Sin paraguas

Veintinueve minutos para una conferencia de prensa con diez preguntas arroja un promedio ligeramente menor a tres para cada una. Los periodistas se autocontuvieron en el uso de la palabra pero un tiempo insumieron. El presidente Mauricio Macri, pues, despachó nueve o diez temas (alguno se reiteró) a razón de dos minutos per cápita. La profundidad, un mínimo de despliegue argumentativo o hasta la seriedad… te los debo.
La palabra clave, repetida no menos de ocho veces en muchos casos de modo forzado, fue “tormenta”, que reemplazó a “turbulencia”. Cambio de jugador pero no de función, dirían los relatores de fútbol. Reflotó el viejo truco de atribuir al clima las catástrofes políticas o económicas. Otras civilizaciones las atribuían a la bondad o cólera de los dioses… animismo, superstición. O negación de la responsabilidad de los líderes.
Macri se mostró tenso, más de una vez. Ahorró su repertorio de chistes o metáforas futbolísticas.
Incurrió en un lapsus freudiano a poco de empezar: empezó a decir “arriar las banderas” y se rectificó un cacho tarde mentando “arriar las velas”; quedó en off side. Actuó conforme marca el manual: pasó de largo.
Estuvo a la defensiva, optó por no responder interrogantes directos, como los referidos a la interminable nómina de aportantes truchos en provincia de Buenos Aires.
Apeló a la gambeta para evitar de plano pronunciarse respecto de los dichos de la diputada Elisa Carrió sobre la previa al debate sobre el aborto.
Se escondió (metafóricamente) detrás del ministro de Hacienda Nicolás Dujovne cuando le preguntaron si podría haber un alivio en los aumentos de tarifas para preservar el ingreso de los laburantes. Dujovne es de escasa estatura (física, diremos por ahora): la estratagema falló.
De las diez preguntas Macri habrá respondido en serio cinco, siendo muy magnánimos. Conservó un invicto: el líder de Cambiemos jamás habla de derechos.
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Aportó pocas precisiones, ninguna autocrítica, ninguna corrección del programa económico acordado con el Fondo Monetario Internacional. Solo informó que ya “pagamos” demasiados impuestos y que no detendrá la baja de las retenciones a la soja. Ni a la minería, añadió sin ser requerido.
Más en general, machacó una de las mayores tozudeces de la nueva versión del modelo M, que es renunciar a combatir el déficit fiscal por el lado de los ingresos y no solo por el de los “costos”.
Maltrató a los trabajadores despedidos de Télam y mintió sobre su fecha de ingreso. Es falso que todos hayan entrado en los últimos años o meses del kirchnerismo. Sobra información al respecto, aún en la cadena oficial de medios privados.
El formato de la conferencia de prensa dificulta o impide la repregunta. Varios trabajadores de prensa fueron solidarios y resituaron el tema pero no quedó margen para cotejar los datos falaces de Macri con la realidad.
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Enmendémosle la plana a Joan Manuel Serrat: la verdad a veces es triste aunque, como él canta, no tiene remedio. Imposible comunicar gozosamente malas nuevas. También ocultarlas cuando la capacidad del público para resignificar mensajes perfora el blindaje mediático.
Desde diciembre del año pasado, la disputa se plantea en un terreno que trasciende al relato, a la repetición machacona de datos positivos inverosímiles, inverificables o situados en el futuro remoto. Las vivencias ciudadanas construyen más sentido que los slogans de laboratorio.
Muchas de las personas que viven al sereno, con frío y empapadas, responsabilizan al Gobierno con la tormenta. Es una asociación lógica en un sistema democrático, es positivo que piensen así… y encima tienen razón.
Complicado engrupir a los desocupados de los últimos meses, a quienes temen ser despedidos, a los que changuean menos o notan que el sueldo no alcanza.
Mostrarles una lejana tierra prometida con exportaciones de petróleo y creación de 300.000 puestos de trabajo en la actividad energética compite en desventaja con la mirada directa sobre las facturas de la luz y del gas.
Cuando exportemos (se supone que todos los argentinos) un millón de toneladas de carne se crearán 100.000 puestos de trabajo, delira el presidente. Los que restringen consumos, amarretean el pan, estiran los guisos y pispean segundas marcas viven en el presente que es cruel y es mucho.
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Nobleza obliga: es necesario que los gobernantes alternen con periodistas, informen a la sociedad en variados formatos.
La conferencia de prensa está sobrevalorada, opina este cronista, posiblemente porque la ex presidenta Cristina Fernández de Kirchner concedió demasiado pocas. Hizo mal, aún pensando en su propio interés.
La de ayer presentó en primer término al veteranísimo acreditado en la Casa Rosada, Roberto Di Sandro, un gesto encomiable. Participaron periodistas de variados medios, sin presencia dominante de los hegemónicos. Trato respetuoso, desde el atril y desde abajo. Variados aspectos para celebrar, que no subsanan los límites del género: la discontinuidad, la ausencia de diálogo en sentido estricto y de repreguntas. La conferencia de prensa funciona como una serie de games de ping-pong contra sucesivos jugadores. Suma, es cualitativamente superior al silencio, pero informativamente parca.
Un saludable espíritu crítico marcó la tendencia de las preguntas. Buena fe o ausencia de posibilidades de maquillar la coyuntura, cada quién sabrá.
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De nuevo: no hay modo de generar alegría difundiendo hechos deprimentes. El oficialismo ensaya distintas recetas y ninguna alcanza el objetivo.
El titular del Instituto de Estadísticas y Censos, Jorge Todesca, esta vez obvió la conferencia de prensa para anunciar el estratosférico aumento del índice de precios al consumidor. No le quedan conejos en la galera, ni argucias retóricas: 100 por ciento en tres años, matan galán o arabescos de lenguaje.
La gobernadora bonaerense, María Eugenia Vidal, viró 180 grados en el affaire de los aportantes inventados. Removió a la funcionaria que ella misma había ascendido en medio del escándalo. Una semana atrás alegaba demencia y desafiaba. Ahora retrocede y entrega una pieza menor. Alega que “no todos somos iguales” (ver asimismo página 3). Vidal lleva al extremo la máxima: es diferente a sí misma.
Macri se expuso, en el afán de retomar la iniciativa. Quedó a la defensiva, sin propuestas ni proyectos ni promesas.
En la comunicación de masas del siglo XXI nadie habla solo ni especialmente para el auditorio que lo sigue en vivo o en directo.
Los destinatarios se anotician en distintos momentos y a través de surtidos medios.
Los expertos en comunicación oficial se verán en figurillas para recortar audios que inciten al optimismo o a un modesto consuelo. Las expresiones corporales de Macri conspiran contra la credibilidad…siempre menos que la densa coyuntura que tira más que una yunta de bueyes o un abanico de frases hechas.
¿Qué pensarán “los inversores”, “los mercados”, “el mundo” repasando un discurso sin promesas certeras ni metas precisas, ni incentivos tangibles? Los productores agropecuarios festejarán, solos y aislados de la sociedad civil.
Macri y su equipazo escogieron el momento, el registro, las razonables reglas de la movida. Ni sus flojas dotes de orador, ni las (más brillantes) de los guionistas contrapesan los hechos. Atrás quedaron las menciones a los presidentes Arturo Frondizi o Raúl Alfonsín, el objetivo de la pobreza cero, la confianza en los inversores que harán llover dólares sobre esta sufrida comarca.
El ajuste no trasfunde mística. La utopía de achicar el gasto fiscal no consigue tan siquiera dibujar una sonrisa en el rostro de su principal cruzado.

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