La nueva composición del Congreso, que reflejará a partir del 10 de diciembre el amplio respaldo electoral obtenido por el oficialismo, le dará la oportunidad al gobierno de Cristina Fernández de manejar con solvencia los tiempos legislativos, aunque también lo pondrá ante una serie de desafíos.
Con el avance opositor en las elecciones de 2009, el conglomerado de fuerzas enfrentadas al kirchnerismo acumuló expectativas de un sector de la sociedad, al que desencantó por su falta de diálogo, coordinación e iniciativa política propia. En muchas ocasiones el “Grupo A” siguió más los conceptos y los modos que le dictaban algunas tapas de diarios que una estrategia política autónoma.
La oposición ve ahora reducido el número de bancas que controla, como ocurrió entre 2005 y 2009, aunque también merma su influencia política nacional, más allá de lo que marca la cantidad de escaños. ¿Qué significará políticamente desde el 10 de diciembre el bloque de 42 diputados radicales, similar en envergadura al que hoy ocupa la Cámara Baja? ¿Qué tienen para plantearle a la sociedad los legisladores del “Peronismo Federal”?
Esta clara “ventaja” que obtiene el oficialismo, quizás les requiera a sus integrantes una renovada destreza política. No hay que olvidar la vitalidad que siempre muestra la sociedad civil argentina para plantear nuevas demandas y exigir respuestas a la agenda de “lo que falta” resolver en el país. Una posibilidad es que si la oposición reduce su nivel de influencia política, la “única ventanilla” para los reclamos sea la del kirchnerismo.
A este panorama se suma el hecho de que en el próximo período de cuatro años, el kirchnerismo tiene el desafío de mantener unidos a sus bloques legislativos, en momentos en que el PJ discuta cómo será la sucesión de la presidenta.
Al Congreso y a la dirigencia política, más allá de los límites entre oficialismo y oposición, se les presenta un posible obstáculo adicional: sostener la centralidad y la primacía de la política y sus instituciones para resolver los problemas del país. Si algunos sectores del poder económico que buscan instalar su propia agenda en la Argentina dejan de apoyar las vías de canalización de demandas que pueda mostrarle el sistema político, se corre el riesgo de que se plantee en los hechos que “la cosa se juega en otro lado”. No hace falta echar mano a teorías conspirativas no demasiado fructíferas para darse cuenta de que si “la política” pasa a desarrollarse más en la City porteña que en el Congreso de la Nación, se concretará un retroceso.
Por otra parte, la crisis financiera internacional ubica al oficialismo ante un nuevo escenario de cara a las iniciativas que pueda plantear en el Congreso. Entrar en una discusión esquemática acerca de qué significa “profundizar el modelo” no tendría demasiado sentido a esta altura, más aun, luego de que la presidenta Cristina Fernández expresara que no es “neutral” ante las necesidades de los sectores de menores recursos. De todos modos, sí vale la pena ampliar la mirada y entender que los actores políticos protagonistas de la democracia surgida en 1983 no han podido aún desa-coplar los ciclos políticos de los ciclos económicos.
El kirchnerismo fue el único movimiento político en el poder que se recuperó de una derrota en elecciones legislativas. Mostró una enorme capacidad y voluntad para revertir el resultado de 2009 y convertirlo en un triunfo en 2011. No es menos cierto que dos años atrás el país atravesó una coyuntura de desaceleración económica, para luego retomar un ritmo sostenido de crecimiento.
La presidenta Cristina Fernández obtuvo un respaldo histórico y tiene por ello la posibilidad de sostener una mayoría política con objetivos nacionales claros, más asentados en preservar parámetros de la economía “real” –como son el empleo, los niveles de actividad y los indicadores sociales– que una serie de variables nominales.
Los legisladores kirchneristas tendrán de seguro un rol que cumplir de cara a consolidar ese respaldo, en un contexto que requerirá dosis importantes de creatividad, convicciones claras y diálogo con la sociedad.
Con el avance opositor en las elecciones de 2009, el conglomerado de fuerzas enfrentadas al kirchnerismo acumuló expectativas de un sector de la sociedad, al que desencantó por su falta de diálogo, coordinación e iniciativa política propia. En muchas ocasiones el “Grupo A” siguió más los conceptos y los modos que le dictaban algunas tapas de diarios que una estrategia política autónoma.
La oposición ve ahora reducido el número de bancas que controla, como ocurrió entre 2005 y 2009, aunque también merma su influencia política nacional, más allá de lo que marca la cantidad de escaños. ¿Qué significará políticamente desde el 10 de diciembre el bloque de 42 diputados radicales, similar en envergadura al que hoy ocupa la Cámara Baja? ¿Qué tienen para plantearle a la sociedad los legisladores del “Peronismo Federal”?
Esta clara “ventaja” que obtiene el oficialismo, quizás les requiera a sus integrantes una renovada destreza política. No hay que olvidar la vitalidad que siempre muestra la sociedad civil argentina para plantear nuevas demandas y exigir respuestas a la agenda de “lo que falta” resolver en el país. Una posibilidad es que si la oposición reduce su nivel de influencia política, la “única ventanilla” para los reclamos sea la del kirchnerismo.
A este panorama se suma el hecho de que en el próximo período de cuatro años, el kirchnerismo tiene el desafío de mantener unidos a sus bloques legislativos, en momentos en que el PJ discuta cómo será la sucesión de la presidenta.
Al Congreso y a la dirigencia política, más allá de los límites entre oficialismo y oposición, se les presenta un posible obstáculo adicional: sostener la centralidad y la primacía de la política y sus instituciones para resolver los problemas del país. Si algunos sectores del poder económico que buscan instalar su propia agenda en la Argentina dejan de apoyar las vías de canalización de demandas que pueda mostrarle el sistema político, se corre el riesgo de que se plantee en los hechos que “la cosa se juega en otro lado”. No hace falta echar mano a teorías conspirativas no demasiado fructíferas para darse cuenta de que si “la política” pasa a desarrollarse más en la City porteña que en el Congreso de la Nación, se concretará un retroceso.
Por otra parte, la crisis financiera internacional ubica al oficialismo ante un nuevo escenario de cara a las iniciativas que pueda plantear en el Congreso. Entrar en una discusión esquemática acerca de qué significa “profundizar el modelo” no tendría demasiado sentido a esta altura, más aun, luego de que la presidenta Cristina Fernández expresara que no es “neutral” ante las necesidades de los sectores de menores recursos. De todos modos, sí vale la pena ampliar la mirada y entender que los actores políticos protagonistas de la democracia surgida en 1983 no han podido aún desa-coplar los ciclos políticos de los ciclos económicos.
El kirchnerismo fue el único movimiento político en el poder que se recuperó de una derrota en elecciones legislativas. Mostró una enorme capacidad y voluntad para revertir el resultado de 2009 y convertirlo en un triunfo en 2011. No es menos cierto que dos años atrás el país atravesó una coyuntura de desaceleración económica, para luego retomar un ritmo sostenido de crecimiento.
La presidenta Cristina Fernández obtuvo un respaldo histórico y tiene por ello la posibilidad de sostener una mayoría política con objetivos nacionales claros, más asentados en preservar parámetros de la economía “real” –como son el empleo, los niveles de actividad y los indicadores sociales– que una serie de variables nominales.
Los legisladores kirchneristas tendrán de seguro un rol que cumplir de cara a consolidar ese respaldo, en un contexto que requerirá dosis importantes de creatividad, convicciones claras y diálogo con la sociedad.