Por Manuel Mora y Araujo
24/06/12 – 12:33
Un sesgo frecuente en la percepción que se tiene en cada momento de las realidades políticas es no registrar los cambios demográficos y sociales. Por ejemplo, los jóvenes no siempre tienen las mismas expectativas que los adultos; pero cada año que pasa algunos jóvenes son un poco menos jóvenes y otros más jóvenes entran al sistema, y los adultos son un poco más viejos y algunos son dados de baja por la vida. En los equipos de campañas electorales esos cambios son a veces tenidos en cuenta, pero el grueso de los analistas tiende a no verlos en el presente. Con posterioridad, los investigadores suelen centrar su atención en esos cambios, pero eso sirve para alimentar la curiosidad intelectual o el conocimiento histórico, no para influir en los procesos.
Por ejemplo, en el proceso electoral de EE.UU., mucho foco está puesto en las diferencias en las preferencias de los votantes jóvenes y los hispanos. La tendencia durante las elecciones más recientes ha sido una inclinación de los más jóvenes y de los hispanos hacia los demócratas; no sorprende que los estrategas de Obama estén llevando al presidente a volcar a su campaña temas fuertes que producen impactos diferenciales en esos segmentos. Los jóvenes votantes son mucho menos conservadores en temas sociales y familiares -incluidos los republicanos-. Pero son tan sensibles como los adultos a la situación económica, cuando no más, porque los niveles de desocupación suelen afectarlos en mayor medida. Un reciente estudio de dos analistas vinculados a los equipos de asesores de Obama –Andrew Baumann y Anna Greenberg– se enfoca en los cambios en las expectativas de los votantes más jóvenes (“milennials”) a través del tiempo, y los presumibles efectos que la mayor edad producirá en sus demandas sociales. Según el estudio, es posible que los actuales jóvenes, cuando sean menos jóvenes, demandarán menos activismo del Estado -en salud y en otros asuntos-. Es un tipo de análisis no tan frecuente y muy adecuado para entender los factores que subyacen a las tendencias electorales. Según los análisis del Pew Research Center, en los últimos ocho años las mujeres jóvenes fueron sistemáticamente más demócratas que republicanas, mientras los jóvenes varones en 2004 se inclinaban ligeramente más hacia los republicanos, y cambiaron fuertemente en 2008. La economía es la mayor candidata a explicar esas diferencias y esos cambios. Ese factor no ayuda este año al presidente Obama.
En el caso de EE.UU., el número de hispanos se triplicó en los últimos veinte años y continuará aumentando a tasas altísimas. Ellos son siempre consistentemente más demócratas, pero también en 2004 la diferencia se achicó sensiblemente. Eso contribuyó a la reelección de Bush en 2004.
En la Argentina suele trabajarse con supuestos más que con evidencias. En los 80 y 90, y aun antes, estaba instalada la idea de que los jubilados eran un segmento de votantes homogéneo y diferenciado. Campañas enteras se basaron en la idea de que había candidatos a medida de los jubilados. No les fue bien. Ahora circula otra fantasía: los jóvenes están más politizados y son más kirchneristas. Siendo difícil explicar qué pudo haber politizado a los jóvenes, el kirchnerismo tiende a atribuirse el mérito de haber reestablecido un sentido místico de la militancia política que mueve a los jóvenes a comprometerse. Las encuestas no demuestran eso. Los datos de 2011 son elocuentes: la presidenta obtenía más intenciones de voto en el segmento más joven, pero esas intenciones eran más volátiles que las de los adultos. Otros candidatos del oficialismo no mostraban ninguna ventaja entre los jóvenes, ni siquiera Filmus en la Capital. Los políticos de izquierda –Solanas, Altamira– obtenían un poco más de apoyo entre los jóvenes. Estos son más numerosos entre quienes aprueban “algo” la gestión presidencial pero no entre quienes aprueban “mucho”; esa no parece una señal de militancia aguerrida. En la campaña de 2011, la recordación de la publicidad de la Presidenta no era más alta entre los jóvenes que entre los adultos y la credibilidad en sus mensajes no era mayor; tampoco se ve allí un indicio de militancia comprometida. Los jóvenes dan más importancia a la educación y a la salud que a otros temas –como en EE.UU.–; esos temas no estaban entre los mensajes del oficialismo.
Ocho años de crecimiento de la economía a tasas altas han producido en la Argentina cambios en la estructura social y en las expectativas de las personas más pobres. La irrupción en la vida política de una nueva generación de jóvenes ciudadanos nacidos en la pobreza que han experimentado alguna movilidad social debería ser un hecho decisivo en los próximos años. No hay mucha atención puesta en ese fenómeno. No conozco demasiados estudios sistemáticos sobre las demandas sociales y las expectativas de esa enorme masa de personas que nacieron pobres pero llegaron a la ciudadanía experimentando años de mejoría sostenida. Menos aun conozco pronósticos de cómo reaccionarán ante la desaceleración y la estanflación que los aguarda. Si no entendemos eso difícilmente podremos entender lo que sucederá en la política argentina en los próximos años.
*Sociólogo. Profesor de la Universidad Torcuato Di Tella.