No era ningún improvisado. Héctor López sabía muy bien lo que hacía, los años como jefe de calle de la comisaría de Munro lo habían especializado en el arte de la «juntada», como llaman los policías a la recaudación ilegal que realizan los laderos del comisario de turno. Para lograrlo, según consignó Tiempo Argentino, les entregaba su tarjeta personal a los comerciantes de la zona ofreciendo seguridad a cambio de una cuota mensual, siguiendo la tradición del impuesto paralelo que la Bonaerense cobra en distintas jurisdicciones para mantener su estructura de poder.
Pero no sólo de los comerciantes se aprovechaba «La Vaca», como es conocido en esa zona. «La prote» se extendía a los dealers de cocaína, a los que dejaba trabajar hasta que los entregaba para contribuir a las estadísticas que pedían desde La Plata los altos mandos. También se dedicaba a perseguir a ladrones, no para detenerlos sino para cobrarles la libertad. Y si los hampones no arreglaban las cuentas con él, se encargaba de visitar fiscales de otras jurisdicciones para entregarlos. Amo y señor de las calles de Munro, si perseguía el delito era para regularlo.
El caso también revela la connivencia entre distintos estamentos policiales. Porque mientras el teléfono de López estaba intervenido, otros policías, que tenían que investigarlo le avisaban para que se cuidara.
Su poder territorial también se extendía a otras localidades de zona norte. En el ámbito judicial hay sospechas que La Vaca integraba una banda de policías que extorsionaba a los dealers de varias villas a cambio de no iniciar una investigación. Las dudas están bien fundamentadas, varios testimonios indican que el capitán López caminaba la calle de la mano de un grupo de oficiales que trabajaron en la Dirección Departamental de Investigaciones de Vicente López y hoy cumple servicio en otras localidades. «El socio de López es ‘El Siberiano’, un policía que tiene los ojos claros. Los dos –contó un viejo conocido de La Vaca– apretaban a los pibes que andaban robando y regulaban la venta de droga en distintos barrios, como la Villa Melo.»
Meses atrás, el destino hizo que las vinculaciones de López con el delito quedasen al descubierto con la Causa N° 911, el mismo número que eligieron las autoridades políticas para denunciar delitos desde el anonimato. Esta es una de las trampas preferidas por los servicios de calle para deshacerse de enemigos o fraguar un procedimiento por drogas. Sólo que en este caso, la coincidencia arrastró a prisión a La Vaca, cuya estrella comenzó a apagarse cuando a la fiscalía de drogas de Vicente López llegó el dato que en el pool de Baigorria, entre Vélez Sarfield y Marconi, frente a la estación de trenes de Munro, vendían cocaína de buena calidad.
En ese pool no sólo se podía conseguir algunos gramos de cocaína, también se ejercía la prostitución y hasta se «reducían» botines de robos. El comercio era manejado por Ricardo Federico Álvarez, apodado «El Pato Fillol» por su parecido al primer arquero argentino que se colgó la medalla de campeón mundial. Junto a él trabajaban el peruano Piero Salvatori, Alvarado Díaz y Javier Horacio Elías. Los tres se encargaban de mantener satisfecho el vicio de los clientes, que podían disfrutar de los buenos momentos sin temor a ser molestados por la policía. Pero cuando el fiscal John Broyard comenzó a investigar a los regentes del pool y pidió la intervención de los teléfonos de los sospechosos por parte de la oficina de Observaciones Judiciales de la Secretaría de Inteligencia (SI), la realidad se mostró sin pudor.
Ahora, López está fuera de juego, detenido y sin ánimo de declarar. Lo acusan de tráfico de drogas doblemente agravado. La fiscalía lo considera partícipe necesario del negocio. Sin su colaboración, los dealers no podrían haber operado. La Vaca codificaba el flujo del crimen en Munro. En las escuchas telefónicas aparecen otros policías, si el caso avanza sin intromisiones, podría convertirse en un escándalo. Ocurre que López era muy eficiente con la juntada pero muy desprolijo cuando charlaba por teléfono con su ex esposa o sus compañeros de andanzas.
Pero López no es el único policía detenido en este caso. También aparece Alejandro Fuentes, ex integrante de la comisaría de Munro, y que hasta la semana pasada formaba parte del Comando de Prevención Comunitaria de Vicente López. Fuentes le compraba cocaína a Fillol para calmar la ansiedad de su novia. Para completar la lista de funcionarios públicos involucrados en el caso hay que citar a Jorge Marcelo Fernández, empleado de la municipalidad a cargo de Jorge Macri.
El resto de los detenidos son los tres regentes del pool. La investigación disparó líneas en varios sentidos. En las escuchas aparecen «buches» que le avisaban a López quién y cuándo había cometido un asalto; luego el jefe de calle iba y los apretaba. También aparecen otros policías: no son pocos los jefes de la Bonaerense que están en la mira.
El caso también revela la connivencia entre distintos estamentos policiales. Porque mientras el teléfono de López estaba intervenido, otros policías, que tenían que investigarlo le avisaban para que se cuidara. Enterado de que la justicia iba detrás de sus pasos, La Vaca comenzó a planear su estrategia de defensa ante una posible caída. Primero simuló conversaciones donde se mostraba preocupado, pero los guiones de esas charlas no convencieron a nadie. Después frustró un operativo de drogas que intentaba avanzar hacia el pool de Fillol. Para lograrlo, en lugar de interceptar a un comprador y certificar que era cocaína lo que se vendía en el pool, agarró a uno de los vendedores, lo que pudo haber anulado toda la operación. Ningún tonto el jefe de calle.
Pero en las últimas semanas, el regreso de un viejo hampón a las calles de Munro alteró el ánimo de Fillol. Ocurre que años atrás, el pool protegido por López había sido asaltado por este personaje, que fue detenido en un santiamén. Pero a principios de abril, el muchacho recuperó la libertad y enseguida fue a visitar a Fillol, que temeroso de su suerte, llamó a La Vaca para avisarle la novedad. La respuesta del policía estuvo a tono con su carrera: «Quedate tranquilo, le armamos una causa y listo.»
Otra de las anécdotas de La Vaca como dueño de las calles de Munro ocurrió hace tres años atrás. El 16 de mayo de 2012, en la casa de Aramburu 982 de Martínez, partido de San Isidro, Mario Arrospide, sobrino de la diputada nacional por el GEN/FAP, Margarita Stolbizer, sufrió un extraño robo. Los voceros policiales presentaron el caso como un secuestro pero uno de los autores del hecho, hoy detenido, contactó a Tiempo y entregó una versión distinta. «Nosotros no secuestramos a nadie. Fuimos porque dentro de esa casa había plata de la droga y le hicimos ‘el cuento del tío’. Ese tipo tiene un ‘garito’ (lugar de juego clandestino) donde vende cocaína», disparó la fuente. El tiempo le dio la razón. En noviembre de 2013, Arrospide fue detenido por orden de juez federal Norberto Oyarbide. En esa causa, que investigaba la venta de cocaína y drogas sintéticas a famosos en la zona de Las Cañitas, también cayeron Rodolfo Bomparola, hermano de Evangelina, ex pareja de Franco Macri, y la modelo dominicana Zahina Rojas, entre otros.
La pieza que une este caso con el jefe de calle de Munro, es que él fue quien se presentó de manera espontánea ante el fiscal Gastón Garbus, quien investigaba el secuestro, y le marcó quiénes eran dos de los cuatro autores del hecho. Fiel a su costumbre, La Vaca no lo hizo por amor al oficio, sino que actuó de esta manera porque los ladrones no habían pagado la vieja y querida «prote».
Pero no sólo de los comerciantes se aprovechaba «La Vaca», como es conocido en esa zona. «La prote» se extendía a los dealers de cocaína, a los que dejaba trabajar hasta que los entregaba para contribuir a las estadísticas que pedían desde La Plata los altos mandos. También se dedicaba a perseguir a ladrones, no para detenerlos sino para cobrarles la libertad. Y si los hampones no arreglaban las cuentas con él, se encargaba de visitar fiscales de otras jurisdicciones para entregarlos. Amo y señor de las calles de Munro, si perseguía el delito era para regularlo.
El caso también revela la connivencia entre distintos estamentos policiales. Porque mientras el teléfono de López estaba intervenido, otros policías, que tenían que investigarlo le avisaban para que se cuidara.
Su poder territorial también se extendía a otras localidades de zona norte. En el ámbito judicial hay sospechas que La Vaca integraba una banda de policías que extorsionaba a los dealers de varias villas a cambio de no iniciar una investigación. Las dudas están bien fundamentadas, varios testimonios indican que el capitán López caminaba la calle de la mano de un grupo de oficiales que trabajaron en la Dirección Departamental de Investigaciones de Vicente López y hoy cumple servicio en otras localidades. «El socio de López es ‘El Siberiano’, un policía que tiene los ojos claros. Los dos –contó un viejo conocido de La Vaca– apretaban a los pibes que andaban robando y regulaban la venta de droga en distintos barrios, como la Villa Melo.»
Meses atrás, el destino hizo que las vinculaciones de López con el delito quedasen al descubierto con la Causa N° 911, el mismo número que eligieron las autoridades políticas para denunciar delitos desde el anonimato. Esta es una de las trampas preferidas por los servicios de calle para deshacerse de enemigos o fraguar un procedimiento por drogas. Sólo que en este caso, la coincidencia arrastró a prisión a La Vaca, cuya estrella comenzó a apagarse cuando a la fiscalía de drogas de Vicente López llegó el dato que en el pool de Baigorria, entre Vélez Sarfield y Marconi, frente a la estación de trenes de Munro, vendían cocaína de buena calidad.
En ese pool no sólo se podía conseguir algunos gramos de cocaína, también se ejercía la prostitución y hasta se «reducían» botines de robos. El comercio era manejado por Ricardo Federico Álvarez, apodado «El Pato Fillol» por su parecido al primer arquero argentino que se colgó la medalla de campeón mundial. Junto a él trabajaban el peruano Piero Salvatori, Alvarado Díaz y Javier Horacio Elías. Los tres se encargaban de mantener satisfecho el vicio de los clientes, que podían disfrutar de los buenos momentos sin temor a ser molestados por la policía. Pero cuando el fiscal John Broyard comenzó a investigar a los regentes del pool y pidió la intervención de los teléfonos de los sospechosos por parte de la oficina de Observaciones Judiciales de la Secretaría de Inteligencia (SI), la realidad se mostró sin pudor.
Ahora, López está fuera de juego, detenido y sin ánimo de declarar. Lo acusan de tráfico de drogas doblemente agravado. La fiscalía lo considera partícipe necesario del negocio. Sin su colaboración, los dealers no podrían haber operado. La Vaca codificaba el flujo del crimen en Munro. En las escuchas telefónicas aparecen otros policías, si el caso avanza sin intromisiones, podría convertirse en un escándalo. Ocurre que López era muy eficiente con la juntada pero muy desprolijo cuando charlaba por teléfono con su ex esposa o sus compañeros de andanzas.
Pero López no es el único policía detenido en este caso. También aparece Alejandro Fuentes, ex integrante de la comisaría de Munro, y que hasta la semana pasada formaba parte del Comando de Prevención Comunitaria de Vicente López. Fuentes le compraba cocaína a Fillol para calmar la ansiedad de su novia. Para completar la lista de funcionarios públicos involucrados en el caso hay que citar a Jorge Marcelo Fernández, empleado de la municipalidad a cargo de Jorge Macri.
El resto de los detenidos son los tres regentes del pool. La investigación disparó líneas en varios sentidos. En las escuchas aparecen «buches» que le avisaban a López quién y cuándo había cometido un asalto; luego el jefe de calle iba y los apretaba. También aparecen otros policías: no son pocos los jefes de la Bonaerense que están en la mira.
El caso también revela la connivencia entre distintos estamentos policiales. Porque mientras el teléfono de López estaba intervenido, otros policías, que tenían que investigarlo le avisaban para que se cuidara. Enterado de que la justicia iba detrás de sus pasos, La Vaca comenzó a planear su estrategia de defensa ante una posible caída. Primero simuló conversaciones donde se mostraba preocupado, pero los guiones de esas charlas no convencieron a nadie. Después frustró un operativo de drogas que intentaba avanzar hacia el pool de Fillol. Para lograrlo, en lugar de interceptar a un comprador y certificar que era cocaína lo que se vendía en el pool, agarró a uno de los vendedores, lo que pudo haber anulado toda la operación. Ningún tonto el jefe de calle.
Pero en las últimas semanas, el regreso de un viejo hampón a las calles de Munro alteró el ánimo de Fillol. Ocurre que años atrás, el pool protegido por López había sido asaltado por este personaje, que fue detenido en un santiamén. Pero a principios de abril, el muchacho recuperó la libertad y enseguida fue a visitar a Fillol, que temeroso de su suerte, llamó a La Vaca para avisarle la novedad. La respuesta del policía estuvo a tono con su carrera: «Quedate tranquilo, le armamos una causa y listo.»
Otra de las anécdotas de La Vaca como dueño de las calles de Munro ocurrió hace tres años atrás. El 16 de mayo de 2012, en la casa de Aramburu 982 de Martínez, partido de San Isidro, Mario Arrospide, sobrino de la diputada nacional por el GEN/FAP, Margarita Stolbizer, sufrió un extraño robo. Los voceros policiales presentaron el caso como un secuestro pero uno de los autores del hecho, hoy detenido, contactó a Tiempo y entregó una versión distinta. «Nosotros no secuestramos a nadie. Fuimos porque dentro de esa casa había plata de la droga y le hicimos ‘el cuento del tío’. Ese tipo tiene un ‘garito’ (lugar de juego clandestino) donde vende cocaína», disparó la fuente. El tiempo le dio la razón. En noviembre de 2013, Arrospide fue detenido por orden de juez federal Norberto Oyarbide. En esa causa, que investigaba la venta de cocaína y drogas sintéticas a famosos en la zona de Las Cañitas, también cayeron Rodolfo Bomparola, hermano de Evangelina, ex pareja de Franco Macri, y la modelo dominicana Zahina Rojas, entre otros.
La pieza que une este caso con el jefe de calle de Munro, es que él fue quien se presentó de manera espontánea ante el fiscal Gastón Garbus, quien investigaba el secuestro, y le marcó quiénes eran dos de los cuatro autores del hecho. Fiel a su costumbre, La Vaca no lo hizo por amor al oficio, sino que actuó de esta manera porque los ladrones no habían pagado la vieja y querida «prote».