Ayer nos parecimos un poquito más que anteayer a una horda, azuzada por una mayoría de políticos, intelectuales y medios de comunicación que fungen de líderes pero que, a la hora de los bifes, tienen que ir para donde el viento llevó primero la horda, que el poder ha construido previamente, para su propia conveniencia.
No son sólo los grupos que apedrearon la Casa de Tucumán en Buenos Aires. Cientos de miles de personas aturdieron las redes sociales, los comentarios en las webs y los teléfonos de las radios con la convicción total de que los jueces que absolvieron a los acusados por el caso Marita Verón son corruptos. Como si hubieran leído cuatro cuerpos de la causa y 700 fojas de los fundamentos, aún no publicados.
Cristina Fernández tampoco los conoce. Pero igual se comunicó con Susana Trimarco –a la que había premiado el domingo en un acto en el que acusó al Poder Judicial de construir “fierros judiciales” para voltear gobiernos– y realizó una suma conveniente: la bronca contra los jueces tucumanos agrega justificación popular a la embestida del Gobierno contra camaristas y jueces de la Corte que no fallan como a la Presidenta le gusta. La misma Corte que, hasta hace un mes, era el mayor logro de los gobiernos K.
Desorientados como siempre, los opositores pisaron el palito. Buscan la misma clientela que el Gobierno, que de todos modos siempre les gana. Era prometedor que la Justicia cuestionada fuera de una provincia K, gobernada por el matrimonio Alperovich. Una nueva Catamarca. Así, la misma independencia judicial que esos opositores piden respetar cuando se trata de fallos contrarios al Gobierno, se transformó en una porquería.
Los jueces pueden haberse corrompido. Nada es imposible. Pero para evaluarlos hay mecanismos institucionales, que tal vez deban cambiarse. El problema es que las cosas no mejoran bombardeándolas. Que es lo que hizo en estos días la corporación política.
Los intelectuales y políticos que atacaron a la Justicia diciendo, por caso, que “a los jueces no los vota nadie” encendieron la hornalla. ¿Qué quisieran? ¿Juicios populares como los de Hebe de Bonafini pero vinculantes? ¿Que votemos a mano alzada si Pepe le debe o no el alquiler a Tito? ¿Fallos manijeados por la capacidad azarosa de los medios de transformar a víctimas en héroes? ¿Los penales se cobrarán según el voto tribunero?
La trata de personas es un delito aberrante. No es una fantasía. Se ceba con los más pobres. El secuestro de Marita Verón es un llaga en nuestra vergüenza. Y la tragedia de Susana Trimarco es insondable. Pero eso no puede transformarla a ella en jueza.
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No son sólo los grupos que apedrearon la Casa de Tucumán en Buenos Aires. Cientos de miles de personas aturdieron las redes sociales, los comentarios en las webs y los teléfonos de las radios con la convicción total de que los jueces que absolvieron a los acusados por el caso Marita Verón son corruptos. Como si hubieran leído cuatro cuerpos de la causa y 700 fojas de los fundamentos, aún no publicados.
Cristina Fernández tampoco los conoce. Pero igual se comunicó con Susana Trimarco –a la que había premiado el domingo en un acto en el que acusó al Poder Judicial de construir “fierros judiciales” para voltear gobiernos– y realizó una suma conveniente: la bronca contra los jueces tucumanos agrega justificación popular a la embestida del Gobierno contra camaristas y jueces de la Corte que no fallan como a la Presidenta le gusta. La misma Corte que, hasta hace un mes, era el mayor logro de los gobiernos K.
Desorientados como siempre, los opositores pisaron el palito. Buscan la misma clientela que el Gobierno, que de todos modos siempre les gana. Era prometedor que la Justicia cuestionada fuera de una provincia K, gobernada por el matrimonio Alperovich. Una nueva Catamarca. Así, la misma independencia judicial que esos opositores piden respetar cuando se trata de fallos contrarios al Gobierno, se transformó en una porquería.
Los jueces pueden haberse corrompido. Nada es imposible. Pero para evaluarlos hay mecanismos institucionales, que tal vez deban cambiarse. El problema es que las cosas no mejoran bombardeándolas. Que es lo que hizo en estos días la corporación política.
Los intelectuales y políticos que atacaron a la Justicia diciendo, por caso, que “a los jueces no los vota nadie” encendieron la hornalla. ¿Qué quisieran? ¿Juicios populares como los de Hebe de Bonafini pero vinculantes? ¿Que votemos a mano alzada si Pepe le debe o no el alquiler a Tito? ¿Fallos manijeados por la capacidad azarosa de los medios de transformar a víctimas en héroes? ¿Los penales se cobrarán según el voto tribunero?
La trata de personas es un delito aberrante. No es una fantasía. Se ceba con los más pobres. El secuestro de Marita Verón es un llaga en nuestra vergüenza. Y la tragedia de Susana Trimarco es insondable. Pero eso no puede transformarla a ella en jueza.
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