La fiesta inolvidable de Roemmers y las paradojas de la austeridad opulenta

Nadie en la familia ni en el sector farmacéutico logró frenarlo. En un país como Argentina, donde los realmente ricos no se pelean por escalar en la lista Forbes como los magnates estadounidenses sino que hasta llaman a la revista para que no los incluyan, una fiesta de cumpleaños de tres días como la que organizó en Marrakech el poeta Alejandro Roemmers estaba llamada a disparar un escándalo proporcional a su costo. Lo fastuoso de la bacanal y el tamaño de la convocatoria hicieron que, salvo los 600 invitados, todo el arco dirigente reprobara tamaña ostentación. Las principales espadas del Gobierno, abocadas a convencer a la sociedad de que hace falta austeridad para que las cuentas vuelvan a cerrar, guardaron un respetuoso silencio en honor a la amistad que une al Presidente con los dueños del mayor laboratorio del país. Pero puertas adentro, resguardados por el off the record, tres hombres que se sientan en la mesa de decisiones de Mauricio Macri confesaron a BAE Negocios que lo sufrieron como un tiro en el pie.
La invitación incluía todo, desde el vuelo en alguno de los tres charters que el cumpleañero fletó especialmente hasta el hospedaje por tres noches en alguno de los hoteles cinco diamantes que se cerraron para la ocasión: el Royal Mansour, el Beldi Country Club, La Mamounia, el Palais Namaskar y el Ez Saadi. Al aterrizar en la capital marroquí los esperaba una comitiva de mujeres con atuendos bereberes que les señalaban el camino a los invitados con pétalos de rosa. También les entregaron una moneda de oro a cada uno y una llave con la que luego participarían en sorteos de viajes por el mundo. El dispendio fue tal que los seis millones de dólares que habían calculado inicialmente los organizadores terminaron por estirarse a once millones, según confirmó un integrante de la familia a varios pasajeros del vuelo de regreso que aterrizó ayer por la mañana en Ezeiza.
Desde el aeropuerto, un centenar de camionetas llevó a todos a sus respectivos hoteles y luego quedaron a disposición para llevarlos de paseo. A la primera de las veladas, la noche del sábado en el Palais Namaskar, todas las mujeres debían ir vestidas con túnicas blancas y los hombres con túnicas negras, también elegidas y entregadas por el anfitrión, inspirado por el baile que ofreció el excéntrico escritor Truman Capote en 1966 en el Plaza Hotel neoyorquino. La oficina del nieto del fundador de Roemmers tampoco tiene otros colores que no sean blanco y negro, salvo por dos grandes cuadros de tigres de Bengala. Su secretaria atiende en el cuartel general del laboratorio, en Olivos, donde Alejandro también participa de vez en cuando en el directorio, aunque desde allí se hayan desplegado ingentes esfuerzos por aclarar que su único vínculo con el holding es el apellido.
La estética Mil y Una Noches del sábado había sido cuidadosamente pulida por el «ambientador» Martín Roig. Se mezclaban los excompañeros del colegio San Juan el Precursor con los amigos del mundo literario y del golf con empresarios como el automotor Cristiano Rattazzi, el petrolero Alejandro Bulgheroni y sus colegas laboratoristas Daniel Sielecki, Marcelo Figueiras y Alberto Álvarez Saavedra. También estaban el rugbier Agustín Pichot, la diseñadora española Ágatha Ruiz de la Prada y su colega argentino Gino Bogani. Varios culparon a Ana Rusconi, la viuda del zar de la noche Luis Rusconi, por la primera indiscreción que quebró la reserva que pretendía Roemmers. Como si 600 personas pudieran guardar un secreto en la era de las redes sociales.
Fantasías
El domingo, también a todo lujo, arrancó con una misa a cargo del padre Barreiro para la cual resonaron las campanas de las mezquitas cercanas a los jardines del Mamounia. El mensaje fue de amistad, solidaridad y desaprensión de los bienes materiales. Nada que haga entrar en contradicción al dueño de la colección de autos más cara del establishment, que incluye una Lamborghini violeta, una Maserati celeste, un Bugatti y varias Ferraris de distintas épocas, todos estacionados en el garaje de su condominio en la calle Atton de la playa Brickell de Miami. «Fue una celebración de la vida. Algo fastuoso pero no frívolo», contó a este diario, todavía conmovido, uno de los asistentes. Antes de que una cantante lírica entonara el Ave María en la versión de la ópera «Franciscus» se leyó un saludo especial del Papa. Una excepción, seguramente, en la prédica de Jorge Bergoglio contra las riquezas y la vanidad del poder.
Después vino la sobremesa y el traslado de todos al desierto, donde había varias héctareas sembradas de velas encendidas y donde se destacaron los espectáculos ecuestres y en camello. El dress code obligaba a los invitados a ir ataviados como cowboys y cowgirls. Había toros mecánicos y una kermesse para afinar la puntería en medio de una verdadera ciudadela del Far West a tamaño real que Alejandro ordenó montar para la ocasión. Fue ahí donde tocó Ricky Martin. Según los organizadores, no cobró cachet y solo aceptó un libro de poesías de los que editó el cumpleañero durante su prolífica carrera literaria. El equipo comercial de la superestrella pop suele pedir 600 mil dólares limpios para él por un show como ése.
Roemmers disfrutó tanto que después partió, con los más íntimos, a descansar a Ibiza a bordo del yate al cual suele invitar a grupos de 20 invitados a recorrer el Mediterráneo. «Lo importante es no ser esclavo de las cosas. Es decir, no necesitarlas. Yo trato de vivir poéticamente siempre. Para mí fue importante tener plata porque la belleza me hace bien al espíritu. Está muy bien disfrutar de lugares lindos o tomarse vacaciones o tener un lugar con silencio, que hoy es un lujo. Pero por otro lado, yo no acumulo cosas ni las exhibo», sostiene el hombre de las flamantes seis décadas en una especie de autorreportaje que publica en su página web personal, www.alejandroroemmers.com.ar.
¿La suya?
El grupo Roemmers, de cuya operación cotidiana la familia procura despegar a Alejandro, viene de un año excepcional. Por cerca del doble de lo que se gastó el poeta en el cumple, unos 20 millones de dólares, se quedó con el laboratorio Elisium y sumó marcas como el antifebril Mejoral, el inductor del sueño Melatol, los analgésicos Ibuprofeno Elisium e Ibumejoral y el antialérgico Alermuc. También compró su cuarta planta productora de fármacos en Uruguay, que terminó de posicionarlo como el líder de América latina. Sus empleados no se quejan: fue elegido el mejor lugar para trabajar por los más de 4000 consultados por la consultora en recursos humanos Randstad.
La fortuna de los Roemmers va por su cuarta generación y «apenas» se incrementó en 200 millones de dólares entre los dos últimos reportes de Forbes, de 1.700 a 2.000 millones. Salta a la luz que no la amasó bajo el gobierno de Macri, pero lo ayudó la libertad de precios que dispuso Cambiemos apenas asumió. Desde entonces, los remedios más vendidos de Roemmers aumentaron bastante por encima de la inflación: el Lotrial un 88%, el Sertal un 103%, el Atlansil (antiarrítmico) un 164% y el Taural un 71%. Solo el Amoxidal subió menos que el costo de vida: trepó un 48%. Esos aumentos, junto con los de tarifas y alimentos, fueron la razón por la cual las jubilaciones y pensiones perdieron casi el doble de poder adquisitivo que los salarios en el último bienio. Sin computar el hachazo de la reforma previsional, que las afecta desde este año.
El holding Roemmers también incluye a los laboratorios Gramon-Millet, Investi, Poen y Argentia y a la droguería Rofina, en un negocio donde se crece por adquisición y no levantando nuevas plantas desde cero. Sus ganancias y su facturación no son públicas porque no cotiza en Bolsa. Nunca lo necesitó. Las empresas suelen abrir su capital al mercado para buscar financiamiento y los laboratorios argentinos no parecen necesitarlo.
Lo que difícilmente pueda aducir ningún empresario farmacéutico es que su fortuna sea resultado exclusivo de sus inversiones, su sacrificio o su talento. El Estado no solo protege sus recetas a través de patentes, que en otros países se extienden solo a cambio de compromisos claros y verificables de investigación y desarrollo a futuro. También lo hace a través de la Administración Nacional de Medicamentos (ANMAT), que les extiende el sello de calidad más aceptado en Sudamérica. Sin él, Roemmers no se habría convertido en una multilatina exportadora.
Las patentes y la certificación de calidad no son todo. También el Estado es el principal cliente de la industria farmacéutica, a través del PAMI y ahora de la nueva Cobertura de Salud Universal (CUS). La «suya», en el caso de Roemmers, es tan suya como la de cualquier potentado que hace negocios con dinero público. No por nada en el gabinete de Macri y en la propia cámara de laboratorios nacionales cayó tan mal la onerosa juerga del poeta. Y no solo por la enemistad que acarrean los Roemmers con el vicejefe Mario Quintana desde sus épocas de Farmacity. También por la bofetada que significa para su prédica en favor de la austeridad.

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