Aclaración: a) no soy un experto en Lefort, con lo cual admito que escribo este post más para aprender de los comentarios que otra cosa; 2) el posteo toca cuestiones principalmente relacionadas con lo que podríamos llamar la «filosofía política», con «lo simbólico». Digo esto para que no busquen validaciones empíricas al modo de las ciencias sociales.
Para Maquiavelo –leído bajo la lente de Claude Lefort- la política implica esencialmente un conflicto entre dos deseos: “oprimir” y “no ser oprimido”. Cada uno de estos deseos es la negación definitiva del otro. El tema es que no se trata de una lucha “por algo”, y por lo tanto no tiene culminación: sólo se puede renegociar una y otra vez. La eliminación del conflicto no sólo es imposible sino además no deseable. Es más: para Lefort, el deseo y el fantasma de la eliminación del conflicto tuvo un papel relevante en la conformación de los regímenes totalitarios como el estalinismo y el nazismo. Mientras que la política clásica considera que el desacuerdo tiene su fuente en los errores de juicio provocados por el sometimiento de la razón a las pasiones, Maquiavelo descubre la irreductibilidad de la división social. (Amplío al final)
Según Lefort, Maquiavelo es el primero en ver al poder no como una «cosa en sí», sino como un entrecruzamiento de conocimiento y no conocimiento; como una relación de polaridades en conflicto constante.
El sueño racionalista de una sociedad reconciliada consigo misma y liberada del conflicto es, en el mejor de los casos, una utopía inconsistente alimentada por algunos pensadores sin asidero en la realidad efectiva o, en el peor, un proyecto mortal cuya puesta en práctica implica el necesario aplastamiento de la sociedad en su conjunto.
En las democracias modernas, la fuente legítima del poder radica en el pueblo. ¿Pero quién puede arrogarse el papel definitivo de «representante de la voluntad popular»? El alegato de cada persona que diga estar hablando “en nombre del pueblo” o como representante de lo que “piensa la gente” -como hace tanto conductor televisivo/periodista tilingo- debe validarse por medio del discurso, y cada alegato está siempre abierto a discusión. Se trata de un vacío simbólico de poder, que no puede encarnarse/corporizarse de modo definitivo en ningún presidente ni representante político alguno.
Ahí radica el motivo por el cual jamás puede establecerse con certeza al verdadero vocero del pueblo. Para nosotros los «modernos», nociones como «patria» o «pueblo»son esencialmente abstracciones, o en todo caso lugares vacíos que cada quien llena como le parece en virtud de su propia cosmovisión o ideología. Quien dice ser la voz de los que no tienen voz NO PUEDE SER la encarnación de dicha voz, sino alguien que necesariamente se encuentra EN LUGAR DE. No importa cuáles sean sus intenciones: pueden ser benévolas, altruistas, demagógicas, interesadas o lo que fuere. Como el lugar del pueblo está siempre “vacío”, esto genera una ansiedad tremenda en épocas de crisis. Para Lefort, los movimientos totalitarios son una respuesta a la experiencia moderna de la vacuidad, que intenta llenar este vacío de poder. Vacío que, repito, es intrínseco a la democracia moderna. El carácter simbólicamente «vacío» del poder en un regimen democrático actual es constitutivo de lo político.
El proyecto totalitario, en las formas comunista y fascista, buscó llenar el lugar vacío con una materialización del “pueblo-como-uno” y ya no en conflicto consigo mismo. En este tipo de regímenes, todos los conflictos sociales, que necesariamente siguen existiendo -porque la política JAMÁS puede eliminar el conflicto-, terminan siendo proyectados al exterior: al Otro malvado, al extranjero, al enemigo del pueblo.Aclaración: cuando hablo de gobierno «totalitario» me refiero específicamente al estalinismo o al nazismo, no a lo que un idiota político como Vargas Llosa podría denominar «totalitario».
EL TESTIGO
“Los que sobrevivimos a los campos de concentración no somos los verdaderos testigos. Esta es una idea incómoda que gradualmente me he visto obligado a aceptar al leer lo que han escrito otros supervivientes, incluido yo mismo, cuando releo mis escritos al cabo de algunos años. Nosotros, los supervivientes, no somos sólo una minoría pequeña sino también anómala. Formamos parte de aquellos que, gracias a la prevaricación, la habilidad o la suerte, no llegamos a tocar fondo. Quienes lo hicieron y vieron el rostro de la Gorgona, no regresaron, o regresaron sin palabras”.(Primo Levi, sobreviviente de un campo de concentración nazi y autor de dos libros geniales: «Si esto es un hombre» y «Los hundidos y los salvados»).
Lo que sugiere Levi es que no sólo la historia la escriben los que ganan, sino que en cierto modo los «verdaderos testigos» son los que no pueden dar testimonio de su experiencia como oprimidos. Digamos que la historia de los vencidos se escribe con el inestimable testimonio de los «vencidos-vencedores» que han podido «vivir para contarlo» (cuestiones que como muchos sabrán se plantean en las «Tesis de filosofía de la historia» de Walter Benjamin). Esto es tema de otro debate muy denso -Agamben, entre otros autores, ha escrito sobre el particular-, pero lo sugiero para dar a entender que nunca se le puede dar REALMENTE voz a quienes no tienen voz. Esto de ningún modo implica renunciar a la aspiración de alcanzar una sociedad lo más pluralista posible, donde no TODAS -sería una pretensión vana- sino la mayor cantidad posible de voces tengan la posibilidad de ser escuchadas. Y sobre todo: donde las voces de los más débiles tengan representación. De ahí la importancia de una ley de medios audiovisuales, para tratar de democratizar el «monopolio legítimo de la opinión pública y la cultura» que se arrogan para sí los medios hegemónicos.
LA POLÍTICA: LIBERTAD E IGUALDAD
Según la concepción de Castoriadis, la función de la política no es hacer al pueblo feliz, sino libre. Se trata de un deseo que jamás se alcanza pero al que se debe aspirar. En palabras de Castoriadis:
“(…) es falsa la idea de que el objeto de la política sería la reducción de la miseria y finalmente la felicidad. Incluso es una idea –y que Rorty me disculpe- muy peligrosa. Si la meta de la política fuese volver feliz a la gente, alcanzaría con votar leyes que decretaran la felicidad universal mediante, no sé, la música de Cage, la lectura obstinada de los Upanishad, tal o cual práctica sexual… Pero todo esto depende de la esfera privada, íntima, y es perfectamente ilegítimo tratarlo en el agorá –la esfera público-privada-, y menos aun en la ekklesía, la esfera pública-pública”.
No puedo menos que adherir a las palabras del amigo Cornelius (no voy a entrar a hilar fino porque sería demasiado complicado para un espacio que pretende ser de discusión): la gente que está dispuesta a hacer la felicidad de la gente aún contra su propia voluntad es peligrosísima. Es casi como promover una ley para que tal mina que me ignoró en un cheboli se vea obligada a darme pelota.
¿Y entonces porqué debemos eliminar la miseria y disminuir la pobreza? Sencillamente porque reduce a «esclavitud» (aunque no en el sentido griego) a quienes azota, impidiéndoles ser ciudadanos auténticos. Si hay gente lo suficientemente rica como para comprar a personas lo suficientemente pobres como para verse obligados a venderse, el ejercicio de la libertad se ve fuertemente disminuido. De todas formas, es cierto que está el problema de «qué se entiende por libertad».
Cuando el pelotudo de Bonelli dice algo así como que “los lectores eligen leer libremente Clarín” está diciendo una mentira burda, o cuantimenos una verdad a medias. En el mercado capitalista, los precios no tienen mucho que ver con los costos; ni el mercado se parece a una suerte de fluido etéreo que pasa inmediatamente de un sector de la producción a otro porque es ahí donde pueden hacerse mayores beneficios. Los precios se relacionan, esencialmente, con una relación de fuerzas. ¿O alguien piensa que «elige» ver cine yanqui porque sus películas «se imponen por mérito propio» al competir en un supuesto mercado libre? ¿Cuántas opciones tiene el comsumidor para no elegir a Windows como sistema operativo? No hay verdadero argumento económico y racional que permita decir: “una hora de trabajo de tal hombre vale tres veces más que la hora de trabajo de tal otro”. ¿Cuál es el argumento RACIONAL por el cual Messi “merece” cobrar varios millones de dólares mientras un docente gana anualmente menos de lo que un futbolista genial como él gana en un día? La distribución de los ingresos no es más que una relación de fuerzas condicionada social e históricamente, y no presenta una conexión causal universal y necesaria con el «mérito» ni la «excelencia». Obviamente puede existir una relación con el mérito o la excelencia, como ocurre en el caso de Messi; o no existir en absoluto: como mayormente ocurre en el contenido de las notas de Clarín.
Esa fantasía de un mercado libre donde los consumidores DECIDEN es absurdo por donde se lo mire: el voto de un gran financista como Donald Trump vale un millón de veces más que el del norteamericano promedio. El mercado capitalista y la democracia, normalmente no coinciden. (Ojo: «mercado» no es sinónimo de «mercado capitalista»). Lean «La gran transformación» de Karl Polanyi y sabrán de lo que hablo.
P.S.: Toqué muchos temas a vuelo de pájaro, y sé que tal vez la lectura se presta a confusión. Ocurre que desplegar cada tema tornaría quilométrico el post. Si alguno quiere mejorarlo con su comentario adelante!!
AMPLIACIÓN A PARTIR DE LEFORT:
Aclaración: repito que el post corre el riesgo de mezclar tesis de filosofía política con teorías sociológicas (que pretenden tener un correlato empírico). Amplío un poco lo que dijo Lefort usando algo que Gabriel Kessler resume a propósito de su obra «El sentimiento de inseguridad: sociología del temor al delito»:
La idea de la democracia como forma de sociedad implica, entre otras cosas, aceptar los márgenes de incertidumbre sobre las conductas de los otros y la conflictividad como parte consustancial de la vida democrática. En palabras del propio Lefort: «la democracia se instituye y se mantiene por la disolución de los referentes de certeza. Inaugura una historia en la que los hombres experimentan una indeterminación última respecto del fundamento del poder, de la ley y del saber y respecto del fundamento de la relación del uno con el otro en todos los registros de la vida social».Si partimos de la idea de que el estado natural de una sociedad no es el orden, sino una tensión entre orden y conflicto, y de que el delito es una de las expresiones de la conflictividad de la vida social, la sensación de inseguridad puede ser vista como una de las implicancias de la incertidumbre propias de la sociedad democrática.
Ahora bien- nos dice Kessler-, ¿qué hacen los individuos cuando esa situación se torna intolerable? Lefort advierte acerca de la amenaza totalitaria:
«Cuando la inseguridad de los individuos crece como consecuencia de una crisis económica, o de la devastación de una guerra; cuando el conflicto no encuentra su resolución simbólica en la esfera de lo político; cuando el poder parece decaer al plano de lo real y aparece como algo particular al servicio de los intereses y apetitos de vulgares ambiciosos,dicho brevemente, se muestra dentro de la sociedad y al mismo tiempo ésta se deja ver como fragmentada, entonces se desarrolla el fantasma del pueblo uno, la búsqueda de una identidad sustancial, de un cuerpo social soldado a su cabeza, de un poder encarnador, de un Estado libre de la división».
De modo semejante a lo que ocurre en la teoría de Hobbes, la dificultad de aceptar la incertidumbre y la conflictividad del orden social no llevaría maquinalmente a la adscripción totalitaria, pero contribuiría a instalar la pregunta sobre la conveniencia de una sociedad sin divisiones, capaz de expulsar el conflicto de su interior.
Un tema central en relación con el delito es el saber. Lefort advierte que la sociedad democrática actual exige aceptar que no existe un saber último sobre lo social, una suerte de transparencia que permita reducir la incertidumbre. En épocas de mayor incertidumbre, la carencia de ese saber es una fuente de angustia y la fantasía de su existencia puede acrecentarse. De este modo se explicaría el apoyo de varios entrevistados -analizados por Kessler- a Juan Carlos Blumberg, a quien muchos adhirieron aun sin compartir o sin conocer sus ideas, porque, finalmente, «hay alguien que sabe qué hacer». Ante la sensación de falta de soluciones, las certezas de pelotudos al cuadrado como el diputado salteño «campera amarilla» Olmedo puede hacer estragos.
ENLACES COMPLEMENTARIOS:
Debate Dolina vs Pinti, para un enfoque más light:
Aporte de Ticruz, muy interesante:
desocupado:
Reafirmando lo que escribes, entiendo que también es importante que Claude Lefort no comparta el optimismo de aquellos que afirman que el totalitarismo ya fue depositado por la democracia en el basurero de la historia. Desde su mirada, la democracia moderna no ha encontrado en el presente ni encontrará en el futuro la vacuna contra el virus totalitario. Nada sencillo resulta vivir en una forma de sociedad en donde no existen garantías últimas sobre el sentido del poder, el derecho y el saber sino todo está sujeto a una invención permanente. La democracia, en clave lefortiana, es una sociedad que requiere inventarse a sí misma de manera constante o el riesgo de retroceder al totalitarismo es inevitable. Por eso el fantasma del totalitarismo continúa interpelando a las sociedades contemporáneas, porque las representaciones simbólicas que le dieron sentido y proyección histórica a ese régimen político continúan seduciendo el imaginario de los mortales. En cualquier momento, como señalare Alexis de Tocqueville, el deseo de libertad que alimenta a la democracia puede mutar en deseo de servidumbre.
Dentro de esa caracterización, Cornelius Castoriadis, compañero de Lefort en la revista Socialismo y Barbarie, entiende que la democracia es el régimen del riesgo histórico y, por eso, es un régimen trágico. La tragedia de la democracia radica, entre otras cosas, en que en cualquier momento las certezas acerca de la naturaleza, el sentido y el porvenir de la sociedad pueden remplazar a las incertidumbres sobre el origen y el destino de lo social; y la voluntad del Uno (sea éste el partido político, el césar democrático o el demagogo mediático) puede erigirse como depositaria o heredera de la voluntad de los muchos o de todos. La democracia le exige al ciudadano de a pie un deseo de libertad, una pasión por la exploración de lo desconocido, una voluntad de autonomía individual, en suma, una mayoría de edad kantiana que el totalitarismo jamás le va a solicitar.
La paradoja de la democracia se hace más evidente, según Lefort, con la institución del sufragio universal. Cuando la soberanía popular supuestamente debe manifestarse y actualizarse, cuando se podría pensar que se instituye un nuevo polo de identidad: el pueblo soberano o la voluntad general roussoniana (absoluta, infalible e irresistible), en ese momento las solidaridades sociales resultan deshechas y el ciudadano se ve extraído de todas las relaciones en las cuales se desarrolla la vida social para ser convertido en unidad contable: un hombre un voto. El número sustituye a la sustancia: No hay pueblo en acto fuera de la operación regulada del sufragio, y no hay poder susceptible de encararlo. El lugar del poder queda así tácitamente reconocido como un lugar vacío, por definición inocupable, un lugar simbólico, no como un lugar real. En las elecciones se determinan los triunfadores y los perdedores, los representantes elegidos para los órganos representativos y los detentadores de los cargos políticos, pero no se crea una voluntad general que el triunfador pueda encarnar.
Lástima que Lefort y sus compañeros de lucha contra el totalitarismo, no sean muy conocido por estas tierras aunque algunas de sus posturas estén un poco influidas por la cercanía del fenómeno totalitaria, sus advertencias no dejan de ser inquietantes y no han perdido actualidad.
Saludos.-
Jaja gracias Daio! Ni sabía que había salido este artículo en Artepolítica. Lo mandé y me desligué. Soy un cuelgue.
Luego te contesto.
Ahí leí lo que pusiste: muchas gracias por el aporte. Acabo de leer lo que escribí, y si lo volviera a postear le borraría algunas malas palabras y descalificaciones que no suman, y hacen que el texto quede medio «adolescente».
Me gustó tu aporte che.
Saludos!!
A mí se me había pasado el artículo, un poco raro, aun cuando me parece que este autor no es muy apreciado por aquí.
Saludos.
Mire si tiene comentariasta q leen un posteo tan largo y lo entienden llamese dichoso .Y si se lo publican en Arte y política más .
Yo necesito mi tiempo .
1.Ahora digo .para Maquiavelo la política no es alcanzar el poder ,no importa con q medios ?(o diría elbosnio llegar a cumplir los objetivos del plan de salvar al pibe q se cae del balcón pisando unos cuantos jardines o no pero salvarlo ?)El fin para Maquiavelo es el poder .O nO?Hya muchos asi.Macri seria un fiel exponente .Lo quiere pero no sabe para que si Magnetto no se lo dice .
2.Además .Digo ,el pueblo argentino no es un colectivo compacto ,es de los mas heterogéneo y le cuesta el concepto de pertenencia a su clase.Es raro q alguien se diga asimismo pobre o clase baja,la mayoría decimos clase media .
El colectivo pueblo .(q a veces es gente ,a veces es mayoria ,a veces son los descamisados ,otras los más desposeídos y otras esos negros de mierda ../pero esto sólo pensado ,nOooo, no se dice en voz alta /) es muy flexible y díscolo .A veces se conforma con poco y otras es insaciable
3 :En cuanto a los medios ..En la época de Menen nos decían vamos bien y nops sentíamos pelotudos porq todo iba mal para nosotros Ahora es al reves . Y la sensacion mediática es díficil de enfrentar.Uno siempre siente q es un ignorante .Aunq si he de elegir ,prefiero esta ignorancia k a la pelotudez menemista ..Sigo leyendo y luego comento