Como una cantante, Paglieri adoctrinó a militantes desde el escenario del Torcuato Tasso. Foto: LA NACION / Carlos Manzoni
«Hoy está con nosotros la que fuera interventora en el Indec y actual secretaria de Comercio Exterior, ¡la compañera Beatriz Paglieri!»
El tono militante de Martín García, ex director de la agencia Télam, para presentar a la mano derecha del secretario de Comercio, Guillermo Moreno, no podía ser más oportuno: unos 100 seguidores de la agrupación ultrakirchnerista Oesterheld se habían reunido allí, en el Centro Cultural Torcuato Tasso, de San Telmo, para escuchar y aplaudir a la que se ha convertido en símbolo de funcionaria comprometida con la causa.
El problema fue que, cuando estaban a punto de estallar los aplausos por la presentación, Paglieri corrigió a García, con el mismo tono con que días atrás retó a empresarios en una reunión pública. «Miren el mal que hacen los medios que hasta los nuestros se confunden. ¡Nunca fui interventora, porque el Indec nunca fue intervenido!»
Así, con acento firme de raíz moreniana, comenzó la exposición de Paglieri, en la que pudo adoctrinar a sus anchas a militantes reunidos en un ciclo que los organizadores bautizaron «la Mesa de los Sueños de los Compañeros de Utopías de la Agrupación Oesterheld (que tiene entre sus fundadores a García). Puntual, a las 21, Paglieri ya estaba en su mesa, junto con el director del Indec, Norberto Itzcovich.
Antes de la comida, la funcionaria saludó mesa por mesa a los concurrentes, siempre seguida de cerca por una filmadora. Según contó Ramón, un «peronista de la primera hora», luego se hacen miles de copias que envían a los «compañeros» que están en el extranjero. El salón está empapelado para la ocasión, con afiches alusivos. «Son todos compañeros desaparecidos o muertos», se emociona Ramón. La imagen de un joven Hugo Chávez, que no es ni una cosa ni la otra, lo desmiente desde la pared.
Una vez subida al escenario, Paglieri recordó una anécdota de su paso por Africa. En plena feria comercial en Angola, un empresario se acercó exaltado y le comentó: «¿Sabe qué? Es probable que un día le haga un monumento a Moreno, porque antes yo sólo importaba, y ahora él me enseñó a exportar?». Un militante de Merlo susurró al oído del que estaba a su lado: «Ya que estamos, sería bueno que también le enseñara a competir».
Sentada sobre un banco alto y frente al micrófono, como una «cantautora de la política», la secretaria pintó una semblanza de lo que significó la misión a Angola y de lo importante que es para el país la salud del superávit comercial. A esas alturas, sus seguidores ya habían degustado empanadas de carne y ravioles, todo bien regado con vino tinto El Justicialista.
Paglieri reconoció que la Argentina tiene un déficit comercial que hay que revertir y que por eso se encararon acciones, como la de Angola, a la que le seguirán otras en Azerbaiján y Vietnam. «Uno puede tener importaciones récord, como las que tenemos hoy, cuando está en un proceso de desarrollo -aleccionó-. Pero ahora debemos reducirlas porque necesitamos dólares.» Por si no había quedado claro, remató: «Vamos a tener un semestre difícil, pero nos estamos curando en salud».
En la «platea», los militantes se impacientaban. «Angola, Angola. ¡Que cuente!», pedían. Paglieri les dio el gusto con algunas anécdotas, pero cuando le preguntaron qué volumen de negocios se había concretado, dijo que recién en un año podrá tener ese dato. «Llevan la revolución en el cuerpo», fue uno de sus latiguillos. «Todo allá es muy «en efectivo»», acotó, luego de referir que un angoleño había sacado del bolsillo todo el dinero para pagar un vehículo Yamaha.
Luego dedicó buena parte de su speech a explicar que se está trabajando para bajar el déficit comercial de US$ 4000 millones con Brasil. «Tenemos que armar una agenda común con nuestros vecinos, pero al final de cuentas esto es por guita», dijo. «Al fin y al cabo, somos el cliente en este caso, y el cliente siempre tiene razón», argumentó. Un comensal adujo que los brasileños tienen un régimen impositivo mejor y por eso son más competitivos. «Eso no es así», lo interrumpió, tajante.
Para cuando bajó del escenario, rodeada de pósteres de Evita y Néstor Kirchner y globos con la frase «Clarín miente», las manzanas asadas ya esperaban en las mesas. Itzcovich apenas había probado un bocado, cuando García interrumpió: «Hoy es la reunión 500 y vamos a festejar cantando la «marchita»». Al grito de «¡Viva Perón!», se empezó a entonar. De pie y con los dedos en V, Paglieri y compañía se extasiaron al llegar al «Perón, Perón, qué grande sos…». Más pendiente de la manzana que de afinar, Itzcovich siguió sentado, apenas balbuceando.
La noche se cerró con café en vasos de telgopor y las chacareras de Micaela Farías Gómez, la hija del Chango, que animó a algunas militantes a mover el esqueleto. El último acorde de «Pelusita de totora» marcó el final de fiesta. Paglieri se levantó, saludó y se fue. En la puerta, algo la retrasó: con el número 397, alguien de su grupo ganó el sorteo de un vino El Justicialista. Una vez en la vereda, frente al parque Lezama y lejos de las miradas, un rayo de inseguridad la atravesó. «Ay, ¿habré redondeado todo bien?», suspiró. «Estuviste muy clara, muy didáctica», la tranquilizó Itzcovich.
«El mensaje que quiero dejarles hoy, ante todo lo que se habla, es que en la Argentina no hay nada que se esté cerrando»
«Estamos recibiendo ataques de los países tradicionalmente desarrollados, que son los que ahora están en crisis».
«Hoy está con nosotros la que fuera interventora en el Indec y actual secretaria de Comercio Exterior, ¡la compañera Beatriz Paglieri!»
El tono militante de Martín García, ex director de la agencia Télam, para presentar a la mano derecha del secretario de Comercio, Guillermo Moreno, no podía ser más oportuno: unos 100 seguidores de la agrupación ultrakirchnerista Oesterheld se habían reunido allí, en el Centro Cultural Torcuato Tasso, de San Telmo, para escuchar y aplaudir a la que se ha convertido en símbolo de funcionaria comprometida con la causa.
El problema fue que, cuando estaban a punto de estallar los aplausos por la presentación, Paglieri corrigió a García, con el mismo tono con que días atrás retó a empresarios en una reunión pública. «Miren el mal que hacen los medios que hasta los nuestros se confunden. ¡Nunca fui interventora, porque el Indec nunca fue intervenido!»
Así, con acento firme de raíz moreniana, comenzó la exposición de Paglieri, en la que pudo adoctrinar a sus anchas a militantes reunidos en un ciclo que los organizadores bautizaron «la Mesa de los Sueños de los Compañeros de Utopías de la Agrupación Oesterheld (que tiene entre sus fundadores a García). Puntual, a las 21, Paglieri ya estaba en su mesa, junto con el director del Indec, Norberto Itzcovich.
Antes de la comida, la funcionaria saludó mesa por mesa a los concurrentes, siempre seguida de cerca por una filmadora. Según contó Ramón, un «peronista de la primera hora», luego se hacen miles de copias que envían a los «compañeros» que están en el extranjero. El salón está empapelado para la ocasión, con afiches alusivos. «Son todos compañeros desaparecidos o muertos», se emociona Ramón. La imagen de un joven Hugo Chávez, que no es ni una cosa ni la otra, lo desmiente desde la pared.
Una vez subida al escenario, Paglieri recordó una anécdota de su paso por Africa. En plena feria comercial en Angola, un empresario se acercó exaltado y le comentó: «¿Sabe qué? Es probable que un día le haga un monumento a Moreno, porque antes yo sólo importaba, y ahora él me enseñó a exportar?». Un militante de Merlo susurró al oído del que estaba a su lado: «Ya que estamos, sería bueno que también le enseñara a competir».
Sentada sobre un banco alto y frente al micrófono, como una «cantautora de la política», la secretaria pintó una semblanza de lo que significó la misión a Angola y de lo importante que es para el país la salud del superávit comercial. A esas alturas, sus seguidores ya habían degustado empanadas de carne y ravioles, todo bien regado con vino tinto El Justicialista.
Paglieri reconoció que la Argentina tiene un déficit comercial que hay que revertir y que por eso se encararon acciones, como la de Angola, a la que le seguirán otras en Azerbaiján y Vietnam. «Uno puede tener importaciones récord, como las que tenemos hoy, cuando está en un proceso de desarrollo -aleccionó-. Pero ahora debemos reducirlas porque necesitamos dólares.» Por si no había quedado claro, remató: «Vamos a tener un semestre difícil, pero nos estamos curando en salud».
En la «platea», los militantes se impacientaban. «Angola, Angola. ¡Que cuente!», pedían. Paglieri les dio el gusto con algunas anécdotas, pero cuando le preguntaron qué volumen de negocios se había concretado, dijo que recién en un año podrá tener ese dato. «Llevan la revolución en el cuerpo», fue uno de sus latiguillos. «Todo allá es muy «en efectivo»», acotó, luego de referir que un angoleño había sacado del bolsillo todo el dinero para pagar un vehículo Yamaha.
Luego dedicó buena parte de su speech a explicar que se está trabajando para bajar el déficit comercial de US$ 4000 millones con Brasil. «Tenemos que armar una agenda común con nuestros vecinos, pero al final de cuentas esto es por guita», dijo. «Al fin y al cabo, somos el cliente en este caso, y el cliente siempre tiene razón», argumentó. Un comensal adujo que los brasileños tienen un régimen impositivo mejor y por eso son más competitivos. «Eso no es así», lo interrumpió, tajante.
Para cuando bajó del escenario, rodeada de pósteres de Evita y Néstor Kirchner y globos con la frase «Clarín miente», las manzanas asadas ya esperaban en las mesas. Itzcovich apenas había probado un bocado, cuando García interrumpió: «Hoy es la reunión 500 y vamos a festejar cantando la «marchita»». Al grito de «¡Viva Perón!», se empezó a entonar. De pie y con los dedos en V, Paglieri y compañía se extasiaron al llegar al «Perón, Perón, qué grande sos…». Más pendiente de la manzana que de afinar, Itzcovich siguió sentado, apenas balbuceando.
La noche se cerró con café en vasos de telgopor y las chacareras de Micaela Farías Gómez, la hija del Chango, que animó a algunas militantes a mover el esqueleto. El último acorde de «Pelusita de totora» marcó el final de fiesta. Paglieri se levantó, saludó y se fue. En la puerta, algo la retrasó: con el número 397, alguien de su grupo ganó el sorteo de un vino El Justicialista. Una vez en la vereda, frente al parque Lezama y lejos de las miradas, un rayo de inseguridad la atravesó. «Ay, ¿habré redondeado todo bien?», suspiró. «Estuviste muy clara, muy didáctica», la tranquilizó Itzcovich.
«El mensaje que quiero dejarles hoy, ante todo lo que se habla, es que en la Argentina no hay nada que se esté cerrando»
«Estamos recibiendo ataques de los países tradicionalmente desarrollados, que son los que ahora están en crisis».