Viejas y nuevas fobias de la Presidenta

Si Daniel Scioli es un enemigo, ¿qué les espera a los aliados menos sumisos que el gobernador? Si Hugo Moyano es un traidor, ¿qué pueden aguardar los peronistas que no contribuyeron tanto como él a la construcción de poder kirchnerista? Si la familia Eskenazi se ha convertido en un ejemplo de los empresarios desleales, ¿qué persecución podrían sufrir los hombres de negocios históricamente más distantes e indiferentes de los Kirchner? Si el proyecto oficial consiste en llevar a los empujones hacia una negociación a los envarados británicos, ¿qué idea de diálogo o de negociación prevalece en un gobierno que hasta imagina una reforma constitucional? A Cristina Kirchner la acompañan siempre, aparecida o reaparecida, sus viejas y sus nuevas fobias.
Cualquier experiencia autoritaria conlleva una dosis creciente de encierro nacional y de construcción incesante de enemigos, ciertos o artificiales. Pasado mañana, la Argentina volverá a encerrar su economía en términos sólo comparables a los de hace 40 años. Es cierto que la crisis internacional (y la caída vertical del consumo en el mundo más consumista) creará una sobreoferta de bienes y servicios. El sur de América pertenece a las pocas regiones del mundo que lograron esquivar, por ahora, las peores ráfagas de la tempestad internacional. Vendrán a vendernos cualquier cosa a precios muy baratos , explicó un funcionario. Es probable. Pero existen métodos menos salvajes que cerrar la Aduana y entregarles sus llaves a dos hombres inmoderados, como Guillermo Moreno y Ricardo Echegaray.
La economía del mundo actual no es la economía que estudio Moreno. No es cierto, por lo demás, que la Argentina pueda vivir con su economía aislada del mundo. De hecho, su espectacular recuperación de la gran crisis de principios de siglo se debió exclusivamente a su capacidad para venderle al mundo. ¿Puede un país, en el interrelacionado mundo actual, venderles a los otros y, al mismo tiempo, reprimir las propias compras?
Brasil ya mostró su fastidio. No es poco. Brasil y la Argentina aumentaron su comercio bilateral en los últimos años como ninguno de los dos lo hizo con otro país del mundo.
La deprimida Europa sigue siendo el segundo destino de las exportaciones (industriales más que nada) de la Argentina. El gobierno kirchnerista podría escribir reglamentos nuevos, acomodados a tiempos de crisis, para impedir el dumping , la cartelización o la competencia desleal en su comercio internacional. El conflicto es, en cambio, la arbitrariedad y el personalismo de las políticas.
La economía argentina está demasiado relacionada con el mundo como para encerrarla en sistemas que se parecen a la nostalgia de un tiempo definitivamente antiguo. La industria automotriz podría paralizarse, como ya lo hizo en parte, si se frenaran las importaciones, sobre todo de Brasil. Casi toda la producción argentina necesita de insumos importados, incluido el fundamental sector agropecuario. El campo argentino es el más moderno del mundo, pero su producción requiere de imprescindibles insumos importados.
Nada es como parece. Aunque se muestren distantes, a Cristina Kirchner y a David Cameron los une una misma necesidad política: los dos están en medio de una crisis actual o por venir. Los dos han elegido las Malvinas, perdidas en el confín del Atlántico Sur, para conseguir el oxígeno político interno que les falta o les podría faltar en tiempos inminentes.
Las Malvinas son argentinas -qué duda cabe- y es cierto también, como recordó la Presidenta, que la dictadura militar convirtió esos islotes en su último recurso para perpetuarse. Los más de 650 muertos inocentes de la guerra perdida, inútil y regresiva de 1982 se convirtieron en héroes olvidados de la democracia. Después de esa derrota militar, la jerarquía uniformada no tuvo otra alternativa que aceptar el advenimiento de la democracia.
Cada situación tiene su adecuado contexto. Es mejor hablar de diálogo que de tensiones, es cierto, pero un país como Gran Bretaña no se sienta a negociar llevado de las narices. Todos los gobiernos españoles, que tienen un contencioso parecido con Londres por el Peñón de Gibraltar, reclaman exactamente lo contrario que la Argentina. Quieren empezar cuanto antes una negociación sobre todo lo que rodea a Gibraltar (su relación comercial, humana y de servicios con España) para abordar en algún momento la inevitable cuestión de la soberanía. España no ha renunciado a la soberanía de Gibraltar, pero busca llegar a ella como se puede llegar y no como quisiera llegar.
Lanzarse unos a otros adhesiones de terceros países (la Argentina con el Mercosur y Londres con el Caribe) es un ejercicio vano. Los dos ponen en juego los intereses ajenos de otras naciones, cansadas éstas ya de opinar sin que se avizore nunca una solución.
Cristina Kirchner tiene una probable crisis próxima por un voluminoso ajuste por llegar: aumentos generalizados de precios y de impuestos y módicos aumentos salariales. Esos son los momentos ideales para desplegar las banderas de una confrontación externa. Cameron tiene a su coalición gobernante bajo una enorme presión política y social por el ajuste de la crisis internacional. Eso es lo único que explica que se haya jactado de cuidar la seguridad de las Malvinas ante supuestos belicismos argentinos. Cualquier gobierno extranjero sabe que la Argentina carece de la más mínima condición para emprender una aventura bélica. Es hora, en fin, de que la Argentina y Gran Bretaña hablen sobre cualquier cosa de las Malvinas, pero que empiecen a hablar. La soberanía es una cuestión que llegará, pero sólo después de que hayan preparado el clima previo, e indispensable, para una negociación.
Las fantasías son contradictorias con las relaciones internacionales. Proyectar un «cerco» sobre Londres por parte de los europeos y de Washington, como sueñan los funcionarios argentinos, sería extravagante si no fuera demasiado ingenuo. Los británicos son socios importantes de la Unión Europea, aun con sus diferencias, y siguen siendo los principales aliados en el mundo de los Estados Unidos.
El enemigo también está en casa. ¿Scioli? ¿Moyano? ¿Los dos juntos? En realidad, cuando Scioli propuso el regreso de Moyano al Partido Justicialista estaba poniendo en práctica un viejo principio suyo. Alguien tiene que ocuparse del peronismo , suele deslizar el gobernador. Es una manera indirecta de decir que el kirchnerismo se ha vuelto exclusivamente camporista. Scioli aprendió también en los últimos tiempos que Gabriel Mariotto no es un satélite sin órbita. Todo lo que hace y dice contra Scioli, y hace y dice mucho, tiene algún respaldo de Cristina Kirchner.
Sin embargo, también existe una estrategia más amplia de Scioli, que podría resumirse en algunas preguntas y sus obvias respuestas: ¿por qué dejar que Moyano se convierta en la referencia más importante de la oposición? ¿Por qué dejarlo crecer en los espacios del antikirchnerismo ante eventuales tiempos adversos para el kirchnerismo? La estrategia podría servir para el gobierno de Cristina Kirchner, pero también para la construcción de la carrera presidencial de Scioli. Moyano es un obstáculo para el ajuste salarial que se propone el Gobierno. Cristina está lejos entonces, y aún más lejos la reconciliación del líder cegetista con ella.
Esa estrategia de Scioli tiene, además, su propio escollo: la concepción autoritaria del poder considera la negociación como una capitulación. Por eso, el reformismo constitucional es un divertimento del kirchnerismo; no se alcanzan esas cimas políticas sin el reconocimiento del otro y sin la vocación de acordar. No existe ninguna de las dos condiciones. Por ahora, el reformismo no es más que un alardeo para detener antes de que llegue el inevitable debate por la sucesión de la Presidenta en 2015. Palabras. Construcción de la agenda política. El país y su sociedad pasan por otro lado.
¿Reforma y autoritarismo? ¿Todo junto? Improbable. Moreno, el «príncipe» de Cristina Kirchner, como ella misma lo llamó, sobresale no por sus seniles ideas económicas, sino por el despotismo con que las impone. Las personas definen a las cosas..

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