De crítico de Néstor Kirchner, el otrora respetado relator de fútbol cambió su postura y confundió el ejercicio de su profesión con la propaganda política
Insistentemente, hemos cuestionado desde estas columnas la utilización de los recursos públicos al servicio de construir una voz dominante y monopólica en la opinión pública. El vicio central de dicha política, tan largamente utilizada por la administración saliente, reside en la corrupción implícita de destinar fondos que son de todos los ciudadanos para alcanzar objetivos privativos de una facción. Conocimos así, a lo largo de 12 años del gobierno saliente, a una legión de pseudoperiodistas transformados en propagandistas del poder de turno a los que, con indulgencia, se denominó «prensa militante».
Más allá de lo reprochable de esta conducta, una de las tantas que nos permitieron conectar al kirchnerismo con la autoritaria tradición del fascismo y del estalinismo, no debería ponerse en duda la sinceridad de hombres de prensa que se embanderaban a diario con las consignas dictadas desde la cúpula del poder político. Pero también hay casos, que no son pocos, en los que esa sincera convicción debe ser puesta en duda. Nos referimos a periodistas que, tras haber criticado duramente al Gobierno, de la noche a la mañana se convirtieron en sus principales apologistas. Uno de los casos más llamativos es el del relator de fútbol y conductor radial y televisivo Víctor Hugo Morales, que fue despedido de Radio Continental, donde trabajó casi 30 años, con el argumento de que no había cumplido su contrato. Morales afirma, en cambio: «Me echan porque esta empresa está atada a la necesidad de la pauta publicitaria que maneja solamente un gobierno». Y curiosamente, Morales adjudicó su despido a un empresario a quien el ex titular de la Afsca, Martín Sabbatella, había dado luz verde para, mediante un artilugio, violar la ley de medios.
Durante la gestión kirchnerista, sin argumentación alguna, como quien practica un acto de prestidigitación intelectual, Morales pasó de los juicios lapidarios contra el matrimonio Kirchner a una fanática y sostenida defensa de su gestión.
Para observar esta rotunda conversión basta retrotraernos a mediados de 2009 y citar sus propias palabras. Durante una entrevista que le realizó su colega Jorge Lanata, condenaba duramente la agresiva conducta de Kirchner hacia un cronista durante una conferencia de prensa y describía al por entonces presidente como «el grandote del barrio, el que les paga la copa a todos y todos se ríen de sus chistes, aunque sean horribles».
A los funcionarios que celebraban las bravuconadas que enojaban a Morales -algunos de los cuales fueron luego entrevistados por él con una cordialidad cercana al vasallaje- los llamó «esa claque infame de diputaduchos y pequeños ministros y seres tan desagradables, esos alcahuetes del poder que se reían porque él (Kirchner) le estaba tomando el pelo (…) a un movilero».
Reconstruyendo la historia, podríamos identificar que la primera manifestación enfática de su fe partidaria fue haber excusado a Néstor Kirchner cuando quedó al descubierto que había comprado dos millones de dólares en el mercado de cambios para realizar una operación inmobiliaria en efectivo. Esa compra ocurrió durante la crisis financiera internacional que golpeaba con dureza a la economía argentina y cuando el Banco Central intervenía fuertemente en el mercado cambiario, pero el peso igualmente se depreciaba y la salida de capitales era creciente. Desde entonces, Morales profundizó su admiración por la gestión K y respaldó expresamente una política de medios que sólo pretendió silenciar las voces críticas y apoyar con pauta oficial a los amigos del poder.
Cuando el gobierno de entonces consideró conveniente virar hacia un enfrentamiento con el Grupo Clarín, Morales se sumó rápidamente a esa cruzada al afirmar que desde siempre había planteado los mismos severos reparos. Con el paso de los meses, no quedó acción oficial que no lo contara entre sus defensores. Era ya un exponente de aquello que en Italia denominan giornalismo di regime (periodismo de régimen).
En defensa de Morales se puede sostener que todo ser humano tiene derecho -y si es periodista, el deber- de revisar sus interpretaciones y someterlas a crítica para eventualmente modificarlas y hacerlas más certeras. Puede resultar inverosímil a la luz del vuelco posterior, pero por aquel entonces se irritaba hasta el extremo de aseverar que el gobierno bajo cuya ala luego se cobijaría convenientemente era «un gobierno muy agresivo hacia el periodismo, con una actitud muy vigilante hacia los periodistas, lo cual no es bueno».
Su cambio de opinión es francamente desconcertante, pues pasó luego a afirmar que la actitud en exceso vigilante era la de la prensa independiente para con el gobierno.
Un veterano periodista como Diego Bonadeo, destacado también en el ámbito deportivo, descalificó a Morales por su repentina mutación de entonces y lo llamó «farsante». Nadie tiene, sin embargo, derecho a juzgar la subjetiva motivación de un comportamiento. Aunque Morales sí se arrogó ese derecho. En aquel momento, mediados de 2009, el locutor y periodista describió la conducta de aquellos colegas periodistas que «han recibido muchísimo dinero, enormes cantidades de dinero, que no se justifica por ningún lado». Agregó, más riguroso todavía, que esos periodistas «están con las manos sucias, se han ensuciado las manos». Y concluyó que «ésa también es una manera de atacar la libertad de prensa».
Al ser echado de Radio Continental Morales irrumpió en el estudio, cuando estaba al aire el programa anterior, para realizar su descargo fundamentado en que su desvinculación «está en el contexto de una situación agobiante, terrible para la democracia y la libertad de expresión». Afirmó también que Macri sería una máscara del poder real de Clarín y, para estupor de muchos, se detuvo ahora a analizar la importancia de la pauta publicitaria para la supervivencia de un medio, al tiempo que consideró que la radio pudo haber sido presionada por este tema por el nuevo gobierno.
La extraña deriva de este hombre que, por muchos motivos, acreditaba hace unos años una trayectoria respetable no sólo lo desmereció a él. Envileció también a los funcionarios que veneró y que aún defiende, por aquello de Julián Marías: «El grado de autoritarismo de un régimen se mide por los montos de obsecuencia que demanda».
Insistentemente, hemos cuestionado desde estas columnas la utilización de los recursos públicos al servicio de construir una voz dominante y monopólica en la opinión pública. El vicio central de dicha política, tan largamente utilizada por la administración saliente, reside en la corrupción implícita de destinar fondos que son de todos los ciudadanos para alcanzar objetivos privativos de una facción. Conocimos así, a lo largo de 12 años del gobierno saliente, a una legión de pseudoperiodistas transformados en propagandistas del poder de turno a los que, con indulgencia, se denominó «prensa militante».
Más allá de lo reprochable de esta conducta, una de las tantas que nos permitieron conectar al kirchnerismo con la autoritaria tradición del fascismo y del estalinismo, no debería ponerse en duda la sinceridad de hombres de prensa que se embanderaban a diario con las consignas dictadas desde la cúpula del poder político. Pero también hay casos, que no son pocos, en los que esa sincera convicción debe ser puesta en duda. Nos referimos a periodistas que, tras haber criticado duramente al Gobierno, de la noche a la mañana se convirtieron en sus principales apologistas. Uno de los casos más llamativos es el del relator de fútbol y conductor radial y televisivo Víctor Hugo Morales, que fue despedido de Radio Continental, donde trabajó casi 30 años, con el argumento de que no había cumplido su contrato. Morales afirma, en cambio: «Me echan porque esta empresa está atada a la necesidad de la pauta publicitaria que maneja solamente un gobierno». Y curiosamente, Morales adjudicó su despido a un empresario a quien el ex titular de la Afsca, Martín Sabbatella, había dado luz verde para, mediante un artilugio, violar la ley de medios.
Durante la gestión kirchnerista, sin argumentación alguna, como quien practica un acto de prestidigitación intelectual, Morales pasó de los juicios lapidarios contra el matrimonio Kirchner a una fanática y sostenida defensa de su gestión.
Para observar esta rotunda conversión basta retrotraernos a mediados de 2009 y citar sus propias palabras. Durante una entrevista que le realizó su colega Jorge Lanata, condenaba duramente la agresiva conducta de Kirchner hacia un cronista durante una conferencia de prensa y describía al por entonces presidente como «el grandote del barrio, el que les paga la copa a todos y todos se ríen de sus chistes, aunque sean horribles».
A los funcionarios que celebraban las bravuconadas que enojaban a Morales -algunos de los cuales fueron luego entrevistados por él con una cordialidad cercana al vasallaje- los llamó «esa claque infame de diputaduchos y pequeños ministros y seres tan desagradables, esos alcahuetes del poder que se reían porque él (Kirchner) le estaba tomando el pelo (…) a un movilero».
Reconstruyendo la historia, podríamos identificar que la primera manifestación enfática de su fe partidaria fue haber excusado a Néstor Kirchner cuando quedó al descubierto que había comprado dos millones de dólares en el mercado de cambios para realizar una operación inmobiliaria en efectivo. Esa compra ocurrió durante la crisis financiera internacional que golpeaba con dureza a la economía argentina y cuando el Banco Central intervenía fuertemente en el mercado cambiario, pero el peso igualmente se depreciaba y la salida de capitales era creciente. Desde entonces, Morales profundizó su admiración por la gestión K y respaldó expresamente una política de medios que sólo pretendió silenciar las voces críticas y apoyar con pauta oficial a los amigos del poder.
Cuando el gobierno de entonces consideró conveniente virar hacia un enfrentamiento con el Grupo Clarín, Morales se sumó rápidamente a esa cruzada al afirmar que desde siempre había planteado los mismos severos reparos. Con el paso de los meses, no quedó acción oficial que no lo contara entre sus defensores. Era ya un exponente de aquello que en Italia denominan giornalismo di regime (periodismo de régimen).
En defensa de Morales se puede sostener que todo ser humano tiene derecho -y si es periodista, el deber- de revisar sus interpretaciones y someterlas a crítica para eventualmente modificarlas y hacerlas más certeras. Puede resultar inverosímil a la luz del vuelco posterior, pero por aquel entonces se irritaba hasta el extremo de aseverar que el gobierno bajo cuya ala luego se cobijaría convenientemente era «un gobierno muy agresivo hacia el periodismo, con una actitud muy vigilante hacia los periodistas, lo cual no es bueno».
Su cambio de opinión es francamente desconcertante, pues pasó luego a afirmar que la actitud en exceso vigilante era la de la prensa independiente para con el gobierno.
Un veterano periodista como Diego Bonadeo, destacado también en el ámbito deportivo, descalificó a Morales por su repentina mutación de entonces y lo llamó «farsante». Nadie tiene, sin embargo, derecho a juzgar la subjetiva motivación de un comportamiento. Aunque Morales sí se arrogó ese derecho. En aquel momento, mediados de 2009, el locutor y periodista describió la conducta de aquellos colegas periodistas que «han recibido muchísimo dinero, enormes cantidades de dinero, que no se justifica por ningún lado». Agregó, más riguroso todavía, que esos periodistas «están con las manos sucias, se han ensuciado las manos». Y concluyó que «ésa también es una manera de atacar la libertad de prensa».
Al ser echado de Radio Continental Morales irrumpió en el estudio, cuando estaba al aire el programa anterior, para realizar su descargo fundamentado en que su desvinculación «está en el contexto de una situación agobiante, terrible para la democracia y la libertad de expresión». Afirmó también que Macri sería una máscara del poder real de Clarín y, para estupor de muchos, se detuvo ahora a analizar la importancia de la pauta publicitaria para la supervivencia de un medio, al tiempo que consideró que la radio pudo haber sido presionada por este tema por el nuevo gobierno.
La extraña deriva de este hombre que, por muchos motivos, acreditaba hace unos años una trayectoria respetable no sólo lo desmereció a él. Envileció también a los funcionarios que veneró y que aún defiende, por aquello de Julián Marías: «El grado de autoritarismo de un régimen se mide por los montos de obsecuencia que demanda».
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