Jueves 04 de agosto de 2011 | Publicado en edición impresa
Hay un cambio de clima que las encuestas todavía no alcanzan a medir con precisión. Una tendencia en sentido contrario a la que le permitió a Cristina Fernández, de octubre a noviembre de 2010, pasar del 12 al 32 por ciento de intención de voto a presidenta, días después de la muerte de El. Se trata de un nuevo ambiente que está haciendo, en principio, que mucha gente se anime a expresar, en público, lo que piensa desde hace tiempo: que a Ella no la votaría nunca. Y que optaría por cualquiera antes de soportar cuatro años más de prepotencia, soberbia y altanería gubernamental.
Como si el silencio por el luto a que se llamó una buena parte de la sociedad se hubiera roto desde hace un tiempo. Para más precisión, desde que estalló el escándalo Schoklender y se fueron sumando otras «malas noticias» que provocan indignación en el votante de clase media, más o menos informado, conectado a Internet y más o menos interesado en la cosa pública.
El ADN negativo de Marcela y Felipe Noble Herrera, el ataque de Fito Páez, Aníbal Fernández, Horacio González y otros a los votantes de Mauricio Macri y Miguel del Sel y la denuncia contra el juez de la Corte Suprema de Justicia Eugenio Zaffaroni por haber alquilado varias de sus propiedades para la explotación del negocio de la prostitución son las más resonantes, pero no las únicas.
Algunos periodistas militantes y otros colegas conversos dicen que se trata de una nueva conspiración de la derecha, de la mafia de los medios hegemónicos y otras tonterías por el estilo. Pero los hechos existen, hacen reaccionar a quienes representan a la mitad del padrón que no la quiere y eso es algo que nadie puede negar.
¿Tiene este cambio de clima la misma intensidad que el que transformó a Cristina Fernández en la candidata indiscutida? No. Porque, hasta ahora, los «grandes números» siguen igual. Con Ella con más del 40 por ciento de intención de voto y Ricardo Alfonsín y Eduardo Duhalde con no más del 15 por ciento. Algunos encuestadores, como Graciela Römer, llegaron a registrar una leve baja en la opción de la Presidenta, pero nada capaz de poner en peligro, hasta ahora, un eventual triunfo en primera vuelta.
Podría decirse que se trata, entonces, de un microlima, alentado por los sucesos de la coyuntura y el aplastante triunfo en segunda vuelta del jefe de gobierno de la ciudad. De un microclima retroalimentado por el mismo grupo de cinco mil personas que consumen encuestas de opinión y están muy atentas a las últimas columnas de los editorialistas. De una elite que influye en la opinión del resto de la sociedad, pero no tanto como el consumo, el crecimiento económico y el menor o mayor entusiasmo que puedan provocar los candidatos de una oposición dispersa y partida en varios pedazos.
A partir de noviembre del año pasado, la jefa del Estado, el Gobierno y su aceitado aparato de marketing político detectaron el cambio de clima «anti-K» por otro de apoyo a la mujer que perdió a su compañero y lo hicieron «intención de voto». Lo mezclaron con buenas noticias económicas y aprovecharon el estupor y la parálisis de los líderes de la oposición para sacar mayor ventaja. Consolidaron y aumentaron el impulso y neutralizaron a sus adversarios. Hace más de seis meses que el escenario está así. Hace casi ocho meses que, ante cada consulta de las encuestadoras más serias, hay una abrumadora mayoría que se inclina por la reelección de Cristina Fernández y que ningún candidato de la oposición aparece como una alternativa capaz de obtener el segundo lugar con una diferencia suficiente para entrar en la segunda vuelta.
Pero la verdadera gran encuesta nacional se producirá el próximo domingo 14 de agosto, cuando se realicen las elecciones primarias y obligatorias. Entonces habrá respuestas para las preguntas que «el círculo rojo» de los hiperinformados todavía se sigue haciendo.
¿Superará Cristina Fernández por mucho el 40 por ciento de los votos? ¿El aparato de la Unión Cívica Radical servirá para aportarle a Ricardo Alfonsín los votos que hoy no aparecen en las encuestas y que lo muestran empatando con el ex presidente Eduardo Duhalde? ¿Cuánto afectará a Duhalde la candidatura de Alberto Rodríguez Saá? ¿Hermes Binner se transformará en una sorpresa? ¿Cuánto le quedará a Elisa Carrió de aquellos millones de votos que la colocaron segunda en las presidenciales de 2007? ¿Desaparecerá el Partido Obrero de Jorge Altamira al no poder conseguir por lo menos 400.000 votos? Y la que parece más relevante: quien alcance el segundo lugar, ¿será el gran tributario del «voto útil» contra el Gobierno y alcanzará el 23 de octubre la posibilidad de competir en una segunda vuelta?
En el programa de radio pregunté a decenas de personas que dijeron votar por Duhalde si lo harían por Alfonsín en caso de que el candidato radical obtuviera el segundo puesto en las primarias. Y casi todos respondieron de manera afirmativa. También pregunté a los votantes de Alfonsín si lo harían por Duhalde, y todos, excepto uno, contestaron que lo harían con tal de que Cristina Fernández no fuera reelegida. Lo hice a través de una línea directa, sin filtros, y la mayoría de los que «votaron» lo hicieron desde la ciudad y desde el conurbano bonaerense. La Presidenta obtuvo sólo tres votos sobre veinte. Se trata de argentinos de clase media interesados por la cosa pública. Un poco alejados del corazón de la provincia de Buenos Aires, donde la Presidenta hoy sigue manteniendo una diferencia de 30 puntos sobre Duhalde y Alfonsín. Serán datos alentadores para la oposición. Pero no dejan de representar un microclima.
© La Nacion
Hay un cambio de clima que las encuestas todavía no alcanzan a medir con precisión. Una tendencia en sentido contrario a la que le permitió a Cristina Fernández, de octubre a noviembre de 2010, pasar del 12 al 32 por ciento de intención de voto a presidenta, días después de la muerte de El. Se trata de un nuevo ambiente que está haciendo, en principio, que mucha gente se anime a expresar, en público, lo que piensa desde hace tiempo: que a Ella no la votaría nunca. Y que optaría por cualquiera antes de soportar cuatro años más de prepotencia, soberbia y altanería gubernamental.
Como si el silencio por el luto a que se llamó una buena parte de la sociedad se hubiera roto desde hace un tiempo. Para más precisión, desde que estalló el escándalo Schoklender y se fueron sumando otras «malas noticias» que provocan indignación en el votante de clase media, más o menos informado, conectado a Internet y más o menos interesado en la cosa pública.
El ADN negativo de Marcela y Felipe Noble Herrera, el ataque de Fito Páez, Aníbal Fernández, Horacio González y otros a los votantes de Mauricio Macri y Miguel del Sel y la denuncia contra el juez de la Corte Suprema de Justicia Eugenio Zaffaroni por haber alquilado varias de sus propiedades para la explotación del negocio de la prostitución son las más resonantes, pero no las únicas.
Algunos periodistas militantes y otros colegas conversos dicen que se trata de una nueva conspiración de la derecha, de la mafia de los medios hegemónicos y otras tonterías por el estilo. Pero los hechos existen, hacen reaccionar a quienes representan a la mitad del padrón que no la quiere y eso es algo que nadie puede negar.
¿Tiene este cambio de clima la misma intensidad que el que transformó a Cristina Fernández en la candidata indiscutida? No. Porque, hasta ahora, los «grandes números» siguen igual. Con Ella con más del 40 por ciento de intención de voto y Ricardo Alfonsín y Eduardo Duhalde con no más del 15 por ciento. Algunos encuestadores, como Graciela Römer, llegaron a registrar una leve baja en la opción de la Presidenta, pero nada capaz de poner en peligro, hasta ahora, un eventual triunfo en primera vuelta.
Podría decirse que se trata, entonces, de un microlima, alentado por los sucesos de la coyuntura y el aplastante triunfo en segunda vuelta del jefe de gobierno de la ciudad. De un microclima retroalimentado por el mismo grupo de cinco mil personas que consumen encuestas de opinión y están muy atentas a las últimas columnas de los editorialistas. De una elite que influye en la opinión del resto de la sociedad, pero no tanto como el consumo, el crecimiento económico y el menor o mayor entusiasmo que puedan provocar los candidatos de una oposición dispersa y partida en varios pedazos.
A partir de noviembre del año pasado, la jefa del Estado, el Gobierno y su aceitado aparato de marketing político detectaron el cambio de clima «anti-K» por otro de apoyo a la mujer que perdió a su compañero y lo hicieron «intención de voto». Lo mezclaron con buenas noticias económicas y aprovecharon el estupor y la parálisis de los líderes de la oposición para sacar mayor ventaja. Consolidaron y aumentaron el impulso y neutralizaron a sus adversarios. Hace más de seis meses que el escenario está así. Hace casi ocho meses que, ante cada consulta de las encuestadoras más serias, hay una abrumadora mayoría que se inclina por la reelección de Cristina Fernández y que ningún candidato de la oposición aparece como una alternativa capaz de obtener el segundo lugar con una diferencia suficiente para entrar en la segunda vuelta.
Pero la verdadera gran encuesta nacional se producirá el próximo domingo 14 de agosto, cuando se realicen las elecciones primarias y obligatorias. Entonces habrá respuestas para las preguntas que «el círculo rojo» de los hiperinformados todavía se sigue haciendo.
¿Superará Cristina Fernández por mucho el 40 por ciento de los votos? ¿El aparato de la Unión Cívica Radical servirá para aportarle a Ricardo Alfonsín los votos que hoy no aparecen en las encuestas y que lo muestran empatando con el ex presidente Eduardo Duhalde? ¿Cuánto afectará a Duhalde la candidatura de Alberto Rodríguez Saá? ¿Hermes Binner se transformará en una sorpresa? ¿Cuánto le quedará a Elisa Carrió de aquellos millones de votos que la colocaron segunda en las presidenciales de 2007? ¿Desaparecerá el Partido Obrero de Jorge Altamira al no poder conseguir por lo menos 400.000 votos? Y la que parece más relevante: quien alcance el segundo lugar, ¿será el gran tributario del «voto útil» contra el Gobierno y alcanzará el 23 de octubre la posibilidad de competir en una segunda vuelta?
En el programa de radio pregunté a decenas de personas que dijeron votar por Duhalde si lo harían por Alfonsín en caso de que el candidato radical obtuviera el segundo puesto en las primarias. Y casi todos respondieron de manera afirmativa. También pregunté a los votantes de Alfonsín si lo harían por Duhalde, y todos, excepto uno, contestaron que lo harían con tal de que Cristina Fernández no fuera reelegida. Lo hice a través de una línea directa, sin filtros, y la mayoría de los que «votaron» lo hicieron desde la ciudad y desde el conurbano bonaerense. La Presidenta obtuvo sólo tres votos sobre veinte. Se trata de argentinos de clase media interesados por la cosa pública. Un poco alejados del corazón de la provincia de Buenos Aires, donde la Presidenta hoy sigue manteniendo una diferencia de 30 puntos sobre Duhalde y Alfonsín. Serán datos alentadores para la oposición. Pero no dejan de representar un microclima.
© La Nacion