La Central Nuclear Néstor Kirchner y el proyecto político del pueblo argentino

Tomar conocimiento de las grandes obras y empresas que los argentinos somos capaces de realizar implica dar un salto cualitativo mayúsculo hacia la concreción de una nación soberana, moderna y socialmente justa. Porque conocer y reconocer las propias capacidades –como advertir y superar los propios errores– hace al progreso genuino al cimentar un modelo de desarrollo autónomo, esto es, uno basado en el propio pueblo, a la vez sabedor de sus limitaciones, aptitudes y potencialidades. Sin embargo e infelizmente, los argentinos no sólo desconocemos nuestras iniciativas más exitosas, sino que por lo general razonamos de la siguiente forma: cuando de la Argentina se trata, lo magno y virtuoso es y será siempre patrimonio del pasado (un pasado tan remoto que suena a ajeno); cuando de glorias recientes o actuales se trata, la costumbre dicta primero atribuírselas a naciones foráneas (no latinoamericanas sobre todo). En dicho comportamiento resulta determinante la colonización pedagógica impuesta por los vencedores de Pavón y las muchas zonceras auto-denigratorias tanto congénitas como adquiridas. La consecuencia: la sensación de incapacidad en vastas porciones del pueblo argentino a la hora de retomar nuestras mejores tradiciones, de plantear e identificar las grandes cuestiones nacionales, de reconocer los logros y avances de los últimos años, de confiar en el Estado y en el propio pueblo los destinos del país. Por estar colmada de flamantes ejemplos del ingenio, del talento y la capacidad nacionales, la Argentina del Bicentenario asciende como argumento descolonizador por excelencia. De allí su censura por parte de la gran prensa semicolonial. Con vistas a aportar en este sentido, una valoración de la Central Nuclear Néstor Kirchner. Porque no existe ejemplo más emblemático de una Argentina inclusiva, moderna, científica y tecnológicamente soberana y avanzada que nuestro sector nuclear.
EL NACIMIENTO DE UNA «ARGENTINA NUCLEAR». En 1945, el decreto 22.885 originado en el Ministerio de Guerra se proponía regular la explotación de los yacimientos de uranio, declarándola además de interés general: «Los minerales de uranio […] poseen una importancia de excepción, que afecta el interés general del país. Que es previsible el empleo de dichos minerales en la obtención […] de energía industrialmente aplicable, hace conveniente velar por la conservación de los yacimientos cuya explotación deba reglamentarse en la forma estricta que aconseja su importancia». Poco tiempo después, Fabricaciones Militares fundada por el General Manuel Savio se lanzaba a la prospección integral del territorio argentino en busca de minerales uraníferos. En paralelo, el mismo Savio –pionero de la industrialización argentina– propuso en 1947 la creación del Instituto Nacional de Investigaciones Físicas, iniciativa que fracasó por la cerrada oposición de los sectores liberales de la época. Algunos años después, más precisamente en 1950, la posición del «general del acero» cristalizó con la creación de la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA), en 1950 (decreto 10.936 firmado por Juan Domingo Perón).
LOS PRIMEROS PASOS. Desde entonces y hasta 1983, con altibajos aunque siempre en ascenso, el sector nuclear argentino fue posicionándose a nivel latinoamericano y mundial como uno de los más desarrollados y eficientes. En 1953 se produjeron los primeros radioisótopos en el país. En 1954 se inauguró en Mendoza una planta industrial para el tratamiento de minerales de uranio (primera en su tipo en América Latina), obteniéndose un año más tarde los primeros lingotes de uranio metálico de producción nacional. Al compás de la creación de nuevos laboratorios en la CNEA (física nuclear, radioquímica, electrónica, medicina nuclear, metalúrgica, etc.) y al compás también de la creación de empresas privadas dedicadas a la fabricación de equipos de medicina nuclear –labor apoyada desde la CNEA–, los nuevos radioisótopos comenzaron a utilizarse en aplicaciones médicas e industriales. El efecto multiplicador de la tecnología nuclear era un hecho palpable para todos. Apenas siete años después de la creación de la CNEA, la Argentina terminó la construcción del primer reactor nuclear de América Latina, el RA-1. De ahí en adelante vendrían muchos otros del estilo, tanto para el mercado interno como de exportación, sumado a ellos las primeras centrales nucleares de potencia (Atucha I y Embalse).
EL ENEMIGO HISTÓRICO Y PRESENTE DE UNA «ARGENTINA NUCLEAR». La actividad nuclear en la Argentina nació de la mano del Estado, particularmente impulsada por militares nacionalistas como Savio y Perón, quienes entendían a la energía nuclear como estratégica a la defensa nacional, pero «defensa nacional» comprendida en su sentido más amplio y progresista: crecimiento de la capacidad nacional en materia industrial, económica, científica y cultural, esto es, una capacidad independiente del extranjero y en función del interés argentino. Al respecto, basta mencionar el Plan Siderúrgico Nacional (Ley 12.987 o «Ley Savio»), que contemplaba la explotación de los yacimientos de hierro, operación de plantas siderúrgicas existentes y la creación de la empresa SOMISA (Sociedad Mixta Siderurgia Argentina, que inició sus operaciones en 1960 con la puesta en marcha de su primer horno, siendo privatizada en 1991 a favor del Grupo Techint). Sin embargo, el ascenso nuclear sufrirá un duro revés a partir de 1983, ingresando en un período de franco y deliberado retroceso. A la Argentina «granero del mundo» la energía nuclear le importaba tan poco como el mercado interno. El mismo día en el que se anunciaba al mundo haber conquistado la tecnología del enriquecimiento de uranio (18 de noviembre de 1983), el gobierno radical ponía en marcha su política de desmantelamiento del sector atómico, tarea luego profundizada (y casi lograda) durante el gobierno de Carlos Menem con la Ley 24.804 de 1997. Como responsables del desmantelamiento de una «Argentina nuclear» en los ochentas cabe mencionar al ex secretario de Energía Jorge Lapeña (subsecretario de Planificación Energética entre diciembre de 1983 y marzo de 1986; secretario de Energía entre abril de 1986 y marzo de 1988; Presidente de la CNEA durante el gobierno de De la Rúa). El cronograma original establecía que las obras en Atucha II debían finalizar en el año 1987, formando parte de la construcción de una de cuatro centrales nucleares similares. Lapeña demoró irresponsablemente las obras en Atucha II y canceló la construcción de las tres centrales restantes. Incluso y cuando le tocó presidir la CNEA, restó apoyo a la reactivación del Proyecto Atucha II e ignoró la Ley 25.160 (1999) mediante la cual se establecía el financiamiento del Proyecto CAREM. Asimismo y como responsables del desmantelamiento nuclear en los noventas podemos citar a los ex secretarios César Aráoz (1989-1990), Carlos Bastos (1991-1996) y Daniel Montamat (1999-2000), quienes directamente cancelaron la terminación de las obras en Atucha II, barriendo a su vez con el tejido profesional e industrial que tanto cuesta y costó recuperar (en tiempo y en dinero). Finalmente y volviendo a nuestros días, cabe significar que el rechazo a una «Argentina nuclear» que hoy por hoy esgrimen la UCR, FAUNEN y partidos conservadores locales ligados al macrismo y al massismo (menemismo del siglo XXI) no son sino las expresiones políticas del neoliberalismo energético que arrasó con el sector entre 1976 y 2003.
EL RENACIMIENTO DE LA «ARGENTINA NUCLEAR». La destrucción de la actividad nuclear terminó en mayo de 2003. El Plan Energético Nacional lanzado un año más tarde y la reactivación del Plan Nuclear Argentino en agosto de 2006 honraban en los hechos la gesta de Savio y Perón. Recientemente y siete años después de reactivarse las obras, Nucleoeléctrica Argentina S.A. (NA-SA) –empresa pública a cargo de la operación y mantenimiento de nuestras centrales nucleoeléctricas– lograba con éxito la puesta en marcha nuclear de Atucha II. Este 2014, y en un par de meses más, la Central Nuclear Néstor Kirchner (ex Atucha II) comenzará a generar y suministrar energía limpia, confiable y segura al Sistema Argentino de Interconexión. La finalización de obras y puesta en servicio de esta unidad de generación resultó estratégica para: 1) la reactivación del Plan Nuclear Argentino; 2) la formación de una nueva generación de profesionales y técnicos calificados; 3) la recuperación de las capacidades perdidas en la cadena de valor de la industria nuclear; 4) desarrollar el know how y la cadena productiva industrial requeridos para otros proyectos actualmente en ejecución (la extensión de vida de la Central Nuclear Embalse, el desarrollo del prototipo CAREM-25 y el Proyecto RA-10); y 5) preparar al sector para el inicio de dos nuevos megaproyectos: dos nuevas centrales nucleares de potencia.
CENTRALES NUCLEARES PARA UN PROYECTO POLÍTICO EMANCIPADOR. El sector nuclear argentino es, como tantos otros, crucial para un desarrollo nacional soberano y autosuficiente. No es ninguna casualidad que su nacimiento se haya verificado en tiempos de una Argentina decidida a terminar con el imperio de unos pocos por sobre las grandes mayorías populares, a terminar con el modelo agro-exportador como sistema de acumulación semicolonial y excluyente. A ese modelo de acumulación elitista y, por ende, antidemocrático por naturaleza (oligocrático) le alcanzaba con las vacas y los granos. En este sentido, tampoco es casualidad que el sector nuclear –luego de sendas administraciones semicoloniales entre 1983 y 2003– haya renacido con Néstor Kirchner y profundizado con Cristina Fernández de Kirchner. El proyecto político entre 1945-1955 y desde 2003 a la fecha, tal y como señaló la presidenta, es el mismo. En artículo publicado en este diario el pasado fin de semana y que merece ser leído y releído, el ministro de Planificación Federal Julio De Vido –otro de los grandes artífices de una «Argentina nuclear»–, justifica políticamente y con lujo de detalles el nombre que portarán desde ahora la primera y la tercera de nuestras centrales nucleares. Entre todos –y aquí sumamos también a los miles de trabajadores, técnicos y operarios del sector– han rescatado de una larga y penosa extinción a nuestra actividad nuclear, elevándola al rango de política de Estado y afianzándola como piedra angular de una Argentina moderna, inclusiva y soberana. ¡Claro que somos eficientes y capaces! Las iniciativas de las cuales enorgullecernos como argentinos dejaron de ser patrimonio exclusivo del pasado. El reactor de la Central Néstor Kirchner se puso en marcha nuclear ayer 3 de junio (9:02hs), coincidiendo con la hora en la que el presidente argentino apagaba su vida tres años y medio atrás. Su obra está más encendida que nunca. – <dl
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