Cuando uno piensa en todo el camino transcurrido a lo largo de casi estos treinta años de recuperada la vida democrática institucional y los consiguientes en la lucha de instalar en la conciencia de la sociedad la necesidad de respetar los derechos humanos y juzgar los que cometieron crímenes de lesa humanidad en el periodo de 1976-1983, repudiados por toda la humanidad, y elevados al mismo nivel de perversidad de los crímenes cometidos durante el Holocausto del Pueblo Judío por la Alemania Nazi. Al mismo tiempo que desgastante, es desafiante para las nuevas generaciones por venir, la tarea de tener que volver a explicar losenormes des-propósitos que a diario uno escucha no tan solo en boca del Genocida Videla, sino por actores de algunos sectores sociales que culturalmente y políticamente apoyaron, y en alguna medida siguen reivindicando algo que a toda luz es la peor atrocidad cometida, luego de la Conquista del Desierto (1878-1880), por el Estado Argentino sobre parte de su población a la cual consideraba “sobrante”, “peligrosa”, “contaminante” y “subversiva” del conjunto de la misma. Recordemos de paso, que el primer paso para la agresión es la desconsideración del carácter de persona digna de respeto, del prejuicio a la agresión sólo hay un corto trecho.
El general degradado considera que tanto él como los demás procesados por los juicios de lesa humanidad están “sufriendo” un “fuerte” proceso de “revancha” por haber perdido “la guerra psicológica”, diría un compañero suyo de usurpación ilegitima del Estado argentino en 1976 (Emilio Massera).
Hay que recordarle a este señor y los lectores del mismo, que está siendo juzgados por delitos que no prescriben por ser ofensivos contra toda la humanidad (lesa humanidad) cometidos desde el Estado, además las leyes de obediencia debida y punto final, más conocidas como las leyes del perdón, (conseguidas a punta de fusil en las Rebeliones de Campo de Mayo 1987, que supieron extorsionar a un dubitativo gobierno democrático que según su visión de época era lo mejor para el país) fueron declaradas de nulidad absoluta e insalvable. El mismo Presidente de ese entonces, tiempo después ya desde el llano a la hora de tratar la declaración de nulidad absoluta e insalvable de las leyes en el Congreso, asumía su error, resguardándose en que hizo lo que creía conveniente en esa época.
Al margen de este, desde la anulación de los indultos y de las leyes de obediencia debida y punto final, se ha iniciado en el país un largo proceso de hacer justicia (retrasado casi 20 años) sobre, hago hincapié, uno de los periodos más sangrientos, más oscuros, más destructivos de toda la sociedad argentina.
A las palabras del Represor, habría que señalar que al mismo se le respeta el derecho a la legítima defensa, a un trato digno y respetuoso de su persona sea en caso de alimentación, enfermedad y demás contingencias que pudieran ocurrirle, y demás derechos humanos elementales hacia cualquier persona privada de su libertad dentro de ley por el Estado, no es un regalo, es su derecho. No se le torturara por los distintos medios usados en la dictadura, no se le encapuchara en una celda carente de higiene y maloliente, como así tampoco se le inyectará anestesia en su cuerpo para adormecerlo y tirarlo desde un avión al mar, y menos que menos hacer desaparecer su cuerpo sometiendo a una tortura aun mayor, no sobre él mismo, sino sobre sus familiares y tampoco no surgirá ningún emulo suyo desde el Estado argentino diciendo: “no está, es un desaparecido, ni muerto, ni vivo, es una incógnita”. Sobre el dictador resalto, no debemos confundirnos, justicia no es revancha, es justicia.
Digresión al margen, pareciera ser que estas cosas son del pasado y “debiéramos dejar atrás y mirar para adelante”, pero no debemos confundirnos, aun están entre nosotros, existen algunos sectores sociales que siguen apoyando a lo realizado por la dictadura y repitiendo numerosos despropósitos (que en su oportunidad lo debatiremos): “es una revancha porque no están los subversivos terroristas” (cuestión que deberíamos analizar en el contexto de época, debido a que los que usurparon el poder en 1976 la ciudadanía argentina nunca los eligió para ejercer el poder y son los que históricamente nunca respetaron la voluntad popular desde 1930, representantes de los sectores más conservadores y retrógrados del país que jamás aceptaron la democratización en todas sus facetas, sumada a la desproporción de comparar una violencia infinitamente superior, más destructiva sobre todos los ámbitos de la sociedad; desde la vida humana, la libertad física, pasando por la educación, la cultura, la economía y demás). “Que ahora se mata más que en la época de la dictadura”, “a mí no me hicieron nada”, “había orden”, “no había tanta vagancia” (recordando de paso que el concepto de “vago” en la historia argentina fue más que nada una construcción subjetiva desde sectores de poder para disciplinar a los sectores subalternos, para muestra vale un botón, lo denunciado por José Hernández en el Martin Fierro) o que “los derechos humanos son un verso y está hecho para los delincuentes” (sí pensáramos en Videla y compañía se le podría dar en parte la razón, pero es ignorar los enormes avances en todos campos que conciernen a la vida humana en sociedad, en el reconocimiento de derechos elementales, necesarios para la misma existencia de las personas, en la Argentina) o la última: “lo utilizan para tapar los problemas que realmente importan a la gente” (como si el acto reparador de justicia sobre una persona dependiera de humores o necesidades sociales, desconociendo la estructura y funcionamiento de un Estado al momento de atender las diferentes y complejas demandas sociales).
Poco a poco estas desmesuras van quedando atrás y surgen otras, ante la imposibilidad de ocultar lo obvio, terminan afirmando en contra de los políticos de la democracia “son peores que los militares”. Grave error (y en el fondo aunque lo nieguen toda la vida, justificatorios de esa época), si hay algo que merece ser destacado mil y una vez es que la democracia es la tierra fértil para la libertad, para debatir, para luchar por nuestros ideales y construir socialmente en base a ellas y hasta para cometer nuestros propios errores y de ellos aprender, algo que los dictadores no comprenden y no lo harán nunca, pues siempre consideran “inmaduros”, “peligrosos”, “nocivos” o “subversivos” a los que piensan distinto a ellos.
Insisto, justicia no es revancha, es justicia.
Diego Alberto Navarro
Lic. en Ciencias Políticas
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