Habrá que aceptar la idea de que la recuperación de la economía será suave y que no viviremos un rebote acalorado. Las principales variables dan cuenta de una tibia reanimación, que se siente poco en la calle y por ende, resulta un tanto decepcionante.
No obstante, el objetivo de lograr un crecimiento sostenido, que se mantenga en el largo plazo y que ubique a la Argentina en el grupo de países normales, previsibles y atractivos es el más saludable. “Me interesa el futuro porque es el lugar donde voy a pasar el resto de mi vida”, dijo Woody Allen. Y es a un futuro de desarrollo que debe apuntar nuestro país.
En este contexto, la pregunta que se repite es ¿cómo sigue la película? La buena noticia es que, si se hacen bien los deberes tenemos chances de ir hacia una recuperación moderada pero sostenible.
Lo cierto es que el gobierno empezó a ordenar gradualmente una macroeconomía muy desbalanceada pero la tarea aún no concluyó. Habrá que seguir haciendo ajustes macro en los próximos años que inhibirán una recuperación vigorosa: se deberá continuar con el ajuste de tarifas de servicios públicos, bajar el déficit fiscal encorsetando al gasto y aplicando un programa antiinflacionario, con tasas de interés altas que impactan en la actividad y controlando la emisión.
Otro ángulo a tener en cuenta es que se eligió como motores de crecimiento la inversión y las mejoras de productividad que, por su propia naturaleza, son procesos cuyos resultados tardan en llegar. A ello se suman las dudas que persisten en el proceso inversor sobre la estabilidad de las reglas de juego, la consistencia del programa económico y su convivencia con el proceso político. Estas inquietudes demoran las inversiones y hace más lenta la llegada de nuevos proyectos.
El escenario internacional tampoco va a ayudar como en el pasado. El crecimiento del PBI y del comercio mundial (que recientemente exhibió mejoras en el margen) sigue siendo poco dinámico, se acabaron los tiempos de los súper precios de los commodities, y la incertidumbre es el denominador común de los principales protagonistas del tablero global.
La asunción de Trump, la FED que aumenta las tasas y encarece el financiamiento, las inquietudes por el Brexit y la economía europea y sobre todo, Brasil, nuestro principal socio, que deja de caer pero que también demora en recuperar (se estima que el crecimiento para este año será del 0,5%) enredado en una crisis política y judicial que no logra encontrar su cauce.
Otro punto a favor es que Argentina ha decidido integrarse al mundo para reactivar su comercio internacional. En este sentido, 2016 ha dado algunos resultados positivos. Las cantidades exportadas han aumentado 6,6% y las importaciones lo hicieron en 3,8% exhibiendo una mejora (a un pese a la recesión) en un marco de normalización desde niveles muy bajo desde la apertura del cepo y la eliminación de las restricciones al comercio. En otras palabras, la tendencia de crecimiento de las importaciones que se observa actualmente es parte del proceso de “normalización”.
Por ahora no puede hablarse de ola importadora, sino de recuperación desde niveles bajos. De todos modos, no habrá que perder de vista el desafío que implica conciliar la apertura economía con la protección del empleo y las necesidades de adaptación de los sectores.
En síntesis, aunque la reactivación está rezagada, se prevé que la economía dé signos de una mejora más firme a partir del segundo trimestre, una vez que estén firmadas las paritarias, apuntalando el poder adquisitivo del salario y con ello, motorizando el consumo.
El impacto positivo del agro (con la cosecha gruesa) se sentirá sobre todo en el interior a lo que se sumaría una obra pública que comienza a dar signos más contundentes de haberse puesto en marcha. Es en este contexto que estimamos un crecimiento del orden del 3 por ciento para este año.
La clave para que la economía siga creciendo a ese ritmo más allá de 2017 y en forma sostenida pasará por seguir avanzando en la agenda de reformas estructurales pendiente (obras fundamentales en infraestructura, mejora de la competitividad sistémica, reducción de la presión tributaria, desarrollo del sistema financiero y el mercado de capitales), sin repetir los errores del pasado.
Para ello, el sistema político en su conjunto –y no sólo el partido de gobierno– deberá contribuir a crear un clima adecuado para que la Argentina vigorice su inversión y su empleo, que son las llaves para lograr el crecimiento sostenido y la inclusión social.
Si eso no se logra, las condiciones resultantes van a ser críticas en los años venideros. No hay que ser un gurú de la economía o la política para hacer este pronóstico. Basta con leer la cifra del INDEC que indica que un 34.8% de los chicos de hasta 14 años son extremadamente pobres. Y ese no es el futuro en el que queremos pasar el resto de nuestras vidas.
No obstante, el objetivo de lograr un crecimiento sostenido, que se mantenga en el largo plazo y que ubique a la Argentina en el grupo de países normales, previsibles y atractivos es el más saludable. “Me interesa el futuro porque es el lugar donde voy a pasar el resto de mi vida”, dijo Woody Allen. Y es a un futuro de desarrollo que debe apuntar nuestro país.
En este contexto, la pregunta que se repite es ¿cómo sigue la película? La buena noticia es que, si se hacen bien los deberes tenemos chances de ir hacia una recuperación moderada pero sostenible.
Lo cierto es que el gobierno empezó a ordenar gradualmente una macroeconomía muy desbalanceada pero la tarea aún no concluyó. Habrá que seguir haciendo ajustes macro en los próximos años que inhibirán una recuperación vigorosa: se deberá continuar con el ajuste de tarifas de servicios públicos, bajar el déficit fiscal encorsetando al gasto y aplicando un programa antiinflacionario, con tasas de interés altas que impactan en la actividad y controlando la emisión.
Otro ángulo a tener en cuenta es que se eligió como motores de crecimiento la inversión y las mejoras de productividad que, por su propia naturaleza, son procesos cuyos resultados tardan en llegar. A ello se suman las dudas que persisten en el proceso inversor sobre la estabilidad de las reglas de juego, la consistencia del programa económico y su convivencia con el proceso político. Estas inquietudes demoran las inversiones y hace más lenta la llegada de nuevos proyectos.
El escenario internacional tampoco va a ayudar como en el pasado. El crecimiento del PBI y del comercio mundial (que recientemente exhibió mejoras en el margen) sigue siendo poco dinámico, se acabaron los tiempos de los súper precios de los commodities, y la incertidumbre es el denominador común de los principales protagonistas del tablero global.
La asunción de Trump, la FED que aumenta las tasas y encarece el financiamiento, las inquietudes por el Brexit y la economía europea y sobre todo, Brasil, nuestro principal socio, que deja de caer pero que también demora en recuperar (se estima que el crecimiento para este año será del 0,5%) enredado en una crisis política y judicial que no logra encontrar su cauce.
Otro punto a favor es que Argentina ha decidido integrarse al mundo para reactivar su comercio internacional. En este sentido, 2016 ha dado algunos resultados positivos. Las cantidades exportadas han aumentado 6,6% y las importaciones lo hicieron en 3,8% exhibiendo una mejora (a un pese a la recesión) en un marco de normalización desde niveles muy bajo desde la apertura del cepo y la eliminación de las restricciones al comercio. En otras palabras, la tendencia de crecimiento de las importaciones que se observa actualmente es parte del proceso de “normalización”.
Por ahora no puede hablarse de ola importadora, sino de recuperación desde niveles bajos. De todos modos, no habrá que perder de vista el desafío que implica conciliar la apertura economía con la protección del empleo y las necesidades de adaptación de los sectores.
En síntesis, aunque la reactivación está rezagada, se prevé que la economía dé signos de una mejora más firme a partir del segundo trimestre, una vez que estén firmadas las paritarias, apuntalando el poder adquisitivo del salario y con ello, motorizando el consumo.
El impacto positivo del agro (con la cosecha gruesa) se sentirá sobre todo en el interior a lo que se sumaría una obra pública que comienza a dar signos más contundentes de haberse puesto en marcha. Es en este contexto que estimamos un crecimiento del orden del 3 por ciento para este año.
La clave para que la economía siga creciendo a ese ritmo más allá de 2017 y en forma sostenida pasará por seguir avanzando en la agenda de reformas estructurales pendiente (obras fundamentales en infraestructura, mejora de la competitividad sistémica, reducción de la presión tributaria, desarrollo del sistema financiero y el mercado de capitales), sin repetir los errores del pasado.
Para ello, el sistema político en su conjunto –y no sólo el partido de gobierno– deberá contribuir a crear un clima adecuado para que la Argentina vigorice su inversión y su empleo, que son las llaves para lograr el crecimiento sostenido y la inclusión social.
Si eso no se logra, las condiciones resultantes van a ser críticas en los años venideros. No hay que ser un gurú de la economía o la política para hacer este pronóstico. Basta con leer la cifra del INDEC que indica que un 34.8% de los chicos de hasta 14 años son extremadamente pobres. Y ese no es el futuro en el que queremos pasar el resto de nuestras vidas.