En el mundo de la pobreza real las ambulancias se ven por televisión, nadie recoge la basura, no existen oficinas municipales, el patrullero pasa cada tantísimo y consigue gaseosas de fiado en el mismo quiosquito donde venden el paco. En el mundo de la pobreza real, donde falta casi todo, mandan los punteros.
¿Quiénes son? ¿De qué viven? ¿Cómo se organizan? ¿Manipulan a los más pobres o los ayudan? Las definiciones nunca son tajantes, menos aún en la desprolijidad de los márgenes. Estamos en el Barrio Nicole, uno de los más de 100 barrios carenciados de La Matanza, a las dos de la tarde de un martes. La acción es siempre insuficiente, pero cotidiana. Hace un ratito, el comedor de Novoa, el puntero duhaldista, terminó de darle de comer a un grupo de chicos de entre 5 y 10 años. En un rato más, un camión descargará maderas y chapas frente a la casita de Lidia, la puntera de Francisco De Narváez, organizadora de los picados de fútbol y festivales de circo. Antes o después, o quizá mañana, 40 o 50 cooperativistas saldrán a limpiar algo de la basura arrojada por las calles. Esos cooperativistas han conseguido el empleo gracias a Lily, la puntera kirchnerista, la que manda y hoy más que nunca, porque los oficialistas, en el mundo punteril, en la política barrial, son los que llevan las de ganar.
No les gustan que los llamen “punteros”, porque saben que la palabra tiene mala fama. Se prefieren “referentes barriales” o “líderes sociales”. Y hay de todo, aquí o en cualquier barrio pobre. Los hay sensibles, los hay corruptos, estafadores, comprometidos, son tan imperfectos como el mundo que habitan. En mucho, pero no en todo, se parecen al personaje que compone Julio Chávez en El Puntero, la exitosa serie que al fin carga de política la pantalla de la tele y que es observada con atención en el mundo que retrata. “Me da náuseas, pero el programa es igual a la vida real”, dice Sara Flores, mientras camina por las calles de tierra del Barrio Nicole, calles en las que hay que ir esquivando basura y los charcos que aguantan barro y agua de la lluvia de hace una semana. También opina Lily Galeano, fundadora del barrio: “Nosotros no somos así, es una burla pensar que salimos de los barrios con las banderas y los bombos”, protesta.
De lo que hablan Sara y Lily, de lo que hablarán después Claudia Quinteros o Florinda, es acerca del trabajo político real en la pobreza real y de la esquiva relación entre el Estado y los más desplazados. Los punteros son eso, nexos, puentes, o “intermediarios” entre dos mundos, según la definición de Adriana Rofman, investigadora del Insituto del Conurbano (ver página 40).
En el lenguaje televisivo, donde todo debe ocurrir en demasiado poco tiempo, el puntero acude a salvar a sus vecinos cuando precisan una plata de urgencia, es el que media con el intendente para conseguir cloacas, pero también es el que moviliza a su capricho a los pobres y es capaz de incendiar un galpón para tapar el robo de medicamentos. ¿Es cierto? ¿Una exageración? La pintura es correcta, dice Rodrigo Zarazaga, sacerdote e investigador del fenómeno, que asesoró a la producción de la tira. Y es correcta, dice, porque muestra la “legitimidad” del liderazgo del puntero y sus lados oscuros (Ver El clientelismo…)
Para verlos en acción alcanza el Barrio Nicole, construido desde la nada sobre un descampado tomado en 1997. Sus 10 mil vecinos no tienen título de propiedad, aunque llevan 13 años levantando sus casitas, teniendo hijos, enterrando a sus muertos, criando futuro. Hoy, dos calles asfaltadas conectan al Nicole con el resto de La Matanza. A la altura 35 de la ruta 3 (el cordón umbilical del municipio), el barrio está dividido en loteos de 10 por 20, donde se fueron construyendo casitas de ladrillo, chapas y maderas, desprolijas y humildes, dignas y no tanto. La electricidad se corta por las noches. El agua siempre falta. Las cloacas son lo que se hizo a pala. Trabajo real hay poco o nada a pesar de los espectaculares índices del INDEC de Guillermo Moreno. La mayoría sobrevive por la venta ambulante, el cirujeo o los planes sociales.
Cuando el Estado queda lejos, aparecen ellos. Y los oficialistas tienen la ventaja. Una máxima de la militancia barrial dice que un puntero precisa dos cosas: un teléfono que atienda y un picaporte que se abra. Esto es, contacto permanente con los funcionarios o dirigentes del partido, un lugar a dónde acudir cuando el barrio lo precisa. Es allí donde el peronismo, que gobierna la mayoría de los municipios del conurbano -28 sobre 33-, obtiene una ventaja sobre los demás. Porque el puntero se alimenta de fondos públicos, casi siempre. En el “Nicole”, ese lugar es ocupado en pequeña escala por la Agrupación Kolina, que responde a Alicia Kirchner y distribuye alimentos en una casita humilde como las otras, pero ubicada justo enfrente a la cancha de fútbol, el lugar de encuentro familiar. Y en mayor escala está Lily Galeano, dirigente surgida de las luchas matanceras para conseguir tierras y hoy militante activa del kirchnerismo. “Soy la mierda oficialista”, bromea Lily. Y avanza: “Yo sé que falta mucho, pero estamos mejor que antes, por eso banco a Cristina y la voy a seguir bancando”.
Lily administra, para empezar, la cooperativa de limpieza de Barrio “Nicole”, que financia el municipio a través del Plan Argentina Trabaja, un plan que da 1.200 pesos a cada cooperativista. Según el gobierno nacional, el Plan ya alcanza a más de 60 mil personas, pero sigue siendo muy selectivo. Los movimientos sociales enfrentados al kirchnerismo se quejan desde hace meses de no recibir el Plan. En el “Nicole” es así. Sólo Lily Galeano tuvo acceso al programa, con una cooperativa de limpieza que se supone que todos los días junta basura de las calles. El martes, durante la visita de Clarín, ninguno de los 60 cooperativistas trabajó. Pero en el barrio dicen que lo hacen casi siempre, al menos unos 40 o 50.
¿Lily saca provecho de eso? En general, aquí y en otros barrios, los punteros dan beneficios a cambio de apoyo político, esto es, a cambio de que los acompañen a las marchas o para llevar adelante programas sociales y, obviamente, a la hora de votar al intendente, al gobernador, al candidato presidencial. No hay un pago concreto para eso. No hay plata para los actos, sino reclamos de lealtad. Si te dan, tenés que retribuir, salvo para algunas misiones muy específicas, como el ser fiscal de mesa, para cuidar los votos propios, un trabajo que no se paga a menos de 200 pesos. Y además están los fondos, que aseguran la continuidad de la política barrial. Los que arman la cooperativa recaudan 100 pesos por mes de cada trabajador. Lily no desmiente, pero tiene una respuesta: “Tenemos un bono contribución que aportan los que pueden pagarlo, porque estamos comprando un terreno grande para hacer el centro cultural del barrio.” También se dice que no todos trabajan, que algunos cooperativistas apenas ponen su firma. “A esos les sacan 450 pesos”, denuncia Florinda, vecina de Lily.
Pero es la misma Florinda la que admite que Lily ayuda, que los punteros ayudan. También lo dice Sara Flores, un caso extraño en la política, ya que es hija de un diputado, del ex piquetero Héctor “Toti” Flores, de la Coalición Cívica. Sara no consigue nada por ser la hija de un diputado, sigue viviendo en el Nicole, se las rebusca como empleada doméstica y asesora -es abogada- a los vecinos que tienen que hacer denuncias en el Municipio o en la Justicia. “Es indudable que Lily y los demás punteros son líderes reales, porque han hecho mucho por el barrio. El problema es que los vecinos quedan atrapados para siempre con ellos. Y eso está mal, es una extorsión”. A su lado se suma otra mujer, porque las mujeres, se sabe, son la fuerza real en los barrios de la pobreza real. “Ayudan, es verdad, pero después te agarran, te piden que los acompañes a los actos, tenés que militar para ellos, pedir que voten al intendente”, dice Claudia Quinteros, madre de 7 chicos, la carcajada más fácil de La Matanza.
Claudia militó por años con la gente de Lily, cortó la ruta 3 con sus hijos a cuestas cuando se lo pidieron, se subió a los micros que mandó el municipio para asistir a actos oficialistas en Plaza de Mayo. Lo hizo porque no tenía nada y Lily le conseguía comida, un plan social de 150 pesos y hasta le hizo gestiones para sacar el DNI de dos de sus hijos, una gestión que precisa del celular o de los picaportes que se abren a los punteros. “Ahora me abrí, porque pude”, dice ella, y cuenta que tomó distancia por la Asignación Universal por hijo, un subsidio que elude punteros porque alcanza con ir a una oficina de la ANSES para hacer los trámites, probar que los chicos van al cole y empezar a cobrar. “Ese plan sí es bueno”, concede Claudia. La ecuación es simple: lo universal atenta contra el sistema clientelar; mientras más presencia del Estado, menos punteros; mientras menos necesidades, menos posibilidades de manipular voluntades.
Hacer política es conseguir cosas, dice una máxima militante. Pueden ser sueños, ilusiones, pueden ser, entre los que menos tienen, las cosas indispensables para vivir. Y la concreción de la ayuda es la herramienta de trabajo de los punteros. Están las cooperativas, los planes de asistencia, pero también los bolsones de comida, las tarjetas para compras en supermercados -se distribuyen en las casas de los referentes-, los paquetes con mercadería, las donaciones que hacen empresarios. “Juegan con la necesidad de la gente. Porque si no estás con ellos, te dejan para el último lugar. Y si un día tenés un problema, más vale que estés con ellos”, vuelve a decir Florinda. “Si a mí se me incendia la casa, Dios me libre, seguro que no me ayudan porque no milito con nadie”, agrega Claudia.
No es fácil quedarse afuera. Porque en el mundo de la pobreza real viven muchísimas personas y las soluciones se ven lejanas. Son más de 10 millones los argentinos pobres, según las encuestas privadas, o unos 4 millones, según el INDEC. A pesar de 8 años de crecimiento sostenido, los vulnerables siguen siendo una enormidad y viven de la urgencia, ese territorio donde se mueve el puntero.
¿Y de qué viven los punteros? Están ahí, al alcance de todos, y no son ricos, sino pobres con algunos beneficios. La casa de Lily es la de siempre, no tiene auto, aunque tiene la tranquilidad de un empleo fijo en el Ministerio de Trabajo, un empleo que le consiguió el ministro Carlos Tomada y que no le exige presentismo porque integra un programa de planificación de políticas para la Mujer.
Otros se las arreglan con los bonos contribución de sus seguidores, algunos son docentes en licencia permanente, están los que tienen un puesto en el Municipio o en la Universidad, aunque nunca vayan ni al Municipio ni a la Universidad. Y están, claro, los corruptos de siempre, que reciben coimas por despejar una zona tomada o por hacerle un acto en contra a un determinado dirigente. Pero nada que lo aleje demasiado del barrio. El verdadero referente no puede abandonar su territorio. Tienen que estar ahí, por cualquier cosa. En el Nicole, los punteros son los únicos que consiguen traslado para un chico enfermo en plena madrugada. Y ese poder es la vida o la muerte. Los “remiseritos”, como les dicen, cobran 1,50 pesos por pasajero para “sacar” a alguien del barrio hasta la ruta 3, donde otro remise lo llevará hasta el hospital. “¿Sabés cuántos chicos se murieron acá porque no entran las ambulancias”, dice Sara. Y todo queda lejos. Ir al municipio, llegar a la ANSES, soñar con un trabajo, todo queda lejos desde el Nicole. Por eso manda el que arrima. Donde no hay nada, es algo.
¿Quiénes son? ¿De qué viven? ¿Cómo se organizan? ¿Manipulan a los más pobres o los ayudan? Las definiciones nunca son tajantes, menos aún en la desprolijidad de los márgenes. Estamos en el Barrio Nicole, uno de los más de 100 barrios carenciados de La Matanza, a las dos de la tarde de un martes. La acción es siempre insuficiente, pero cotidiana. Hace un ratito, el comedor de Novoa, el puntero duhaldista, terminó de darle de comer a un grupo de chicos de entre 5 y 10 años. En un rato más, un camión descargará maderas y chapas frente a la casita de Lidia, la puntera de Francisco De Narváez, organizadora de los picados de fútbol y festivales de circo. Antes o después, o quizá mañana, 40 o 50 cooperativistas saldrán a limpiar algo de la basura arrojada por las calles. Esos cooperativistas han conseguido el empleo gracias a Lily, la puntera kirchnerista, la que manda y hoy más que nunca, porque los oficialistas, en el mundo punteril, en la política barrial, son los que llevan las de ganar.
No les gustan que los llamen “punteros”, porque saben que la palabra tiene mala fama. Se prefieren “referentes barriales” o “líderes sociales”. Y hay de todo, aquí o en cualquier barrio pobre. Los hay sensibles, los hay corruptos, estafadores, comprometidos, son tan imperfectos como el mundo que habitan. En mucho, pero no en todo, se parecen al personaje que compone Julio Chávez en El Puntero, la exitosa serie que al fin carga de política la pantalla de la tele y que es observada con atención en el mundo que retrata. “Me da náuseas, pero el programa es igual a la vida real”, dice Sara Flores, mientras camina por las calles de tierra del Barrio Nicole, calles en las que hay que ir esquivando basura y los charcos que aguantan barro y agua de la lluvia de hace una semana. También opina Lily Galeano, fundadora del barrio: “Nosotros no somos así, es una burla pensar que salimos de los barrios con las banderas y los bombos”, protesta.
De lo que hablan Sara y Lily, de lo que hablarán después Claudia Quinteros o Florinda, es acerca del trabajo político real en la pobreza real y de la esquiva relación entre el Estado y los más desplazados. Los punteros son eso, nexos, puentes, o “intermediarios” entre dos mundos, según la definición de Adriana Rofman, investigadora del Insituto del Conurbano (ver página 40).
En el lenguaje televisivo, donde todo debe ocurrir en demasiado poco tiempo, el puntero acude a salvar a sus vecinos cuando precisan una plata de urgencia, es el que media con el intendente para conseguir cloacas, pero también es el que moviliza a su capricho a los pobres y es capaz de incendiar un galpón para tapar el robo de medicamentos. ¿Es cierto? ¿Una exageración? La pintura es correcta, dice Rodrigo Zarazaga, sacerdote e investigador del fenómeno, que asesoró a la producción de la tira. Y es correcta, dice, porque muestra la “legitimidad” del liderazgo del puntero y sus lados oscuros (Ver El clientelismo…)
Para verlos en acción alcanza el Barrio Nicole, construido desde la nada sobre un descampado tomado en 1997. Sus 10 mil vecinos no tienen título de propiedad, aunque llevan 13 años levantando sus casitas, teniendo hijos, enterrando a sus muertos, criando futuro. Hoy, dos calles asfaltadas conectan al Nicole con el resto de La Matanza. A la altura 35 de la ruta 3 (el cordón umbilical del municipio), el barrio está dividido en loteos de 10 por 20, donde se fueron construyendo casitas de ladrillo, chapas y maderas, desprolijas y humildes, dignas y no tanto. La electricidad se corta por las noches. El agua siempre falta. Las cloacas son lo que se hizo a pala. Trabajo real hay poco o nada a pesar de los espectaculares índices del INDEC de Guillermo Moreno. La mayoría sobrevive por la venta ambulante, el cirujeo o los planes sociales.
Cuando el Estado queda lejos, aparecen ellos. Y los oficialistas tienen la ventaja. Una máxima de la militancia barrial dice que un puntero precisa dos cosas: un teléfono que atienda y un picaporte que se abra. Esto es, contacto permanente con los funcionarios o dirigentes del partido, un lugar a dónde acudir cuando el barrio lo precisa. Es allí donde el peronismo, que gobierna la mayoría de los municipios del conurbano -28 sobre 33-, obtiene una ventaja sobre los demás. Porque el puntero se alimenta de fondos públicos, casi siempre. En el “Nicole”, ese lugar es ocupado en pequeña escala por la Agrupación Kolina, que responde a Alicia Kirchner y distribuye alimentos en una casita humilde como las otras, pero ubicada justo enfrente a la cancha de fútbol, el lugar de encuentro familiar. Y en mayor escala está Lily Galeano, dirigente surgida de las luchas matanceras para conseguir tierras y hoy militante activa del kirchnerismo. “Soy la mierda oficialista”, bromea Lily. Y avanza: “Yo sé que falta mucho, pero estamos mejor que antes, por eso banco a Cristina y la voy a seguir bancando”.
Lily administra, para empezar, la cooperativa de limpieza de Barrio “Nicole”, que financia el municipio a través del Plan Argentina Trabaja, un plan que da 1.200 pesos a cada cooperativista. Según el gobierno nacional, el Plan ya alcanza a más de 60 mil personas, pero sigue siendo muy selectivo. Los movimientos sociales enfrentados al kirchnerismo se quejan desde hace meses de no recibir el Plan. En el “Nicole” es así. Sólo Lily Galeano tuvo acceso al programa, con una cooperativa de limpieza que se supone que todos los días junta basura de las calles. El martes, durante la visita de Clarín, ninguno de los 60 cooperativistas trabajó. Pero en el barrio dicen que lo hacen casi siempre, al menos unos 40 o 50.
¿Lily saca provecho de eso? En general, aquí y en otros barrios, los punteros dan beneficios a cambio de apoyo político, esto es, a cambio de que los acompañen a las marchas o para llevar adelante programas sociales y, obviamente, a la hora de votar al intendente, al gobernador, al candidato presidencial. No hay un pago concreto para eso. No hay plata para los actos, sino reclamos de lealtad. Si te dan, tenés que retribuir, salvo para algunas misiones muy específicas, como el ser fiscal de mesa, para cuidar los votos propios, un trabajo que no se paga a menos de 200 pesos. Y además están los fondos, que aseguran la continuidad de la política barrial. Los que arman la cooperativa recaudan 100 pesos por mes de cada trabajador. Lily no desmiente, pero tiene una respuesta: “Tenemos un bono contribución que aportan los que pueden pagarlo, porque estamos comprando un terreno grande para hacer el centro cultural del barrio.” También se dice que no todos trabajan, que algunos cooperativistas apenas ponen su firma. “A esos les sacan 450 pesos”, denuncia Florinda, vecina de Lily.
Pero es la misma Florinda la que admite que Lily ayuda, que los punteros ayudan. También lo dice Sara Flores, un caso extraño en la política, ya que es hija de un diputado, del ex piquetero Héctor “Toti” Flores, de la Coalición Cívica. Sara no consigue nada por ser la hija de un diputado, sigue viviendo en el Nicole, se las rebusca como empleada doméstica y asesora -es abogada- a los vecinos que tienen que hacer denuncias en el Municipio o en la Justicia. “Es indudable que Lily y los demás punteros son líderes reales, porque han hecho mucho por el barrio. El problema es que los vecinos quedan atrapados para siempre con ellos. Y eso está mal, es una extorsión”. A su lado se suma otra mujer, porque las mujeres, se sabe, son la fuerza real en los barrios de la pobreza real. “Ayudan, es verdad, pero después te agarran, te piden que los acompañes a los actos, tenés que militar para ellos, pedir que voten al intendente”, dice Claudia Quinteros, madre de 7 chicos, la carcajada más fácil de La Matanza.
Claudia militó por años con la gente de Lily, cortó la ruta 3 con sus hijos a cuestas cuando se lo pidieron, se subió a los micros que mandó el municipio para asistir a actos oficialistas en Plaza de Mayo. Lo hizo porque no tenía nada y Lily le conseguía comida, un plan social de 150 pesos y hasta le hizo gestiones para sacar el DNI de dos de sus hijos, una gestión que precisa del celular o de los picaportes que se abren a los punteros. “Ahora me abrí, porque pude”, dice ella, y cuenta que tomó distancia por la Asignación Universal por hijo, un subsidio que elude punteros porque alcanza con ir a una oficina de la ANSES para hacer los trámites, probar que los chicos van al cole y empezar a cobrar. “Ese plan sí es bueno”, concede Claudia. La ecuación es simple: lo universal atenta contra el sistema clientelar; mientras más presencia del Estado, menos punteros; mientras menos necesidades, menos posibilidades de manipular voluntades.
Hacer política es conseguir cosas, dice una máxima militante. Pueden ser sueños, ilusiones, pueden ser, entre los que menos tienen, las cosas indispensables para vivir. Y la concreción de la ayuda es la herramienta de trabajo de los punteros. Están las cooperativas, los planes de asistencia, pero también los bolsones de comida, las tarjetas para compras en supermercados -se distribuyen en las casas de los referentes-, los paquetes con mercadería, las donaciones que hacen empresarios. “Juegan con la necesidad de la gente. Porque si no estás con ellos, te dejan para el último lugar. Y si un día tenés un problema, más vale que estés con ellos”, vuelve a decir Florinda. “Si a mí se me incendia la casa, Dios me libre, seguro que no me ayudan porque no milito con nadie”, agrega Claudia.
No es fácil quedarse afuera. Porque en el mundo de la pobreza real viven muchísimas personas y las soluciones se ven lejanas. Son más de 10 millones los argentinos pobres, según las encuestas privadas, o unos 4 millones, según el INDEC. A pesar de 8 años de crecimiento sostenido, los vulnerables siguen siendo una enormidad y viven de la urgencia, ese territorio donde se mueve el puntero.
¿Y de qué viven los punteros? Están ahí, al alcance de todos, y no son ricos, sino pobres con algunos beneficios. La casa de Lily es la de siempre, no tiene auto, aunque tiene la tranquilidad de un empleo fijo en el Ministerio de Trabajo, un empleo que le consiguió el ministro Carlos Tomada y que no le exige presentismo porque integra un programa de planificación de políticas para la Mujer.
Otros se las arreglan con los bonos contribución de sus seguidores, algunos son docentes en licencia permanente, están los que tienen un puesto en el Municipio o en la Universidad, aunque nunca vayan ni al Municipio ni a la Universidad. Y están, claro, los corruptos de siempre, que reciben coimas por despejar una zona tomada o por hacerle un acto en contra a un determinado dirigente. Pero nada que lo aleje demasiado del barrio. El verdadero referente no puede abandonar su territorio. Tienen que estar ahí, por cualquier cosa. En el Nicole, los punteros son los únicos que consiguen traslado para un chico enfermo en plena madrugada. Y ese poder es la vida o la muerte. Los “remiseritos”, como les dicen, cobran 1,50 pesos por pasajero para “sacar” a alguien del barrio hasta la ruta 3, donde otro remise lo llevará hasta el hospital. “¿Sabés cuántos chicos se murieron acá porque no entran las ambulancias”, dice Sara. Y todo queda lejos. Ir al municipio, llegar a la ANSES, soñar con un trabajo, todo queda lejos desde el Nicole. Por eso manda el que arrima. Donde no hay nada, es algo.