Por Natalio R. Botana
Este es un libro que, en los años venideros, será una fuente destacable para encarar la reconstrucción historiográfica de la dominación política más duradera de la Argentina contemporánea. Es, por tanto, un libro de memorias que transmite el punto de vista de un actor—Héctor Magnetto— envuelto en un conflicto que, entre otras dimensiones, desnuda la lógica interior de aquella ambiciosa experiencia. Cuatro comentarios en este sentido.
Dado el planteo de la entrevista, en la cual Marcos Novaro y Magnetto enfocan sin medias tintas la trama de preguntas y respuestas, la primera conclusión teórica que se puede extraer de este panorama belicoso es que las libertades públicas son ante todo resistencias. Se trata pues de la imagen de una historia de pocos años que muestra cómo la resistencia ante embates arbitrarios no abdica de la racionalidad. Este atributo en el combate tiene mucho que ver con la personalidad del protagonista que transmite el texto. Es cierto que Héctor Magnetto reconoce dificultades y en todo momento alude la incertidumbre que lo envolvía (los peores momentos que se registran son el del ataque a Papel Prensa y a los hijos de Ernestina Herrera de Noble), pero al menos de mi lectura surge la silueta de una personalidad en bloque, sin fisuras, a la cual nada en última instancia perturba, aun en la crítica situación de una maligna enfermedad. En otras palabras, el lector extrae de estas páginas el retrato de un hombre de poder que no claudica.
En segundo lugar, uno de los hallazgos significativos de la entrevista es la caracterización del régimen kirchnerista en su triple componente de chavismo, gobierno reeleccionista de Santa Cruz y cooptación de medios y aliados. En línea con el personalismo de la tradición peronista que impregnó esa experiencia, acaso el aspecto más atractivo de este libro resida en la puesta en escena de Néstor Kirchner como un gobernante fuerte, que en todo momento expande su poder y codicia, y para quien la ideología es instrumental. Lo que se dice en varios tramos del texto es revelador: Kirchner seduce, coopta y, si no puede alcanzar estos objetivos, destruye o intenta hacerlo: una personalidad multifacética que, al jugar en tableros simultáneos, está dispuesta a mostrar zanahorias, a proferir amenazas y, por último, a entablar la guerra. El libro penetra de este modo en la cabeza de un hombre con pretensiones de príncipe nuevo para identificar sus pasiones e intereses públicos y privados.
El momento clave de la guerra con Clarín de parte de esta apasionada concentración de poder es el conflicto con el campo. A medida que el conflicto aumentaba y se perdía por parte del gobierno, se diluían proporcionalmente las posibilidades de treguas o armisticios. Fue entonces que se hicieron más evidentes las fricciones intensas y el choque entre una ofensiva pretendidamente decisiva y una defensa basada en el convencimiento de que la audiencia del multimedio no flaquearía en ese período crítico (el contraste es interesante en relación con otros casos del periodismo latinoamericano que sí abdicaron frente a poderes hegemónicos).
Queda sin embargo pendiente una pregunta que también entra de lleno en el análisis de personalidades en pugna. Se dice en el texto que la ideología no es importante para los K. En rigor, se me ocurre que este juicio se aplicaría más a Néstor que a Cristina. A mi entender, la actuación de esta última, que duplicó el tiempo de su marido en el ejercicio de la presidencia, se acercó más a una visión ideológica, ya sea por la raigambre que tenían en su conciencia ciertas lecturas de la izquierda popular de los años sesenta y setenta o por un barniz cultural en su faz discursiva que, aparentemente, Néstor no tenía. Hubo aquí una combinación de retórica más antigua vaciada en el molde chavista —una formidable coctelera de palabras con olor a petróleo— que bien pudieron haberse transformado en creencias personales.
En tercer lugar, otro aspecto importante del texto es la exploración de las estrategias. Por un lado, la estrategia de aproximación indirecta de los K. para controlar la prensa en una primera fase, a la que sucedió la estrategia de confrontación directa en una segunda; por otro, las estrategias del Grupo Clarín de tensa coexistencia en una etapa inicial que desemboca en un trance donde no cabía más que la resistencia de cara a una andanada legislativa y judicial enmarcada por violencias y el aparato de la propaganda oficial. De este cruce se desprende una sensación de soledad y de frágil acompañamiento de la comunidad empresarial.
La circunstancia es destacable porque, como suelo apuntar a menudo, en la Argentina cunde la paradoja del éxito. En otros términos: quien tiene éxito, quien invierte, quien compite y quien avanza sobre el terreno que le es propio no es, curiosamente, bien visto. Entre nosotros, el éxito no legitima; es, al contrario, fuente de envidia o desconfianza. Los K supieron explotar la paradoja del éxito. Clarín era atacado por ser popular y porque la heterogénea opinión que representaba no era fácil de combatir como, por ejemplo, según ellos suponían, la más homogénea de La Nación (otra bête noire en el combate del kirchnerismo en procura del control de la prensa independiente). Estas son algunas de las razones que llevan a Magnetto a concebir a Clarín como un medio criticado a derecha e izquierda mientras en la Argentina siga oscilando el péndulo entre conservadurismo y populismo.
Un último comentario: en la entrevista resuenan constantemente las graves cuestiones que plantea la mutación civilizatoria por la que atraviesa el mundo de los medios de comunicación: un impacto tecnológico cuyos hallazgos se acumulan velozmente y exigen al empresario redoblar su capacidad para no caer atrapado por el vértigo de los cambios y, al mismo tiempo, responder con eficacia a tamaños desafíos. ¿Cuánto volumen de transformaciones podremos asimilar en el curso de esta revolución digital? El interrogante remite a otra lectura posible de esta entrevista porque, al paso que se dirime un conflicto político, el medio de comunicación en disputa debe afrontar los desafíos que plantea esta ecuménica revolución en las técnicas y en los lenguajes.
En un segundo plano, o a la manera de un coro que instiga el espíritu innovador del empresario para no que quedar atrás, Magnetto expresa una y otra vez estas inquietudes como si el conflicto político fuese un legado del ayer y las transformaciones en curso un reto del presente. A la pregunta de si espera ver el fin del diario de papel mientras permanezca en Clarín responde que “espero no estar”. Yo tampoco desearía estar, pero mientras tanto el periodismo con otros soportes seguirá abriendo caminos y los demagogos de turno (lo vemos en estos días de la mano de Donald Trump) seguirán hostigando, con sus luces y sombras, esta aventura de la condición humana.
Este es un libro que, en los años venideros, será una fuente destacable para encarar la reconstrucción historiográfica de la dominación política más duradera de la Argentina contemporánea. Es, por tanto, un libro de memorias que transmite el punto de vista de un actor—Héctor Magnetto— envuelto en un conflicto que, entre otras dimensiones, desnuda la lógica interior de aquella ambiciosa experiencia. Cuatro comentarios en este sentido.
Dado el planteo de la entrevista, en la cual Marcos Novaro y Magnetto enfocan sin medias tintas la trama de preguntas y respuestas, la primera conclusión teórica que se puede extraer de este panorama belicoso es que las libertades públicas son ante todo resistencias. Se trata pues de la imagen de una historia de pocos años que muestra cómo la resistencia ante embates arbitrarios no abdica de la racionalidad. Este atributo en el combate tiene mucho que ver con la personalidad del protagonista que transmite el texto. Es cierto que Héctor Magnetto reconoce dificultades y en todo momento alude la incertidumbre que lo envolvía (los peores momentos que se registran son el del ataque a Papel Prensa y a los hijos de Ernestina Herrera de Noble), pero al menos de mi lectura surge la silueta de una personalidad en bloque, sin fisuras, a la cual nada en última instancia perturba, aun en la crítica situación de una maligna enfermedad. En otras palabras, el lector extrae de estas páginas el retrato de un hombre de poder que no claudica.
En segundo lugar, uno de los hallazgos significativos de la entrevista es la caracterización del régimen kirchnerista en su triple componente de chavismo, gobierno reeleccionista de Santa Cruz y cooptación de medios y aliados. En línea con el personalismo de la tradición peronista que impregnó esa experiencia, acaso el aspecto más atractivo de este libro resida en la puesta en escena de Néstor Kirchner como un gobernante fuerte, que en todo momento expande su poder y codicia, y para quien la ideología es instrumental. Lo que se dice en varios tramos del texto es revelador: Kirchner seduce, coopta y, si no puede alcanzar estos objetivos, destruye o intenta hacerlo: una personalidad multifacética que, al jugar en tableros simultáneos, está dispuesta a mostrar zanahorias, a proferir amenazas y, por último, a entablar la guerra. El libro penetra de este modo en la cabeza de un hombre con pretensiones de príncipe nuevo para identificar sus pasiones e intereses públicos y privados.
El momento clave de la guerra con Clarín de parte de esta apasionada concentración de poder es el conflicto con el campo. A medida que el conflicto aumentaba y se perdía por parte del gobierno, se diluían proporcionalmente las posibilidades de treguas o armisticios. Fue entonces que se hicieron más evidentes las fricciones intensas y el choque entre una ofensiva pretendidamente decisiva y una defensa basada en el convencimiento de que la audiencia del multimedio no flaquearía en ese período crítico (el contraste es interesante en relación con otros casos del periodismo latinoamericano que sí abdicaron frente a poderes hegemónicos).
Queda sin embargo pendiente una pregunta que también entra de lleno en el análisis de personalidades en pugna. Se dice en el texto que la ideología no es importante para los K. En rigor, se me ocurre que este juicio se aplicaría más a Néstor que a Cristina. A mi entender, la actuación de esta última, que duplicó el tiempo de su marido en el ejercicio de la presidencia, se acercó más a una visión ideológica, ya sea por la raigambre que tenían en su conciencia ciertas lecturas de la izquierda popular de los años sesenta y setenta o por un barniz cultural en su faz discursiva que, aparentemente, Néstor no tenía. Hubo aquí una combinación de retórica más antigua vaciada en el molde chavista —una formidable coctelera de palabras con olor a petróleo— que bien pudieron haberse transformado en creencias personales.
En tercer lugar, otro aspecto importante del texto es la exploración de las estrategias. Por un lado, la estrategia de aproximación indirecta de los K. para controlar la prensa en una primera fase, a la que sucedió la estrategia de confrontación directa en una segunda; por otro, las estrategias del Grupo Clarín de tensa coexistencia en una etapa inicial que desemboca en un trance donde no cabía más que la resistencia de cara a una andanada legislativa y judicial enmarcada por violencias y el aparato de la propaganda oficial. De este cruce se desprende una sensación de soledad y de frágil acompañamiento de la comunidad empresarial.
La circunstancia es destacable porque, como suelo apuntar a menudo, en la Argentina cunde la paradoja del éxito. En otros términos: quien tiene éxito, quien invierte, quien compite y quien avanza sobre el terreno que le es propio no es, curiosamente, bien visto. Entre nosotros, el éxito no legitima; es, al contrario, fuente de envidia o desconfianza. Los K supieron explotar la paradoja del éxito. Clarín era atacado por ser popular y porque la heterogénea opinión que representaba no era fácil de combatir como, por ejemplo, según ellos suponían, la más homogénea de La Nación (otra bête noire en el combate del kirchnerismo en procura del control de la prensa independiente). Estas son algunas de las razones que llevan a Magnetto a concebir a Clarín como un medio criticado a derecha e izquierda mientras en la Argentina siga oscilando el péndulo entre conservadurismo y populismo.
Un último comentario: en la entrevista resuenan constantemente las graves cuestiones que plantea la mutación civilizatoria por la que atraviesa el mundo de los medios de comunicación: un impacto tecnológico cuyos hallazgos se acumulan velozmente y exigen al empresario redoblar su capacidad para no caer atrapado por el vértigo de los cambios y, al mismo tiempo, responder con eficacia a tamaños desafíos. ¿Cuánto volumen de transformaciones podremos asimilar en el curso de esta revolución digital? El interrogante remite a otra lectura posible de esta entrevista porque, al paso que se dirime un conflicto político, el medio de comunicación en disputa debe afrontar los desafíos que plantea esta ecuménica revolución en las técnicas y en los lenguajes.
En un segundo plano, o a la manera de un coro que instiga el espíritu innovador del empresario para no que quedar atrás, Magnetto expresa una y otra vez estas inquietudes como si el conflicto político fuese un legado del ayer y las transformaciones en curso un reto del presente. A la pregunta de si espera ver el fin del diario de papel mientras permanezca en Clarín responde que “espero no estar”. Yo tampoco desearía estar, pero mientras tanto el periodismo con otros soportes seguirá abriendo caminos y los demagogos de turno (lo vemos en estos días de la mano de Donald Trump) seguirán hostigando, con sus luces y sombras, esta aventura de la condición humana.