Hace 15 días, en el discurso inaugural de las sesiones ordinarias del Congreso, la presidenta Cristina Fernández de Kirchner lanzó una advertencia pública: «Dejo un país cómodo para la gente, pero incómodo para los dirigentes.» Lo repitió varias veces hacia el final de su mensaje, mientras en el interior del recinto y en la Plaza de Mayo sus seguidores estallaban en aplausos, gritos y cantos. No era para menos. La dos veces presidente de los argentinos les anunciaba la buena nueva. Cristina prometía: Hay futuro, hay continuidad. Y eso es lo que alarmó tanto a unos y alegró tanto a otros.
Que el kirchnerismo deja un país más cómodo para la gente que el que encontró en 2003 no cabe ninguna duda. Ni los opositores más obtusos se animan a negarlo. Sólo lo hacen los fanáticos. Cualquier argentino que recuerde su situación de hace diez, 12 años, sabe que aquello era el infierno político, económico y social. No sólo en términos colectivos, sino también personales. Nadie con honestidad intelectual puede decir que estaba mejor que hoy en 2001, excepto Patricia Bullrich, quizás que disfrutaba en el Ministerio de Trabajo de poder recortar el 13% del sueldo y las jubilaciones a la mayoría de los argentinos. Los demás estábamos en la lona.
«El kirchnerismo podrá seguir gobernando este país con algunas de sus variantes o en una alianza amplia, o podrá, desde la oposición, hacer un país incómodo para los que quieran hacer un país incómodo para la gente».
Es en vano, ya no tiene sentido enumerar los logros económicos, políticos y sociales del kirchnerismo porque una gran mayoría de argentinos ya se olvidó del 2001 y otra ya da por sentado los derechos conseguidos y las mejoras personales obtenidas. Y porque, como es obvio en un país de tercer orden como es la Argentina, todavía faltan muchísimas cosas para hacer y siempre es más fácil señalar lo que no se hizo, que reconocer todo lo hecho.
Es basado en este cúmulo de sensaciones que la oposición gana terreno en el discurso público con las promesas de cambio y de mejoras intangible e incomprobables frente a un kirchnerismo que se refugia en reprocharle a un gran sector de «desmemoriados» y «desagradecidos» todas las políticas públicas que favorecieron a las mayorías y, también, a las minorías.
Porque en estos últimos 12 años los sectores del trabajo y los más humildes han sido favorecidos, pero también han sido favorecidos los sectores medios e incluso los sectores económicos dominantes como los que representa la Sociedad Rural, la UIA, la AEA y los bancos. Respecto del empresariado concentrado, lo que podría decirse es que se vieron perjudicados en que sólo pudieron obtener millonarias ganancias en estos años pero no han podido continuar con sus políticas de saqueo como lo hicieron en décadas pasadas.
Es obvio por qué la presidenta dijo que deja un país más cómodo para la gente. Lo jugoso de su discurso fue la alusión a un «país incómodo para los dirigentes». Primero por una cuestión sencilla: el listón que dejó el kirchnerismo ha sido muy alto. Hoy, a 12 años de gestión ininterrumpida, el gobierno mantiene un alto nivel de acompañamiento en la población y un núcleo duro de oficialistas irredentos dispuestos a cualquier cosa para defenderlo.
Ningún otro gobierno, excepto el de Juan Domingo Perón y en menor medida el de Raúl Alfonsín, lograron mantener una cuota de apoyo popular alto hacia el final de sus mandatos. Y parafraseando al propio Perón, «no es que sus gobiernos fueran tan buenos, sino que los que vinieron después fueron peores».
Esta sombra amenaza también al próximo gobierno sea del signo que sea, incluso si pertenece al Frente para la Victoria. Porque en un país tan adepto a los liderazgos personales, la confianza política es algo que transmitir en una elección, pero no por osmosis a toda una gestión de gobierno. El próximo presidente estará obligado a demostrar qué tipo de pingo es en la cancha.
La comparación con el kirchnerismo será inevitable. Y la gran resignificación de la política que generaron tanto Néstor como Cristina hace hoy imposible lograr legitimidad para discursos que incluyan términos como «privatización», «ajuste», «racionalización del Estado», «desnacionalización de la economía», «sacrificio de los trabajadores».
¿De qué manera el próximo gobierno justifica políticas antinacionales y antipopulares después de la efectividad que lograron las políticas públicas del kirchnerismo? Si Aerolíneas, YPF, ferrocarriles hoy comienza a funcionar bien, cómo se justifica su reprivatización.
Es por esta razón que para que los poderes económicos concentrados puedan retomar sus políticas de saqueo, el kirchnerismo deba ser arrojado por la ventana del gobierno. Si esto no ocurre resulta imposible llevar adelante un plan de ajuste y de nueva distribución de negocios a favor de los poderes económicos que dominaron la escena en los últimos 60 años.
Pero hay algo más que hace incómodo el país que viene: ¿qué van a hacer con el alto nivel de movilización qué tiene el kirchnerismo? A los periodistas que acompañamos al gobierno nacional nos podrán dejar sin trabajo, podrán cerrar algunos medios, a algunos intelectuales podrán desplazar de sus cátedras, pero no podrán hacerlo con todos, pero ¿cómo van a hacer con esa inmensa corriente de opinión que inundó la Plaza de los Congresos hace 15 días? ¿Y con los movimientos políticos y sociales? ¿Cómo van a desmovilizar a la juventud? ¿Cómo van a borrar el recuerdo del kirchnerismo en millones de argentinos que se enamoraron de esa propuesta política? ¿Bombardearán mediáticamente la Plaza de Mayo? ¿Prohibirán que se pronuncien sus nombres? ¿Harán elecciones sin el kirchnerismo? ¿Llevarán a la cárcel a sus principales dirigentes?
Podrán intentarlo, es cierto. Pero cometerían un nuevo error histórico.
En su discurso, la presidenta anunció que el kirchnerismo tiene futuro y que las estrategias dependerán de las circunstancias políticas.
El kirchnerismo podrá seguir gobernando este país con algunas de sus variantes o en una alianza amplia, o podrá, desde la oposición, hacer un país incómodo para los dirigentes que quieran hacer un país incómodo para la gente. Tener una misión en la vida siempre calma la angustia de las mayorías y también de los individuos.