El pasado 17 de octubre, todos conmemoramos lo que consideramos un día donde el pueblo fue el protagonista. Considero que esto fue realmente así: que el 17 fue lo que fue por el pueblo. Pero que no todos los sucesos posteriores, el peronismo por ejemplo, se explican solamente por el pueblo. Que, incluso, lo que consideramos pueblo también es una conceptualización que, en algún punto, se explica -en parte- por las características propias de cada liderazgo. El líder se construye por ese pueblo, pero ese líder también va construyendo «lo popular» y lo»anti popular». Que cada líder, también, tiene el pueblo que se merece.
Creo que el líder sí es importante. Que puede ser, en algunos casos, una variable explicativa. Aunque peque de personalista, de individualista metodológico, de no ver las estructuras, las relaciones de fuerza, para mí los líderes dicen algo, representan algo, sirven para algo. El líder no es independiente de la masa, ni viceversa. Mi hipótesis, idea, teoría, ocurrencia de domingo a la medianoche, es: el líder es condición de posibilidad para la construcción de un significante vacío. Y derivemos de esa hipótesis, otra: a mayor virtud estratégica del líder, más «vacío» se encuentra ese significante y, por consiguiente, mayor es la capacidad de incorporación de diferentes sectores sociales a un proyecto.
Definamos «virtud estratégica» del líder, como la capacidad de lograr cierto equilibrio entre el pragmatismo absoluto y el dogmatismo ideológico. La combinación entre la capacidad de construcción política material y concreta con el establecimiento de ciertos principios ideológico-estratégicos predeterminados. El punto medio aristotélico entre la racionalidad con arreglo a fines y con arreglo a valores weberiana.
Para no terminar discutiendo si Perón era bueno o malo (aunque es obvia la referencia) pongamos otro caso. Jomeini es ejemplificador. Exiliado mientras ocurren los acontecimientos revolucionarios de Irán del `79, Jomeini llega al país para darle el golpe de gracia al gobierno del Shá. Jomeini actúa como el líder unificador, construye al pueblo que derroca al Shá, unifica los elementos a priori dispares: desde las clases medias universitarias secularizadas hasta el propio Partido Comunista, pasando por los sectores radicales islámicos y el ejército. El elemento unificador es la tiranía del Shá, sí, pero la tiranía del Shá venía de antes y no es hasta que esa unificación se encarna en el líder (que, además, representa religiosamente a gran parte de esa oposición) que se pasa de la mera oposición a la acción directa. Esto es: cada sector social tiene un representante capaz de hablar por él, pero ninguno puede hablar por encima. De ahí, la necesidad del regreso de Jomeini: es él quien, en definitiva, termina por traducir la correlación de fuerzas imperante. Pero primero tuvo que ponerse a la cabeza del reclamo unificador: la caída del Shá. Luego, y sólo luego, Jomeini hace un llamdo a referéndum en el que se vuelca al apoyo de los sectores islamistas. Pero nunca deja de ser el líder unificador: y, de hecho, es la construcción de nuevas «unificaciones» (si eso existe) lo que le permite borrar las divergencias. Cuando el régimen está puesto en cuestión, hacia fines de los ochenta, la salida de Jomeini ya no es hacia adentro, sino que es un intento por imponerse simbólicamente sobre el shiísmo y el sunnismo, es decir, como jefe de todos los musulmanes a escala internacional. Y la fatwa librada contra Salman Rushdie es ese intento, exitoso, de crear una nueva conceptualización del nosotros al mismo tiempo que construye un enemigo que lo unifica y lo pone como líder de un nuevo conjunto: los musulmanes. Me parece claro el ejemplo de cómo un líder construye un conjunto, eso sí, condicionado por las variantes estructurales. Pero con decisiones estratégicas personales que también son relevantes como forma de explicación.
Aislemos la variable «factor religioso» con un contra ejemplo. Hay muchos elementos similares en la Argelia de fines de los ochenta, y también un alto grado de componente religioso. El Frente Islámico de Salvación (FIS) se crea en el `89 como frente opositor al gobierno cada vez más débil del Frente de Liberación Nacional (FLN), heredero de la descolonización. El FIS nuclea a la juventud urbana excluída y a los comerciantes, tenderos y empresarios, la «burguesía piadosa». La primera diferencia con el Irán jomeinista: el FIS no era todo lo amplio que debía ser para instalarse como verdadera oposición. La conducción era bicéfala: por un lado, Benhadj representaba a la juventud urbana radicalizada, mientras por otro, Madani aglutinaba a la burguesía piadosa. Pero el gran peso que había conseguido Benhadj dentro de esa alianza, dejaba afuera al líder de los Hermanos Musulmanes, a los jazaristas (una suerte de tecnocracia islamista universitaria del este de Argelia) y al jeque Sahnun, líder espiritual. La inexistencia de un liderazgo unificador frente al ancien régime actúa como elemento de dispersión. El FIS, por esa diarquía de liderazgo, termina expulsando a las clases medias urbanas, que huyen despavoridas frente a la facción radicalizada del movimiento, y el golpe de 1992 lo encuentra sin capacidad de dar respuesta política.
Ahora sí resulta inevitable la mención al liderazgo de Juan Domingo Perón. Es una perogrullada mencionar el elemento aglutinador, la «conciliación de clases». El peronismo fue el que incluyó en su construcción a John William Cooke y a López Rega (es solamente un ejemplo para poner dos extremos alejados entre sí, que pertenecieron con el aval del líder). Evidentemente, cualquiera de los dos que hubiese liderado un movimiento de masas, hubiera generado algo distinto a lo que significó el peronismo: en principio, la exclusión del otro. Por lo tanto, ya no hubiese sido el peronismo y, posiblemente, tampoco un movimiento de masas. El liderazgo, entonces, incide. El líder es un elemento dinámico en la formación de un movimiento. Porque ese equilibrio pragmatismo-ideología no es siempre un balance perfecto, sino un vaivén, un péndulo. A veces, en general ejerciendo el gobierno, más inclinado hacia lo pragmático. Pero también es el Perón de Caracas, de Panamá, exiliado, el que se juega por la intransigencia contra Aramburu, y el que, por temor a la muerte, delega la conducción al propio Cooke. Y acá es pura cintura política. Ante la disgregación natural de un movimiento enfrentado a una dictadura, lo que Perón reconoce, y también lo que de alguna manera la propia masa le exige, es que cualquier forma de arreglo pragmático es una victoria de la dictadura. La intransigencia no es apolítica, al contrario.
En todo caso, si no se puede abandonar la idea de que Perón fue un simple pragmático, lo que podemos decir es que llevó el pragmatismo un paso más allá: hasta el lugar en el que se hace hasta de la intransigencia un recurso de construcción de poder. La caída de la Libertadora, el llamado a elecciones, tiene mucho que ver con esa iniciativa propia del peronismo de no pactar, en un principio, ninguna salida democrática. Así, le dirá Cooke a Perón en una carta: «(…) Hasta ahora, la intransigencia absoluta ha servido como punto de unión: allí estaban los peronistas auténticos. Como la masa no comprendió ni admitió otra postura que esa, se ha producido el retorno a ella de quienes se entregaron a diversas quimeras pactistas». Perón fue estratégicamente impecable porque supo conjugar intransigencia con pragmatismo como nadie, en la medida en que manejaba un recurso esencial de cualquier liderazgo: una lectura apropiada de la realidad. Sí, después de tanto hablar de variables e hipótesis, todo se reduce a un elemento del más puro subjetivismo. Esa es, quizás, la primera conclusión: que, en todo caso, la política también es una lectura de la realidad sobre la cual deben actuar las estrategias designadas. Jomeini, y Perón, acaso entendieron eso.
Muy bueno Tomás, totalmente de acuerdo.
Y Macri tiene al pueblo de la ciudad de Buenos Aires, que es tan pero tan pero tan, que un día hasta le va a cacerolear a él.