Jueves 28 de julio de 2011 | Publicado en edición impresa
Foto: Archivo
La última nota que escribí en LA NACION online con el título » Cristina está ganando » generó enojo e indignación en cientos de comentaristas que no la piensan votar. Al mismo tiempo, algunos cibernautas K me dieron la bienvenida a su pequeño universo ideológico y otros me acusaron de intentar un acercamiento interesado al poder oficial.
Es curioso lo que puede lograr un simple análisis con datos duros sobre el comportamiento del electorado en la Argentina. Y, en especial, después del batacazo de Miguel del Sel en Santa Fe (algo que puede provocar la falsa sensación de que todo el país se volvió anticristinista).
Es verdad que hay encuestadores pagados por el Gobierno que falsean datos e inflan intención de voto. No hay más que comparar sus pronósticos con los resultados de las últimas elecciones distritales. Pero también es cierto que otras consultoras, como Poliarquía, hace tiempo que vienen registrando una clara supremacía de Cristina Fernández sobre cualquier candidato a presidente, más allá de lo que sucedió en la ciudad de Buenos Aires y en la provincia de Santa Fe.
Encuestadoras que trabajan para el gobierno de la ciudad informaron a Mauricio Macri que un importante porcentaje de quienes lo votaron en primera vuelta y lo volverán a hacer el domingo votarán, el 14 de agosto, por la Presidenta. Esas mismas empresas concluyeron que lo mismo pasará en Santa Fe y Córdoba, donde los candidatos del Frente para la Victoria fueron o serán derrotados en los distintos niveles en los que se presentan.
Eso no significa que no exista una inmensa ola antikirchnerista a lo largo y a lo ancho del país. Existe. Y es una ola que, toda junta, podría concentrar más del 50% del padrón electoral. El asunto es que está muy dispersa. Para decirlo de otra forma: todavía ningún candidato de la oposición es capaz de ganarle, por sí solo, a la masa de entre el 40 y el 45% de los votos que obtendría la jefa del Estado si las elecciones fueran hoy. Esa es una parte de la explicación.
Todavía muchos analistas se preguntan con liviandad cómo puede ser que alguien que hoy vota por Macri, Del Sel, Luis Juez o José Manuel de la Sota mañana elija a Cristina. Confunden datos con deseos propios o analizan la política con una visión egocéntrica, como si su sentimiento fuera universal.
Igual, vale la pena responder a esa pregunta. Hasta ahora, el comportamiento de los segmentos sociales en estas elecciones no parece tan distinto al registrado en los comicios presidenciales de 2007.
Entonces, Cristina Fernández ganó en primera vuelta. Obtuvo el 45% de los votos, Elisa Carrió, el 23%; Roberto Lavagna, casi el 17%, y Alberto Rodríguez Saá, casi el 8%. Ella triunfó en 21 de los 24 distritos. Sólo perdió en la ciudad de Buenos Aires, Córdoba y San Luis. Allí se impusieron Carrió, Lavagna y Rodríguez Saá.
Además, en 2007, a pesar de haber triunfado en primera vuelta, la Presidenta perdió en centros urbanos como las ciudades de Rosario, Córdoba y Mendoza. Los mismos distritos en los que ahora aparecen perdiendo todos sus candidatos. Hace casi cuatro años, Cristina obtuvo la mayor diferencia en la provincia de Buenos Aires, a pesar de haber logrado menos votos que Daniel Scioli. También triunfó con amplitud en las provincias de la Patagonia, el Norte y el Litoral.
Se podría afirmar que Cristina Fernández pierde en los conglomerados urbanos y gana, por mucho, donde se concentra la mayor cantidad de habitantes del país: el conurbano bonaerense. A este voto ganador se debería agregar el de los empleados públicos y el voto clientelista, algo que Néstor Kirchner sabía manejar muy bien.
También se podría sostener, de acuerdo con los estudios de consultoras serias, que Cristina Fernández perderá en el corredor sojero, pero compensará esa fuga con la masa de nuevos votantes que no están dispuestos a optar por Eduardo Duhalde, Ricardo Alfonsín, Carrió, Hermes Binner o Rodríguez Saá.
Y aquí, entonces, se encuentra la otra parte de la respuesta. Hasta ahora, los postulantes de la oposición han demostrado ser menos «competitivos» que los que enfrentaron a la candidata de Néstor Kirchner en 2007. Entonces, Carrió parecía estar en su mejor momento y se presentaba en alianza con el socialismo de Binner. Lavagna aparecía como el candidato de la Unión Cívica Radical y contenía a un sector del peronismo disconforme con el Frente para la Victoria. Hoy, la oposición política parece más dispersa todavía. Las encuestas consideradas serias lo ubican a Duhalde con el 15% de intención de voto, casi en un empate técnico con Alfonsín. A los demás los colocan por debajo del 10%.
¿Se trata de un escenario irreversible? No. En la Argentina, de acá a octubre, puede pasar cualquier cosa. ¿Las elecciones primarias obligatorias del 14 de agosto servirían para amalgamar a la oposición contra el oficialismo? Eso es lo que sostiene Duhalde, pero la verdad es que depende de cuántos votos le saque el segundo al tercero. Es decir, de que el segundo aparezca como una clara opción de «voto útil» contra la «continuidad». Y aun así ningún encuestador riguroso puede asegurar, por ejemplo, que la mayoría de los votos de Alfonsín, Binner, Rodríguez Saá y Carrió puedan dirigirse en octubre hacia la candidatura de Duhalde, si es que el ex presidente queda detrás de Cristina. Lo que sí se puede aventurar es que una diferencia mínima entre el segundo y el tercero los obligaría a seguir compitiendo e impediría un acuerdo político antes de la «gran final».
¿Qué es lo que determina el voto para una elección presidencial? La economía y la imagen y percepción de gobernabilidad del candidato. Siempre. Sobre la economía no es necesario agregar mucho. El crecimiento ininterrumpido desde 2003 le otorga al oficialismo un handicap evidente. La imagen de Duhalde es la de un excelente piloto de tormentas, pero la mayoría de los argentinos no cree que haya temporal. La de Alfonsín es la de un hombre bueno y democrático, pero «pierde» contra Cristina Fernández en el rubro gobernabilidad.
Para mejorar o empeorar la percepción de los candidatos existen las campañas. A la Presidenta le convendría que esta campaña no empezara nunca. En cambio, los demás deberían ocupar el centro de la escena cuanto antes si no quieren que el eslogan «Cristina ya ganó» se convierta en realidad.
© La Nacion
Foto: Archivo
La última nota que escribí en LA NACION online con el título » Cristina está ganando » generó enojo e indignación en cientos de comentaristas que no la piensan votar. Al mismo tiempo, algunos cibernautas K me dieron la bienvenida a su pequeño universo ideológico y otros me acusaron de intentar un acercamiento interesado al poder oficial.
Es curioso lo que puede lograr un simple análisis con datos duros sobre el comportamiento del electorado en la Argentina. Y, en especial, después del batacazo de Miguel del Sel en Santa Fe (algo que puede provocar la falsa sensación de que todo el país se volvió anticristinista).
Es verdad que hay encuestadores pagados por el Gobierno que falsean datos e inflan intención de voto. No hay más que comparar sus pronósticos con los resultados de las últimas elecciones distritales. Pero también es cierto que otras consultoras, como Poliarquía, hace tiempo que vienen registrando una clara supremacía de Cristina Fernández sobre cualquier candidato a presidente, más allá de lo que sucedió en la ciudad de Buenos Aires y en la provincia de Santa Fe.
Encuestadoras que trabajan para el gobierno de la ciudad informaron a Mauricio Macri que un importante porcentaje de quienes lo votaron en primera vuelta y lo volverán a hacer el domingo votarán, el 14 de agosto, por la Presidenta. Esas mismas empresas concluyeron que lo mismo pasará en Santa Fe y Córdoba, donde los candidatos del Frente para la Victoria fueron o serán derrotados en los distintos niveles en los que se presentan.
Eso no significa que no exista una inmensa ola antikirchnerista a lo largo y a lo ancho del país. Existe. Y es una ola que, toda junta, podría concentrar más del 50% del padrón electoral. El asunto es que está muy dispersa. Para decirlo de otra forma: todavía ningún candidato de la oposición es capaz de ganarle, por sí solo, a la masa de entre el 40 y el 45% de los votos que obtendría la jefa del Estado si las elecciones fueran hoy. Esa es una parte de la explicación.
Todavía muchos analistas se preguntan con liviandad cómo puede ser que alguien que hoy vota por Macri, Del Sel, Luis Juez o José Manuel de la Sota mañana elija a Cristina. Confunden datos con deseos propios o analizan la política con una visión egocéntrica, como si su sentimiento fuera universal.
Igual, vale la pena responder a esa pregunta. Hasta ahora, el comportamiento de los segmentos sociales en estas elecciones no parece tan distinto al registrado en los comicios presidenciales de 2007.
Entonces, Cristina Fernández ganó en primera vuelta. Obtuvo el 45% de los votos, Elisa Carrió, el 23%; Roberto Lavagna, casi el 17%, y Alberto Rodríguez Saá, casi el 8%. Ella triunfó en 21 de los 24 distritos. Sólo perdió en la ciudad de Buenos Aires, Córdoba y San Luis. Allí se impusieron Carrió, Lavagna y Rodríguez Saá.
Además, en 2007, a pesar de haber triunfado en primera vuelta, la Presidenta perdió en centros urbanos como las ciudades de Rosario, Córdoba y Mendoza. Los mismos distritos en los que ahora aparecen perdiendo todos sus candidatos. Hace casi cuatro años, Cristina obtuvo la mayor diferencia en la provincia de Buenos Aires, a pesar de haber logrado menos votos que Daniel Scioli. También triunfó con amplitud en las provincias de la Patagonia, el Norte y el Litoral.
Se podría afirmar que Cristina Fernández pierde en los conglomerados urbanos y gana, por mucho, donde se concentra la mayor cantidad de habitantes del país: el conurbano bonaerense. A este voto ganador se debería agregar el de los empleados públicos y el voto clientelista, algo que Néstor Kirchner sabía manejar muy bien.
También se podría sostener, de acuerdo con los estudios de consultoras serias, que Cristina Fernández perderá en el corredor sojero, pero compensará esa fuga con la masa de nuevos votantes que no están dispuestos a optar por Eduardo Duhalde, Ricardo Alfonsín, Carrió, Hermes Binner o Rodríguez Saá.
Y aquí, entonces, se encuentra la otra parte de la respuesta. Hasta ahora, los postulantes de la oposición han demostrado ser menos «competitivos» que los que enfrentaron a la candidata de Néstor Kirchner en 2007. Entonces, Carrió parecía estar en su mejor momento y se presentaba en alianza con el socialismo de Binner. Lavagna aparecía como el candidato de la Unión Cívica Radical y contenía a un sector del peronismo disconforme con el Frente para la Victoria. Hoy, la oposición política parece más dispersa todavía. Las encuestas consideradas serias lo ubican a Duhalde con el 15% de intención de voto, casi en un empate técnico con Alfonsín. A los demás los colocan por debajo del 10%.
¿Se trata de un escenario irreversible? No. En la Argentina, de acá a octubre, puede pasar cualquier cosa. ¿Las elecciones primarias obligatorias del 14 de agosto servirían para amalgamar a la oposición contra el oficialismo? Eso es lo que sostiene Duhalde, pero la verdad es que depende de cuántos votos le saque el segundo al tercero. Es decir, de que el segundo aparezca como una clara opción de «voto útil» contra la «continuidad». Y aun así ningún encuestador riguroso puede asegurar, por ejemplo, que la mayoría de los votos de Alfonsín, Binner, Rodríguez Saá y Carrió puedan dirigirse en octubre hacia la candidatura de Duhalde, si es que el ex presidente queda detrás de Cristina. Lo que sí se puede aventurar es que una diferencia mínima entre el segundo y el tercero los obligaría a seguir compitiendo e impediría un acuerdo político antes de la «gran final».
¿Qué es lo que determina el voto para una elección presidencial? La economía y la imagen y percepción de gobernabilidad del candidato. Siempre. Sobre la economía no es necesario agregar mucho. El crecimiento ininterrumpido desde 2003 le otorga al oficialismo un handicap evidente. La imagen de Duhalde es la de un excelente piloto de tormentas, pero la mayoría de los argentinos no cree que haya temporal. La de Alfonsín es la de un hombre bueno y democrático, pero «pierde» contra Cristina Fernández en el rubro gobernabilidad.
Para mejorar o empeorar la percepción de los candidatos existen las campañas. A la Presidenta le convendría que esta campaña no empezara nunca. En cambio, los demás deberían ocupar el centro de la escena cuanto antes si no quieren que el eslogan «Cristina ya ganó» se convierta en realidad.
© La Nacion
No sé bien qué está pasando, pero el análisis de Majul es impecable. Compara datos electorales del 2007 con los actuales, mostrando que la situación es igual de buena para Cristina. Luego explica las dificultades que tendrá la oposición para que uno de sus candidatos capte un voto útil luego del 14 de agosto. Remata así: «¿Qué es lo que determina el voto para una elección presidencial? La economía y la imagen y percepción de gobernabilidad del candidato. Siempre. Sobre la economía no es necesario agregar mucho. El crecimiento ininterrumpido desde 2003 le otorga al oficialismo un handicap evidente. La imagen de Duhalde es la de un excelente piloto de tormentas, pero la mayoría de los argentinos no cree que haya temporal. La de Alfonsín es la de un hombre bueno y democrático, pero «pierde» contra Cristina Fernández en el rubro gobernabilidad.»
Bueno, bienvenido a la realidad, Majul.