Sebastián Piñera
¿Qué le pasa a Sebastián Piñera? ¿Por qué no se entiende con Chile? En marzo de 2010, cuando asumió, había prometido un Gobierno de «sólo técnicos» y sin «operadores políticos» para diferenciarse de la Concertación. Pero su dream-team inicial, compuesto por graduados de universidades estadounidenses, empresarios y CEO de multinacionales exitosas, le duró apenas un año. En lo que va de 2011, el presidente chileno ya hizo dos recambios en su gabinete. En los tres últimos meses lo arrasaron las protestas estudiantiles, dos días de paro general, represión y desorden callejero. Resultado: una caída en la aprobación hasta tocar un 26%, la más baja para un presidente en 21 años de democracia.
Según el analista chileno Patricio Navia, «Piñera ganó porque la clase media se atrevió a abandonar a la Concertación y le dio un voto de confianza». Pero esa misma clase media es la que se decepcionó porque no cumplió con su promesa de colocarla en el centro de su gestión. Para Navia, Piñera se preocupó más por «mantener los grandes equilibrios (que favorecen a los sectores de mayores ingresos y profundizar los programas sociales de Bachelet (que ayudan a las personas de menos ingresos)». Y se olvidó de la franja del medio.
Ese vaciamiento de política lo llevó a esta instancia de complicada crisis política. ¿Cuál debería ser su discurso para poder liberarse de esta camisa de fuerza? «No busques un relato, un discurso», dice a Ambito Financiero un funcionario de La Moneda (casa de Gobierno), que prefiere no dar a conocer su nombre. «Así como el relato de Patricio Aylwin (1990-1994) era la vuelta a la democracia, el de Eduardo Frei (1994-2000) las obras públicas y la política exterior, el de Ricardo Lagos (2000-2006) los derechos humanos y la apertura al mundo, y el de Michelle Bachelet (2006-2010) el de la inclusión social y los subsidios, Piñera carece de discurso», enumera. Este, en campaña, prometió eficiencia, algo que hasta ahora no ha podido demostrar.
Raíz social
En los últimos noventa días, el Gobierno de la Alianza piñerista perdió tres a cero: perdió el control del orden público, la agenda política (que la marcan los estudiantes) y la popularidad. Enfrente: el reclamo de los estudiantes, que piden aranceles más bajos, realmente subsidiados por el Estado, créditos más blandos y enseñanza de mejor calidad. Está con ellos la clase media de Chile, en las marchas y con cacerolazos de protesta. Un número basta para explicar la profunda raíz social de la protesta: 7 de cada 10 estudiantes universitarios actuales pertenecen a la primera generación que tiene acceso a la universidad.
Ante esta realidad, más claro surge que el error de Piñera fue etiquetar los problemas de Chile como problemas de gestión. «Chile no puede ser administrada como una empresa, por un CEO», prosigue la fuente en La Moneda. «Sin discurso, sin conexión alguna con la gente, sin roce con la sociedad, tanto él como su gabinete, que también proviene de una élite empresarial, corren detrás de los hechos, no marcan la agenda política», añade.
Aunque tardíamente, la reacción ya empezó a delinearse. Por un lado, el presidente chileno cambió, en los últimos días, su mensaje: de centrarse en el crecimiento económico y el empleo ahora puso el foco en el combate a las desigualdades y la defensa de los consumidores. Pasó de metas numéricas a una promesa de cambio más propia de la política. Una corrección más acorde con un Gobierno de centroizquierda que con el de la derechista Alianza entre la UDI (Unión Demócrata Independiente) y RN (Renovación Nacional). La meta es recuperar el consenso y recuperar entre el 35% y el 43%. Que, según apuntan chilenos memoriosos, es el techo histórico de la derecha, logrado por el generalísimo Augusto Pinochet en el plebiscito de 1988. «Si quiere realmente lograrlo», siguen aquellos, «va a tener que sumar a la Democracia Cristiana, el partido al que perteneció su padre, porque con la pura derecha no se llega».
No encasillable
La cacería de ese voto o consenso más sesgado a la izquierda estaría ya, de alguna manera alojada en el pensamiento piñerista, que para propios y ajenos, no encasillable políticamente. Por eso es que Sebastián Piñera puede sorprender al impulsar y aprobar el proyecto para Vida en Común (para parejas hetero y homosexuales) o proponer una reforma tributaria con suba de impuestos para los más ricos.
Por eso también, sus socios de la UDI (la derecha más rancia) dicen hoy, desorientados, que «ya seremos gobierno en el futuro». Otros, como Roberto Méndez, director de la encuestadora Adimark, ante este discurso desdibujado recomiendan a Piñera que hable poco y que, de hacerlo, lo haga con un mensaje «a largo plazo, para no exponerse a la coyuntura».
Que Piñera hable -o discursee- es un problema. Como George W. Bush, el chileno es un atropellado para hablar, y ya acumuló tantos errores de concepto y de dicción, que pueden consultarse, a carcajadas, en www. piñerismos.cl. Pero quizás, el obstáculo mayor esté en la inclinación que tiene «al exitismo y optimismo forzoso», dijo el analista Ascanio Cavallo en La Tercera. Ese «está todo bien, somos los mejores» cuando todo parece andar mal lo distancia aún más de su electorado.
Por otra parte, no se puede negar que la imagen que transmite es rígida, si no pétrea. Despojado de carisma, una realidad inmodificable por ahora, hizo que sus asesores en comunicación propusieran «agregarle» dulzura al hierático Piñera. Así, en estos días, mientras el presidente convoca a la unidad y pide mesura, aparece flanqueado por su esposa, Cecilia Morel. La compañía de la primera dama en actividades presidenciales y, sobre todo, en episodios de conflictividad social, forma parte del nuevo diseño comunicacional de Piñera.
¿Medida transitoria? Quizás sea correcta la teoría de Patricio Navia, según la cual el de Piñera es el quinto Gobierno de la Concertación. Mientras entra en escena Morel, aun a la distancia y desde su cargo en Nueva York, Michelle Bachelet sigue siendo la política chilena con mejor imagen. ¿Y su mayor virtud? Su «llegada» a los chilenos a través de la dulzura. Lo que hoy busca Piñera.
¿Qué le pasa a Sebastián Piñera? ¿Por qué no se entiende con Chile? En marzo de 2010, cuando asumió, había prometido un Gobierno de «sólo técnicos» y sin «operadores políticos» para diferenciarse de la Concertación. Pero su dream-team inicial, compuesto por graduados de universidades estadounidenses, empresarios y CEO de multinacionales exitosas, le duró apenas un año. En lo que va de 2011, el presidente chileno ya hizo dos recambios en su gabinete. En los tres últimos meses lo arrasaron las protestas estudiantiles, dos días de paro general, represión y desorden callejero. Resultado: una caída en la aprobación hasta tocar un 26%, la más baja para un presidente en 21 años de democracia.
Según el analista chileno Patricio Navia, «Piñera ganó porque la clase media se atrevió a abandonar a la Concertación y le dio un voto de confianza». Pero esa misma clase media es la que se decepcionó porque no cumplió con su promesa de colocarla en el centro de su gestión. Para Navia, Piñera se preocupó más por «mantener los grandes equilibrios (que favorecen a los sectores de mayores ingresos y profundizar los programas sociales de Bachelet (que ayudan a las personas de menos ingresos)». Y se olvidó de la franja del medio.
Ese vaciamiento de política lo llevó a esta instancia de complicada crisis política. ¿Cuál debería ser su discurso para poder liberarse de esta camisa de fuerza? «No busques un relato, un discurso», dice a Ambito Financiero un funcionario de La Moneda (casa de Gobierno), que prefiere no dar a conocer su nombre. «Así como el relato de Patricio Aylwin (1990-1994) era la vuelta a la democracia, el de Eduardo Frei (1994-2000) las obras públicas y la política exterior, el de Ricardo Lagos (2000-2006) los derechos humanos y la apertura al mundo, y el de Michelle Bachelet (2006-2010) el de la inclusión social y los subsidios, Piñera carece de discurso», enumera. Este, en campaña, prometió eficiencia, algo que hasta ahora no ha podido demostrar.
Raíz social
En los últimos noventa días, el Gobierno de la Alianza piñerista perdió tres a cero: perdió el control del orden público, la agenda política (que la marcan los estudiantes) y la popularidad. Enfrente: el reclamo de los estudiantes, que piden aranceles más bajos, realmente subsidiados por el Estado, créditos más blandos y enseñanza de mejor calidad. Está con ellos la clase media de Chile, en las marchas y con cacerolazos de protesta. Un número basta para explicar la profunda raíz social de la protesta: 7 de cada 10 estudiantes universitarios actuales pertenecen a la primera generación que tiene acceso a la universidad.
Ante esta realidad, más claro surge que el error de Piñera fue etiquetar los problemas de Chile como problemas de gestión. «Chile no puede ser administrada como una empresa, por un CEO», prosigue la fuente en La Moneda. «Sin discurso, sin conexión alguna con la gente, sin roce con la sociedad, tanto él como su gabinete, que también proviene de una élite empresarial, corren detrás de los hechos, no marcan la agenda política», añade.
Aunque tardíamente, la reacción ya empezó a delinearse. Por un lado, el presidente chileno cambió, en los últimos días, su mensaje: de centrarse en el crecimiento económico y el empleo ahora puso el foco en el combate a las desigualdades y la defensa de los consumidores. Pasó de metas numéricas a una promesa de cambio más propia de la política. Una corrección más acorde con un Gobierno de centroizquierda que con el de la derechista Alianza entre la UDI (Unión Demócrata Independiente) y RN (Renovación Nacional). La meta es recuperar el consenso y recuperar entre el 35% y el 43%. Que, según apuntan chilenos memoriosos, es el techo histórico de la derecha, logrado por el generalísimo Augusto Pinochet en el plebiscito de 1988. «Si quiere realmente lograrlo», siguen aquellos, «va a tener que sumar a la Democracia Cristiana, el partido al que perteneció su padre, porque con la pura derecha no se llega».
No encasillable
La cacería de ese voto o consenso más sesgado a la izquierda estaría ya, de alguna manera alojada en el pensamiento piñerista, que para propios y ajenos, no encasillable políticamente. Por eso es que Sebastián Piñera puede sorprender al impulsar y aprobar el proyecto para Vida en Común (para parejas hetero y homosexuales) o proponer una reforma tributaria con suba de impuestos para los más ricos.
Por eso también, sus socios de la UDI (la derecha más rancia) dicen hoy, desorientados, que «ya seremos gobierno en el futuro». Otros, como Roberto Méndez, director de la encuestadora Adimark, ante este discurso desdibujado recomiendan a Piñera que hable poco y que, de hacerlo, lo haga con un mensaje «a largo plazo, para no exponerse a la coyuntura».
Que Piñera hable -o discursee- es un problema. Como George W. Bush, el chileno es un atropellado para hablar, y ya acumuló tantos errores de concepto y de dicción, que pueden consultarse, a carcajadas, en www. piñerismos.cl. Pero quizás, el obstáculo mayor esté en la inclinación que tiene «al exitismo y optimismo forzoso», dijo el analista Ascanio Cavallo en La Tercera. Ese «está todo bien, somos los mejores» cuando todo parece andar mal lo distancia aún más de su electorado.
Por otra parte, no se puede negar que la imagen que transmite es rígida, si no pétrea. Despojado de carisma, una realidad inmodificable por ahora, hizo que sus asesores en comunicación propusieran «agregarle» dulzura al hierático Piñera. Así, en estos días, mientras el presidente convoca a la unidad y pide mesura, aparece flanqueado por su esposa, Cecilia Morel. La compañía de la primera dama en actividades presidenciales y, sobre todo, en episodios de conflictividad social, forma parte del nuevo diseño comunicacional de Piñera.
¿Medida transitoria? Quizás sea correcta la teoría de Patricio Navia, según la cual el de Piñera es el quinto Gobierno de la Concertación. Mientras entra en escena Morel, aun a la distancia y desde su cargo en Nueva York, Michelle Bachelet sigue siendo la política chilena con mejor imagen. ¿Y su mayor virtud? Su «llegada» a los chilenos a través de la dulzura. Lo que hoy busca Piñera.