Un puma para Perón

Historia
¿De qué hablamos cuando hablamos de Perón? Al cumplirse cuarenta años de su muerte la pregunta se impone. Quienes habían sido sus enemigos acérrimos prefieren sólo recordar su última e inconclusa presidencia. La operación busca desterrar hasta de la memoria aquello que lo había transformado en el líder popular fundamental del siglo XX.
1953, el cuarto centenario de Santiago del Estero. La fecha es en julio pero la celebración se pospone por el aniversario de la muerte de Eva, por la congoja del presidente y de las clases populares. Hacia la “madre de ciudades” parte Perón el jueves 27 de agosto a las 11 de la mañana, sobre rieles del Ferrocarril Nacional General Mitre.
Poco ocurrió en esa provincia envidiada por sus siestas el 17 de octubre de 1945. Si el origen del peronismo, también su fuerza, está ligado al desarrollo industrial y a una clase obrera en la que se entremezclan hijos de inmigrantes con los que bajaron desde las provincias, esto no pasa en Santiago. Así y todo, el peronismo gobierna desde 1946, incluso ya ha cumplido su primer mandato Carlos Juárez. Antes de que Perón fuera quien llegó a ser, anduvo en un regimiento de la provincia, cuando ya se sospechaba que Santiago había quedado irremediablemente postergada.
El tren es todo un problema para la ciudad más vieja de la Argentina. Porque llega tarde, como efecto dañino de las guerras civiles del siglo XIX y del predominio de Tucumán. A la vez, porque abre rutas que desprecian a los viejos asentamientos y sólo persiguen quebracho y tanino. Pero ese viernes por la mañana la estación de Santiago del Estero rebalsa.
Apenas 15 años atrás la película Kilómetro 111 imaginaba esta escena: un pueblo se engalana para saludar a su gobernador que pasará en una formación. El tren no se detiene, ningún pañuelo se agita desde una ventana y con resignación algo cómica todos vuelven a sus quehaceres. Metáfora de la política infame. El 28 de agosto de 1953, después de casi 24 horas de viaje, llega el tren con el presidente. El cartel que se destaca le da la bienvenida en castellano y en quechua, “Allú Amusca”. (La Prensa)
Rodeado por cientos, Perón camina desde la estación hasta la casa de gobierno que inaugura, la misma que estuvo cercada por las llamas en 1993. Lo acompaña el ministro de salud pública, Ramón Carrillo; es santiagueño y compañero de escuela de Homero Manzi. En 1937 Manzi vuelve a Santiago para relevar la fenomenal sequía que asola a su provincia. Las osamentas son lo único que crece. En Añatuya se encuentra con Roberto Arlt que ha sido enviado como cronista. Caravanas de campesinos huyen en dirección a las ciudades. Manzi deja escrito que Arlt le dice: “Es necesario que nuestro relato sea terrible. Implacable. Amargo. Casi siniestro.” Porque Santiago es una provincia “olvidada por la oligarquía” y por “el puerto desalmado y traficante”. El fin de la larga penuria a la que la someten “habrá de ser –tal vez- el de la vida misma.” Añade Manzi que la superexplotación del obraje y la destrucción del bosque han dejado exánime al pueblo de Santiago. Alfredo Palacios, que se molesta por el tono de la denuncia de Manzi, también recorre la provincia y escribe, con empatía dudosa, sobre la “perspectiva pavorosa de innumerables pequeños argentinos tarados por las enfermedades que engendra la miseria y condenados a una existencia estéril, deleznable y dolorosa.”
A las 5 de la tarde de ese último viernes de agosto de 1953 el sol es implacable. Una multitud se apiña en la plaza central. Se cantan el himno nacional, el de Santiago y la Marcha Peronista. El presidente, en uniforme militar, dice: “Nuestra bandera no es ya de lucha, sino de tranquilidad, paz y trabajo”. Paños fríos; incluso parece no existir el atentado del 15 de abril último, las dos bombas que explotan en un acto de la CGT en la Plaza de Mayo y acaban con un puñado de vidas.
No obstante, advierte: “Nosotros a la manera santiagueña somos mansos, ´hasta que nos tiran de la cola´, pero llamados a luchar somos también bravos como lo son los humildes y los mansos.”
Por la tarde del día siguiente hay desfile. Primero militar, después obrero. De forma inmejorable lo recuerda Alen Lascano que poco después sería diputado por la UCR: “Irrumpieron en columnas interminables, con sus modestas alpargatas, sus rostros barbudos y renegridos, sus gritos al aire como en un desafío, los obreros forestales (…) Su presencia en la ciudad era insólita y amedrentadora (…) Verlos ahí cerca en su brutal realidad social, en el ulular de sus voces, en su paso campesino y torpe, era como un golpe del ramaje en pleno rostro”. Recientemente agremiados, al pasar frente a Perón lanzan “un grito ronco y fuerte” y agitan las hachas. De cada columna se desprende un trabajador para acercarle un regalo al presidente. Quienes vienen del bosque le llevan un cachorro de puma. Santiago del Estero ante la posibilidad de superar su drama: los trabajadores de los obrajes, tan explotados como el bosque mismo, se han vuelto sujeto político a través de una demostración de fuerzas que, en línea con lo que ocurre en el país, permite entrever la felicidad colectiva.
Un puma y Perón. A propósito del puma, escribía Sarmiento –hiriente como siempre pero equivocado- que era un animal cobarde; de ahí la confusión de los españoles que lo llamaron león, idéntica a los que creían que lo que estaba en curso desde 1810 era una revolución y no otra cosa de menor valor.
En 1994, con el atrevimiento que le da suponer que el peronismo está acabado, Halperin Donghi escribe: “Que el peronismo en efecto fue una revolución social, sólo pudo parecer discutible a quienes creían blasfemo dudar de que revolución social –y aún revolución- hay una sola: bajo la égida del régimen peronista todas las relaciones entre los grupos sociales se vieron súbitamente redefinidas, y para advertirlo bastaba caminar las calles o subirse a un tranvía.” La celebración del cuarto centenario de Santiago del Estero entrega el mismo testimonio.
¿Qué se lloró largamente durante los días de julio de 1974? La muerte de quién había logrado conjugar fuerzas sociales que hasta ese entonces y, más allá de sus esfuerzos, estaban desenhebradas y sometidas. El tronar que alcanzó esa revolución plagada de contradicciones aún sigue vivo. Se lloró ese recuerdo y el vaticinio de que lo más brutal de la sanción estaba próximo.

Acerca de Napule

es Antonio Cicioni, politólogo y agnotólogo, hincha de Platense y adicto en recuperación a la pizza porteña.

Ver todas las entradas de Napule →

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *