El resultado es inusual en el encrespado esquema político y parlamentario. El trayecto que precedió al paseo de ayer es instructivo: hubo aciertos de la oposición, también del oficialismo (mezclados con un par de fallas criticables). Y todo se rigió por una legalidad superadora, establecida por el kirchnerismo.
La indignación es la regla de oro de los análisis políticos dominantes. Y las denuncias contra un chavismo extendido, uno de sus más obvios comunes denominadores. Lo sucedido refuta, claro que parcialmente, los simplismos: este caso tiene aristas interesantes, elogiables, que justifican un subrayado. Eso no significa que no hayan mediado errores o personajes que no dieron en la tecla. Sí expresa, apenas y nada menos, que las instituciones y la mayoría de los actores funcionaron razonablemente en esta ocasión. Es poco glamoroso señalarlo, esta columna asume exponerse a ese reproche tan de moda, entre medios y formadores de opinión VIP.El comienzo del recorrido fue la renuncia del anterior procurador, Esteban Righi, inducida de modo injusto y desmedido por el primer nivel del Gobierno. Esa demasía fue su primer error. El segundo fue postular a Daniel Reposo, un aspirante que no daba la talla. Su currículum académico frisa con lo inexistente, el modo en que presentó sus antecedentes fue capcioso. Expuesto a la audiencia pública se encaminó solito al bochazo, dejando desairados a los senadores del Frente para la Victoria (FpV) que se colgaron con garra del travesaño como un equipo de Primera C que defiende su valla contra un Barcelona inspirado. No pudieron, más vale, evitar la goleada.
Los opositores estables, con la UCR y los peronistas federales a la cabeza, encontraron desde el vamos un filón que explotaron con astucia. Acudieron, como es su regla, a los medios dominantes. La diferencia respecto del canon es que esta vez esgrimían un argumento sólido.
Para lograr el acuerdo son necesarios dos tercios de los votos de los senadores presentes. El FpV estaba compelido a ampliar sus fronteras, a conquistar voluntades de legisladores de otro palo o de aquellos que le son afines pero no están alineados de modo incondicional. Era una causa perdida, acaso de antemano. Lo cierto es que la visibilidad impuesta por las reglas fue fatal para las perspectivas de Reposo. En el camino legislativo, senadores cercanos al oficialismo, como la justicialista santafesina Roxana Latorre o el monobloquista porteño Samuel Cabanchik, se fueron apartando porque el efecto demostración era endiablado.
La oposición, entonces, acumuló fuerzas. Sumó voluntades y forzó el retiro del pliego. Supo unificarse, una destreza que no ha sido su fuerte.
En el segundo tramo, ante una candidata con dotes y discurso sólidos, la opo adoptó una conducta bien distinta a la que puso en práctica desde 2008 a 2011. Dejó a un lado el obstruccionismo como método, eligió ser constructiva y ayudar a la gobernabilidad. Muy diversa había sido su praxis cuando se negó a aprobar el Presupuesto nacional enviado por el Ejecutivo o cuando se retiró del recinto para vaciar la aprobación de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual.
Habrá quien malicie que eso sucedió porque escarmentaron como consecuencia de sus traspiés electorales. Si así fuera, sería una virtud. Puede, incluso, acentuarse la suspicacia y aducir que los adversarios del Gobierno quisieron probar, aun sobreactuar, que son más dialoguistas y constructivos que el kirchnerismo. También sería digno de encomio, comparado con los tiempos cercanos en que jugaban a prepear, a obstruir como costumbre, a ponerse por reflejo en la vereda de enfrente, a exacerbar el prejuicio anti K, sin tomar en cuenta qué se está debatiendo.
La Casa Rosada mejoró la oferta sensiblemente cuando enrocó a Gils Carbó al lugar de Reposo. No sólo porque la procuradora flamante es más lucida y capacitada, también porque tiene pensamiento propio. Lo demostró en función de fiscal cuando enfrentó a los abogados de Clarín y Techint, en momentos en que el Gobierno no estaba de punta contra esos grupos, por decirlo con delicadeza.
En aquel entonces, la Cámara Comercial convocó a un plenario (unificación de jurisprudencia de todas las Salas) para destituir a la fiscal, por el pecado capital de cumplir con digna fiereza su misión. Reunirse en plenario para atacar a una funcionaria es más que una rareza: una irregularidad. El diario La Nación, cuya coherencia de más de un siglo es imbatible, se animó a plegarse a la infausta conducta de los camaristas. En un editorial de su sello, bregó contra el acuerdo parlamentario. Quedó en manifiesta soledad, no fungió de vanguardia de la dirigencia política, otra diferencia con circunstancias cercanas.
El contexto normativo establecido por el kirchnerismo es un decreto que estipula la publicidad de los antecedentes, declaraciones juradas, un lapso amplio abierto a los ciudadanos y estamentos de la sociedad civil para fundar aprobaciones o rechazos. Más la audiencia pública ya mentada. El régimen es novedoso, similar al fijado para nombrar a integrantes de la Corte. Hay, pues, visibilidad, debate colectivo, una exposición de la persona aspirante. Avances institucionales, pues, de esos que se niegan de pálpito al actual oficialismo.
Cuando ese razonamiento claudica ante la potencia de los hechos, la Vulgata republicana apela a la interpretación psicológica. Alegan que el kirchnerismo produjo medidas valorables, pero que lo movieron intenciones desviadas. Que sus pretensos aciertos son, en rigor, torpezas de un aprendiz de brujo. Querían otra cosa, por ejemplo, una Corte Suprema sumisa y les salió el tiro por la culata.
El psicologismo berreta fracasa en varios frentes. En este caso, hay uno evidente: un decreto que ya no gusta es derogable con el sencillo recurso de dictar otro en contrario. La presidenta Cristina Fernández de Kirchner no es lerda para decidir ni remisa para legislar: si no obró de esa forma, es porque quiso mantener el acertado régimen que su fuerza creó.
Otro aspecto vulnerable del psicologismo es, pongámosle, más esencial. La intención íntima del gestor de cualquier obra humana es menos precisa y contundente que la obra misma. Alejandro Dolina pregona que la mayoría de las acciones de los hombres tienen como objetivo levantar mujeres. El dinero o la supervivencia, añade este cronista, podría ser otro motivo. Sin embargo, las obras (digamos como ejemplo la teoría de la relatividad, el teorema de Pitágoras, el cuadro Las Meninas, el libro El Aleph, el Obelisco) tienen su peso específico que trasciende la supuesta intención originaria. Sin contar que mucho psicoanálisis de pacotilla explica más sobre la mente de los pretendidos analistas que sobre el supuesto paciente.
El método de elección es auspicioso. Los resultados obtenidos por Gils Carbó versus Reposo ante un mismo escenario lo probaron por partida doble, en el mundo tangible, observable, accesible a los sentidos de las personas de a pie.
Atajarse es forzoso en el clima polémico actual. El cronista explica lo evidente: no cree que las instituciones locales sean un violín afinado. Advierte mucha laxitud en cumplir las reglas, en la esfera pública y la privada, en todo el espectro político.
Pero es edificante ver que no todo es fracaso y vulneración.
La Argentina, se repite el cronista, no es la Familia Ingalls ni la de Heidi. Si lo apuran, el autor de estas líneas sospecha que esos colectivos no han de ser tan perfectos como parecen. Y que lo serían menos si estuvieran sujetos por dentro a la constante exposición pública, a la vigilancia de la prensa, a la crítica hostil de adversarios. O si todos sus integrantes tuvieran siempre a mano el Facebook, el Twitter o si se sometieran al escrutinio de las redes sociales.
Pero la pretensión de la presente columna no es la de definir (menos propugnar) un Cambalache universal. Ni la de igualar hacia abajo. Apenas dar cuenta de un episodio que contradice el sentido común cutre, que hace demasiada escuela en tantos teclados, en tantos micrófonos, en tantos emisores en programas de cable.
Esta vuelta, el resultado trasunta el buen juego, como pasó con la Selección Nacional ayer. No se validan conductas que van en otro rumbo. Ni se propaga un optimismo futuro absoluto. El porvenir, como siempre, dependerá de lo que hagan los protagonistas en sus respectivos campos de juego.
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