“Hemos acordado un stand by de acceso privado por 50 mil millones de dólares. Esto es un reflejo del apoyo de la comunidad internacional al país”, publicaron los diarios el 7 de junio. Antes de eso, el Gobierno no había dado pistas sobre tal acuerdo. Ni los partidos aliados en Cambiemos conocían lo mínimo como para responder sin trastabillar las preguntas del periodismo. El acontecimiento que definirá los próximos años no fue discutido.
El secretismo del Gobierno contrasta con la decisión de habilitar, en Diputados, la discusión sobre la despenalización del aborto. Uno y otro tema definen, a su manera, el futuro. Pero, a diferencia de la bruma que rodeó el acuerdo con el FMI, el Gobierno le dio la bienvenida a ese debate parlamentario, que trasladó el centro de atención hacia otra parte.
Finalmente, la ley de despenalización tuvo media sanción. El mérito debe reconocerse a la masiva participación juvenil y a la tenacidad de un grupo de mujeres que, desde hace décadas, sostuvieron el reclamo. El debate fue excelente y aquí no cabe diferenciar por partidos. Fernando Iglesias y Daniel Filmus, Gabriela Cerruti y Silvia Lospennato, Fabio Quetglas y Facundo Suárez Lastra fueron tan elocuentes a favor de la despenalización como lo fue el silencio (¿religioso?, ¿narcisista?) de Lilita Carrió, que se expidió por Twitter desde la capilla de la sede parlamentaria. Buscó ese silencio porque se la sabía contraria a la despenalización y lejos de lo que declaró en un documental filmado por Raúl Beceyro que, en 1994, la mostraba dispuesta a defender ese derecho.
Preguntas. Las razones que impulsaron a Macri para habilitar el debate todavía deben conjeturarse. ¿Lo hizo para abrir un escenario que compitiera con el del acuerdo con el FMI? Viendo los resultados, poco importa. La ocasión es buena para que el Presidente aprenda lo que quiso decir Marx cuando se refirió al “viejo topo”, que cava su túnel hasta emerger inesperadamente a la luz. Marx pensaba en las revanchas de la historia y en la potencia invisible de la revolución. Lo que Marx escribía en el 18 Brumario sobre el viejo topo hoy puede servir de lección a Macri. Los jóvenes topitos del cambio, si no se los detiene, pueden horadar túneles hacia el futuro.
Un buen político sabe que es peligroso liberar fuerzas que no se está en condiciones de dirigir. En general, Macri no lo hace, por eso hasta hoy no ha puesto en debate público lo que ha firmado con el FMI. Hubo que esperar a la mañana del último viernes para una deslucida exposición y conferencia de prensa del ministro Dujovne, que agregó algunas precisiones. Primero se firmó el acuerdo con el FMI. Luego, a las cansadas, el Gobierno se refirió a sus imposiciones, sus límites y sus consecuencias. Hay palabras que los argentinos preferimos no volver a usar. Pero el pacto fue un blindaje y significa un severo ajuste, esa dupla semántica y económica que nos marcó en los comienzos de este siglo.
Como si se tratara de una obra jugada en otro teatro, el pacto con el FMI fue todo lo contrario a los apasionados debates de las últimas semanas. Sobre la despenalización del aborto, lo que sucedió en el Congreso fue un modelo de polémica. Una sociedad deliberativa en funciones. Los diputados y las voces de las organizaciones sociales tenían, en la mayoría de los casos, argumentos a favor y en contra. No simplemente un amontonamiento de consignas y prejuicios, sino razones. Hubo esfuerzo intelectual, razonamiento elaborado y movilización discursiva. Hubo deseo de convencer al otro. La ley ha sido aprobada en Diputados. Los que estamos a favor del aborto ganamos, pero no se impuso la humillación sobre los que perdieron, porque tuvieron también su oportunidad de resultar vencedores. La movilización dejará sus enseñanzas entre los más jóvenes, que ocuparon la calle quizá por primera vez.
Necesitamos de políticos que se hagan cargo de achicar la distancia entre complejidad y amplitud, dos cualidades a veces opuestas
Efectos. Una consecuencia se percibe de inmediato. La política ha sido siempre una esfera compleja de la vida social y, al mismo tiempo, los demócratas deseamos que sea lo más colectiva posible. Complejidad y amplitud son cualidades no necesariamente complementarias. Y muchas veces se manifiestan como opuestas. La democracia necesita de políticos que se hagan cargo de manera permanente e intensa de achicar la distancia entre estas dos dimensiones, y que reduzcan el indomable principio de contradicción entre lo complejo y lo colectivo.
Precisamente, el acuerdo firmado con el FMI es un ejemplo de opacidad extrema, no porque el periodismo no acerque los datos de las obligaciones contraídas, sino porque esas mismas obligaciones son complicadas y solo el discurso político democrático puede restaurar un nivel aceptable de inteligibilidad. Macri firmó primero y todavía no abrió la boca ni siquiera frente a sus aliados políticos, mucho menos frente a sus opositores. Reclama un acuerdo en un páramo discursivo. En este caso, la falla política no afecta solo a los excluidos sino a vastos sectores sociales más organizados y, probablemente, mejor preparados para comprender de qué se trata y, en consecuencia, para apoyar u oponerse razonadamente.
Todo el mundo está preocupado por alcanzar acuerdos. Debo decir que a mí me preocupa otra cosa: cómo se llega a ellos y cómo se los garantiza. Por eso, los acuerdos antes de firmarse deben ser públicos y debatidos. Lo que Macri y su ministro Dujovne hicieron respecto del FMI fue ciertamente lo contrario. Una falla en lo político que no asegura un buen futuro. La mencionada conferencia de prensa de Dujovne no fue más explicativa que declaraciones anteriores. Mientras tanto, con leyes y con acuerdos, los sectores excluidos son un agujero negro.
Posdata. Pido a los lectores que disculpen mi prescindencia de la doble mención de masculino y femenino: “diputados y diputadas”. Y que también evite la pintoresca conversión del castellano en una rara especie de catalán rioplatense lleno de “e” finales: “les diputades”, “les alumnes”. Solo a veces coincido con la Real Academia pero, en este caso, le encuentro razón.
El secretismo del Gobierno contrasta con la decisión de habilitar, en Diputados, la discusión sobre la despenalización del aborto. Uno y otro tema definen, a su manera, el futuro. Pero, a diferencia de la bruma que rodeó el acuerdo con el FMI, el Gobierno le dio la bienvenida a ese debate parlamentario, que trasladó el centro de atención hacia otra parte.
Finalmente, la ley de despenalización tuvo media sanción. El mérito debe reconocerse a la masiva participación juvenil y a la tenacidad de un grupo de mujeres que, desde hace décadas, sostuvieron el reclamo. El debate fue excelente y aquí no cabe diferenciar por partidos. Fernando Iglesias y Daniel Filmus, Gabriela Cerruti y Silvia Lospennato, Fabio Quetglas y Facundo Suárez Lastra fueron tan elocuentes a favor de la despenalización como lo fue el silencio (¿religioso?, ¿narcisista?) de Lilita Carrió, que se expidió por Twitter desde la capilla de la sede parlamentaria. Buscó ese silencio porque se la sabía contraria a la despenalización y lejos de lo que declaró en un documental filmado por Raúl Beceyro que, en 1994, la mostraba dispuesta a defender ese derecho.
Preguntas. Las razones que impulsaron a Macri para habilitar el debate todavía deben conjeturarse. ¿Lo hizo para abrir un escenario que compitiera con el del acuerdo con el FMI? Viendo los resultados, poco importa. La ocasión es buena para que el Presidente aprenda lo que quiso decir Marx cuando se refirió al “viejo topo”, que cava su túnel hasta emerger inesperadamente a la luz. Marx pensaba en las revanchas de la historia y en la potencia invisible de la revolución. Lo que Marx escribía en el 18 Brumario sobre el viejo topo hoy puede servir de lección a Macri. Los jóvenes topitos del cambio, si no se los detiene, pueden horadar túneles hacia el futuro.
Un buen político sabe que es peligroso liberar fuerzas que no se está en condiciones de dirigir. En general, Macri no lo hace, por eso hasta hoy no ha puesto en debate público lo que ha firmado con el FMI. Hubo que esperar a la mañana del último viernes para una deslucida exposición y conferencia de prensa del ministro Dujovne, que agregó algunas precisiones. Primero se firmó el acuerdo con el FMI. Luego, a las cansadas, el Gobierno se refirió a sus imposiciones, sus límites y sus consecuencias. Hay palabras que los argentinos preferimos no volver a usar. Pero el pacto fue un blindaje y significa un severo ajuste, esa dupla semántica y económica que nos marcó en los comienzos de este siglo.
Como si se tratara de una obra jugada en otro teatro, el pacto con el FMI fue todo lo contrario a los apasionados debates de las últimas semanas. Sobre la despenalización del aborto, lo que sucedió en el Congreso fue un modelo de polémica. Una sociedad deliberativa en funciones. Los diputados y las voces de las organizaciones sociales tenían, en la mayoría de los casos, argumentos a favor y en contra. No simplemente un amontonamiento de consignas y prejuicios, sino razones. Hubo esfuerzo intelectual, razonamiento elaborado y movilización discursiva. Hubo deseo de convencer al otro. La ley ha sido aprobada en Diputados. Los que estamos a favor del aborto ganamos, pero no se impuso la humillación sobre los que perdieron, porque tuvieron también su oportunidad de resultar vencedores. La movilización dejará sus enseñanzas entre los más jóvenes, que ocuparon la calle quizá por primera vez.
Necesitamos de políticos que se hagan cargo de achicar la distancia entre complejidad y amplitud, dos cualidades a veces opuestas
Efectos. Una consecuencia se percibe de inmediato. La política ha sido siempre una esfera compleja de la vida social y, al mismo tiempo, los demócratas deseamos que sea lo más colectiva posible. Complejidad y amplitud son cualidades no necesariamente complementarias. Y muchas veces se manifiestan como opuestas. La democracia necesita de políticos que se hagan cargo de manera permanente e intensa de achicar la distancia entre estas dos dimensiones, y que reduzcan el indomable principio de contradicción entre lo complejo y lo colectivo.
Precisamente, el acuerdo firmado con el FMI es un ejemplo de opacidad extrema, no porque el periodismo no acerque los datos de las obligaciones contraídas, sino porque esas mismas obligaciones son complicadas y solo el discurso político democrático puede restaurar un nivel aceptable de inteligibilidad. Macri firmó primero y todavía no abrió la boca ni siquiera frente a sus aliados políticos, mucho menos frente a sus opositores. Reclama un acuerdo en un páramo discursivo. En este caso, la falla política no afecta solo a los excluidos sino a vastos sectores sociales más organizados y, probablemente, mejor preparados para comprender de qué se trata y, en consecuencia, para apoyar u oponerse razonadamente.
Todo el mundo está preocupado por alcanzar acuerdos. Debo decir que a mí me preocupa otra cosa: cómo se llega a ellos y cómo se los garantiza. Por eso, los acuerdos antes de firmarse deben ser públicos y debatidos. Lo que Macri y su ministro Dujovne hicieron respecto del FMI fue ciertamente lo contrario. Una falla en lo político que no asegura un buen futuro. La mencionada conferencia de prensa de Dujovne no fue más explicativa que declaraciones anteriores. Mientras tanto, con leyes y con acuerdos, los sectores excluidos son un agujero negro.
Posdata. Pido a los lectores que disculpen mi prescindencia de la doble mención de masculino y femenino: “diputados y diputadas”. Y que también evite la pintoresca conversión del castellano en una rara especie de catalán rioplatense lleno de “e” finales: “les diputades”, “les alumnes”. Solo a veces coincido con la Real Academia pero, en este caso, le encuentro razón.