“La religión condena a la homosexualidad” y “la Iglesia está en contra del matrimonio homosexual” son frases que sintetizan un imaginario muy difundido a nivel de sentido común, incluso en sectores altamente secularizados de nuestra sociedad.
Para romper con esas ideas, el miércoles 16 de junio líderes y representantes de diversas instituciones religiosas apoyaron públicamente la reforma de la ley de matrimonio civil para que puedan acceder las parejas del mismo sexo. En un acto conjunto con la Federación Argentina de Lesbianas, Gays, Bisexuales y Trans (FALGBT) realizado en el templo de la iglesia metodista de Flores, evangélicos, judíos, católicos y africanistas dieron una voz alternativa a la posición religiosa que se pretende única desde la jerarquía católica y ciertos sectores evangélicos.
Luteranos, reformados, metodistas, valdenses, menonitas, evangélicos del Río de la Plata (dentro del espectro protestante), judíos reformados, católicos comprometidos con la teología de la liberación y religiosas de matriz africanista ofrecieron un decidido apoyo a esta reforma legal, haciendo propia la demanda del movimiento de la diversidad sexual, y pidieron perdón por el dolor que las religiones institucionales han producido (y aún producen) a gays, lesbianas y trans.
Sonaba muy raro (y emocionaba bastante) escuchar un pedido de perdón de autoridades eclesiales de distintos credos, en un país donde la cúpula de la institución religiosa más poderosa aún no ha reconocido sus propias faltas (silencios, complicidades y apoyos) respecto de la dictadura militar. También era extraño escuchar un mensaje político de apoyo al reconocimiento de derechos, fundamentado en el amor de Dios hacia todos los seres humanos y de nosotros hacia nuestros prójimos –en ambos casos, sin distinciones de orientación sexual ni identidad de género–. Pero, en realidad, no tenía nada de raro: se trató de religiosos y religiosas que (más tarde o más temprano) descubrieron que la igualdad jurídica puede reparar algunas injusticias y violencias a las que un grupo social ha sido sometido durante siglos, y a las que las doctrinas e instituciones religiosas han colaborado en buena medida.
En un escenario contemporáneo donde (no guste o no) las instituciones eclesiales hacen política (presionan legisladores, convocan marchas, intervienen en los medios), predicar el amor y la inclusión de todas y todos –y no el odio y la discriminación que promueven ciertos obispos y pastores–, es un paso adelante en la participación política de actores religiosos en pos de sociedades más libres, igualitarias y democráticas.