Historieta VIII: Perfumes

Mercedes levantó las cejas y esbozó a su vez una leve sonrisa. Estiró la mano hasta que la palma se ubicó exactamente debajo de las llaves que el viejo soltaba. Empleando un tono suave le preguntó a Martín – Me seguís..?

Caminando delante suyo pensó que se acercaba a una obra de arte. Cuando llegó al rellano de la escalera lo esperó para fomentar una conversación. Usaba un perfume delicado. Evidentemente tenía clase, sensibilidad para distinguir y combinar su perfume con su piel –No todas las mujeres lo logran – se descubrió pensando – elegir perfume es como elegir ropa, accesorios; están las que saben, están las que no. Qué buen regalo es encontrar a las que saben!–

– Muchos de nosotros creemos que sos el candidato perfecto. Creemos que vas a aceptar y que vas a hacer un buen trabajo – y continuó – para muchos de nosotros también es un proceso totalmente nuevo, así que no sos el único que está nervioso – agregó, en busca de complicidad.

– Entonces lo disimulan mejor que yo. Hace noches que no duermo bien, no como, siento todo el cuerpo en tensión, como si algo fuera a pasar de repente. Y te digo que no es gracioso: siento el cuerpo cansado – devolvió. – Cuando llegues a casa date un baño, relajate. Tomate un par de días. Tratá de no pensar en esto. No te enrosques en preguntas sin respuestas ni en dilemas insalvables – sugirió ella –vas a ver como, notablemente, tu mente encuentra caminos y resuelve planteos inesperados.

Después de abrirle la puerta del conductor y con un además entre exagerado y divertido invitarlo a subir, vino una rápida recorrida por lo que ella denominó comandos especiales del auto. Martín ya había visto botones que le parecieron raros, extranjeros. Ella le mencionó algunos y el trató de poner atención, pero en realidad se daba por hecho con sentir una vez más su perfume y llegar a casa rápido. – Ahora seguí las instrucciones de los chicos – concluyó Mercedes. Cuando arrancó el motor y sintió el ronroneo, empezó a hacer memoria de cuanto hacía que no manejaba. Ella hizo un par de pasos retrocediendo y uno de los gigantes le dio todas las indicaciones para encarrilar las ruedas a la rampa de un camión que lo esperaba. Subió y escuchó como, detrás de él, cerraban las puertas. Antes del golpe y clank final escuchó cómo le pedían que colocara el freno de mano. La oscuridad era completa. – Esperemos que termine pronto – pensó, mientras sintió una pendulación de la estructura y el motor que se ponía en marcha. Luego el movimiento, el bambolearse, las frenadas suaves. Tenía mucho sueño pero sabía que no se dormiría hasta estar en su cama. Unos quince minutos más tarde volvió a sentir una detención seguida del golpe de la puerta del camión, las puertas traseras de la caja y la maniobra. Mientras bajaba, guiado por el gigante, le preguntó – Vos sos Russo? – No, Morales; Russo es el más castaño. Te ubicás acá, pibe? – Esperá, dejame ver que la luz me está matando. Creo que sí – respondió Martín, poniendo la mano en visera y forzando el entrecejo. – Estamos en Boedo, no? – Exacto. Seguí por acá hasta Jujuy. – OK, bárbaro.

En minutos estaba en la vereda de su casa. Estacionó el Fiat en el mismo lugar en el que solía estacionar su viejo Chevrolet, cuando todavía lo tenía. Se bajó mirando alrededor, quizás preocupado de que no hubieran muchos testigos. También un poco orgulloso. Feliz. Dudó. Nunca había tenido un cabriolet – Se estacionan y se dejan así, abiertos? Será seguro? Con llevarme la llave es suficiente o le pongo el cobertizo? …Roban estéreo del auto de Superhéroe. Los corre pero no logra alcanzarlos…- se divirtió con su ocurrencia para la primera página de policiales y se imaginó entrando a la comisaría con el disfraz ridículo y un cabo Fernández, tomándole la denuncia a dos índices en una vieja Remington. – Necesito dormir ya. – pensó. Y de nuevo, súbitamente, de la nada, la imagen de ella. – Y cómo necesito a la Gringa, miér…

Desde el umbral le dio una mirada de despedida al auto. Respiró profundo. Demasiado real para ser un sueño. Y comenzó a subir aquella escalera.

Abrió la puerta y vio el bolso. Era el de ella, arriba de la mesa. Y el manojo de llaves. Hacía tiempo que no le hacía ese regalo. Su perfume, el aroma de esa piel que él tanto amaba, planeaba tenue por toda la casa. Él sabía adonde ir para encontrar la fuente, el origen de aquel estallido. Pero jugo a evitarlo, a disfrutar una corta e infantil rebeldía. Y fue hacia la cocina, donde tomó ul cartón de jugo de la heladera. Sonrió. Un par de minutos después entraba en la habitación, donde la encontró dormida. Se desnudó, se aproximó por su espalda, cuando los tuvo en perspectiva observó sus bucles rubios y largos y luego pasó su brazo por encima de su cintura. Ella percibió su presencia, pero sin duda se había quedado dormida. Reafirmó su abrazo pasando su brazo por encima y apoyó su mano encima de la de él.

El se acercó y le besó el cuello y el hombro. Ella balbuceó algo, pero él no quiso ni pudo responder, ya estaba borracho con su perfume. Y entrar al sueño de esa forma no podía interferirse con palabras inútiles.

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