Miércoles 29 de junio de 2011 | 08:08 (actualizado a las 10:30)
Hay a esta altura más de una generación de argentinos para quienes los partidos políticos, instituciones fundamentales de la democracia, significan poco y nada. A medida que vamos cumpliendo años desde el reinicio de 1983, éstos parecen deshilacharse cada vez más aún cuando, paradójicamente, la Constitución de 1994 ha consagrado para ellos un rol significativo.
Hasta las flamantes internas abiertas y obligatorias, que podían representar un primer paso en la reconstrucción de la vida interna de los partidos, parecen haber perdido su sentido original ante la existencia de candidatos únicos para los lugares principales de cada espacio. De todas maneras es importante que se celebren, y no por el carácter de mega encuesta nacional que le asignan algunos, sino para que puedan transformarse en una sana costumbre de aquí en más.
A pesar del marco ordenador que las internas podrían haber significado, prácticamente todo el arco opositor terminó ignorándolas a la hora de los armados electorales: candidatos que se retiraron anticipadamente de la contienda, frentes que se fracturaron, alianzas inverosímiles. Igual de triste resultó la anulación de la discusión partidaria dentro del oficialismo: concentración de poder, discrecionalidad y secretismo hasta el último instante, inclusive para con los beneficiados, lo que implica la certeza de que ninguno rechazaría lo ofrecido ni se atrevería a poner condiciones.
Para colmo, en lugar de ser ocultados, estos defectos en la vida interna de los partidos se exponen con impúdicas puestas en escena, como en el caso del anuncio del acompañante de fórmula de Cristina Fernández de Kirchner el sábado pasado en Olivos. La ceremonia tuvo poco que envidiarle a la entrega de los Oscar. A medida que llegaban, los invitados (funcionarios, políticos, sindicalistas, artistas, representantes de organizaciones de derechos humanos y más) transitaban la alfombra roja ante el asedio periodístico. Y una vez que todos estuvieron correctamente ubicados, hizo su aparición la Presidenta de la Nación, transformada en maestra de ceremonias.
Luego, apenas comenzado el acto, la Presidenta simuló quejarse de que no hubiera en el país más que dos temas: River y la selección de su candidato a vicepresidente. Pero tanto el proceso decisorio como el espectáculo montado en Olivos para engalanar el instante en que se pronunciara el afamado «and the winner is.» no dejaba espacio mediático para casi ninguna otra cuestión.
Nuestra Billy Cristal vernácula se lució. Jugó con los invitados, por ejemplo, llamando sectario al Ministro De Vido -hincha de Boca- y retándolo por no aplaudir cuando alguien vivó al horas después descendido club de Núñez. Y deleitó a la audiencia con anécdotas personales, como la de la enfermera del sanatorio Otamendi, Sandra, preguntándole si ya sabía quien sería el vicepresidente mientras se hallaba «con la cola así, y ella a punto de poner (le) la inyección».
A ese hospital había ido CFK después de caerse y golpearse la frente, episodio del cual responsabilizó al encandilamiento de una cámara de Crónica TV, mientras la buscaba graciosamente por la sala. Contó que minutos antes del accidente se había cruzado con el médico que había atendido a Néstor Kirchner por un golpe similar el día de su asunción. Y que al ocurrirle lo mismo a ella no pudo menos que pensar, junto con la diputada María Laura Leguizamón, que «era una señal». Para colmo, minutos antes habían entrado en juego efectos especiales de cariz hollywoodense: las puertas a sus espaldas se abrieron y ella lo adjudicó al viento del sur, agregando en tono místico: «Debe haber entrado».
Con cada chiste, ante cada reflexión o interacción con los presentes la cámara, en paneo, mostraba los aplausos y las carcajadas de los convocados. Todos felices, extasiados con un show de primer nivel. Una lástima que se tratara nada menos que de un acto relacionado con la elección de la fórmula presidencial con más chances de dirigir los destinos del país durante los próximos cuatros años, y en medio de los cierres de listas de candidatos que van a disputar la voluntad popular para representarnos a partir del 10 de diciembre.
Hay a esta altura más de una generación de argentinos para quienes los partidos políticos, instituciones fundamentales de la democracia, significan poco y nada. A medida que vamos cumpliendo años desde el reinicio de 1983, éstos parecen deshilacharse cada vez más aún cuando, paradójicamente, la Constitución de 1994 ha consagrado para ellos un rol significativo.
Hasta las flamantes internas abiertas y obligatorias, que podían representar un primer paso en la reconstrucción de la vida interna de los partidos, parecen haber perdido su sentido original ante la existencia de candidatos únicos para los lugares principales de cada espacio. De todas maneras es importante que se celebren, y no por el carácter de mega encuesta nacional que le asignan algunos, sino para que puedan transformarse en una sana costumbre de aquí en más.
A pesar del marco ordenador que las internas podrían haber significado, prácticamente todo el arco opositor terminó ignorándolas a la hora de los armados electorales: candidatos que se retiraron anticipadamente de la contienda, frentes que se fracturaron, alianzas inverosímiles. Igual de triste resultó la anulación de la discusión partidaria dentro del oficialismo: concentración de poder, discrecionalidad y secretismo hasta el último instante, inclusive para con los beneficiados, lo que implica la certeza de que ninguno rechazaría lo ofrecido ni se atrevería a poner condiciones.
Para colmo, en lugar de ser ocultados, estos defectos en la vida interna de los partidos se exponen con impúdicas puestas en escena, como en el caso del anuncio del acompañante de fórmula de Cristina Fernández de Kirchner el sábado pasado en Olivos. La ceremonia tuvo poco que envidiarle a la entrega de los Oscar. A medida que llegaban, los invitados (funcionarios, políticos, sindicalistas, artistas, representantes de organizaciones de derechos humanos y más) transitaban la alfombra roja ante el asedio periodístico. Y una vez que todos estuvieron correctamente ubicados, hizo su aparición la Presidenta de la Nación, transformada en maestra de ceremonias.
Luego, apenas comenzado el acto, la Presidenta simuló quejarse de que no hubiera en el país más que dos temas: River y la selección de su candidato a vicepresidente. Pero tanto el proceso decisorio como el espectáculo montado en Olivos para engalanar el instante en que se pronunciara el afamado «and the winner is.» no dejaba espacio mediático para casi ninguna otra cuestión.
Nuestra Billy Cristal vernácula se lució. Jugó con los invitados, por ejemplo, llamando sectario al Ministro De Vido -hincha de Boca- y retándolo por no aplaudir cuando alguien vivó al horas después descendido club de Núñez. Y deleitó a la audiencia con anécdotas personales, como la de la enfermera del sanatorio Otamendi, Sandra, preguntándole si ya sabía quien sería el vicepresidente mientras se hallaba «con la cola así, y ella a punto de poner (le) la inyección».
A ese hospital había ido CFK después de caerse y golpearse la frente, episodio del cual responsabilizó al encandilamiento de una cámara de Crónica TV, mientras la buscaba graciosamente por la sala. Contó que minutos antes del accidente se había cruzado con el médico que había atendido a Néstor Kirchner por un golpe similar el día de su asunción. Y que al ocurrirle lo mismo a ella no pudo menos que pensar, junto con la diputada María Laura Leguizamón, que «era una señal». Para colmo, minutos antes habían entrado en juego efectos especiales de cariz hollywoodense: las puertas a sus espaldas se abrieron y ella lo adjudicó al viento del sur, agregando en tono místico: «Debe haber entrado».
Con cada chiste, ante cada reflexión o interacción con los presentes la cámara, en paneo, mostraba los aplausos y las carcajadas de los convocados. Todos felices, extasiados con un show de primer nivel. Una lástima que se tratara nada menos que de un acto relacionado con la elección de la fórmula presidencial con más chances de dirigir los destinos del país durante los próximos cuatros años, y en medio de los cierres de listas de candidatos que van a disputar la voluntad popular para representarnos a partir del 10 de diciembre.
Qué pedazo de hijo de puta. Si en algo no se destacaba NK es precisamente como selector de personal. Hijos de puta como éste (Cleto, Albertico, Massa, Lavaña) encima se llenan la boca después de haber recibido sin chistar los altos cargos que ocuparon. Soretes traidores.