y muchos años después el peronismo o el asalariado industrial de Marx? ¿Y cómo se defendían sus intereses: con una revolución leninista violenta -como la soñaron el Che, los montoneros o el ERP- o con la protesta sindical organizada y la presión política, que distinguió siempre a la CGT?
Desde los albores del capitalismo, la Iglesia Católica se involucró en este debate. Las razones religiosas de esa intervención escapan al análisis sociológico, pero no su motivación política: restablecer la paz social y recuperar la influencia sobre las masas subalternas, donde se encontraba buena parte de sus creyentes. La llamada Doctrina Social de la Iglesia fue la respuesta. Se trató, y se trata, de un ejercicio intelectual de equidistancia entre capitalismo y socialismo. Contiene una opción preferencial por los pobres, sin condenar a los ricos, y ofrece una indicación precisa sobre el método: no a la violencia, retórica o física, sí al diálogo y a la presencia del Estado para defender el interés general, limitando el abuso de los poderosos. Promueve el capitalismo social, rechaza el salvajismo.
La clave es la justa distribución del ingreso, mediante una administración responsable y progresista. Que los ricos tributen más y que un Estado probo reparta con equidad. La base material es una economía próspera, el reaseguro, un Estado interventor, y el procedimiento, la negociación. Se trata de la esencia del reformismo, alternativa a la revolución.
En este contexto, los llamados nuevos populismos se purgaron de la violencia clasista y del crimen político. Eso los alejó de Lenin y las utopías trágicas posteriores a la revolución cubana. Sus resultados son, sin embargo, discutibles: reivindicaron un Estado interventor y mejoraron las condiciones sociales, pero generaron a la vez una retórica política que hace de la división la clave de bóveda y del resentimiento una divisa. En eso consiste la razón populista: democracias prepotentes y Estados clientelares, cuyo supuesto es que con votos y dinero se puede arrollar a los opositores, constituidos en enemigos.
La Iglesia de Francisco dirá otra cosa. Cuestionará a la razón populista con discernimiento jesuítico. Nunca en forma directa, apenas con elipsis. Gestos leves, aunque incisivos. No discrepará de un Estado fuerte y la preferencia por los pobres, discrepará de la prepotencia, la descalificación por razones ideológicas y la enfermiza división entre ellos y nosotros. Pondrá el diálogo sobre la mesa y lo convertirá en obligatorio.
En términos sociológicos, la Iglesia franciscana le disputará capital simbólico al kirchnerismo. Tiene con qué. Se inspira en los pobres. Sabe de pueblo y de política. Frecuenta las villas miseria y los palacios con la misma soltura. Sus redes atraviesan la sociedad y su mensaje conforma el sentido común de las masas. No necesita que nadie se la cuente.
Francisco anuncia un nuevo tiempo. Laclau tendrá que confrontar con Ignacio de Loyola. Y me parece que el santo lleva las de ganar.
© LA NACION.

Acerca de Nicolás Tereschuk (Escriba)

"Escriba" es Nicolás Tereschuk. Politólogo (UBA), Maestría en Sociologìa Económica (IDAES-UNSAM). Me interesa la política y la forma en que la política moldea lo económico (¿o era al revés?).

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