Gabriel Vommaro es doctor en sociología por la École des Hautes Études en Sciences Sociales, investigador de la Universidad Nacional de General Sarmiento y del CONICET. Hace algunos años que junto a un grupo de investigadores académicos investiga al PRO y su constitución como partido. Es compilador junto a Sergio Morresi de “Hagamos equipo”. PRO y la construcción de la nueva derecha en Argentina y coautor con Morresi y Alejandro Bellotti de Mundo PRO. Un partido fabricado para ganar. “Cambiemos tuvo que construir su propia crisis”, advierte sobre el primer año de Mauricio Macri en la presidencia.
–A partir de la investigación académica que hicieron, ¿qué presupuestos se cumplieron de un gobierno nacional del PRO y cuáles no?
–Hubo algunas cuestiones esperadas, como la de un Gobierno pragmático, con una orientación económica-política general, pero con una adaptación a dos grandes imperativos: mantener la gobernabilidad social y construir gobernabilidad política. Era esperable un Gobierno con esa plasticidad y ese pragmatismo. Otra cuestion que era esperable era un gobierno que renovara el personal político y que incorporara a cuadros provenientes de universos no políticos.
–En su primer libro, ustedes analizaban la presencia de gerentes en el Gobierno porteño. ¿La incorporación de CEO al Gobierno nacional es diferente a lo que vieron?
–Se mantiene la proporción de los dos grandes segmentos: los nuevos políticos y los viejos políticos. Dentro de los nuevos, estaban los que venían de empresas y los que venían de la ONG. Y dentro de los viejos, estaban los que venían de la UCR, peronismo o de la derecha tradicional. Entre esas facciones, había una división del trabajo que se mantiene en la actualidad: si mirás qué puestos ocupan los managers y qué puestos los políticos hay cierta lógica PRO en eso. Hay una coherencia: los gerentes se ocupan de finanzas e infraestructura. Por ejemplo, Transporte con Dietrich, que tiene una densidad de managers en su ministerio, por el rol que cumplió.
–¿Qué rol cumplió?
–Tanto Dietrich como Esteban Bullrich fueron grandes articuladores entre el mundo de los managers y el actual gobierno. El vínculo de Macri con el mundo empresario no es distinto al de cualquier movimiento político que es opción de poder. En todo caso, donde hay un vínculo privilegiado es con los sectores más internacionalizados y del mercado mundial. Sí es distintivo del PRO su penetración en el mundo de los CEO y los managers, que no son los dueños. Parte de esa porosidad tiene que ver con la creación de dispositivos satelitales (fundaciones, think tanks), que sirvieron para contener y reclutar a esos sectores. Uno puede pensar que los CEO no tenían ninguna determinación histórica para llegar a la actividad pública.
–Volviendo a la pregunta original: ¿qué lo sorprendió del Gobierno de Macri en su primer año?
–Me sorprendió la rapidez y la agresividad del cambio cultural. Era muy difícil pensar el 9 de diciembre en la Plaza de Mayo de Cristina Kirchner que iba a haber un cambio en la cultura oficial tan grande que iba a dejar en la intemperie simbólica a todo el kirchnerismo inorgánico. Lo que pasó con todos las empresas comunicacionales ligadas al kirchnerismo y cómo se derrumbaron de manera sorprendente, cómo se desarmó en poco tiempo y por decreto la ley de medios, sin grandes resistencias populares. Había un marco de sentido construido hace tiempo del kirchnerismo como farsa, como una banda que toma el Estado para saquearlo, etcétera, todo esto se vuelve de repente doctrina oficial. Es el antikirchnerismo sobre el que se monta el Gobierno de Cambiemos –probablemente haya estado en la base de su triunfo muy ajustado– para proponer una embestida muy agresiva contra la cosmovisión kirchnerista. Eso tiene consecuencias simbólicas muy fuertes.
–Uno podría pensar en el menemismo y la construcción de sentido contra las empresas públicas, que cambió estructuras históricas del Estado…
–Si se piensan los años menemistas, 1989-93, fueron de reforma muy acelerada. Menem también se montaba sobre un clima antiestatal previo. El candidato pro privatización era su adversario, no él. Se monta sobre un protoconsenso. Logra en muy poco tiempo, con la reforma del Estado en los primeros meses, grandes reformas económicas que tienen impacto social crucial y lo hace en los primeros años. Lo que no logra nunca es una avanzada en la legislación laboral a la altura de la que hubiese querido. La consiguió la Alianza con la Ley Banelco.
–Ahora vuelve a aparecer en el discurso presidencial…
–Sin duda. Está muy claro que es uno de los temas del Gobierno de Cambiemos y la alianza social que lo sustenta: esta idea de que el costo laboral en la Argentina está muy alto. Es un componente neoliberal. Pero recordemos que Cambiemos tuvo que construir su propia crisis. Cambiemos construye esta idea de que nos salvamos del abismo. Creo que ningún trabajador formal o las clases medias podrían adherir a que estamos frente a un abismo económico (sí tal vez una minoría intensa del voto Cambiemos). La mayoría no suscribiría a esta idea de que nos salvaron de una crisis como fue la hiperinflación de 1989.
–El discurso de llegada del macrismo, de todas formas, ¿no opera como si vinieran de una crisis?
–Lo van construyendo. No es de entrada. En marzo sacan el documento del Estado del Estado. Fue una construcción titubeante y lenta, en buena parte, porque la evidencia empírica era débil. No es algo que iba de suyo como con la hiperinflación de 1989. La parte más baja de las clases populares era la más perjudicada entonces y es la más perjudicada ahora. ¿Quiénes perdieron este año? No las clases medias todavía. No el asalariado formal, que perdió unos puntos, pero todavía no perdió lo que podría perder en un ajuste salvaje.
–¿Sigue pensando, después de este año, que el PRO es el neoliberalismo después del neoliberalismo o es el neoliberalismo a secas?
–No creo que se lo pueda comparar con la experiencia de Menem. El actual Gobierno tiene más dificultades que el menemismo para convencer a la ciudadanía que nos salvaron del abismo económico. Sí el tema del autoritarismo mantiene la llama del antikirchnerismo. Está claro que si el año que viene logra buenos resultados en las elecciones va a poder avanzar más cómodamente en sus reformas pospuestas. Y va a diseñar un plan para los próximos seis años.
–¿Qué pasa con las promesas no cumplidas?
–El votante duro antikirchnerista todavía se alimenta de bolsos y de monjas. Por fuera de eso, las promesas incumplidas hacen mella, pero no tienen un capitalizador externo claro. Y una cierta novedad: el sector republicano de Cambiemos y los columnistas conservadores hacen críticas al escaso republicanismo de Macri y del núcleo duro de Cambiemos, de los DNU de la Corte para acá. Cambiemos puede seguir alimentándose del fading antikirchnerista, pero en un momento puede tener un costo para la alianza.
–La interna de Jaime Durán Barba con Emilio Monzó, ¿marca dos caminos para el PRO?
–Es una tensión que viene de hace tiempo y es parte constitutiva de la fundación del PRO. Macri siempre incorporó nuevos aliados que no desdibujaran al partido. Macri, Marcos Peña y Durán Barba quisieran seguir construyendo Cambiemos en esa línea. Y siempre está la otra posición, hoy representada por Monzó, de morder más del peronismo. Con Cambiemos en el Gobierno, algunos piensan que es la oportunidad de formar un movimiento sólido. Ahora bien: hay una segunda tensión, que no es ni la de Durán Barba ni la de Monzó, que es la de consolidar el partido PRO. Por ejemplo, los PRO provinciales que se conformaron trabajosamente tienen el problema de que el Gobierno privilegia otros interlocutores locales. No parece que el PRO esté en un proceso de real nacionalización.
–En la encuesta que hicieron para su libro a dirigentes del PRO, el 92 por ciento estaba a favor de controlar la protesta social. ¿Por qué no se vieron casos como el de Indoamericano o el Borda?
–Por primera vez, una fuerza de centroderecha, que intenta politizar a sectores de elite social y económica, tiene que lidiar con la complejidad de un país democrático y plebeyo como es la Argentina. Creo que los costos sociales de entrar en un proceso de ajuste económico, bajar el poder de compra de los sectores más bajos, y encima ingresar con una política más restrictiva de la protesta social hubiera significado una amenaza a la gobernabilidad.
–A partir de la investigación académica que hicieron, ¿qué presupuestos se cumplieron de un gobierno nacional del PRO y cuáles no?
–Hubo algunas cuestiones esperadas, como la de un Gobierno pragmático, con una orientación económica-política general, pero con una adaptación a dos grandes imperativos: mantener la gobernabilidad social y construir gobernabilidad política. Era esperable un Gobierno con esa plasticidad y ese pragmatismo. Otra cuestion que era esperable era un gobierno que renovara el personal político y que incorporara a cuadros provenientes de universos no políticos.
–En su primer libro, ustedes analizaban la presencia de gerentes en el Gobierno porteño. ¿La incorporación de CEO al Gobierno nacional es diferente a lo que vieron?
–Se mantiene la proporción de los dos grandes segmentos: los nuevos políticos y los viejos políticos. Dentro de los nuevos, estaban los que venían de empresas y los que venían de la ONG. Y dentro de los viejos, estaban los que venían de la UCR, peronismo o de la derecha tradicional. Entre esas facciones, había una división del trabajo que se mantiene en la actualidad: si mirás qué puestos ocupan los managers y qué puestos los políticos hay cierta lógica PRO en eso. Hay una coherencia: los gerentes se ocupan de finanzas e infraestructura. Por ejemplo, Transporte con Dietrich, que tiene una densidad de managers en su ministerio, por el rol que cumplió.
–¿Qué rol cumplió?
–Tanto Dietrich como Esteban Bullrich fueron grandes articuladores entre el mundo de los managers y el actual gobierno. El vínculo de Macri con el mundo empresario no es distinto al de cualquier movimiento político que es opción de poder. En todo caso, donde hay un vínculo privilegiado es con los sectores más internacionalizados y del mercado mundial. Sí es distintivo del PRO su penetración en el mundo de los CEO y los managers, que no son los dueños. Parte de esa porosidad tiene que ver con la creación de dispositivos satelitales (fundaciones, think tanks), que sirvieron para contener y reclutar a esos sectores. Uno puede pensar que los CEO no tenían ninguna determinación histórica para llegar a la actividad pública.
–Volviendo a la pregunta original: ¿qué lo sorprendió del Gobierno de Macri en su primer año?
–Me sorprendió la rapidez y la agresividad del cambio cultural. Era muy difícil pensar el 9 de diciembre en la Plaza de Mayo de Cristina Kirchner que iba a haber un cambio en la cultura oficial tan grande que iba a dejar en la intemperie simbólica a todo el kirchnerismo inorgánico. Lo que pasó con todos las empresas comunicacionales ligadas al kirchnerismo y cómo se derrumbaron de manera sorprendente, cómo se desarmó en poco tiempo y por decreto la ley de medios, sin grandes resistencias populares. Había un marco de sentido construido hace tiempo del kirchnerismo como farsa, como una banda que toma el Estado para saquearlo, etcétera, todo esto se vuelve de repente doctrina oficial. Es el antikirchnerismo sobre el que se monta el Gobierno de Cambiemos –probablemente haya estado en la base de su triunfo muy ajustado– para proponer una embestida muy agresiva contra la cosmovisión kirchnerista. Eso tiene consecuencias simbólicas muy fuertes.
–Uno podría pensar en el menemismo y la construcción de sentido contra las empresas públicas, que cambió estructuras históricas del Estado…
–Si se piensan los años menemistas, 1989-93, fueron de reforma muy acelerada. Menem también se montaba sobre un clima antiestatal previo. El candidato pro privatización era su adversario, no él. Se monta sobre un protoconsenso. Logra en muy poco tiempo, con la reforma del Estado en los primeros meses, grandes reformas económicas que tienen impacto social crucial y lo hace en los primeros años. Lo que no logra nunca es una avanzada en la legislación laboral a la altura de la que hubiese querido. La consiguió la Alianza con la Ley Banelco.
–Ahora vuelve a aparecer en el discurso presidencial…
–Sin duda. Está muy claro que es uno de los temas del Gobierno de Cambiemos y la alianza social que lo sustenta: esta idea de que el costo laboral en la Argentina está muy alto. Es un componente neoliberal. Pero recordemos que Cambiemos tuvo que construir su propia crisis. Cambiemos construye esta idea de que nos salvamos del abismo. Creo que ningún trabajador formal o las clases medias podrían adherir a que estamos frente a un abismo económico (sí tal vez una minoría intensa del voto Cambiemos). La mayoría no suscribiría a esta idea de que nos salvaron de una crisis como fue la hiperinflación de 1989.
–El discurso de llegada del macrismo, de todas formas, ¿no opera como si vinieran de una crisis?
–Lo van construyendo. No es de entrada. En marzo sacan el documento del Estado del Estado. Fue una construcción titubeante y lenta, en buena parte, porque la evidencia empírica era débil. No es algo que iba de suyo como con la hiperinflación de 1989. La parte más baja de las clases populares era la más perjudicada entonces y es la más perjudicada ahora. ¿Quiénes perdieron este año? No las clases medias todavía. No el asalariado formal, que perdió unos puntos, pero todavía no perdió lo que podría perder en un ajuste salvaje.
–¿Sigue pensando, después de este año, que el PRO es el neoliberalismo después del neoliberalismo o es el neoliberalismo a secas?
–No creo que se lo pueda comparar con la experiencia de Menem. El actual Gobierno tiene más dificultades que el menemismo para convencer a la ciudadanía que nos salvaron del abismo económico. Sí el tema del autoritarismo mantiene la llama del antikirchnerismo. Está claro que si el año que viene logra buenos resultados en las elecciones va a poder avanzar más cómodamente en sus reformas pospuestas. Y va a diseñar un plan para los próximos seis años.
–¿Qué pasa con las promesas no cumplidas?
–El votante duro antikirchnerista todavía se alimenta de bolsos y de monjas. Por fuera de eso, las promesas incumplidas hacen mella, pero no tienen un capitalizador externo claro. Y una cierta novedad: el sector republicano de Cambiemos y los columnistas conservadores hacen críticas al escaso republicanismo de Macri y del núcleo duro de Cambiemos, de los DNU de la Corte para acá. Cambiemos puede seguir alimentándose del fading antikirchnerista, pero en un momento puede tener un costo para la alianza.
–La interna de Jaime Durán Barba con Emilio Monzó, ¿marca dos caminos para el PRO?
–Es una tensión que viene de hace tiempo y es parte constitutiva de la fundación del PRO. Macri siempre incorporó nuevos aliados que no desdibujaran al partido. Macri, Marcos Peña y Durán Barba quisieran seguir construyendo Cambiemos en esa línea. Y siempre está la otra posición, hoy representada por Monzó, de morder más del peronismo. Con Cambiemos en el Gobierno, algunos piensan que es la oportunidad de formar un movimiento sólido. Ahora bien: hay una segunda tensión, que no es ni la de Durán Barba ni la de Monzó, que es la de consolidar el partido PRO. Por ejemplo, los PRO provinciales que se conformaron trabajosamente tienen el problema de que el Gobierno privilegia otros interlocutores locales. No parece que el PRO esté en un proceso de real nacionalización.
–En la encuesta que hicieron para su libro a dirigentes del PRO, el 92 por ciento estaba a favor de controlar la protesta social. ¿Por qué no se vieron casos como el de Indoamericano o el Borda?
–Por primera vez, una fuerza de centroderecha, que intenta politizar a sectores de elite social y económica, tiene que lidiar con la complejidad de un país democrático y plebeyo como es la Argentina. Creo que los costos sociales de entrar en un proceso de ajuste económico, bajar el poder de compra de los sectores más bajos, y encima ingresar con una política más restrictiva de la protesta social hubiera significado una amenaza a la gobernabilidad.