Por Joaquín Morales Solá
Ahora, mucho tiempo después, Cristina Kirchner olvidó los tiempos de su juventud, cuando se propuso ser una mujer elegante y alcanzar todas las cumbres del poder. A las dos cosas les dedicó gran parte de su vida. Estética y poder se mezclaron en ella irremediablemente desde la universidad, donde ya era famosa por su carácter impetuoso y por su boca irreverente. «Era linda también. Rajaba la tierra», suele recordar un kirchnerista que la conoció en los años 70. Sus convicciones han cambiado varias veces con el tiempo, pero no la pasión con que las defendió a cada una de ellas en momentos diferentes. Esa forma intensa y vehemente de sostener las cosas en las que cree es, quizá, la única presencia permanente en su vida.
Intercambia la mano o el beso, según su estado de ánimo con el interlocutor. Un beso cálido es la indicación inconfundible de que la relación está bien. Una mano fría tendida a la distancia es la señal, también precisa, de que hay enojos o cuentas pendientes. Me tocó pasar por las dos experiencias y a veces me equivoqué con los dos gestos. Alguna vez iba derecho a darle un beso cuando me frenó con una mano larga o, al revés, otra vez ella prefirió dar un beso cuando le tendí la mano, creyendo yo que esas formas se eligen o se cambian una sola vez en la vida. Cristina no es así; deja que sus ganas marquen las maneras según la oportunidad.
Hija de una familia humilde de La Plata, parece haberse propuesto no volver a ser pobre nunca más. Está decidida también a escalar hasta las cimas donde no han llegado ni siquiera los retoños de la alta burguesía o de la aristocracia vernáculas. Hasta ahora ha conseguido todo lo que se ha propuesto. Esa es su revancha. Nunca, en cambio, se ha puesto de acuerdo con ella misma en su condición de revolucionaria o de conservadora. Fascinada por el discurso llameante y por los actos populares, todo lo demás en ella pertenece al estilo de una clásica señora del Barrio Norte porteño. «No te pongas tantas joyas ni tantos vestidos para ir a La Matanza», le aconsejó algunas vez, cuando recibía consejos, un amigo. «Eva lo hacía y todavía la aman», lo despachó Cristina. Eva es su modelo. No quiere aprender nada de Perón. Para ella, el fundador del peronismo era un viejo reaccionario que traicionó a su generación.
El peronismo no le sienta bien. Su liturgia, la estética de sus dirigentes, la poca preparación y las formas suburbanas de éstos le despiertan un rechazo espontáneo, casi mecánico. «Néstor es peronista. Yo creo que hay que superar en la historia al peronismo, darle un contenido definitivo, preparar a sus dirigentes y abandonar las formas que sirvieron para otra época», me contestó un día que le pregunté si ella era peronista. Tampoco dijo que no lo era. Ella seleccionó personalmente a Amado Boudou, a Martín Lousteau y a Sergio Massa para su primer gabinete. Mezcló otra vez una mirada política y una visión estética. Imaginaba una refundación del peronismo con dirigentes con mejor presencia, con dominio de idiomas y con cierto bagaje intelectual.
Cristina Kirchner no reconoce errores porque no podría permitirse el error. Jamás va a ninguna parte si no sabe exactamente qué sucederá, qué esperan de ella y de qué deberá hablar. Parece que improvisa sus discursos, pero en verdad éstos son el resultado de muchas horas de preparación. Lectora incansable de informes y de gráficos (es una enamorada de las estadísticas, que le confeccionan según su particular gusto), termina de preparar sus exposiciones cuando ya está segura de que sabe lo suficiente.
Es también una oradora profesional. Un embajador de carrera quedó estupefacto cuando Cristina llegó al país donde él estaba destinado pocos minutos antes de una reunión en la que la Presidenta debía hablar. El diplomático le había preparado un borrador para el discurso. Cristina tomó el papel y pidió 15 minutos para hacerse algunos arreglos en la habitación del hotel. Volvió, se presentó en la reunión y recitó de memoria el borrador del embajador, cambiando sólo el orden de los párrafos. «Parecía como si cada palabra la estuviera pensando en ese momento», recuerda ahora el diplomático.
Cristina Kirchner es de gustos caros. Aun vistiendo el color de las viudas, no abandonó nunca su decisión de ser una mujer elegante. «Sí, gasto en cosas que me hacen sentir bien. Es mi plata y la tengo toda en blanco», me dijo una vez, confirmando que no repara en gastos cuando se trata de darse todos los gustos en vida. Es elegante cuando se ve con los líderes del G-20 o cuando habla ante el gentío de pobres provincias. El paso de los años la ha hecho más meticulosa en el cuidado de su aspecto. «No, no, yo nací maquillada», la frenó en seco a una maquilladora en mi programa de televisión, cuando todavía era senadora. Había llegado tarde, sobre la hora de la emisión, porque ella misma se había dedicado al maquillaje de su cara. Nadie, salvo sus asistentes personales, la ha visto jamás sin maquillaje.
El empaque de Cristina es legendario. Amante del estricto protocolo, sabe perfectamente cuál es su situación y en qué lugar debe estar ella y en qué lugares deben estar los otros en cada momento. Sus pretensiones no son las de una líder sudamericana. Una vez le pregunté qué destino imaginaba para la Argentina. «El de Alemania», me contestó, sin dudar. «Ustedes hablan mucho de la seguridad jurídica. Díganme, ¿qué seguridad jurídica hay en China y, sin embargo, recibe inversiones como nadie?», me dijo otra vez. ¿Cómo explicarle que China tiene 1300 millones de habitantes y que los comunistas que la gobiernan son los profetas más convencidos en este mundo de la ortodoxia económica? Sus ejemplos son Alemania, la principal potencia europea, y China, una de las primeras potencias del mundo. No reparó en Brasil ni en Chile ni en Canadá ni en Australia. Estos últimos ejemplos dan vueltas, para ella, sobre cierta medianía.
Nada es producto de la nada y, más bien, todo es consecuencia de algún interés o de una conspiración. La Presidenta maduró esa forma de ver las cosas y superó incluso a su esposo, que también tenía una visión conspirativa de la política y de la historia. De hecho, Cristina Kirchner se enfrentó con su marido y con Alberto Fernández en la interpretación del caso Antonini Wilson, cuando en los Estados Unidos se reveló una declaración del voluminoso venezolano que señalaba que sus 800.000 dólares estaban destinados a financiar la campaña presidencial de Cristina. «Desde el principio les dije a estos señores [por Néstor y por Fernández] que se trataba de una conspiración de la CIA y ellos no me creyeron», me contó por aquellos días. La conspiración como perspectiva y la traición como posibilidad quedaron definitivamente incrustadas en las certezas presidenciales después del conflicto con el campo en 2008. Desde entonces, no delega nada en nadie.
Era una senadora con voto y sin voz cuando el menemismo la echó del bloque de senadores nacionales y de las comisiones que integraba. Detestaba, más que cualquier otra cosa, el mal gusto del menemismo. «¿Se puede ser menemista sin perder el buen gusto?», la oí preguntar, irónica, en esos años. Desde 1995, cuando ella llegó al Senado, y hasta 2003, cuando su esposo accedió a la Presidencia, la relación con los periodistas era la única manera que tenía para hacer conocer sus ideas. Era entonces una política simpática y racional, aunque ya aparecía en su actitud, sobre todo en su relación con la política, esa predisposición a no hacer concesiones y a pelearse con cualquiera que se cruzara en su vida de certezas.
La relación con el periodismo cambió cuando alcanzó el segundo objetivo de su vida: el poder. Encontró entonces un documento de la Unesco de los años 80 (basado en el anterior y célebre «Informe McBride»), en el que se señalaba la necesidad de «democratizar las comunicaciones» y diferenciaba la «libertad de prensa» de la «libertad de empresa». El progreso tecnológico posterior (y la constante necesidad de inversión) convirtió en obsoleto ese informe que ya era inconsistente. Después de todo, sólo las empresas periodísticas en condiciones de autofinanciarse sólidamente pueden promover una prensa libre e independiente de cualquier poder.
No importa. Cristina Kirchner tomó las ideas y las consignas de aquel antiguo documento y las hizo suyas como conceptos definitivos. La relación con la prensa era para Néstor Kirchner una competencia con rupturas y reconciliaciones; para Cristina, el trato con el periodismo es ahora una cruzada ideológica y conceptual. «Leo los diarios, pero no les creo», me dijo la última vez que la vi. Las cosas ya no eran igual que antes. El poder es ahora su obsesión, después de haber sido su ambición.
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Intercambia la mano o el beso, según su estado de ánimo con el interlocutor. Un beso cálido es la indicación inconfundible de que la relación está bien. Una mano fría tendida a la distancia es la señal, también precisa, de que hay enojos o cuentas pendientes. Me tocó pasar por las dos experiencias y a veces me equivoqué con los dos gestos. Alguna vez iba derecho a darle un beso cuando me frenó con una mano larga o, al revés, otra vez ella prefirió dar un beso cuando le tendí la mano, creyendo yo que esas formas se eligen o se cambian una sola vez en la vida. Cristina no es así; deja que sus ganas marquen las maneras según la oportunidad.
Hija de una familia humilde de La Plata, parece haberse propuesto no volver a ser pobre nunca más. Está decidida también a escalar hasta las cimas donde no han llegado ni siquiera los retoños de la alta burguesía o de la aristocracia vernáculas. Hasta ahora ha conseguido todo lo que se ha propuesto. Esa es su revancha. Nunca, en cambio, se ha puesto de acuerdo con ella misma en su condición de revolucionaria o de conservadora. Fascinada por el discurso llameante y por los actos populares, todo lo demás en ella pertenece al estilo de una clásica señora del Barrio Norte porteño. «No te pongas tantas joyas ni tantos vestidos para ir a La Matanza», le aconsejó algunas vez, cuando recibía consejos, un amigo. «Eva lo hacía y todavía la aman», lo despachó Cristina. Eva es su modelo. No quiere aprender nada de Perón. Para ella, el fundador del peronismo era un viejo reaccionario que traicionó a su generación.
El peronismo no le sienta bien. Su liturgia, la estética de sus dirigentes, la poca preparación y las formas suburbanas de éstos le despiertan un rechazo espontáneo, casi mecánico. «Néstor es peronista. Yo creo que hay que superar en la historia al peronismo, darle un contenido definitivo, preparar a sus dirigentes y abandonar las formas que sirvieron para otra época», me contestó un día que le pregunté si ella era peronista. Tampoco dijo que no lo era. Ella seleccionó personalmente a Amado Boudou, a Martín Lousteau y a Sergio Massa para su primer gabinete. Mezcló otra vez una mirada política y una visión estética. Imaginaba una refundación del peronismo con dirigentes con mejor presencia, con dominio de idiomas y con cierto bagaje intelectual.
Cristina Kirchner no reconoce errores porque no podría permitirse el error. Jamás va a ninguna parte si no sabe exactamente qué sucederá, qué esperan de ella y de qué deberá hablar. Parece que improvisa sus discursos, pero en verdad éstos son el resultado de muchas horas de preparación. Lectora incansable de informes y de gráficos (es una enamorada de las estadísticas, que le confeccionan según su particular gusto), termina de preparar sus exposiciones cuando ya está segura de que sabe lo suficiente.
Es también una oradora profesional. Un embajador de carrera quedó estupefacto cuando Cristina llegó al país donde él estaba destinado pocos minutos antes de una reunión en la que la Presidenta debía hablar. El diplomático le había preparado un borrador para el discurso. Cristina tomó el papel y pidió 15 minutos para hacerse algunos arreglos en la habitación del hotel. Volvió, se presentó en la reunión y recitó de memoria el borrador del embajador, cambiando sólo el orden de los párrafos. «Parecía como si cada palabra la estuviera pensando en ese momento», recuerda ahora el diplomático.
Cristina Kirchner es de gustos caros. Aun vistiendo el color de las viudas, no abandonó nunca su decisión de ser una mujer elegante. «Sí, gasto en cosas que me hacen sentir bien. Es mi plata y la tengo toda en blanco», me dijo una vez, confirmando que no repara en gastos cuando se trata de darse todos los gustos en vida. Es elegante cuando se ve con los líderes del G-20 o cuando habla ante el gentío de pobres provincias. El paso de los años la ha hecho más meticulosa en el cuidado de su aspecto. «No, no, yo nací maquillada», la frenó en seco a una maquilladora en mi programa de televisión, cuando todavía era senadora. Había llegado tarde, sobre la hora de la emisión, porque ella misma se había dedicado al maquillaje de su cara. Nadie, salvo sus asistentes personales, la ha visto jamás sin maquillaje.
El empaque de Cristina es legendario. Amante del estricto protocolo, sabe perfectamente cuál es su situación y en qué lugar debe estar ella y en qué lugares deben estar los otros en cada momento. Sus pretensiones no son las de una líder sudamericana. Una vez le pregunté qué destino imaginaba para la Argentina. «El de Alemania», me contestó, sin dudar. «Ustedes hablan mucho de la seguridad jurídica. Díganme, ¿qué seguridad jurídica hay en China y, sin embargo, recibe inversiones como nadie?», me dijo otra vez. ¿Cómo explicarle que China tiene 1300 millones de habitantes y que los comunistas que la gobiernan son los profetas más convencidos en este mundo de la ortodoxia económica? Sus ejemplos son Alemania, la principal potencia europea, y China, una de las primeras potencias del mundo. No reparó en Brasil ni en Chile ni en Canadá ni en Australia. Estos últimos ejemplos dan vueltas, para ella, sobre cierta medianía.
Nada es producto de la nada y, más bien, todo es consecuencia de algún interés o de una conspiración. La Presidenta maduró esa forma de ver las cosas y superó incluso a su esposo, que también tenía una visión conspirativa de la política y de la historia. De hecho, Cristina Kirchner se enfrentó con su marido y con Alberto Fernández en la interpretación del caso Antonini Wilson, cuando en los Estados Unidos se reveló una declaración del voluminoso venezolano que señalaba que sus 800.000 dólares estaban destinados a financiar la campaña presidencial de Cristina. «Desde el principio les dije a estos señores [por Néstor y por Fernández] que se trataba de una conspiración de la CIA y ellos no me creyeron», me contó por aquellos días. La conspiración como perspectiva y la traición como posibilidad quedaron definitivamente incrustadas en las certezas presidenciales después del conflicto con el campo en 2008. Desde entonces, no delega nada en nadie.
Era una senadora con voto y sin voz cuando el menemismo la echó del bloque de senadores nacionales y de las comisiones que integraba. Detestaba, más que cualquier otra cosa, el mal gusto del menemismo. «¿Se puede ser menemista sin perder el buen gusto?», la oí preguntar, irónica, en esos años. Desde 1995, cuando ella llegó al Senado, y hasta 2003, cuando su esposo accedió a la Presidencia, la relación con los periodistas era la única manera que tenía para hacer conocer sus ideas. Era entonces una política simpática y racional, aunque ya aparecía en su actitud, sobre todo en su relación con la política, esa predisposición a no hacer concesiones y a pelearse con cualquiera que se cruzara en su vida de certezas.
La relación con el periodismo cambió cuando alcanzó el segundo objetivo de su vida: el poder. Encontró entonces un documento de la Unesco de los años 80 (basado en el anterior y célebre «Informe McBride»), en el que se señalaba la necesidad de «democratizar las comunicaciones» y diferenciaba la «libertad de prensa» de la «libertad de empresa». El progreso tecnológico posterior (y la constante necesidad de inversión) convirtió en obsoleto ese informe que ya era inconsistente. Después de todo, sólo las empresas periodísticas en condiciones de autofinanciarse sólidamente pueden promover una prensa libre e independiente de cualquier poder.
No importa. Cristina Kirchner tomó las ideas y las consignas de aquel antiguo documento y las hizo suyas como conceptos definitivos. La relación con la prensa era para Néstor Kirchner una competencia con rupturas y reconciliaciones; para Cristina, el trato con el periodismo es ahora una cruzada ideológica y conceptual. «Leo los diarios, pero no les creo», me dijo la última vez que la vi. Las cosas ya no eran igual que antes. El poder es ahora su obsesión, después de haber sido su ambición.
© La Nacion
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¿?
¿Cuando sale la jubilación de Morales Solá? Esta nota la podria haber escrito Majul por mucha menos guita. Para mi que en 2012 «Desde el llano» desciende a canal 26. Fin de época.
Igual Majul no escribe. Le escriben. Joaco, al menos, escribe él mismo las estupideces estas.
¿Vos decis que los artículos tambien? Yo pense que sólo los libros.
¿a majul le escriben las notas?
naaaa.
no puede ser de ninguna manera
¿de dónde va sacar gente tan imbecil como él?
la pregunta en realidá realidá debería ser:
¿quién es morales solá?
ya tengo el helecho para completar la escenografía en su próximo programa en los confines del cable.
Parece que para algunos ya comenzó el ajuste y se han quedado sin trabajo. No se explica sino como dedican tiempo a criticar una nota que según sus críticos nada vale.
te gustó la notita de solá?
Me parece bastante aburrida. Todo eso ya es conocido. A otra cosa.
a mí me pareció divertidísima, como todo lo que sale en la nación, que está cada día más cerca de barcelona.
Fé de erratas, donde se lee: «ajuste» debería leerse «sintonía fina», donde dice «trabajo» debería leerse «militancia acrítica»
El mejor eufemismo de los soldaditos del neoajuste nac&Pop es «eficientizacion». E-fi-cien-ti-za-cion, asi les debe haber bajado de arriba para que lo practicaran en la tranquilidad de los hogares antes de salir a repetir el nuevo mantra. No deja de recordar a aquel exitoso «dicen que llueve y nos estan meando de arriba».
el ajuste que tanto querían!!!
los subsidios que tanto odiaban!!
y se quejan.
increibles.
a vos se te nota bien contento defendiendo el ajuste y el tarifazo, como parece estarlo Morales Sola. Al final no habia tantas diferencias entre Uds. Ya habras renunciado al subsidio, no?
contento? defendiendo?
simplemente marco las contradicciones de los recalcitrantes de siempre.
llaman la atención los que gritan «horror subsidios! distorisión! gasto inmoderado! subsidios a las piletas de los ricos! y cuando los sacan, ¡horror, ajuste, tarifazo!
quedan como tarados.
Bien, campeon, marcar las contradicciones va a hacer que el ajuste y el tarifazo no se sienta. Vos siempre estuviste a favor? Si no quedas como un piola genial ahora que el sapo de la «eficientizacion» te lo administraron como supositorio y, como siempre, sin avisarte. Mira como venia el asunto de la «profundizacion» del modelo, no era via oral, capo.
La profecía del ajuste y el tarifazo -lo que ustedes pretenden que serán- quedará en el mismo lugar que todas las profecías económicas que hicieron desde 2003: nuevos defólts, hiperinflación, estanflación, crisis energética terminal, corralitos y corralones, saqueo a las cajas de seguridad, dolarización masiva de activos y desaparición de las reservas… Que fueron parejas con las profecías políticas, en realidad una sola: día a día el kirchnerismo se estaba por disolver en la nada.
Del ‘ajuste’ actual todavía no se vio nada de lo que se va a hacer, y mucho menos cómo se va a hacer.
Así que están tirando cualquier petardo, como de costumbre.
Una sola cosa es la más probable: el ajuste, llámenlo así si quieren, yo no sé si va a ser bonito o feo, útil o inútil, exitoso o no.
Pero sí va a ser completamente distinto de todos los anteriores. Y va a ser sorpresivo, tanto por la forma como por el momento.
Tendrán que bancarse el estilo ele-te-a por unos años más.
Raúl C. y tapones:
primero ¿quien son «ustedes»?
segundo, no los desafio a buscar algún post sobre el horror a los subsidios, o cualquier otra sarasa que quieran endilgarme porque sé que no los van a encontrar.
tercero, banquensela, en este momento les toca el ajuste, que sea malo o bueno se verá con el tiempo.
sopa,
no voy a buscar nada de lo que dijiste para pegar acá, porque nos conocemos bastantes las opiniones y porque tu solo comentario evidencia tu rechazo irracional al gobierno.
& astroby,
ayer agarré la boleta de luz de mi casa y si me sacaran el subsidio en vez de $52 pagaría $81. mirá qué bárbaro, no sé cómo voy a llegar a fin de mes.
raúl lo dijo clarito: estás tirando petardos, por bronca, porque no hay ningún razonamiento crítico: creen que meten el dedo en algún culo dicendo «jajaj, ¿ven, progres? ahora sacan los subsidios y son como menem y cavallo…»
quedan ridículos sus dos comentarios. parecen marcianos. vienen a hablar de ajsute y tarifazo… como si hubieran vivido siempre en disneylandia o la ciudá de los niños.
a abrir un poquito los ojos. en europa y usa hay lindos ejemplos de lo que es un ajuste de verdad, como el de los paises serios, que hasta en eso hacen las cosas mejor que nosotros…
si Tapones, tenés razón, andá por la sombra…
sos patético
yo lo que me pregunto es si no existe la vocacion politica.La misma apunta al poder y la direccion de la gente.El asunto es que se hace con el poder.¿O para ser presidenta hay que ser Teresa de Calcuta?…Cada existencia humana tiene su vocacion…¿soy muy ingenua o Morales Sola(y Daio)son muy «justicieros»o diablos?
Isabel:
Un poder que en nuestro sistema constitucional está dividido en tres, existen organismos de control y la Constitución pone un límite a su ejercicio. Sabiamente la del 53 impedía la reelección, la delegación de facultades legislativas, la emergencia permanente, los DNU: «Menem lo hizo y los Kirchner los usufructuaron/usufructúan al máximo. Desde el 2003 se vive en un estado de emergencia permanente, donde la económica se va a prorrogar por un año más, según el proyecto de presupuesto nacional, cuyo tratamiento, prudentemente, se trasladó para después que asuman los nuevos legisladores.
No es necesario ser la madre Teresa, basta con cumplir la Constitución y dejarse de discursos histriónicos, el tiempo electoral ya terminó. A gobernar.-
Morales Solá intentando imitar a Walger. Je.
si las ultimas medidas no son de gobierno,deben ser para que San Lorenzo se recupere.Es mas,por otro lado se acusa a la presi de gobernar de mas….