La campaña de los votantes inmutables

Al cabo de una larga jornada, en la que había recorrido varias ciudades y barrios acompañando al candidato de su partido, un experimentado político confesaba, con cierta desilusión: «Parece que a la gente nada le mueve el amperímetro; somos nosotros y los medios los que estamos a mil, pasados de vueltas, como si esto fuera a vida o muerte». Ese expresivo reconocimiento no constituye una novedad de la sociología política. Es solo la constatación de una brecha característica: la que separa al poder de la sociedad, a las elites del pueblo. Diversos factores, como la apatía y la desafección políticas, explican este fenómeno universal de las democracias. En ese contexto, la Argentina asiste a una campaña electoral que como pocas se distingue por un rasgo: la brecha entre la pasión agonal de los políticos y la estabilidad emocional de los votantes
El equilibrio de la opinión pública se observa en dos planos. Primero, en la reacción ante acontecimientos de gran trascendencia, como la muerte del fiscal Nisman, las presiones sobre el juez Fayt, los casos de corrupción, la crisis de los holdouts y los paros nacionales. Y segundo, en la evolución de la intención de voto a los candidatos presidenciales. Los que esperaron que durante los últimos meses la mayoría reaccionara con emoción o cambiara su preferencia electoral quedaron desconcertados. Los acontecimientos tuvieron respuestas focalizadas. Fueron las minorías intensas las que expresaron interés, adhesión o rechazo, pero nunca mutó masivamente el humor social ni cambió el modo de votar.
La estabilidad se acentuó durante 2015. Si se toma como indicador, por ejemplo, la imagen presidencial, se observa que ninguno de los hechos mencionados la alteró de manera significativa este año. Según datos de Poliarquía, hay que retroceder en el tiempo para identificar sucesos que conmovieron, en sentido favorable o desfavorable, la opinión de la sociedad sobre Cristina Kirchner. Paradójicamente, el hecho que mejoró más su imagen fue la muerte de su marido: en esa ocasión su valoración positiva aumentó 20 puntos porcentuales en un solo mes. Al contrario, el acontecimiento que la derrumbó fue la crisis del campo, que provocó, entre marzo y junio de 2008, una caída de 35 puntos en su aceptación.
En contraste con las turbulencias de antaño, la actual campaña electoral exhibe relativa quietud. En general, se constata un incremento lento, aunque persistente, de los indicadores de optimismo social y evaluación presidencial. Así, la opinión acerca de la situación positiva del país se elevó 11 puntos y la imagen presidencial trepó más de 12 en el último año. Esa tendencia, sin embargo, no altera otras distribuciones, que permanecen estables desde hace meses, como la aprobación del gobierno, un sencillo y crucial test del pulso político de la sociedad. En este aspecto, las posiciones están cristalizadas: la mitad de los argentinos acepta la administración Kirchner y la otra mitad la rechaza.
En cierta forma, la evolución de la intención de voto es acorde con este estado de opinión. Considerando las tres principales candidaturas, hubo cambios paulatinos y poco espectaculares. En el inicio encabezó Massa, que venía de ganar la última elección, seguido por Scioli y Macri. Luego se asistió al lento declive del tigrense y al crecimiento de Macri, que se ubicó segundo, precediendo a Scioli. Desde ocho meses antes del 9 de agosto éstas eran las posiciones y ningún acontecimiento las modificó sustancialmente. El candidato oficialista creció poco a poco, afianzándose en torno al 40%, mientras los otros dos intercambiaron votos hasta arribar al resultado de las PASO. Luego no hubo cambios significativos. Ni el viaje de Scioli a Italia, ni Hotesur, ni Niembro, ni Tucumán conmovieron a los votantes. Los políticos, al borde de un ataque de nervios, interpelan a los encuestadores y éstos, con mínimas variaciones, les repiten las cifras inamovibles, desesperantes: 40, 30, 20. A ninguno le alcanza para estar tranquilo. Y la aguja no se mueve.
La inmutabilidad de los votantes no se traduce en una película, sino en una fotografía. La Argentina electoral permanece estática, fijada en un plano. Allí pueden leerse, e interpretarse de distintas maneras, las distribuciones de opiniones, actitudes y comportamientos de los votantes. Los clivajes, como los denominan los politólogos. Estas divisiones son endiabladas y difíciles de descifrar, las piezas no encajan fácilmente. Una mitad aprueba al Gobierno, la otra mitad lo desaprueba; el 62%, sin embargo, votó a la oposición y el 38% al oficialismo; otro 61%, no obstante, prefirió candidatos peronistas y sólo el 39% a los que no lo son. Por último, apenas el 25% quiere cambiar todo lo que hizo este gobierno, mientras el 55% desea transformaciones parciales y el 20% mantener las políticas vigentes.
En torno a este críptico retrato se definirá la elección presidencial. Con el pueblo impasible y la elite estresada. Pero habrá que aguardar el desenlace. Después, la necesidad imperiosa de reacondicionar la economía, alcanzar consensos y garantizar la gobernabilidad acaso estreche la distancia entre estos dos actores divorciados de la democracia moderna.

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