Cosecha de odio:
Por Alejandra Varela
La especificidad que se reclama a la descripción de una situación política no excluye entender que ciertas caracterizaciones sociales transforman su modo de presentarse y siguen vigentes con otros ropajes.
Elisa Carrió hace un uso desprolijo y malintencionado de ciertas terminologías para provocar confusión y realizar actos de terrorismo verbal. Me hago cargo, por supuesto, que con esta definición asumo el primer riesgo del tema de mi artículo. ¿Por qué uso la palabra terrorismo para referirme al modo en que la líder de la Coalición Cívica enuncia la política nacional? Porque Carrió no hace un análisis en términos realistas sino que organiza sus declaraciones sabiendo que lo que dice es falso. Carrió busca instalar una mentira como verdad, es goebbeliana. La idea es que esa mentira se convierta en realidad. Su finalidad no es discutir y confrontar propuestas sino contagiar el odio que a ella le despiertan los Kirchner. El modo de expresarse de Carrió bloquea el debate, no es político. ¿Quien va a aceptar discutir con una persona que la equipara al gordo Valor?
Carrió sabe que al confrontar pierde porque sus enunciados no se sostienen en situaciones reales sino que se ubican en el plano de las predicciones absolutamente ambiguas. Carrió busca instalar la irracionalidad, no el pensamiento: sospechas, temores, desconfianza, malestar para eso rememora las malas experiencias de la historia cercana. Genera miedo porque despierta fantasmas que todavía duelen. Hay una manipulación emocional de los sujetos.
Fue Aristóteles quien identificó en la tragedia griega los mecanismos de piedad y temor para lograr la descarga y contención de la emoción. Según Aristóteles se siente piedad por el que sufre injustamente y temor por un dolor que también podemos padecer nosotros. A partir de estos recursos los trágicos hacían pedagogía política con los ciudadanos de su democracia.
El terrorismo implica realizar propaganda política partir de un acto de violencia indiscriminada que genera pánico porque no tiene un objetivo excluyente. Cualquiera puede ser víctima. Las sociedades atravesadas por el terrorismo se vuelven temerosas, desconfiadas y, en muchos casos, reproducen ese concepto de terror.
Irresponsablemente Carrió apela a Ceasescu, Hitler, el Guetto de Varsovia o dice que si el que gobierna es Néstor Kirchner y no la Presidenta se trata de un gobierno de facto.
En esa indiscriminación, en no distinguir la especificidad de cada funcionamiento institucional, Carrió, por un lado, desacredita un hecho tan contundente como un golpe de estado (como señala en su blog Artemio López) pero, además, al homologar cosas que no pueden asimilarse, está llamando a la población a responder como si realmente se hubiera producido un golpe institucional.
Escribí esta nota antes de ver a Carrió en el programa “Tres poderes” el domingo 21 de diciembre. No hizo más que confirmar lo que escribo. Incluso dijo, casi textualmente, que se justificaba una reacción de la ciudadanía frente a un gobierno de facto como el que, según ella, existe hoy en la Argentina.
Pero agregó algo más. Cuando los periodistas, hartos de sus acusaciones desmesuradas contra Néstor Kirchner, le preguntaron: “¿Y usted qué haría si fuera presidenta?”Ella contestó: “Eliminaría las retenciones al campo y le pediría plata al fondo monetario”. No hay que ser de Sendero Luminoso para salir a discutirle semejante animalada que no sólo implica volver a los errores del pasado sino que demuestra la falta de ideas de la líder de la Coalición Cívica. Cuando Maximiliano Montenegro salió a discutirles, Carrió se puso como loca. Estoy muy lejos de defender el periodismo que hacen los tres conductores del programa: Gerardo Rozín, Reinaldo Sietecase y Montenegro pero los prefiero a los monólogos que propicia Mariano Grondona. Enfrentarse al disenso es una situación que descoloca a la republicana y democrática Carrió.
Carrió busca provocar una reacción popular propia de esa descripción desmesurada que realiza porque, no se trata sólo de un acto alocado, de una exageración. Carrió procura que sus palabras generen consecuencias y es allí donde deja de ser pintoresca para convertirse en peligrosa.
Algunos ubican en este mismo sentido las apreciaciones del gobierno sobre el clima destituyente que, desde el oficialismo y varios sectores sociales e intelectuales consideran, que estamos atravesando.
La diferencia fundamental entre los comandos civiles de Néstor Kirchner y el terrorismo de Carrió, es que el oficialismo se basa en acciones muy puntuales que demuestran un sentimiento destituyente, una voluntad de desgastar al gobierno. Los Kirchner realizan una descripción de la realidad que la propaganda mediática se ocupa de negar. Por el contrario, Carrió se maneja con los deseos que despierta el odio (¡no tiene algún amigo que le aconseje que al menos haga el intento de disimular un poco!)
Y aquí disiento con Mario Wainfeld en el artículo publicado el domingo 21 de diciembre en Página/12.
La mayor parte de la historia argentina ha transcurrido en la ilegalidad. Tenemos un catálogo generoso de acciones dictatoriales y genocidas que no siempre llevan los mismos ropajes. Hipólito Irigoyen podía ser un rojo para la oligarquía pero las matanzas de la Patagonia Rebelde y La Semana Trágica fueron acciones de una dictadura que no contemplaron los mínimos elementos del derecho, por los que el líder radical peleó alguna vez. Arturo Illia fue un político que se plantó frente a las corporaciones, que defendió la universidad pública. Bajo su gobierno la educación y la cultura vivieron su momento de gloria pero gobernó con la proscripción del principal partido político. Un acto de censura propio de los sistemas dictatoriales. Carlos Menem ganó legítimamente sus dos presidencias pero realizó la política con la que soñaron todas las dictaduras desde el 30.
Cuando se recordaban los 25 años del golpe del 76, Eduardo Grüner publicó en Página/12 un artículo en el que señalaba que por esos días (marzo del 2001) se estaba realizando otro golpe de estado. El que llevaba a Domingo Cavallo a ser el Presidente de la República , gracias a los superpoderes que estaba por votar el Congreso, se trataba de una forma más moderna y prolija de ejecutar un golpe institucional. Era el propio Presidente, Fernando de La Rúa el que lo llamaba para tomar el mando.
Se equivoca Wainfeld cuando dice que los funcionarios de la Alianza no eran tiranos. No tendrán el formato grosero de otras épocas porque todo se vuelve más elegante, justamente, para subsistir pero si en un contexto de recesión con híper desempleo y salarios congelados durante diez años, se saca mediante pagos de coimas, una ley de flexibilización laboral que implica liquidar los pocos derechos que le quedaban a los trabajadores. Se les rebaja el 13% de los salarios a quienes los poseían y a los jubilados, medida anti-humana (para decirlo de un modo básico) y después de la renuncia del vicepresidente, líder de uno de los partidos de la coalición, se llama Ministro de Economía a otro candidato que había perdido las elecciones para Presidente para que realice su proyecto político como le plazca, hay una tiranía.
La democracia es un sistema donde se respetan los derechos de los ciudadanos y donde se suma al juego político a todos los sectores sociales para que, en función de las relaciones de fuerza, tengan mayores niveles de intervención.
Tanto De La Rúa con Menem excluyeron al pueblo del juego político porque pulverizaron sus derechos como lo hicieron los conservadores a principios de siglo y un sujeto sin derechos está degradado en su condición humana.
Uno de los argumentos para sostener la afirmación del clima destituyente creado por el lockout patronal es justamente la amenaza del hambre hacia toda la sociedad que generó el desabastecimiento. A partir de ese mecanismo el sector agropecuario demostró su poder: Pueden dejar sin alimentos a la población, aumentar los precios, hacer tambalear la fuente laboral de miles de personas, influir sobre la clase media, desabastecer de combustible, bajar las ventas de los comercios, perjudicar el turismo. Además de amenazar con posibles corralitos e incentivar la compra histérica de dólares. Es decir, la economía puede estar en sus manos, pueden transformar el panorama político económico de un país más allá de la estructura económica que haya armado el gobierno y encima se dan el lujo de sostener un paro por tres meses. Evidenciaron que son un factor de poder que puede actuar en el sentido foucaltiano, tautológico del término, como un sector, casi equivalente al poder estatal mismo.
Me molesta y me inquieta que le fastidie tanto a varios analistas políticos el tono confrontativo de Néstor Kirchner ¿Qué es un político sino aquel que sabe identificar conflictos? Pero en los últimos días me molestó más una frase de Wainfeld: “Se recae en un error basal en la derrota de la 125: proponer una excitada gesta que no es la primera necesidad de las gentes de a pie”
En esta frase Wainfeld está siendo complaciente con la despolitización mayoritaria de la ciudadanía.
Los Kirchner tienen algo de vanguardistas. Van un poquito más adelante que muchos y eso es algo para reconocer y admirar. También les vale odios porque, seamos sinceros, y esto es algo que se ve tanto en los partidos de la oposición y en buena parte del periodismo, no hay una crítica equilibrada hacia los Kirchner, hay una crítica desmedida y cargada de un odio que no se disimula.
Si la ciudadanía no interpretó la gesta de la 125 como propia está equivocada y hay que decírselo. Si los que se involucraron lo hicieron para defender a las corporaciones que fantaseaban con volver a ese modelo del centenario, granero del mundo donde los terratenientes exportaban y el pueblo recibía hambre y represión, hay que explicarles la historia y señalarles su error.
Que el gobierno haya perdido en su batalla por la 125 no quiere decir que estuvo equivocado en su planteo de fondo (aunque haya cometido errores) porque sino seguimos pensando bajo la lógica menemista. El exitoso tiene razón y el que fracasa está equivocado y eso no es necesariamente así.
Esa idea que se desprende de la frase de Wainfeld que aquello que no funciona hay que abandonarlo, sin discutir si lo que guió su utilización fue o no válido, me parece que apunta a un pragmatismo vaciado de política. Si sustraemos la gesta, la épica, el mito quedan sólo los intereses y allí también desaparecen los sujetos.
“(…) no es la primer necesidad de la gente de a pie” ¿Qué idea de sujeto se desprende de esta frase? Un sujeto al que yo no quiero parecerme. Me gusta más pensarme como alguien que se involucra en la historia y comprende la articulación entre los sucesos que lo rodean como una combinación compleja y tensa con su propia biografía. No me interesa ser sólo la suma de mis necesidades sino comprender, participar, yo me siento alagada por esos gobiernos que convocan algo más de los sujetos.
La revolución de Mayo fracasó. Fracasaron Castelli, Moreno, Dorrego, Belgrano, San Martín y fueron los grandes hombres de la historia. Triunfaron Lavalle, Mitre, Rivadavia, Roca. ¿Quiénes tenían razón? ¿A quines queremos parecernos?
Muy buena nota… muy clara y precisa. Mis saludos