Cristina con más poder y los opositores tratando de entender

Hay que inclinarse con respeto ante la voz del ciudadano. Y más cuando esa voz resuena con la potencia con que lo hizo en este domingo de elecciones primarias. Quien quiera oir que oiga.
Medio país votó a Cristina, la otra mitad se repartió en múltiples porciones opositoras, ninguna tan sólida ni atractiva como para suponer que de aquí a octubre algo sustancial pueda cambiar en ese escenario electoral. Quizás una trepada más de votos para la Presidenta, o algún reacomodamiento de votos entre los opositores, perfilando quizás una fuerza en crecimiento hacia el futuro. Pero el pueblo habló y su palabra fue contundente. Ahora las cosas están así y la mayor necedad sería no reconocerlo.
Es evidente que un universo de hechos, decisiones y conductas del Gobierno, que para los sectores de oposición política, económica, social y cultural resultaron motivo suficiente para enfrentar y tratar de derrotar a Cristina, no fueron percibidas de ese modo por la otra mitad de la sociedad. Esa mitad que votó a Cristina le dio más relevancia a otros hechos, otras decisiones, otras conductas del Gobierno, en las cuales basó su apoyo compacto. Unos y otros hechos, conductas y decisiones son ciertos, tienen existencia comprobable. Pero tuvieron distinta valoración.
El aluvión de consumo, la mejora del salario, la asignación universal por hijo, el discurso de la inclusión y los derechos humanos, la mejora y ampliación de las jubilaciones, el crecimiento de la economía y la producción, la apelación a la participación de los jóvenes, fueron cuestiones que pesaron de modo más homogéneo sobre medio país que la alta inflación, la inseguridad, la persistencia de altos índices de trabajo en negro, el ahogo y persecución sobre determinados sectores productivos, la corrupción que incluso salpica a organismos de derechos humanos, la creciente proporción de jóvenes que no estudian ni trabajan.
El ataque, aún la difamación, sobre políticos, intelectuales, medios y periodistas que no comulgan con su credo, funcionó para el cristinismo como galvanizador de la tropa propia y, por lo visto, no influyó negativamente sobre ese 50% que el domingo votó a la Presidenta. Como tampoco le quitó apoyo la respuesta simétrica, tan poco inteligente y constructiva, que recibió muchas veces de parte de sus oponentes.
Además supo el Gobierno, y en especial la Presidenta, vender la imagen de que cabalgaban por encima de las riñas de la política, como si esa fuese una cuestión menor de los opositores mientras el oficialismo, angélicamente, sólo se estuviese preocupando por solucionar los problemas de la gente.
De hecho, el cristinismo se metió más que nadie en el fango de la política. La decisión única de Cristina armó y desarmó listas de candidatos, repartió premios y castigos a sus propios dirigentes con justicia o sin ella. Lo hizo convencida que los votos eran suyos y no quería deberle nada a nadie: ni al peronismo ni a la CGT. Pagó daños locales por esas decisiones arbitrarias, con derrotas sucesivas, muy duras algunas, en la Capital, Santa Fe y Córdoba. Pero consiguió preservar, para el momento de la elección nacional, el peso de su autoridad política y el muy fuerte vínculo emocional con sus votantes. Y transmitió gobernabilidad, cuando en las ofertas opositoras ese capítulo quedaba como un enorme interrogante sin respuesta.
No es culpa de Cristina que la oposición haya fragmentado su oferta del modo que lo hizo, al punto de confundir, dispersar y hasta desanimar a sus potenciales votantes.
No es culpa de Cristina que el desaparecido Acuerdo Cívico y Social, que en la elección de hace dos años sumó en todo el país apenas 100.000 votos menos que el kirchnerismo, ahora se haya balcanizado en tres candidaturas: las de Ricardo Alfonsín, Elisa Carrió y Hermes Binner.
No es culpa de Cristina que Mauricio Macri, Francisco De Narváez y Felipe Solá, que ganaron hace dos años en Capital y provincia de Buenos Aires con el acompañamiento tácito de Eduardo Duhalde, hayan rifado aquellas victorias en un festival de celos y egos y mezquindades.
No es culpa de Cristina que los opositores hayan tenido tan poca visión, que terminaran chocando entre ellos, que dejaran escurrir la potente perspectiva que les ofreció en bandeja el propio gobierno de la Presidenta con los errores y desmesuras de sus primeros dos años de mandato.
En cambio Cristina, con el impulso de Néstor Kirchner enseguida después de la derrota electoral de 2009, y mucho más a partir de la muerte de su esposo en octubre pasado, supo recomponer su poder. A chequera y látigo mantuvo domesticado al peronismo, siempre receloso ante la ambición de la Presidenta y sus centuriones.
En las diez semanas que median hasta la elección general de octubre la sociedad podrá ver cómo es la Presidenta con 50% de votos en su favor; cómo actúa, cómo trata al medio país que no la votó y a sus dispersos representantes.
Ella empezó desde el mismo domingo a la noche, en discursos con cuidada amplitud e infaltable emoción, a construirse el escenario ya no de la próxima elección, sino de su próximo gobierno. Está sumando poder a traves del medio más democrático, que es una elección. Ahora es cuando debería demostrar que es capaz de resistir la tentación autoritaria y ejercer ese enorme poder también de manera democrática. Esa es su próxima prueba.
Los que se le oponen, en tanto, bien harían en sobreponerse a la incredulidad y la bronca, y tratar de entender qué está pasando en este país que votó el domingo.

Acerca de Nicolás Tereschuk (Escriba)

"Escriba" es Nicolás Tereschuk. Politólogo (UBA), Maestría en Sociologìa Económica (IDAES-UNSAM). Me interesa la política y la forma en que la política moldea lo económico (¿o era al revés?).

Ver todas las entradas de Nicolás Tereschuk (Escriba) →

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *