SI la estrategia del Gobierno es amigarse con el Club de París, volver a endeudarse y pasar las supervisiones del Fondo Monetario Internacional, ha dado un paso en el sentido correcto. No parece haber otra razón para el súbito ataque de sinceridad de las estadísticas presentado junto a los mismos funcionarios que llevaron a un descrédito internacional inédito al sistema de información pública.
El Gobierno parece no haber pagado grandes costos políticos por la manipulación. Cristina Kirchner logró su reelección con el 54% de los votos cuando era vox populi que los números de costo de vida, pobreza y crecimiento, cuando menos, eran meras invenciones. Los diputados que denunciaron la maniobra y presentaron estadísticas creíbles lograron entonces exigua cantidad de votos.
La Argentina es un país curioso, que ha tenido sus mejores estadísticas cuando se las exigieron desde el extranjero. A fines de los 80, el Indec estaba en estado calamitoso. Para saber cuál fue el resultado de la balanza comercial de 1989 hubo que esperar hasta mayo de 1990.
El ministro Erman González debía tomar decisiones cruciales con una alarmante falta de datos oportunos y las mejores cifras del Tesoro las producía el Banco Central. Un joven Jorge Capitanich se las veía entonces en figurillas para recopilar datos de las provincias para el secretario de Hacienda, Saúl Bouer.
Con Domingo Cavallo en Economía, con la dirección de Juan José Llach en Programación Económica, Ricardo Gutiérrez en la Secretaría de Hacienda y Marcos Makón en la Subsecretaría de Presupuesto, la Argentina logró lanzar el mejor sistema estadístico que haya tenido jamás. Un ejemplo internacional. Roque Fernández y los suyos continuaron y mejoraron la tarea.
No se puede dudar del prestigio profesional de los que condujeron el proceso y de los muchos otros técnicos que lo instrumentaron. Pero la necesidad política es también innegable. La iniciativa fue tomada y sostenida porque era condición indispensable para poder colocar deuda y atraer inversiones.
Cuando el país dejó de necesitar el financiamiento externo, la actual administración pudo destruir las estadísticas y desplazar, perseguir y humillar a los técnicos de nivel internacional que se habían formado y perfeccionado con recursos públicos. A la sociedad pareció no importarle demasiado.
Habrá que ver cómo se comporta el Gobierno en los meses por venir, si sus mediciones siguen siendo verosímiles. En la historia del kirchnerismo sobran los ejemplos de movimientos espasmódicos y contradictorios.
En 2005 en la cumbre de presidentes en Mar del Plata, Néstor Kirchner maltrató en público al entonces presidente de Estados Unidos, George Bush. Un mes después cumplió el deseo del republicano y pagó por adelantado, al contado y sin quita, la deuda con el FMI.
Cristina Kirchner mostró grandes deseos de llevarse bien con Barack Obama y, como no lo consiguió a la velocidad que quería, se produjeron incidentes tristísimos, como el del avión que «allanó» el canciller Héctor Timerman. Que la conducción del Indec no haya cambiado no es una buena señal.
Tal vez Cristina Kirchner quiere terminar razonablemente su mandato, con un puente financiero, pero sin renunciar al relato. E intenta volver al Fondo entonando canciones de Silvio Rodríguez. .