12/01/13
Venezuela acaba de fundar una monarquía con su rey ausente. Aunque esa no haya sido la intención, sí lo ha sido el resultado. El vicepresidente Nicolás Maduro, un funcionario designado y no votado, ha recibido de modo directo el poder sin que medie un procedimiento electoral que lo valide.
Es un paso casi dinástico que, si tiene legitimidad otorgada por el Tribunal Supremo venezolano, hacia afuera genera un universo de dudas que incluyen su sustentabilidad, si la situación se prolonga. Para la oposición es un gobierno sobre tierra movediza.
El veloz respaldo de la OEA ayer, como antes el de Brasil, sonó en ese sentido menos como un aval que una amarra en medio de la tormenta. Pero puede ser una ayuda peligrosa.
Parece seguro que la decisión de la cúpula chavista, que sacrificó la letra de una Constitución que habían convertido en un logro superior, se adoptó para satisfacer contradictorias expectativas. Si se aceptaba un gobierno de transición y el llamado a elecciones como determinaba la Carta Magna, eso implicaba transparentar que Hugo Chávez no volvería al poder.
Es decir, admitir que el líder era el pasado y sin que hubiera un relevo equivalente.
Uno de los costados que se intentó ocultar con este decorado, ha sido esa consecuencia dramática de la crisis. De este modo se preserva que en algún sitio seguirá Chávez gobernando y se apelará a ese espectro para que la debilidad del vicepresidente y su círculo de poder resista los costos de una economía en graves aprietos.
Pero se trata de una formulación que debilita más que fortalece a quienes tienen necesariamente que tomar la posta.
Eso es lo que entrevió con mayor claridad el propio Chávez al postular el 8 de diciembre, antes de marchar a la sala de operaciones en La Habana, que Maduro sea el candidato oficialista en elecciones que lo validen como nuevo líder nacional. De ese modo se aplacarían al menos en el mediano plazo, las internas tras los muros del palacio.
Una lección, y no sólo para los venezolanos, que deja este episodio es que el régimen nacionalista construido por el paracaidista del ejército alrededor de su figura, acab ó atrapado en su propia verticalidad y personalismo.
La noción de la perpetuación barre la idea de la alternativa. Si no existe alternativa, condición básica de cualquier sistema democrático, lo que queda es el abismo que se está abriendo en estas horas.
Venezuela es el modelo en la región donde más se ha profundizado el hiperpresidencialismo que se extiende en otros países de la nueva oleada del reformismo progresista. El modelo de Chávez es un faro para esos experimentos porque se adelantó en pulverizar la división de poderes.
El Parlamento unicameral venezolano tiene 40% de bancas opositoras, pero ninguno de esos legisladores fue tenido en cuenta para los cargos ejecutivos del Congreso. Y es conocido que a lo largo de estos años, la Justicia, con una Corte Suprema superpoblada y colonizada por el oficialismo, ha establecido sus fallos según el menú de necesidades del poder político.
En algún sentido, la consecuencia dinástica actual se alimenta en esas formas previas cuasi monárquicas donde el sistema de decisión ha dependido de un sólo hombre sin asesores en su trono. Ese esquema que se autolegitimó con una sucesión de elecciones para establecer una mayoría que se presentara como indiscutible, podía funcionar en tanto se contara con una estructura fluida de distribución de fondos y hubiera un cómodo canal de ingresos. Pero ese no es el marco en el cual se ha producido la novedad de la enfermedad que fulminó a Chávez.
Informes moderados sostienen que Venezuela necesitará este año 65 mil millones de dólares adicionales para cubrir las necesidades económicas que implica financiar los abultados déficit fiscales que viene arrastrando el país los últimos dos años. El gobierno ha venido gastando más dinero del que recibe y eso lo ha resuelto con emisión.
Un efecto es una inflación crónica superior al 20%. El enorme gasto público surge de un complejo tejido de subsidios a los precios de la economía, y de los costos de la enorme legión de un millar de empresas nacionalizadas durante estos 14 años, muchas de las cuales no lograron la eficiencia buscada. Venezuela aparece como el cuarto productor de acero de la región, pero se ha convertido en el mayor importador de ese producto manufacturado desde China (le compra el 10% de toda su producción) por encima aún de Brasil, la mayor economía de la región.
Eso sucede pese a que la principal acerera venezolana esta en manos del chavismo. La escena replica la misma calamidad que sufre su socio político cubano, cuya capacidad de acumulación es muy baja debido a una ineficiencia más propia que debida a presiones externas. Se gobierna mal . La petrolera estatal acumula un rojo espectacular con el Banco Central y no aumenta su producción por la ausencia de inversiones. La deuda pública ya supera los 150 mil millones de dólares, pese al precio en las nubes del crudo.
Se requiere un liderazgo extremadamente fuerte para llevar adelante las correcciones que Chávez dejó en suspenso. De ahí la presión soterrada de Brasil para que se informe de una vez el real estado de la salud de Chávez y avanzar institucionalmente.
Si se va a elecciones, el vicepresidente bendecido por el comandante seguramente ganaría por amplia mayoría , un resultado que incluso descuenta y hasta espera la oposición. El peligro es que si se mantiene este limbo que no parece haber sido lo que el propio presidente pretendía, el riesgo es que se amplifiquen las tensiones y todo se torne aún más imprevisible. La necesidad de Maduro de probar que tiene con qué sentarse en ese sillón, se evidencia peligrosamente en una sobrecarga de descalificaciones contra la oposición que representa a casi la mitad del país. En la medida en que la gente de a pie comience poco a poco a preguntar dónde y cómo está Chávez, esa estrategia de choque puede ser la peor de las respuestas que pueda encontrar el régimen si insiste en eludir la verdad.
Copyright Clarín, 2013.
Venezuela acaba de fundar una monarquía con su rey ausente. Aunque esa no haya sido la intención, sí lo ha sido el resultado. El vicepresidente Nicolás Maduro, un funcionario designado y no votado, ha recibido de modo directo el poder sin que medie un procedimiento electoral que lo valide.
Es un paso casi dinástico que, si tiene legitimidad otorgada por el Tribunal Supremo venezolano, hacia afuera genera un universo de dudas que incluyen su sustentabilidad, si la situación se prolonga. Para la oposición es un gobierno sobre tierra movediza.
El veloz respaldo de la OEA ayer, como antes el de Brasil, sonó en ese sentido menos como un aval que una amarra en medio de la tormenta. Pero puede ser una ayuda peligrosa.
Parece seguro que la decisión de la cúpula chavista, que sacrificó la letra de una Constitución que habían convertido en un logro superior, se adoptó para satisfacer contradictorias expectativas. Si se aceptaba un gobierno de transición y el llamado a elecciones como determinaba la Carta Magna, eso implicaba transparentar que Hugo Chávez no volvería al poder.
Es decir, admitir que el líder era el pasado y sin que hubiera un relevo equivalente.
Uno de los costados que se intentó ocultar con este decorado, ha sido esa consecuencia dramática de la crisis. De este modo se preserva que en algún sitio seguirá Chávez gobernando y se apelará a ese espectro para que la debilidad del vicepresidente y su círculo de poder resista los costos de una economía en graves aprietos.
Pero se trata de una formulación que debilita más que fortalece a quienes tienen necesariamente que tomar la posta.
Eso es lo que entrevió con mayor claridad el propio Chávez al postular el 8 de diciembre, antes de marchar a la sala de operaciones en La Habana, que Maduro sea el candidato oficialista en elecciones que lo validen como nuevo líder nacional. De ese modo se aplacarían al menos en el mediano plazo, las internas tras los muros del palacio.
Una lección, y no sólo para los venezolanos, que deja este episodio es que el régimen nacionalista construido por el paracaidista del ejército alrededor de su figura, acab ó atrapado en su propia verticalidad y personalismo.
La noción de la perpetuación barre la idea de la alternativa. Si no existe alternativa, condición básica de cualquier sistema democrático, lo que queda es el abismo que se está abriendo en estas horas.
Venezuela es el modelo en la región donde más se ha profundizado el hiperpresidencialismo que se extiende en otros países de la nueva oleada del reformismo progresista. El modelo de Chávez es un faro para esos experimentos porque se adelantó en pulverizar la división de poderes.
El Parlamento unicameral venezolano tiene 40% de bancas opositoras, pero ninguno de esos legisladores fue tenido en cuenta para los cargos ejecutivos del Congreso. Y es conocido que a lo largo de estos años, la Justicia, con una Corte Suprema superpoblada y colonizada por el oficialismo, ha establecido sus fallos según el menú de necesidades del poder político.
En algún sentido, la consecuencia dinástica actual se alimenta en esas formas previas cuasi monárquicas donde el sistema de decisión ha dependido de un sólo hombre sin asesores en su trono. Ese esquema que se autolegitimó con una sucesión de elecciones para establecer una mayoría que se presentara como indiscutible, podía funcionar en tanto se contara con una estructura fluida de distribución de fondos y hubiera un cómodo canal de ingresos. Pero ese no es el marco en el cual se ha producido la novedad de la enfermedad que fulminó a Chávez.
Informes moderados sostienen que Venezuela necesitará este año 65 mil millones de dólares adicionales para cubrir las necesidades económicas que implica financiar los abultados déficit fiscales que viene arrastrando el país los últimos dos años. El gobierno ha venido gastando más dinero del que recibe y eso lo ha resuelto con emisión.
Un efecto es una inflación crónica superior al 20%. El enorme gasto público surge de un complejo tejido de subsidios a los precios de la economía, y de los costos de la enorme legión de un millar de empresas nacionalizadas durante estos 14 años, muchas de las cuales no lograron la eficiencia buscada. Venezuela aparece como el cuarto productor de acero de la región, pero se ha convertido en el mayor importador de ese producto manufacturado desde China (le compra el 10% de toda su producción) por encima aún de Brasil, la mayor economía de la región.
Eso sucede pese a que la principal acerera venezolana esta en manos del chavismo. La escena replica la misma calamidad que sufre su socio político cubano, cuya capacidad de acumulación es muy baja debido a una ineficiencia más propia que debida a presiones externas. Se gobierna mal . La petrolera estatal acumula un rojo espectacular con el Banco Central y no aumenta su producción por la ausencia de inversiones. La deuda pública ya supera los 150 mil millones de dólares, pese al precio en las nubes del crudo.
Se requiere un liderazgo extremadamente fuerte para llevar adelante las correcciones que Chávez dejó en suspenso. De ahí la presión soterrada de Brasil para que se informe de una vez el real estado de la salud de Chávez y avanzar institucionalmente.
Si se va a elecciones, el vicepresidente bendecido por el comandante seguramente ganaría por amplia mayoría , un resultado que incluso descuenta y hasta espera la oposición. El peligro es que si se mantiene este limbo que no parece haber sido lo que el propio presidente pretendía, el riesgo es que se amplifiquen las tensiones y todo se torne aún más imprevisible. La necesidad de Maduro de probar que tiene con qué sentarse en ese sillón, se evidencia peligrosamente en una sobrecarga de descalificaciones contra la oposición que representa a casi la mitad del país. En la medida en que la gente de a pie comience poco a poco a preguntar dónde y cómo está Chávez, esa estrategia de choque puede ser la peor de las respuestas que pueda encontrar el régimen si insiste en eludir la verdad.
Copyright Clarín, 2013.