Juan Alemann Economista
Uno de los objetivos explícitos del actual modelo económico es el de aumentar la participación del ingreso del trabajo en el PBI. Lo han dicho Néstor Kirchner y su esposa una y otra vez. En realidad correspondería decir, en el ingreso nacional, que no es exactamente lo mismo, pero como la diferencia cuantitativa es pequeña, dejémoslo ahí. Se suele invocar a Perón, que decía que la meta era una distribución de 50% para el trabajo y 50% para el capital, que se habría logrado durante sus dos primeras presidencias. Pero, ¿por qué esa proporción y no otra? Según fuentes oficiales, la participación del trabajo habría caído de casi 45% en 1993 a algo más del 37% en 1997, y ahora estaría en torno al 45%. Es decir que, con un pequeño esfuerzo volveríamos al 50%.
Todo esto es una inmensa fantasía. Nunca se dice cómo se calculan estos porcentajes. Hasta la década del 60 el BCRA publicaba una serie estadística sobre la participación del trabajo en relación de dependencia en el ingreso nacional, basada en los aportes al sistema previsional. Pero se advirtió lo endeble de estas cifras y se dejó de publicarlas. Que el trabajo en negro alcance a un tercio de la población ocupada dificulta el cálculo. La parte del ingreso que no constituye ingreso laboral también incluye a jubilados y pensionados, cuyo aumento relativo, como consecuencia del envejecimiento de la población, también debe tenerse en cuenta. También diversos subsidios que el Estado distribuye y no son ingresos de capital, pero tampoco de trabajo personal.
No se aclara si cuando se habla de trabajo se refieren sólo al trabajo en relación de dependencia o también al trabajo independiente, que no es un ingreso de capital. En las últimas décadas se advierte una tendencia de aumento de la participación de los trabajadores por cuenta propia en la población activa. Ello se debe al encarecimiento del trabajo en relación de dependencia por la legislación laboral, el aumento de las cargas sociales y los juicios laborales, de modo que el cuentapropista es más competitivo. Otro punto son los ingresos de empresarios de pymes, que en la contabilidad social se registran como ganancia del capital, cuando son ingresos por trabajo personal.
En materia de ingresos, la contabilidad social sólo computa los monetarios. Pero existe, sobre todo en zonas rurales, mucho ingreso natural, en forma de producción propia de hortalizas y animales de producción propia o por algún ingreso natural por caza y pesca. En la década del 90 se puso en marcha un plan de fomento de huertas y granjas familiares y comunitarias, llamado Pro huerta. Fue un plan muy exitoso que con un monto modesto logró más de 500.000 huertas y granjas hacia el 2000, y posiblemente unas 600.000 ahora, que surten de alimento a más de dos millones de personas. Esta producción también es ingreso por trabajo personal. La paradoja es que si se trabaja para terceros en una huerta o granja, el salario es ingreso por trabajo, si trabaja para su propio sustento no.
A medida que una economía se vuelve más intensiva en capital, disminuye la participación del trabajo en el PBI, ya que el capital exige una remuneración. Pero al mismo tiempo aumenta el salario real promedio. En el caso extremo de una sociedad muy primitiva, supongamos de hotentotes africanos, el 100% del ingreso corresponde al trabajo, pero todos son extremadamente pobres. En el otro extremo, en una sociedad altamente capitalizada, la participación del trabajo puede ser baja, pero el ingreso de los trabajadores es muy alto. En general, y también en nuestro país, se observa que grandes empresas muy capital-intensivas pagan salarios mucho más altos que pequeñas empresas trabajo-intensivas. Sin embargo, si esas grandes empresas no existiesen o fueran más primitivas en su modelo productivo, la participación del trabajo en el PBI aumentaría, claro que con menores salarios reales.
Finalmente cabe señalar un aspecto cualitativo. Las ganancias de capital, que la contabilidad privada y también la pública registran, en buena parte no está disponible. Hay un problema inflacionario, de modo que sería necesario deducir la parte que es pura expresión de la inflación. Además, las empresas tienen que conservar una parte de sus ganancias para financiar capital de trabajo, lo que se acentúa en un país escaso en crédito bancario. También están obligadas a invertir, para no perder el tren del avance tecnológico. La regla es que una empresa que distribuye entre sus accionistas o socios la totalidad o una alta proporción de ganancias, termina no siendo viable. Cuando se calcula la distribución del ingreso nacional, esto no se tiene cuenta.
Existe ya una enorme redistribución del ingreso nacional a través del Estado, que se incrementó durante los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner. El Estado (en sus niveles, nacional, provincial y municipal) representa ahora un 40% del PBI, frente a menos del 30% antes. Esto se paga en su casi totalidad con impuestos (incluyendo cargas sociales y otros conceptos), y los sectores de mayores ingresos ahora aportan más, por impuesto a las ganancias, a los bienes personales, derechos de exportación o IVA (que en automóviles y otros productos característicos del consumo de personas de altos ingresos se evade muy poco, cuando en alimentos frescos, que constituyen el grueso del consumo popular, se evade muchísimo). En base a los mayores ingresos, producto de una economía cuyo PBI aumentó en más del 120% desde 1990 (aún con las correcciones sobre datos oficiales) y de una mayor presión impositiva, el Estado ha ampliado mucho sus programas sociales, aumentó en términos reales las jubilaciones y pensiones mínimas y subsidió tarifas de servicios públicos. Esto es redistribuir ingresos, pero no se expresa en la estadística como aumento de la participación del trabajo en el PBI.
El mejoramiento de las condiciones de vida de la población de menores ingresos depende en primer término de las oportunidades de buen trabajo y de la capacidad de la población de saber aprovecharlas, así como de la amplitud y eficiencia de los programas sociales. Lo de la participación de ingresos por trabajo en el PBI termina siendo una fantasía macroeconómica.
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Uno de los objetivos explícitos del actual modelo económico es el de aumentar la participación del ingreso del trabajo en el PBI. Lo han dicho Néstor Kirchner y su esposa una y otra vez. En realidad correspondería decir, en el ingreso nacional, que no es exactamente lo mismo, pero como la diferencia cuantitativa es pequeña, dejémoslo ahí. Se suele invocar a Perón, que decía que la meta era una distribución de 50% para el trabajo y 50% para el capital, que se habría logrado durante sus dos primeras presidencias. Pero, ¿por qué esa proporción y no otra? Según fuentes oficiales, la participación del trabajo habría caído de casi 45% en 1993 a algo más del 37% en 1997, y ahora estaría en torno al 45%. Es decir que, con un pequeño esfuerzo volveríamos al 50%.
Todo esto es una inmensa fantasía. Nunca se dice cómo se calculan estos porcentajes. Hasta la década del 60 el BCRA publicaba una serie estadística sobre la participación del trabajo en relación de dependencia en el ingreso nacional, basada en los aportes al sistema previsional. Pero se advirtió lo endeble de estas cifras y se dejó de publicarlas. Que el trabajo en negro alcance a un tercio de la población ocupada dificulta el cálculo. La parte del ingreso que no constituye ingreso laboral también incluye a jubilados y pensionados, cuyo aumento relativo, como consecuencia del envejecimiento de la población, también debe tenerse en cuenta. También diversos subsidios que el Estado distribuye y no son ingresos de capital, pero tampoco de trabajo personal.
No se aclara si cuando se habla de trabajo se refieren sólo al trabajo en relación de dependencia o también al trabajo independiente, que no es un ingreso de capital. En las últimas décadas se advierte una tendencia de aumento de la participación de los trabajadores por cuenta propia en la población activa. Ello se debe al encarecimiento del trabajo en relación de dependencia por la legislación laboral, el aumento de las cargas sociales y los juicios laborales, de modo que el cuentapropista es más competitivo. Otro punto son los ingresos de empresarios de pymes, que en la contabilidad social se registran como ganancia del capital, cuando son ingresos por trabajo personal.
En materia de ingresos, la contabilidad social sólo computa los monetarios. Pero existe, sobre todo en zonas rurales, mucho ingreso natural, en forma de producción propia de hortalizas y animales de producción propia o por algún ingreso natural por caza y pesca. En la década del 90 se puso en marcha un plan de fomento de huertas y granjas familiares y comunitarias, llamado Pro huerta. Fue un plan muy exitoso que con un monto modesto logró más de 500.000 huertas y granjas hacia el 2000, y posiblemente unas 600.000 ahora, que surten de alimento a más de dos millones de personas. Esta producción también es ingreso por trabajo personal. La paradoja es que si se trabaja para terceros en una huerta o granja, el salario es ingreso por trabajo, si trabaja para su propio sustento no.
A medida que una economía se vuelve más intensiva en capital, disminuye la participación del trabajo en el PBI, ya que el capital exige una remuneración. Pero al mismo tiempo aumenta el salario real promedio. En el caso extremo de una sociedad muy primitiva, supongamos de hotentotes africanos, el 100% del ingreso corresponde al trabajo, pero todos son extremadamente pobres. En el otro extremo, en una sociedad altamente capitalizada, la participación del trabajo puede ser baja, pero el ingreso de los trabajadores es muy alto. En general, y también en nuestro país, se observa que grandes empresas muy capital-intensivas pagan salarios mucho más altos que pequeñas empresas trabajo-intensivas. Sin embargo, si esas grandes empresas no existiesen o fueran más primitivas en su modelo productivo, la participación del trabajo en el PBI aumentaría, claro que con menores salarios reales.
Finalmente cabe señalar un aspecto cualitativo. Las ganancias de capital, que la contabilidad privada y también la pública registran, en buena parte no está disponible. Hay un problema inflacionario, de modo que sería necesario deducir la parte que es pura expresión de la inflación. Además, las empresas tienen que conservar una parte de sus ganancias para financiar capital de trabajo, lo que se acentúa en un país escaso en crédito bancario. También están obligadas a invertir, para no perder el tren del avance tecnológico. La regla es que una empresa que distribuye entre sus accionistas o socios la totalidad o una alta proporción de ganancias, termina no siendo viable. Cuando se calcula la distribución del ingreso nacional, esto no se tiene cuenta.
Existe ya una enorme redistribución del ingreso nacional a través del Estado, que se incrementó durante los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner. El Estado (en sus niveles, nacional, provincial y municipal) representa ahora un 40% del PBI, frente a menos del 30% antes. Esto se paga en su casi totalidad con impuestos (incluyendo cargas sociales y otros conceptos), y los sectores de mayores ingresos ahora aportan más, por impuesto a las ganancias, a los bienes personales, derechos de exportación o IVA (que en automóviles y otros productos característicos del consumo de personas de altos ingresos se evade muy poco, cuando en alimentos frescos, que constituyen el grueso del consumo popular, se evade muchísimo). En base a los mayores ingresos, producto de una economía cuyo PBI aumentó en más del 120% desde 1990 (aún con las correcciones sobre datos oficiales) y de una mayor presión impositiva, el Estado ha ampliado mucho sus programas sociales, aumentó en términos reales las jubilaciones y pensiones mínimas y subsidió tarifas de servicios públicos. Esto es redistribuir ingresos, pero no se expresa en la estadística como aumento de la participación del trabajo en el PBI.
El mejoramiento de las condiciones de vida de la población de menores ingresos depende en primer término de las oportunidades de buen trabajo y de la capacidad de la población de saber aprovecharlas, así como de la amplitud y eficiencia de los programas sociales. Lo de la participación de ingresos por trabajo en el PBI termina siendo una fantasía macroeconómica.
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