El dilema de Carrió

“tu presencia de bacana puso calor en mi nido,
fuiste buena, consecuente y yo sé que me has querido
como no quisiste a nadie, como no podrás querer.”
Mano a mano – Celedonio Flores (1923)
Algunos analistas políticos describen que la sociedad argentina está dividida por una grieta. Este extendido concepto explica de forma simplificada que existen dos grandes polos -macristas y kirchneristas- que si bien son parte de un mismo cuerpo social se encuentran divididos por una brecha que separa sus intereses, cosmovisiones y hasta ideologías. Para ellos, estos segmentos son compartimentos estancos, indisolubles al interior, pero a la vez irreconciliables entre sí.
Si bien algo de esto es innegablemente cierto (lo corroboraremos en la próxima celebración navideña), al interior de estos polos también hay matices. Las razones por las cuales una porción importante del electorado apoya al gobierno nacional son varias y variadas: porque representa “lo nuevo”, porque lo consideran honesto, porque le tienen confianza o bien porque es la garantía de que el kirchnerismo (el polo al otro lado de la grieta) “no vuelva más” son algunas de las razones que aparecen en estudios cualitativos.
Elisa Carrió es quien mejor representa desde lo institucional esos matices más allá de su incontinencia verbal. Aunque no pertenezca al Poder Ejecutivo, la líder de la Coalición Cívica se jacta de tener línea directa con el presidente, incluyó funcionarios de su riñón en la Casa Rosada, y desafía a integrantes del círculo cercano del Presidente como es el caso de Daniel Angelici, delfín de Macri en Boca Juniors.
En las últimas semanas la relación entre Macri y Carrió se tensó. Primero con la destitución de tres funcionarios de AFIP y luego por la situación del Ministro de Justicia Germán Garavano, que derivó en el pedido de juicio político para él.
Volviendo al principio, Carrió es una suerte de oposición dentro del oficialismo. Es decir, la garantía para un sector de la sociedad (que apoya al gobierno pero no tanto) de que se cumplan ciertos parámetros de honestidad y transparencia que le atribuyen a Carrió pero no al presidente. Por eso Macri debe administrar con la líder de la Coalición Cívica una relación que le permita atravesar los temas más álgidos de su gestión y a la vez satisfacer la vara moral de la Diputada.
Hasta diciembre del año pasado esa estrategia (buscada o casual) le funcionó correctamente al gobierno. Tras la controversial Reforma Previsional, la imagen pública de Carrió quedó más asociada al Gobierno nacional y el margen de maniobra se volvió más estrecho. La espada de Damocles que pende sobre la cabeza de Macri es el divorcio de su socia política por lo que representa para un sector de su electorado, aquel que necesita el “sello de transparencia” que Carrió garantiza.
Una parte del votante Cambiemita es ideológico y muy firme. Hoy las encuestas lo cuantifican en alrededor de un 30% del total. Suficiente para acceder a una segunda vuelta en 2019. Muchos de ellos están decepcionados por el fracaso estrepitoso de la gestión Macri en materia económica. No obstante, siguen bancando al gobierno. Un potencial quiebre de la coalición de gobierno le puede dar más dolores de cabeza a Macri, que necesita los votos que le asegura Carrió pensando en una segunda vuelta electoral.
Por el lado de Carrió, algunos pronosticaron divorcio con posterior candidatura presidencial. Lo cierto es que cosechó pobres resultados cuando se candidateó a cargos ejecutivos (su mejor expresión fue en 2007, cuando su candidatura presidencial alcanzó el 23 %) y grandes éxitos cuando su postulación fue legislativa (reciente récord de 2017 cuando superó el 50 % de los sufragios). Da la sensación de que sus votantes la prefieren en el Congreso señalando a socios y a adversarios y no en la Casa Rosada señalando el rumbo del gobierno.
Martin Wallach es politólogo de la UBA

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