El presidente Macri trazó un crudo y acertado diagnóstico del estado del país, al tiempo que convocó a todos los argentinos a encarar juntos el desafío de superarlo
En su esperado primer mensaje como presidente de la Nación para inaugurar un período de sesiones ordinarias del Congreso, Mauricio Macri no defraudó a quienes le reclamamos una detallada descripción del estado de la Argentina a partir de la calamitosa herencia del gobierno kirchnerista. Tampoco defraudó a quienes esperaban un mensaje propositivo: anunció diferentes iniciativas que, además de ser razonables y factibles, deberán pasar por los correspondientes carriles institucionales, en los que el Poder Legislativo, tan menospreciado en los últimos años, tendrá un papel preponderante.
Fue un discurso claro y conciso, de casi exactamente una hora, en el que destinó alrededor de 25 minutos a hacer un tan crudo como acertado diagnóstico. Y por si alguien no se hubiera quedado conforme con la extensión de sus referencias acerca de la herencia recibida, asumió el compromiso de su gobierno de publicar, área por área, el estado en que recibió la administración pública en diciembre de 2015.
No es algo menor. Así como la confianza en el país fue destruida en los últimos años, en la Argentina se destruyeron estadísticas y hasta archivos y contratos que, en algunas reparticiones públicas, impiden conocer su real situación, por obra y gracia de funcionarios que pretendieron blindar su retirada y garantizarse impunidad.
El mensaje presidencial desenmascaró un relato que llevó a creer a muchos argentinos que teníamos un Estado presente y al servicio de la población. La paradoja kirchnerista fue puesta de manifiesto con claridad: en la década comprendida entre 2006 y 2015, los argentinos pagamos en concepto de impuestos más de 644.000 millones de dólares más que en toda la década del 90, pese a lo cual no se han podido combatir con eficiencia ni la pobreza ni la indigencia, ni se han podido hacer las obras de infraestructura que el país requiere.
Lo particularmente grave es que, a pesar de contar con tantos recursos, durante la última década, el Estado gastó mucho más y financió el creciente déficit fiscal, que ha llegado al 7% del PBI, con una expansión monetaria que fue la causante de una inflación acumulada del 700% en el mismo período, de acuerdo con el diagnóstico trazado por el ingeniero Macri.
Datos señalados por el jefe del Estado -como la existencia de un nivel de pobreza del 29% y de indigencia del 6%, el hecho de que un 42% de la población carezca de cloacas y que más del 40% no tenga conexión a redes de gas- dan perfecta cuenta de la presente realidad social y de todo lo que no se hizo en los últimos años con los enormes recursos generados por una presión impositiva récord sobre el conjunto de los argentinos. Del mismo modo, destacó el Presidente que el desempleo ha sido camuflado con un nivel de empleo público que ha crecido en forma absolutamente desproporcionada en la última década sin mejorar los servicios que presta un Estado carcomido por la corrupción. Ni en materia de seguridad, ni en defensa, ni en una educación, que sigue siendo de baja calidad.
Se trata de algo tan grave como la fuerte caída de las reservas internacionales del Banco Central, que llegaron a rondar los 50.000 millones de dólares en los comienzos del primer gobierno de Cristina Fernández de Kirchner y terminaron en unos 25.000 millones, que representan el 6% de nuestro producto bruto interno, cuando las reservas de Brasil ascienden al 25% de su PBI.
La mejor síntesis de la situación recibida, en palabras presidenciales, es la de un Estado que ha sido obstáculo, en vez de ser estímulo y sostén. Un Estado que -como señaló el primer mandatario- «no sólo no te cuida, sino que te falta el respeto».
Constituyen tales definiciones un punto de partida para empezar a superar severos problemas socioeconómicos y sacar al país de un inexplicable aislamiento internacional que lo ha postergado y condenado al atraso. Precisamente, los pasos dados en los primeros 80 días de gestión presidencial han sido productivos en gestos y acciones para reinsertar a la Argentina en el mundo, destacándose el acuerdo con los holdouts para superar un largo default y que deberá ser tratado con sensatez y madurez por los miembros del Congreso de la Nación.
Más allá de reiterar que los ejes de su gestión pasarán por el objetivo de eliminar la pobreza, combatir el narcotráfico y potenciar la unidad de los argentinos, Macri anunció varios proyectos, entre los cuales mencionó la devolución del IVA sobre los productos de la canasta básica alimentaria a los sectores sociales que menos tienen; la ampliación de la Asignación Universal por Hijo (AUH); una ley de acceso a la información pública; una ley de compras públicas; una reforma que comprenda al Consejo de la Magistratura y al Ministerio Público, y una ambiciosa reforma del Código Procesal Penal, tendiente a instituir la ley del arrepentido y el decomiso de bienes provenientes del crimen organizado, entre otras modificaciones.
En conclusión, fue un discurso realista, aunque esperanzador. Seguramente faltaron iniciativas. Algunas quedarán para más adelante y otras deberán ser planteadas por el propio Poder Legislativo, entre ellas la vieja asignatura pendiente representada por las escalas del impuesto a las ganancias para los asalariados. Pero el mensaje de Macri tuvo, en primer lugar, el mérito de cumplir cabalmente con el artículo 99 de la Constitución, donde se establece que, al inaugurar el período de sesiones del Congreso, el Presidente debe dar cuenta del estado de la Nación y recomendar las medidas que juzgue necesarias y convenientes. Y, en segundo lugar, la particularidad de que, a diferencia de quien lo precedió en su cargo, reconoció los principales problemas del país y convocó a todos a compartir el desafío de resolverlos.
En su esperado primer mensaje como presidente de la Nación para inaugurar un período de sesiones ordinarias del Congreso, Mauricio Macri no defraudó a quienes le reclamamos una detallada descripción del estado de la Argentina a partir de la calamitosa herencia del gobierno kirchnerista. Tampoco defraudó a quienes esperaban un mensaje propositivo: anunció diferentes iniciativas que, además de ser razonables y factibles, deberán pasar por los correspondientes carriles institucionales, en los que el Poder Legislativo, tan menospreciado en los últimos años, tendrá un papel preponderante.
Fue un discurso claro y conciso, de casi exactamente una hora, en el que destinó alrededor de 25 minutos a hacer un tan crudo como acertado diagnóstico. Y por si alguien no se hubiera quedado conforme con la extensión de sus referencias acerca de la herencia recibida, asumió el compromiso de su gobierno de publicar, área por área, el estado en que recibió la administración pública en diciembre de 2015.
No es algo menor. Así como la confianza en el país fue destruida en los últimos años, en la Argentina se destruyeron estadísticas y hasta archivos y contratos que, en algunas reparticiones públicas, impiden conocer su real situación, por obra y gracia de funcionarios que pretendieron blindar su retirada y garantizarse impunidad.
El mensaje presidencial desenmascaró un relato que llevó a creer a muchos argentinos que teníamos un Estado presente y al servicio de la población. La paradoja kirchnerista fue puesta de manifiesto con claridad: en la década comprendida entre 2006 y 2015, los argentinos pagamos en concepto de impuestos más de 644.000 millones de dólares más que en toda la década del 90, pese a lo cual no se han podido combatir con eficiencia ni la pobreza ni la indigencia, ni se han podido hacer las obras de infraestructura que el país requiere.
Lo particularmente grave es que, a pesar de contar con tantos recursos, durante la última década, el Estado gastó mucho más y financió el creciente déficit fiscal, que ha llegado al 7% del PBI, con una expansión monetaria que fue la causante de una inflación acumulada del 700% en el mismo período, de acuerdo con el diagnóstico trazado por el ingeniero Macri.
Datos señalados por el jefe del Estado -como la existencia de un nivel de pobreza del 29% y de indigencia del 6%, el hecho de que un 42% de la población carezca de cloacas y que más del 40% no tenga conexión a redes de gas- dan perfecta cuenta de la presente realidad social y de todo lo que no se hizo en los últimos años con los enormes recursos generados por una presión impositiva récord sobre el conjunto de los argentinos. Del mismo modo, destacó el Presidente que el desempleo ha sido camuflado con un nivel de empleo público que ha crecido en forma absolutamente desproporcionada en la última década sin mejorar los servicios que presta un Estado carcomido por la corrupción. Ni en materia de seguridad, ni en defensa, ni en una educación, que sigue siendo de baja calidad.
Se trata de algo tan grave como la fuerte caída de las reservas internacionales del Banco Central, que llegaron a rondar los 50.000 millones de dólares en los comienzos del primer gobierno de Cristina Fernández de Kirchner y terminaron en unos 25.000 millones, que representan el 6% de nuestro producto bruto interno, cuando las reservas de Brasil ascienden al 25% de su PBI.
La mejor síntesis de la situación recibida, en palabras presidenciales, es la de un Estado que ha sido obstáculo, en vez de ser estímulo y sostén. Un Estado que -como señaló el primer mandatario- «no sólo no te cuida, sino que te falta el respeto».
Constituyen tales definiciones un punto de partida para empezar a superar severos problemas socioeconómicos y sacar al país de un inexplicable aislamiento internacional que lo ha postergado y condenado al atraso. Precisamente, los pasos dados en los primeros 80 días de gestión presidencial han sido productivos en gestos y acciones para reinsertar a la Argentina en el mundo, destacándose el acuerdo con los holdouts para superar un largo default y que deberá ser tratado con sensatez y madurez por los miembros del Congreso de la Nación.
Más allá de reiterar que los ejes de su gestión pasarán por el objetivo de eliminar la pobreza, combatir el narcotráfico y potenciar la unidad de los argentinos, Macri anunció varios proyectos, entre los cuales mencionó la devolución del IVA sobre los productos de la canasta básica alimentaria a los sectores sociales que menos tienen; la ampliación de la Asignación Universal por Hijo (AUH); una ley de acceso a la información pública; una ley de compras públicas; una reforma que comprenda al Consejo de la Magistratura y al Ministerio Público, y una ambiciosa reforma del Código Procesal Penal, tendiente a instituir la ley del arrepentido y el decomiso de bienes provenientes del crimen organizado, entre otras modificaciones.
En conclusión, fue un discurso realista, aunque esperanzador. Seguramente faltaron iniciativas. Algunas quedarán para más adelante y otras deberán ser planteadas por el propio Poder Legislativo, entre ellas la vieja asignatura pendiente representada por las escalas del impuesto a las ganancias para los asalariados. Pero el mensaje de Macri tuvo, en primer lugar, el mérito de cumplir cabalmente con el artículo 99 de la Constitución, donde se establece que, al inaugurar el período de sesiones del Congreso, el Presidente debe dar cuenta del estado de la Nación y recomendar las medidas que juzgue necesarias y convenientes. Y, en segundo lugar, la particularidad de que, a diferencia de quien lo precedió en su cargo, reconoció los principales problemas del país y convocó a todos a compartir el desafío de resolverlos.