El 10 de diciembre de 1983, en mi primer mensaje ante el Congreso de la Nación como presidente convoqué a todos los argentinos a una tarea común para constituir la unión nacional.
En un país como la Argentina, donde se sucedieron las dictaduras por más de medio siglo, que venía de sufrir violaciones masivas a los derechos humanos por obra de la acción del propio Estado, el pensamiento autoritario y la anomia colectiva habían echado raíces muy profundas. Se trataba entonces de reforzar la valoración social sobre la importancia de los derechos humanos, del respeto al Estado de Derecho, de la tolerancia ideológica.
La política implica diferencias, existencia de adversarios políticos, esto es totalmente cierto. Pero la política no es solamente conflicto, también es construcción. Y la democracia necesita más especialistas en el arte de la asociación política. Los partidos políticos son excelentes mediadores entre la sociedad, los intereses sectoriales y el Estado y desde esa perspectiva hemos señalado que lo que más nos preocupa es el debilitamiento de los partidos políticos y la dificultad para construir un sistema de partidos moderno que permita sostener consensos básicos.
No será posible resistir la cantidad de presiones que estamos sufriendo y sufriremos, si no hay una generalizada voluntad nacional al servicio de lo que debieran ser las más importantes políticas de Estado expresada en la existencia de partidos políticos claros y distintos, renovados y fuertes, representativos de las corrientes de opinión que se expresan en nuestra sociedad.
El proceso de democratización en Latinoamérica iniciado hace ya más de dos décadas ha sido muy beneficioso porque liberó a los pueblos de tiranías intolerantes y arbitrarias. No podemos dejar de reconocer que la libertad conquistada ha sido uno de los grandes logros obtenidos a fines del siglo pasado. Hemos progresado, y es importante reconocerlo.
Pero también es ineludible que nos preguntemos: este progreso ¿a quiénes benefició, a cuántos alcanzó? Reservado para una minoría de grandes empresarios, terratenientes y grupos monopólicos este progreso no alcanzó a más de dos tercios de la población de Latinoamérica, inmersa en la desesperación del hambre, la falta de educación, de salud y de vivienda.
En condiciones de marginación que nunca habíamos imaginado millones de habitantes de nuestros países carecen de los más elementales derechos humanos. Hoy, es duro decirlo, la libertad es un beneficio del que disfrutamos los que no tenemos hambre, los que podemos enviar a nuestros hijos a las escuelas y universidades, los que podemos dormir en una casa sin temor al frío o la lluvia.
Siempre repito que la democracia sólo puede construirse con hombres democráticos, y que es absurdo formar ciudadanos democráticos cuando están sumidos en la desesperación.
No podemos, pues, contentarnos con haber obtenido el derecho al libre sufragio y el respeto a la libertad de expresión, antes negada por las dictaduras militares. No alcanzan esas valiosas conquistas para tranquilizar nuestras conciencias personales. ¿Cómo abordar, entonces, un problema tan complejo?
Por lo pronto, creo que es necesario encarar políticas públicas en forma mancomunada entre los países de la región para combatir el flagelo de la pobreza, puesto que difícilmente una Nación pueda, por sí sola, alcanzar la equidad si está rodeada por Naciones hermanas sumidas en la miseria.
Democracia es vigencia de la libertad y los derechos pero también existencia de igualdad de oportunidades y distribución equitativa de la riqueza, los beneficios y las cargas sociales: tenemos libertad pero nos falta la igualdad.
Tenemos una democracia real, tangible, pero coja e incompleta y, por lo tanto, insatisfactoria: es una democracia que no ha cumplido aun con algunos de sus principios fundamentales, que no ha construido aun un piso sólido que albergue e incluya a los desamparados y excluidos. Y no ha podido, tampoco aun, a través del tiempo y de distintos gobiernos, construir puentes firmes que atraviesen la dramática fractura social provocada por la aplicación e imposición de modelos socioeconómicos insolidarios y políticas regresivas.
Aspiro a que poco a poco vayamos encontrando la senda que nos lleve a construir una Nación en donde la equidad sea un valor tan sagrado, tan fundamental, como la misma libertad.
Fuente La Capital
Nada que objetar.