El análisis
Lunes 01 de agosto de 2011 | Publicado en edición impresa
Ayer tal vez surgió un nuevo liderazgo político nacional. Mauricio Macri ya no es sólo el candidato triunfante que, en 2007, certificó por primera vez que podía ganar la Capital. Con elecciones mejores que las de hace cuatro años, el jefe de gobierno porteño se convirtió también desde anoche en un referente insoslayable de la política nacional. La duración de esa representación (que será más virtual que palpable durante un tiempo) dependerá de él mismo, en primer lugar, y del destino muy próximo que les aguarda a los otros líderes opositores.
Convencido de que su palabra tiene ahora un precio político, Macri no se inclinará por ningún candidato presidencial opositor antes de las elecciones primarias del 14 de este mes. Oscila, en verdad, entre la simpatía política que siente por Eduardo Duhalde y la conveniencia, también política, que le significaría Ricardo Alfonsín. El electorado porteño de Macri, o una inmensa mayoría de él, es profundamente antiperonista.
A pesar de que el fuerte discurso antikirchnerista de Duhalde consiguió conquistar a los sectores medios altos y altos de la Capital, todavía prevalece una clase media que mira al ex presidente como una expresión cabal del peronismo que reprueba. Alfonsín viene, en cambio, de un partido, el radicalismo, que los porteños votaron mayoritariamente durante décadas, hasta la gran crisis de 2001. El problema que tiene Macri con Alfonsín consiste en que el discurso de éste no representa al intenso y amplio sentimiento antikirchnerista de los porteños. Se mece entre la afinidad y el provecho (Elisa Carrió no será nunca una opción para él ni él para ella), pero esa conveniente incertidumbre se resolverá sólo con los resultados del 14 de agosto.
Macri podría inscribirse en esa corriente de peronistas (Daniel Scioli o Juan Manuel Urtubey, por ejemplo) que apuesta a un segundo y último mandato de Cristina Kirchner. Cualquier otro próximo presidente tendría potencialmente ocho años de eventual poder. Sin embargo, hay dos factores que frenan a Macri ante esa especulación. Uno es la certeza de que el país podría terminar muy mal si sobrevinieran cuatro años más de kirchnerismo. «Otro mandato sería insoportable para la Argentina», suele asegurar.
El segundo factor es, quizás, el más decisivo. El kirchnerismo fue la primera expresión política que entrevió en Macri a un adversario que podría relevarlo no sólo del liderazgo político; también creyó que podría encarnar un vasto cambio en los paradigmas ideológicos del país. Néstor Kirchner apoyó sin ganas a Aníbal Ibarra en 2003 (que por entonces le ganó a Macri) porque se convenció de que el líder de Pro era el único en condiciones de reemplazarlo en el caudillaje nacional.
En 2007, Macri le ganó por fin al kirchnerismo, pero éste comenzó desde entonces una incesante gestión de acoso político, económico y judicial al jefe del gobierno capitalino. Otra vez, el kirchnerismo no buscaba recuperar la Capital, sino destruir al probable adversario nacional. Ahora, Macri está convencido de que un eventual segundo mandato de Cristina Kirchner sería para él la travesía de un largo y árido desierto. «Con los jueces que tiene el kirchnerismo y sin mayoría en la Legislatura porteña, no sabemos si terminaríamos el mandato», resumen a su lado.
Es cierto que los kirchneristas tienen jueces todoterreno, pero es más cierto que Macri no tendrá mayoría parlamentaria. Esa condición minoritaria significará un doble desafío para él: esquivar las trampas políticas y hacer la gimnasia de un diálogo político más amplio con otras fuerzas partidarias para alcanzar mayorías, que serán siempre precarias en la Legislatura. Su porvenir como líder nacional dependerá también de su gestión concreta como gobernante de la Capital.
Ese porvenir estará condicionado también por el destino de Miguel del Sel en Santa Fe. Elecciones importantes en dos de los cuatro grandes distritos nacionales, Capital y Santa Fe, son las conquistas que le dieron a Macri el pergamino de líder político nacional. Sin embargo, la noche santafecina del penúltimo domingo no se puede repetir.
Macri estuvo más preocupado entonces por el probable triunfo de Del Sel como gobernador que por su derrota. De Sel cuenta con una ínfima minoría en el Parlamento santafecino y carece de equipos y de experiencia para conducir una provincia compleja. Del Sel lo ayudó ayer a superar los votos de la segunda vuelta de hace cuatro años. Pero ¿tendrá el artista en los próximos años la vocación y la perseverancia para construir algo más que una propuesta política para la gente enojada e insatisfecha?
Macri y Del Sel son expresiones, al mismo tiempo, de un péndulo social que comienza a moverse hacia el centro de la geografía política. El primero en descubrirlo fue Scioli, que corrió en el acto detrás del péndulo. En tres días, lo felicitó efusivamente a Del Sel; manifestó su apoyo a José Manuel de la Sota (que cultivó siempre ideas que están a la derecha del kirchnerismo); se congració con los otrora aborrecidos productores de trigo, y se fue, encima, a regodearse en medio de intrascendencia en el living de Susana Giménez. «La clase media está mirando para otro lado», suele deslizar el gobernador bonaerense.
¿Para qué lado? Scioli intuye que un importante sector social ya se cansó de tanta declamación de progresismo. Su eterna competencia con Macri nace con una desventaja: Macri no necesita cambiar para ser centrista.
En verdad, Scioli aspira a convertirse en el tercer protagonista casi exclusivo de la política si Cristina Kirchner accediera a un segundo mandato. Los otros dos protagonistas serán, sin duda, la propia presidenta y Macri. El resto de las organizaciones políticas, sobre todo el peronismo disidente del kirchnerismo y el radicalismo, entrarían, en tal caso, en un insalvable proceso de renovación.Menos votos
Cristina Kirchner se quedó ayer con menos votos en la Capital que los que consiguió su marido en 2007 con el mismo Daniel Filmus como candidato. Eso es, precisamente, lo que llevó a Macri al paraíso de la política. Macri debería tomar nota de que difícilmente le tocará otro mes como julio de 2011, pero la Presidenta debería subrayar la constatación de que existe una transformación del clima político.
«Es el clima, es cierto, pero no es la realidad», decía anoche un kirchnerista cabal. De nuevo, el kirchnerismo da vuelta la interpretación de los hechos según su ventaja circunstancial. ¿O acaso el célebre y propagado «Cristina ya ganó» no era también producto de un clima político determinado? ¿Por qué aquel clima era real y el actual debería ser ficticio? La única realidad comprobable es que los argentinos están votando con una clara libertad de opinión. La otra comprobación es que muchos encuestadores encargados de percibir esas mutaciones sociales se equivocan tanto como los políticos.
Lunes 01 de agosto de 2011 | Publicado en edición impresa
Ayer tal vez surgió un nuevo liderazgo político nacional. Mauricio Macri ya no es sólo el candidato triunfante que, en 2007, certificó por primera vez que podía ganar la Capital. Con elecciones mejores que las de hace cuatro años, el jefe de gobierno porteño se convirtió también desde anoche en un referente insoslayable de la política nacional. La duración de esa representación (que será más virtual que palpable durante un tiempo) dependerá de él mismo, en primer lugar, y del destino muy próximo que les aguarda a los otros líderes opositores.
Convencido de que su palabra tiene ahora un precio político, Macri no se inclinará por ningún candidato presidencial opositor antes de las elecciones primarias del 14 de este mes. Oscila, en verdad, entre la simpatía política que siente por Eduardo Duhalde y la conveniencia, también política, que le significaría Ricardo Alfonsín. El electorado porteño de Macri, o una inmensa mayoría de él, es profundamente antiperonista.
A pesar de que el fuerte discurso antikirchnerista de Duhalde consiguió conquistar a los sectores medios altos y altos de la Capital, todavía prevalece una clase media que mira al ex presidente como una expresión cabal del peronismo que reprueba. Alfonsín viene, en cambio, de un partido, el radicalismo, que los porteños votaron mayoritariamente durante décadas, hasta la gran crisis de 2001. El problema que tiene Macri con Alfonsín consiste en que el discurso de éste no representa al intenso y amplio sentimiento antikirchnerista de los porteños. Se mece entre la afinidad y el provecho (Elisa Carrió no será nunca una opción para él ni él para ella), pero esa conveniente incertidumbre se resolverá sólo con los resultados del 14 de agosto.
Macri podría inscribirse en esa corriente de peronistas (Daniel Scioli o Juan Manuel Urtubey, por ejemplo) que apuesta a un segundo y último mandato de Cristina Kirchner. Cualquier otro próximo presidente tendría potencialmente ocho años de eventual poder. Sin embargo, hay dos factores que frenan a Macri ante esa especulación. Uno es la certeza de que el país podría terminar muy mal si sobrevinieran cuatro años más de kirchnerismo. «Otro mandato sería insoportable para la Argentina», suele asegurar.
El segundo factor es, quizás, el más decisivo. El kirchnerismo fue la primera expresión política que entrevió en Macri a un adversario que podría relevarlo no sólo del liderazgo político; también creyó que podría encarnar un vasto cambio en los paradigmas ideológicos del país. Néstor Kirchner apoyó sin ganas a Aníbal Ibarra en 2003 (que por entonces le ganó a Macri) porque se convenció de que el líder de Pro era el único en condiciones de reemplazarlo en el caudillaje nacional.
En 2007, Macri le ganó por fin al kirchnerismo, pero éste comenzó desde entonces una incesante gestión de acoso político, económico y judicial al jefe del gobierno capitalino. Otra vez, el kirchnerismo no buscaba recuperar la Capital, sino destruir al probable adversario nacional. Ahora, Macri está convencido de que un eventual segundo mandato de Cristina Kirchner sería para él la travesía de un largo y árido desierto. «Con los jueces que tiene el kirchnerismo y sin mayoría en la Legislatura porteña, no sabemos si terminaríamos el mandato», resumen a su lado.
Es cierto que los kirchneristas tienen jueces todoterreno, pero es más cierto que Macri no tendrá mayoría parlamentaria. Esa condición minoritaria significará un doble desafío para él: esquivar las trampas políticas y hacer la gimnasia de un diálogo político más amplio con otras fuerzas partidarias para alcanzar mayorías, que serán siempre precarias en la Legislatura. Su porvenir como líder nacional dependerá también de su gestión concreta como gobernante de la Capital.
Ese porvenir estará condicionado también por el destino de Miguel del Sel en Santa Fe. Elecciones importantes en dos de los cuatro grandes distritos nacionales, Capital y Santa Fe, son las conquistas que le dieron a Macri el pergamino de líder político nacional. Sin embargo, la noche santafecina del penúltimo domingo no se puede repetir.
Macri estuvo más preocupado entonces por el probable triunfo de Del Sel como gobernador que por su derrota. De Sel cuenta con una ínfima minoría en el Parlamento santafecino y carece de equipos y de experiencia para conducir una provincia compleja. Del Sel lo ayudó ayer a superar los votos de la segunda vuelta de hace cuatro años. Pero ¿tendrá el artista en los próximos años la vocación y la perseverancia para construir algo más que una propuesta política para la gente enojada e insatisfecha?
Macri y Del Sel son expresiones, al mismo tiempo, de un péndulo social que comienza a moverse hacia el centro de la geografía política. El primero en descubrirlo fue Scioli, que corrió en el acto detrás del péndulo. En tres días, lo felicitó efusivamente a Del Sel; manifestó su apoyo a José Manuel de la Sota (que cultivó siempre ideas que están a la derecha del kirchnerismo); se congració con los otrora aborrecidos productores de trigo, y se fue, encima, a regodearse en medio de intrascendencia en el living de Susana Giménez. «La clase media está mirando para otro lado», suele deslizar el gobernador bonaerense.
¿Para qué lado? Scioli intuye que un importante sector social ya se cansó de tanta declamación de progresismo. Su eterna competencia con Macri nace con una desventaja: Macri no necesita cambiar para ser centrista.
En verdad, Scioli aspira a convertirse en el tercer protagonista casi exclusivo de la política si Cristina Kirchner accediera a un segundo mandato. Los otros dos protagonistas serán, sin duda, la propia presidenta y Macri. El resto de las organizaciones políticas, sobre todo el peronismo disidente del kirchnerismo y el radicalismo, entrarían, en tal caso, en un insalvable proceso de renovación.Menos votos
Cristina Kirchner se quedó ayer con menos votos en la Capital que los que consiguió su marido en 2007 con el mismo Daniel Filmus como candidato. Eso es, precisamente, lo que llevó a Macri al paraíso de la política. Macri debería tomar nota de que difícilmente le tocará otro mes como julio de 2011, pero la Presidenta debería subrayar la constatación de que existe una transformación del clima político.
«Es el clima, es cierto, pero no es la realidad», decía anoche un kirchnerista cabal. De nuevo, el kirchnerismo da vuelta la interpretación de los hechos según su ventaja circunstancial. ¿O acaso el célebre y propagado «Cristina ya ganó» no era también producto de un clima político determinado? ¿Por qué aquel clima era real y el actual debería ser ficticio? La única realidad comprobable es que los argentinos están votando con una clara libertad de opinión. La otra comprobación es que muchos encuestadores encargados de percibir esas mutaciones sociales se equivocan tanto como los políticos.