Sin anuncios estridentes, el gobierno de Cambiemos en los últimos días ha adoptado tres medidas trascendentes. En el Centro Cultural Néstor Kirchner, se levantó la sala Experiencia Néstor Kirchner, que era una exposición central, en la cual se presentaba al ex presidente como una figura «fundacional», donde además de sus fotos más simbólicas, se escenificaba la Patagonia Austral y se presentaban objetos personales. Ello, sin modificar el nombre del magnífico Centro Cultural que funciona en el tradicional edificio del Correo.
En la Casa de Gobierno, se dispuso reordenar los bustos de los ex presidentes, para que estos fueran presentados en forma igualitaria y de acuerdo a la cronología con la cual ejercieron el poder, como era usual hasta la llegada del kirchnerismo. Buscando presentar un relato a través de los bustos, los de Juan D. Perón, Héctor J. Cámpora y Néstor Kirchner, ocupaban los lugares de privilegio por encima de los demás.
También se ha dispuesto modificar la narrativa otra forma del concepto relato del Museo de la Casa de Gobierno, dedicado a los presidentes, denominado por el Kirchnerismo Museo del Bicentenario. Tradicionalmente, en este museo se dedicaba a cada presidente el mismo espacio físico y se exponían sus pertenencias y fotos, con un sentido neutro y en un pie de igualdad. El kirchnerismo lo alteró, dedicando más lugar a sus figuras preferidas, e incorporando una narrativa con elogios y críticas adecuadas al relato del oficialismo.
Se trata de tres medidas sensatas, que en realidad implican un retorno a la normalidad, en una temática que es decisiva, aunque no lo parezca tanto.
Es que el kirchnerismo hizo propias dos máximas, provenientes de las vertientes gramscianas del marxismo. Una dice que quien domina la cultura domina la política y otra. que quien impone su interpretación de la historia domina el futuro.
Se trata de dos consignas, que alimentaron un relato, que no sólo se impuso en espacios públicos como los museos, los centros culturales, y la misma Casa de Gobierno, sino que llegó a los manuales escolares, los contenidos de los medios públicos, la resignificación de la simbología histórica de los billetes y la sustitución de la estatua de Colón por la de Juana Azurduy frente a la sede del Poder Ejecutivo.
Mientras el kirchnerismo hizo de la épica una forma de acción política, el gobierno de Cambiemos parece evitarla.
Por esta razón, han pasado desapercibidos hechos que muestran el cambio de enfoque histórico-cultural. El 15 de febrero, el Ministro de Cultura de la Nación y su homólogo de la Ciudad de Buenos Aires, presidieron el homenaje a Sarmiento en su natalicio, un prócer que el kirchnerismo sacó del billete de $ 50, sustituyéndolo por el Gaucho Rivero.
Al mes siguiente, el Presidente de la Nación se hizo presente en el aniversario del Regimiento de Granaderos a Caballo, su unidad escolta, algo que era tradicional, pero que había dejado de suceder en los doce años que el kirchnerismo ejerció el poder. El 2 de abril, el Ministro de Cultura y el Director de los Medios Públicos, se hicieron presentes en el cementerio de la Recoleta, al conmemorarse a Hipólito Yrigoyen, en el centenario de la primera elección presidencial con la Ley Sáenz Peña que lo llevó al poder.
El Centenario de dicha norma, que se cumplió en 2012, pasó totalmente desapercibida para el relato histórico-cultural del Kirchnerismo.
Se va dando así un retorno a la normalidad en una temática que resulta decisiva, no sólo por el presente, sino también en función del futuro.
Es que la interacción entre el pasado y el futuro, que se desarrolla en el presente, resulta decisiva para el éxito de largo plazo no sólo de la política, sino también para la Nación en su conjunto.
Con esta visión, el gobierno debe encarar la conmemoración del Bicentenario de la Independencia.
A menos de dos meses de la fecha sigue siendo muy poco lo que parece haberse puesto en marcha. Si en el gobierno como algunos dicen se pretende marcar una diferencia con la utilización política que el Kirchnerismo hizo del Bicentenario de la Revolución de Mayo, ello no debería inhibir una necesaria movilización nacional, que incorpore una cuota de utopía como fue la declaración de la Independencia en 1816 que la sociedad puede estar necesitando.
En la Casa de Gobierno, se dispuso reordenar los bustos de los ex presidentes, para que estos fueran presentados en forma igualitaria y de acuerdo a la cronología con la cual ejercieron el poder, como era usual hasta la llegada del kirchnerismo. Buscando presentar un relato a través de los bustos, los de Juan D. Perón, Héctor J. Cámpora y Néstor Kirchner, ocupaban los lugares de privilegio por encima de los demás.
También se ha dispuesto modificar la narrativa otra forma del concepto relato del Museo de la Casa de Gobierno, dedicado a los presidentes, denominado por el Kirchnerismo Museo del Bicentenario. Tradicionalmente, en este museo se dedicaba a cada presidente el mismo espacio físico y se exponían sus pertenencias y fotos, con un sentido neutro y en un pie de igualdad. El kirchnerismo lo alteró, dedicando más lugar a sus figuras preferidas, e incorporando una narrativa con elogios y críticas adecuadas al relato del oficialismo.
Se trata de tres medidas sensatas, que en realidad implican un retorno a la normalidad, en una temática que es decisiva, aunque no lo parezca tanto.
Es que el kirchnerismo hizo propias dos máximas, provenientes de las vertientes gramscianas del marxismo. Una dice que quien domina la cultura domina la política y otra. que quien impone su interpretación de la historia domina el futuro.
Se trata de dos consignas, que alimentaron un relato, que no sólo se impuso en espacios públicos como los museos, los centros culturales, y la misma Casa de Gobierno, sino que llegó a los manuales escolares, los contenidos de los medios públicos, la resignificación de la simbología histórica de los billetes y la sustitución de la estatua de Colón por la de Juana Azurduy frente a la sede del Poder Ejecutivo.
Mientras el kirchnerismo hizo de la épica una forma de acción política, el gobierno de Cambiemos parece evitarla.
Por esta razón, han pasado desapercibidos hechos que muestran el cambio de enfoque histórico-cultural. El 15 de febrero, el Ministro de Cultura de la Nación y su homólogo de la Ciudad de Buenos Aires, presidieron el homenaje a Sarmiento en su natalicio, un prócer que el kirchnerismo sacó del billete de $ 50, sustituyéndolo por el Gaucho Rivero.
Al mes siguiente, el Presidente de la Nación se hizo presente en el aniversario del Regimiento de Granaderos a Caballo, su unidad escolta, algo que era tradicional, pero que había dejado de suceder en los doce años que el kirchnerismo ejerció el poder. El 2 de abril, el Ministro de Cultura y el Director de los Medios Públicos, se hicieron presentes en el cementerio de la Recoleta, al conmemorarse a Hipólito Yrigoyen, en el centenario de la primera elección presidencial con la Ley Sáenz Peña que lo llevó al poder.
El Centenario de dicha norma, que se cumplió en 2012, pasó totalmente desapercibida para el relato histórico-cultural del Kirchnerismo.
Se va dando así un retorno a la normalidad en una temática que resulta decisiva, no sólo por el presente, sino también en función del futuro.
Es que la interacción entre el pasado y el futuro, que se desarrolla en el presente, resulta decisiva para el éxito de largo plazo no sólo de la política, sino también para la Nación en su conjunto.
Con esta visión, el gobierno debe encarar la conmemoración del Bicentenario de la Independencia.
A menos de dos meses de la fecha sigue siendo muy poco lo que parece haberse puesto en marcha. Si en el gobierno como algunos dicen se pretende marcar una diferencia con la utilización política que el Kirchnerismo hizo del Bicentenario de la Revolución de Mayo, ello no debería inhibir una necesaria movilización nacional, que incorpore una cuota de utopía como fue la declaración de la Independencia en 1816 que la sociedad puede estar necesitando.