La ríspida vereda de los que eligieron guardar las armas y acompañar al líder

La Lealtad, Los Montoneros que se quedaron con Perón, el libro de Aldo Duzdevich, Norberto Raffoul y Rodolfo Beltramini (Sudamericana), rastrea el origen de la disidencia política desde la Resistencia del ’55 en el marco de la historia de las organizaciones armadas peronistas. Además reconstruye el amplio arco ideológico dentro del peronismo y los conflictos que lo atravesaron.
López Rega: la leyenda negra más indigerible del peronismo
Como movimiento social multitudinario y transformador, el peronismo lleva trabajosamente sobre sus espaldas algunas leyendas negras de difícil explicación.La última y más dolorosa es la del «Brujo» José López Rega.
Muchas veces los líderes políticos yerran en la elección de sus colaboradores. A veces no se trata de errores, sino de elección deliberada de personas que cumplirán un rol que el líder no quiere para sí mismo. Cuando su presencia se transforma en un problema grave, la resolución pasa por alejarlos del poder. Aunque, siempre, con un costo para el líder. Lo complejo en el caso López Rega fue el alto nivel de influencia que logró al momento de la desaparición física de Perón.
En 1966, López Rega formaba parte de la logia secreta Anael, que dirigía el ex juez Julio César Urien. Su personalidad solícita y manipuladora, sumada a su afición a la astrología y ciencias esotéricas, le permitió acercarse a Isabel (cuando vino a enfrentar a Vandor) y ganar su confianza para que lo llevase a Madrid. Al principio, fue una especie de valet que recibía y les servía café, y luego, ayudado por Isabel, fue ganando espacios al lado del General. Cuando Perón comenzó su decaimiento físico, se transformó en algo imprescindible.
Todos los testimonios de la época dan cuenta de que Perón tenía cierto fastidio y desprecio por «Lopecito», pero lo soportaba y, sin duda, lo usaba para filtrar ciertas visitas y dar algún mensaje poco agradable, a sabiendas de que el enojo caería en su secretario. Además, en la cabeza de un gran líder como Perón no cabía la idea de que ese ser pequeño significara algún peligro.
Entre mediados y fines de 1973, López Rega aparecía como un ambicioso trepador, a quien Perón usaba de paragolpes y fusible y tenía bajo un relativo control. Se conoce que varias veces pensó, o intentó, alejarlo del centro del poder, pero tropezaba con aspectos domésticos y familiares a los cuales no son inmunes los grandes líderes (al igual que todos los mortales).
Tras la muerte del General, usufructuando la debilidad de Isabel, López Rega, en alianza con sectores ultramontanos, avanzó sobre distintas áreas de gobierno, hasta que chocó contra un poder superior al suyo: el movimiento obrero organizado, expresado en las 62 y la CGT. En julio de 1975 una gran movilización de trabajadores lo arrojó del gobierno y tuvo que marchar al exilio.
Perón no fue infalible, cometió errores a lo largo de su vida, y tal vez el más grave fue creer que tenía tiempo suficiente para terminar su mandato. Muchos se apresuran a juzgarlo por este último acto, el de su muerte, dejando a Isabel cercada por López Rega. Eso es minimizar treinta años de historia argentina que lo tuvieron como principal protagonista. Treinta años durante los cuales el pueblo lo tuvo como líder fiel e indiscutido. Pretender juzgar a Perón por Isabel y López Rega es reduccionista y malintencionado.
Perón y la Triple A
Sobre la historia de los ’70 se ha tejido una serie de relatos construidos con verdades a medias, que luego fueron repetidos reiteradamente sin volver a verificar su origen. Internet contribuye de manera notable, pues es posible encontrar textos idénticos reproducidos en distintas páginas, lo que genera una idea de diversidad de fuentes, cuando en verdad es siempre la misma. Una mentira o un dato incorrecto dicho miles de veces se convierte en una verdad de la que es muy difícil retroceder, e implica un enorme esfuerzo para rebatirla, pues el dato incorrecto, la verdad a medias o la mentira ya están instalados. Uno de estos relatos es que Perón fue el creador de la Triple A, una siniestra organización que es el antecedente directo de la mecánica represiva que utilizarían los militares a partir de 1976.
Es importante reflexionar sobre quiénes se benefician con esta teoría. En primer lugar, son justamente los militares genocidas y sus cómplices internos y externos. Si la Triple A la creó o avaló Perón (como afirman algunos), quiere decir que el genocidio comenzó en plena democracia. Esta falsedad da lugar a que la camarilla militar diluya su responsabilidad legal e histórica asumiéndose como «continuadores» de una política iniciada en democracia.
En segundo lugar, satisface a los «espíritus gorilas» de izquierda y derecha, que justifican así su desprecio por la figura de Perón. Porque este «tercer Perón facho» vendría a ser la «continuidad» de aquel Perón «nazifascista» del ’45, cuando izquierda y derecha se unían en la Unión Democrática bajo el mando del embajador Spruille Braden. Es decir, les confirmaría la idea de que «ellos tenían razón». Lamentablemente, varios investigadores e historiadores que se dicen o consideran más o menos peronistas adhieren con fervor a esta teoría.
Muchos argumentan que «Perón no podía desconocer la existencia de estas bandas, por lo tanto las permitía». Este razonamiento podría ser válido en un proceso democrático normal como el que vivimos desde 1983 a la fecha. Pero, en ese momento, que un ministro o un sindicalista contara con una custodia civil fuertemente armada y que cada grupo de activistas tuviese armas no era un secreto. Con el mismo criterio de adjudicarle la «protección» de las bandas de derecha, le podemos atribuir la «protección» de la guerrilla, en cuanto, 15 días antes del asesinato de Rucci, Perón estaba reunido a solas con Quieto y Firmenich. Y no falta quien dice que Perón mandó a matar a Rucci.
Uno de los propulsores de la teoría de Perón creador de la Triple A es Miguel Bonasso, quien, en su libro El presidente que no fue, toma una frase que escuchó de Gloria Bidegain para fundamentarla: En una de esas tertulias en las que había algunos extraños que Gloria no conocía, Perón se volvió hacia Don Oscar y dijo algo extraño, que la jovencita tardaría años en descifrar: «Lo que hace falta en Argentina es un ‘Somatén’». Mucho después, la hija de Bidegain creyó recordar que el Somatén había sido un cuerpo represivo no oficial, probablemente creado por Franco, que había actuado después de la caída de la República. La sombra de aquella charla se extendería sobre los cadáveres que la Alianza Anticomunista Argentina sembraría en los bosques de Ezeiza, alimentando una sospecha que Gloria no podría confesarse nunca: la idea de la Triple A no había nacido de la cabeza de López Rega, sino en la del propio Perón.
José Pablo Feinmann, en sus cuadernillos de Página/12, luego editados como libro, reproduce ese texto de Bonasso. Luego Gloria Bidegain le escribe a Feinmann una carta de respuesta, que transcribimos:
Estimado Sr. Feinmann: Le escribo porque sigo atentamente sus cuadernillos sobre Peronismo en Página/12 y deseo agregar un par de detalles, en lo que a mí respecta, al del último domingo. Soy la ya no tan joven Gloria Bidegain, acompañante de mi padre, el entonces gobernador electo de la provincia de Buenos Aires, en la visita al general Perón novelada por Bonasso a que usted se refiere. Efectivamente, Perón mencionó al Somatén, como lo hizo otras veces, delante de otras personas, incluso de la Juventud Peronista, como consta en bibliografía de la época. Eso es todo. Los sentimientos, «sospechas terribles», pensamientos, etc., que se me atribuyan corren por cuenta del escritor Bonasso. Yo no solo no los compar to, sino que los combato, ya que es tan absurdo creer que Perón fue jefe de una banda de asesinos terroristas como las tristemente célebres Tres A, como útil para quienes quieren convertirnos a los peronistas en victimarios cuando siempre hemos sido víctimas. Prueba de ello es que, a pesar de los pesares, sigo siendo peronista, diputada de la Nación y presidenta del Partido Justicialista de Azul, todos lugares desde donde apoyo a nuestro gobierno con total decisión y compromiso, venerando el recuerdo de Perón y Eva Perón y recordando cada día a los héroes y mártires de nuestro movimiento y a tantos compañeros caídos en la lucha que también usted nos recuerda permanentemente en sus ar tículos y documentos, por críticos que éstos sean. Y con todo el derecho y el deber de serlo si así lo cree.
«Confesiones» que los muertos no pueden desmentir
Luego de la desmentida de la diputada Gloria Bidegain, Bonasso, en su nuevo libro Lo que no dije en “Recuerdo de la muerte”, deja de lado la “teoría del Somatén.» Y ahora, respecto de la Triple A, dice: «Pocos, pero informados, como el autor de la Constitución del ’49, A rturo Sampay, la suponían creada y conducida por el propio Perón». Ya en su libro anterior dice que Sampay «me deslizó en privado que la muerte de Mugica es la respuesta de Perón al retiro de ustedes de la Plaza».Sampay, un peronista histórico fallecido en 1977, no tiene la posibilidad de Gloria Bidegain de desmentir al ex director del diario Noticias.
Estas frases no tendrían mayor trascendencia si no fuera porque han sido recogidas y multiplicadas miles de veces en Wikipedia y cientos de páginas de Internet. Y cualquier joven que busque información sobre Mugica se encuentra con la «terrible hipótesis» (así la llama) de Bonasso.
El doctor Arturo Sampay fue, efectivamente, el autor intelectual de la Constitución de 1949. El 24 de septiembre de ese año, Perón le dirigió una carta en la que le expresaba que «sus discursos integran la doctrina auténtica de la Constitución Argentina de 1949 y a ellos deberá remitirse el conocimiento científico jurídico para interpretarla». Se trata de una Constitución que, en su artículo 38, establece que «la propiedad privada tiene una función social y, en consecuencia, estará sometida a las obligaciones que establezca la ley con fines de bien común», definición que en la actualidad es compartida por juristas y pensadores de todo el mundo, y que ha hecho suya el Papa Francisco en sus prédicas contra el capitalismo deshumanizado.
Más allá de este antecedente, hay testimonios que refutan los dichos de Bonasso. Uno de ellos es el de Jorge Cholvis, discípulo y amigo de Sampay desde 1970 hasta su fallecimiento, en 1977:
En primer lugar debo aclarar que Sampay era una persona de profundas convicciones éticas, que tenía un gran respeto y aprecio por el general Perón, respeto y amistad que eran mutuos. Yo jamás escuché de su boca o por terceras personas que don Arturo opinase eso a lo que se refiere el señor Bonasso. Y no dudo que, si hubiese tenido una opinión de esa naturaleza, se habría alejado de Perón y el peronismo. Sin embargo, aunque no cumplía funciones en el Estado, Perón deseó conocer su opinión sobre el Tratado del R ío de la Plata de 1973; y luego le pidió que preparara un proyecto de ley creando la figura de primer ministro. Isabel, a poco de asumir la presidencia, pidió a Sampay que colaborara asesorándola en diversas cuestiones de Estado, tarea que realizó hasta el 24 de marzo. El 19 de febrero de 1976 el gobierno publicó el Decreto Nº 620/76, por el que declaró programáticamente prioritaria la reunión de una Convención Constituyente. Los fundamentos de este decreto fueron el último aporte de Sampay en el intento de afrontar los momentos que se avecinaban.
Otro de los que acompañaran a Sampay desde 1955 hasta su muerte es Felipe A. González Arzac, amigo y compañero en la cátedra de la UBA, quien ante nuestra consulta respondió: que alguien me diga que el insigne maestro acusaba a Perón de haber ordenado matar al padre Mugica es un agravio a Sampay que no puedo admitir, porque él admiró a Perón desde que Jauretche lo llevó al peronismo, cuando el peronismo nacía (ambos eran de origen radical e yrigoyenistas). […] Sampay no abandonó el Movimiento Peronista ni en los momentos en que la dirigencia secundaria trató de excluirlo y lo obligó a exiliarse. Y cuando el General estuvo en el exilio, reconoció que la supresión de las reformas de 1949 había sido el objetivo de la antipatria. Por su parte, el maestro aceptó asesorar a la viuda del General en la búsqueda de una solución jurídica para la situación política engendrada por la muerte del líder. […] Por estas razones, entiendo que una versión como la que me consultan no merece ser tratada y ofende las memorias de Perón, Sampay y el padre Mugica.
Por su parte, el doctor Arturo Enrique Sampay hijo, que actualmente se desempeña en el Poder Judicial de la provincia de Buenos Aires, también refuta el argumento de Bonasso: Sobre estos temas de la violencia hablamos mucho con mi padre cuando éste guardaba cama, ya debilitado por el cáncer. Él estaba convencido de que era muy riesgoso que los jóvenes se organizaran en forma armada, justamente por las trampas que podían tenderles los organismos de seguridad (regulares e irregulares) que, con apoyo externo de toda índole, custodiaban el «patio trasero» –no hay que olvidar que eran tiempos de la Guerra Fría–, pero jamás le endilgó a Perón ser partícipe de esas acciones antirrevolucionarias. Es más, las poquísimas veces que personificó a la «inteligencia» que podía estar detrás de la desarticulación de los procesos de liberación que asomaban en América Latina, los nombres eran Robert McNamara o Henry Kissinger.
De los tres testimonios podemos inferir dos conclusiones: primero, las «confesiones» que dice haber escuchado Bonasso eran desconocidas para los más cercanos colaboradores de Sampay y para su propio hijo. Segundo, Sampay colaboró con Perón y, a su muerte, fue convocado como asesor de Isabel, estando en ese rol hasta el 24 de marzo de 1976. Difícilmente Sampay hubiese aceptado colaborar si su pensamiento fuese realmente el que señala Bonasso; y tampoco el gobierno lo habría convocado. «

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