Referente local. El arquitecto Sanguinetti muestra uno de los planos del proyecto de la capital. FOTO: José López
“Acá hay un puente peatonal que une el parque de los Derechos Humanos y la Legislatura, con la Casa de Gobierno y el Poder Judicial, que están del otro lado”. Silvio Oscar Sanguinetti se para al borde de la ruta provincial 1 y señala al Noroeste, hacia una hondonada. Al mirar, apenas se ve una meseta patagónica, cortada por una barda elevada y atravesada por un verde valle, que denota que por allí avanza un río. El paisaje urbano que el hombre describe está solo en su imaginación. Pero 30 años atrás, muchos, como él, lo vieron real…
“Analizan el traslado de la Capital a Río Negro”, publicó Clarín en tapa el 13 de abril de 1986 sobre la ambiciosa idea de Raúl Alfonsín de mudar el poder político del país a casi mil kilómetros de distancia de Buenos Aires. “Hacia el sur, hacia el mar y hacia el frío”, precisaría tres días después el expresidente desde Viedma, el sorprendente sitio imaginado para el nuevo destino capitalino. “Ahí estaba yo”, señala Sanguinetti y señala un sector del jardín del Ministerio de Economía, desde cuyo balcón habló Alfonsín para unos 10.000 enfervorizados pobladores. “Estaba todo Viedma y Patagones acá, había una gran euforia”, evoca este hombre de 74 años y cuarta generación de viedmenses.
Por su experiencia como arquitecto y ligazón radical lo convocaron a trabajar en el Proyecto Patagonia y se convirtió en su referente local. “Estaba todo planificado, hasta cada árbol que se iba a plantar cuadra por cuadra”, revela y los va marcando en los planos originales que conserva como un tesoro. “Todos los edificios tendrían entre 2 y 4 horas de sol, las calles acompañaban la ondulación del terreno y el protagonista central era el río Negro, al estilo de las grandes capitales europeas,” acota y cita a Bonn, la sede administrativa que Alemania levantó en reemplazo de la devastada Berlín después de la II Guerra Mundial. “Hoy tiene unos 360.000 habitantes, la misma cifra prevista para Viedma”, se sonríe.
En los progresivos planos que exhibe, puede verse esa evolución poblacional anual de la nueva capital a partir de los 9.800 estimados para 1989. “En todos los aspectos la realización de Viedma goza de un conjunto de potencialidades prometedoras”, se lee, en francés, en la nota que el 13 de abril del 89 escribieron dos expertos de La Sorbona, a los que Sanguinetti acompañó por la zona.
El diseño avanzó y se llamó a concurso para construir los cinco puentes que unirían ambas márgenes de la zona central. Pero como una parábola del propio gobierno alfonsinista, el fervor inicial fue perdiendo vigor, alimentado por la resistencia interna y la crisis económica. “La gente lo veía bien, pero hubo mucha mezquindad y el poder económico no lo quiso”, cavila el arquitecto, el último en dejar el Entecap. En su sede de Buenos Aires, solía ver a Alfonsín, quien le pedía que le contara los secretos del río Negro. “Después que asumió Menem, me vino a ver Kohan y me dijo. ´Quedate tranquilo, vas a seguir trabajando con nosotros´. A la promesa se la llevaron las privatizaciones y la disolución de números entes estatales”.
La ley de traslado se aprobó en 1987 poco después de que Juan Pablo II bendijera a la futura capital. Aún sigue vigente y pese a varios intentos, nunca fue derogada. Sigue ahí, a la espera de que alguien la desempolve. Como hace Sanguinetti con la estaca que Vialidad Nacional colocó al borde de la ruta 1, para marcar el eje de la nueva ciudad y él toma como referencia para señalar donde estaría hoy, 30 años después, la Capital Federal argentina.
“Acá hay un puente peatonal que une el parque de los Derechos Humanos y la Legislatura, con la Casa de Gobierno y el Poder Judicial, que están del otro lado”. Silvio Oscar Sanguinetti se para al borde de la ruta provincial 1 y señala al Noroeste, hacia una hondonada. Al mirar, apenas se ve una meseta patagónica, cortada por una barda elevada y atravesada por un verde valle, que denota que por allí avanza un río. El paisaje urbano que el hombre describe está solo en su imaginación. Pero 30 años atrás, muchos, como él, lo vieron real…
“Analizan el traslado de la Capital a Río Negro”, publicó Clarín en tapa el 13 de abril de 1986 sobre la ambiciosa idea de Raúl Alfonsín de mudar el poder político del país a casi mil kilómetros de distancia de Buenos Aires. “Hacia el sur, hacia el mar y hacia el frío”, precisaría tres días después el expresidente desde Viedma, el sorprendente sitio imaginado para el nuevo destino capitalino. “Ahí estaba yo”, señala Sanguinetti y señala un sector del jardín del Ministerio de Economía, desde cuyo balcón habló Alfonsín para unos 10.000 enfervorizados pobladores. “Estaba todo Viedma y Patagones acá, había una gran euforia”, evoca este hombre de 74 años y cuarta generación de viedmenses.
Por su experiencia como arquitecto y ligazón radical lo convocaron a trabajar en el Proyecto Patagonia y se convirtió en su referente local. “Estaba todo planificado, hasta cada árbol que se iba a plantar cuadra por cuadra”, revela y los va marcando en los planos originales que conserva como un tesoro. “Todos los edificios tendrían entre 2 y 4 horas de sol, las calles acompañaban la ondulación del terreno y el protagonista central era el río Negro, al estilo de las grandes capitales europeas,” acota y cita a Bonn, la sede administrativa que Alemania levantó en reemplazo de la devastada Berlín después de la II Guerra Mundial. “Hoy tiene unos 360.000 habitantes, la misma cifra prevista para Viedma”, se sonríe.
En los progresivos planos que exhibe, puede verse esa evolución poblacional anual de la nueva capital a partir de los 9.800 estimados para 1989. “En todos los aspectos la realización de Viedma goza de un conjunto de potencialidades prometedoras”, se lee, en francés, en la nota que el 13 de abril del 89 escribieron dos expertos de La Sorbona, a los que Sanguinetti acompañó por la zona.
El diseño avanzó y se llamó a concurso para construir los cinco puentes que unirían ambas márgenes de la zona central. Pero como una parábola del propio gobierno alfonsinista, el fervor inicial fue perdiendo vigor, alimentado por la resistencia interna y la crisis económica. “La gente lo veía bien, pero hubo mucha mezquindad y el poder económico no lo quiso”, cavila el arquitecto, el último en dejar el Entecap. En su sede de Buenos Aires, solía ver a Alfonsín, quien le pedía que le contara los secretos del río Negro. “Después que asumió Menem, me vino a ver Kohan y me dijo. ´Quedate tranquilo, vas a seguir trabajando con nosotros´. A la promesa se la llevaron las privatizaciones y la disolución de números entes estatales”.
La ley de traslado se aprobó en 1987 poco después de que Juan Pablo II bendijera a la futura capital. Aún sigue vigente y pese a varios intentos, nunca fue derogada. Sigue ahí, a la espera de que alguien la desempolve. Como hace Sanguinetti con la estaca que Vialidad Nacional colocó al borde de la ruta 1, para marcar el eje de la nueva ciudad y él toma como referencia para señalar donde estaría hoy, 30 años después, la Capital Federal argentina.