Ya se ha dicho -y ahora se confirma- que a pesar de las limitaciones del gobierno -falta de un equipo de peso, gestión relativamente modesta, profundización del endeudamiento heredado-, no se veía en la provincia la situación de crisis que justificara un giro de 180 grados.
No se trata solamente de que el electorado neuquino sea conservador. Tampoco es que Sapag le vaya bien porque es simpático, deja vivir y, a diferencia de quien lo precedió, evita confrontar. Inclusive no es simplemente porque el gobernador se beneficie, como de hecho lo hace, del viento de cola que le proporciona su pragmática proximidad con un gobierno nacional.
Se trata también de la astucia de un partido que no por nada acaba de cumplir medio siglo y, a pesar del retroceso que experimenta en la consideración colectiva -expresado en la pérdida de muchas ciudades y en la progresiva disminución del voto propio- parece aplicar muy bien el ‘divide et impera’ para conseguir esa porción del respaldo que no logra obtener por sí mismo.
Es que en estas elecciones, contrariamente a lo que aspiraba la oposición, no se produjo una polarización. Aunque tal vez nunca antes se habían juntado tantas fuerzas contra el MPN, la oposición no encontró el camino no sólo por errores propios sino también porque el MPN supo operar sobre aliados y adversarios.
Sapag actuó sobre el espacio afín al MPN con las colectoras Unión Popular, Nuevo Neuquén y MID. En mayor medida se trató de sumar a sectores disidentes del peronismo y de usar el sello del desarrollismo en provecho propio.
Pero también operó sobre las diferencias entre las fuerzas de la oposición, en particular sobre la división de los farizanistas con los quiroguistas, que tuvo su expresión en el armado de los otros dos sectores de la diáspora radical: el ARI y Recrear-PRO. Otro tanto ocurrió con Libres del Sur, que pasó de incondicional a enemigo irreconciliable del intendente.
Entre los errores y limitaciones propios del Frente Neuquino hay que apuntar su estrategia vacilante en relación al gobierno nacional. Farizano se cuidó al principio de pegarse a Cristina para no enajenarse la derecha radical y cuando se dio cuenta de que no llegaba se tiró de cabeza, pero ya era tarde.
También hay que apuntar la desaprensión de algunos de sus aliados. Los gremios estatales, teóricamente enrolados en Une, lanzaron una escalada que, ahora se ve, cargó más en la cuenta de la oposición que en la del gobierno. No menos costosa fue la actitud del justicialismo, que tardó demasiado en sumarse a la alianza haciéndole perder un tiempo irrecuperable, como si el triunfo de Sapag no le fuera a hacer mella.