Un lugar seguro
Ernesto Alfredo Rottger se llamaba el coronel que en l955 reemplazó a Ramón Carrillo en el Ministerio de Salud. En los años anteriores, las políticas públicas de Salud habían sido coordinadas con la Fundación Eva Perón, que en siete años había inaugurado una veintena de Hogares Escuela para Niños. El trabajo conjunto estaba lejos de la demagogia, basta un dato: la mortalidad infantil pasó de 90 por mil en l943 a 56 por mil en l955. De la saga destructiva comandada por Rottger, cuya misión se resumía en “desperonizar” la salud pública, han quedado míticamente impregnados los pulmotores, novedosos e indispensables para salvar muchas vidas, que fueron retirados para extirpar de cuajo la idea de la vida digna de los pobres.
Pero aquella fue una saga extensa y salvaje. Por debajo de Rottger, desde septiembre de l955 la Dirección de Asistencia Integral sostuvo el objetivo: intervenir, desmantelar y disolver toda la obra de la Fundación Eva Perón. La Asistente Social Marta Ezcurra, que había sido fundadora de la juventud de la Acción Católica en 1931, ordenó el 23 de ese mes de ese mismo año la ocupación militar de cada una de las Escuelas Hogar. Se retiraron o se destruyeron todos los símbolos peronistas. Los niños alojados en ellos fueron testigos, en cada uno de los patios, del fuego en el que ardieron frazadas, sábanas, colchones, pelotas y juguetes con el logo de la FEP. Cada Hogar fue intervenido por Comandos Civiles que, en el caso de la Clínica de Recuperación Infantil Termas de Reyes, de Jujuy, llegaron al extremo de expulsar a los niños para dejar inaugurado allí, muy poco después, un casino de lujo.
Según relevaron Viviana Demaría y José Figueroa, en una extensa investigación histórica publicada en la Revista El Abasto, en Mendoza los golpistas tiraron al río toda la vajilla y cristalería, que había sido importada de Finlandia y Checoslovaquia, con la que habían comido los niños internados. En todo el país, además de la destrucción de los pulmotores en cuyas placas estaban grabadas las iniciales de la FEP, se ordenó romper todos los frascos de sangre de los hospitales de la Fundación. Finalmente, el clímax de revancha fue coronado con el asalto militar sobre la Escuela de Enfermeras fundada por Carrillo, y con su cierre definitivo.
Fueron confiscados todos los muebles de los hospitales, hogares para niños y hogares de tránsito, en medio de una campaña de propaganda que condenaba “el lujo” encontrado en ellos (Marta Ezcurra informó: “La atención a los menores era suntuosa, incluso excesiva, y nada ajustada a los normas de sobriedad republicana que convenía para la formación austera de los niños. Aves y pescados se incluían en los variados menúes diarios. Y en cuanto al vestuario, era renovado cada seis meses”). Al mismo tiempo, se desactivaron todos los programas de turismo social “del régimen”, de las proveedurías de alimentos de primera necesidad, del Plan Agrario, del Plan de Trabajo Rural. Fue también desalojada la Ciudad Estudiantil Presidente Juan Perón: fue convertida en un centro de detención adonde fueron encerrando a algunos miembros del gobierno constitucional derrocado, junto a cientos de militantes detenidos, acusados sencillamente de “peronistas”.
Ya cumplido ese desmantelamiento feroz, en l956, se dictó finalmente el decreto 4161 que proscribió al peronismo durante dieciocho años: “Queda prohibida en todo el territorio de la Nación: las imágenes, símbolos, signos, expresiones significativas, doctrinas artículos y obras artísticas, la utilización de la fotografía retrato o escultura, el escudo y la bandera peronista, el nombre propio del presidente depuesto, el de sus parientes, dichos objetos ofenden el sentimiento democrático del pueblo Argentino y constituyen para éste una afrenta que es imprescindible borrar”.
Desde l983 y hasta hace poco, sesenta años después de ocurrida esa saga siniestra de destrucción, odio y totalitarismo, esta enumeración anterior formaba parte del bagaje vital de un pueblo que pasó décadas intentando recuperar el sentido de la convivencia en paz. Ha cambiado la estructura de donde se agarra la revancha: no cuelga de los tanques y las botas sino de un uno y medio por ciento de ventaja en elecciones libres, y de la ceguera que proporcionan medios y jueces adictos, más una pizca incluso de un peronismo que se pretende desintoxicado de kirchnerismo. A la democracia le van dejando el chasis. Por dentro, la carcomen con el mismo pensamiento mágico: creen que porque eliminan los símbolos y los hitos, o porque persiguen a sus dirigentes, contribuyen a eliminar el recuerdo de una época pródiga para los de más abajo.
En esta saga oscura se inscribe la orden del juez Bonadio de incinerar decenas de miles de Qunitas en el curso de una causa en la que nada está probado, menos que menos que las Qunitas fueran peligrosas para los bebés. Lo peligroso era que los bebés siguieran viniendo al mundo en un país en el que nos esperaba una cuna de madera con sistema de encastre, un colchón de cama, dos juegos de sábanas, un acolchado, una frazada polar, un par de escarpines, dos sacos de dormir, un portabebé, un bolso materno, un bolso cambiador, artículos de higiene para la madre y el recién nacido, un termómetro digital, algodón, crema de caléndula, crema hidratante, protectores mamarios, preservativos, una bata, un camisón y pantuflas, un chupete, un babero, un mordillo, un sonajero, una guía de cuidados para la madre y un libro de cuentos.
No hay militares, no hay vajilla finlandesa, no hay pulmotores, pero vibra en el aire el mismo afán decapitador de sueños encarnados. El sueño que cumplía el Qunita era básico, módico, nítidamente popular: estaba dirigido a que cada embarazo en los sectores más desprotegidos viniera acompañado por la certeza de que esa mujer embarazada, estuviera o no en pareja, no estaría a solas con su bebé cuando naciera. Habría un ajuar esperando el nacimiento. Un ajuar simple, provisorio e inaugural, casi un gesto agradable del mundo, a través del Estado, al nuevo ser que llegara. Estamos viendo muchos gestos y acciones que van en el sentido opuesto a ése. Este Estado de derecha, maltratador e impudoroso con sus propios bajos instintos, a través de una decisión judicial caprichosa, da malvenidas, no bienvenidas. En una nueva y nuclear contradicción, los purgadores de la república conciben el fuego en el que arderán miles de cunas mientras miles de niños carecen de alguna y ruedan en el hacinamiento que muchas veces pone en peligro sus vidas, encimadas a otros cuerpos familiares. Esas Qunitas fueron concebidas como el primer “lugar seguro” del bebé, como suaves burbujas de amor para que allí duerman en paz. Leyendo mal informes del INTI y de la Sociedad Argentina de Pediatría, un juez propone nuevamente el fuego que cada tanto enciende nuestra historia. Hablemos ahora de inseguridad, si quieren. O del amor por los niños, si se animan.
Ernesto Alfredo Rottger se llamaba el coronel que en l955 reemplazó a Ramón Carrillo en el Ministerio de Salud. En los años anteriores, las políticas públicas de Salud habían sido coordinadas con la Fundación Eva Perón, que en siete años había inaugurado una veintena de Hogares Escuela para Niños. El trabajo conjunto estaba lejos de la demagogia, basta un dato: la mortalidad infantil pasó de 90 por mil en l943 a 56 por mil en l955. De la saga destructiva comandada por Rottger, cuya misión se resumía en “desperonizar” la salud pública, han quedado míticamente impregnados los pulmotores, novedosos e indispensables para salvar muchas vidas, que fueron retirados para extirpar de cuajo la idea de la vida digna de los pobres.
Pero aquella fue una saga extensa y salvaje. Por debajo de Rottger, desde septiembre de l955 la Dirección de Asistencia Integral sostuvo el objetivo: intervenir, desmantelar y disolver toda la obra de la Fundación Eva Perón. La Asistente Social Marta Ezcurra, que había sido fundadora de la juventud de la Acción Católica en 1931, ordenó el 23 de ese mes de ese mismo año la ocupación militar de cada una de las Escuelas Hogar. Se retiraron o se destruyeron todos los símbolos peronistas. Los niños alojados en ellos fueron testigos, en cada uno de los patios, del fuego en el que ardieron frazadas, sábanas, colchones, pelotas y juguetes con el logo de la FEP. Cada Hogar fue intervenido por Comandos Civiles que, en el caso de la Clínica de Recuperación Infantil Termas de Reyes, de Jujuy, llegaron al extremo de expulsar a los niños para dejar inaugurado allí, muy poco después, un casino de lujo.
Según relevaron Viviana Demaría y José Figueroa, en una extensa investigación histórica publicada en la Revista El Abasto, en Mendoza los golpistas tiraron al río toda la vajilla y cristalería, que había sido importada de Finlandia y Checoslovaquia, con la que habían comido los niños internados. En todo el país, además de la destrucción de los pulmotores en cuyas placas estaban grabadas las iniciales de la FEP, se ordenó romper todos los frascos de sangre de los hospitales de la Fundación. Finalmente, el clímax de revancha fue coronado con el asalto militar sobre la Escuela de Enfermeras fundada por Carrillo, y con su cierre definitivo.
Fueron confiscados todos los muebles de los hospitales, hogares para niños y hogares de tránsito, en medio de una campaña de propaganda que condenaba “el lujo” encontrado en ellos (Marta Ezcurra informó: “La atención a los menores era suntuosa, incluso excesiva, y nada ajustada a los normas de sobriedad republicana que convenía para la formación austera de los niños. Aves y pescados se incluían en los variados menúes diarios. Y en cuanto al vestuario, era renovado cada seis meses”). Al mismo tiempo, se desactivaron todos los programas de turismo social “del régimen”, de las proveedurías de alimentos de primera necesidad, del Plan Agrario, del Plan de Trabajo Rural. Fue también desalojada la Ciudad Estudiantil Presidente Juan Perón: fue convertida en un centro de detención adonde fueron encerrando a algunos miembros del gobierno constitucional derrocado, junto a cientos de militantes detenidos, acusados sencillamente de “peronistas”.
Ya cumplido ese desmantelamiento feroz, en l956, se dictó finalmente el decreto 4161 que proscribió al peronismo durante dieciocho años: “Queda prohibida en todo el territorio de la Nación: las imágenes, símbolos, signos, expresiones significativas, doctrinas artículos y obras artísticas, la utilización de la fotografía retrato o escultura, el escudo y la bandera peronista, el nombre propio del presidente depuesto, el de sus parientes, dichos objetos ofenden el sentimiento democrático del pueblo Argentino y constituyen para éste una afrenta que es imprescindible borrar”.
Desde l983 y hasta hace poco, sesenta años después de ocurrida esa saga siniestra de destrucción, odio y totalitarismo, esta enumeración anterior formaba parte del bagaje vital de un pueblo que pasó décadas intentando recuperar el sentido de la convivencia en paz. Ha cambiado la estructura de donde se agarra la revancha: no cuelga de los tanques y las botas sino de un uno y medio por ciento de ventaja en elecciones libres, y de la ceguera que proporcionan medios y jueces adictos, más una pizca incluso de un peronismo que se pretende desintoxicado de kirchnerismo. A la democracia le van dejando el chasis. Por dentro, la carcomen con el mismo pensamiento mágico: creen que porque eliminan los símbolos y los hitos, o porque persiguen a sus dirigentes, contribuyen a eliminar el recuerdo de una época pródiga para los de más abajo.
En esta saga oscura se inscribe la orden del juez Bonadio de incinerar decenas de miles de Qunitas en el curso de una causa en la que nada está probado, menos que menos que las Qunitas fueran peligrosas para los bebés. Lo peligroso era que los bebés siguieran viniendo al mundo en un país en el que nos esperaba una cuna de madera con sistema de encastre, un colchón de cama, dos juegos de sábanas, un acolchado, una frazada polar, un par de escarpines, dos sacos de dormir, un portabebé, un bolso materno, un bolso cambiador, artículos de higiene para la madre y el recién nacido, un termómetro digital, algodón, crema de caléndula, crema hidratante, protectores mamarios, preservativos, una bata, un camisón y pantuflas, un chupete, un babero, un mordillo, un sonajero, una guía de cuidados para la madre y un libro de cuentos.
No hay militares, no hay vajilla finlandesa, no hay pulmotores, pero vibra en el aire el mismo afán decapitador de sueños encarnados. El sueño que cumplía el Qunita era básico, módico, nítidamente popular: estaba dirigido a que cada embarazo en los sectores más desprotegidos viniera acompañado por la certeza de que esa mujer embarazada, estuviera o no en pareja, no estaría a solas con su bebé cuando naciera. Habría un ajuar esperando el nacimiento. Un ajuar simple, provisorio e inaugural, casi un gesto agradable del mundo, a través del Estado, al nuevo ser que llegara. Estamos viendo muchos gestos y acciones que van en el sentido opuesto a ése. Este Estado de derecha, maltratador e impudoroso con sus propios bajos instintos, a través de una decisión judicial caprichosa, da malvenidas, no bienvenidas. En una nueva y nuclear contradicción, los purgadores de la república conciben el fuego en el que arderán miles de cunas mientras miles de niños carecen de alguna y ruedan en el hacinamiento que muchas veces pone en peligro sus vidas, encimadas a otros cuerpos familiares. Esas Qunitas fueron concebidas como el primer “lugar seguro” del bebé, como suaves burbujas de amor para que allí duerman en paz. Leyendo mal informes del INTI y de la Sociedad Argentina de Pediatría, un juez propone nuevamente el fuego que cada tanto enciende nuestra historia. Hablemos ahora de inseguridad, si quieren. O del amor por los niños, si se animan.