Como para ayudarnos a reforzar nuestros argumentos de que, finalmente, lejos de representar algo nuevo, Sergio Massa terminaría abrevando en pastos conocidos porque la correlación de fuerzas así se lo impone, en tanto las que cuenta él no alcanzan para organizar un nuevo escenario. Se lee en los diarios de hoy que “Sergio Massa expuso ayer su pensamiento económico ante doscientos empresarios de compañías líderes. Fue un almuerzo en el Hotel Alvear, organizado por el Consejo Interamericano de Comercio y Producción (Cicyp).”
Asimismo, y también en el día de la fecha, Héctor Recalde, pero varios otros personajes durante la campaña lo habían anticipado en este razonamiento, llama la atención sobre el bache fiscal que produciría la propuesta del Frente Renovador de combinar un aumento del mínimo no imponible del mal llamado (y minúsculo) impuesto a las ganancias sobre los salarios –que además quiere extender “a las PyMES que reinviertan en el país”– con la eliminación de ciertas exenciones del mismo tributo, en especial el sambenito de la renta financiera, que a esta altura es una de las vedettes de la discusión pública nacional, apta para resolver todas las encrucijadas a las que se enfrenta Argentina en el presente y también a futuro.
Todos ellos coinciden: cobrar impuesto a la renta financiera no alcanza a cubrir ni la mitad de lo que el Estado dejaría de percibir como ingresos si se subiera la frontera del MNI. Y ese bache, ¿quién lo cubre? Y sobre todo, ¿cómo?
Massa no lo dice directamente pero, bien sabemos, todo tiene que ver con todo. Algunas de sus definiciones durante la reunión con el establishment hablan por sí solas: habló de retomar la senda del endeudamiento externo “en un mundo donde sobra liquidez” aunque “el desendeudamiento fue importante”; agregó que “el sistema de capitalización para todos fracasó, pero podría ser un régimen complementario”; y llamó la atención en la necesidad de “un marco jurídico para mostrarle al mundo que en la Argentina se van a respetar las reglas gobierne quien gobierne” para “generar confianza para atraer inversiones”, de terminar con “la idea de querer regularlo todo”, de alcanzar la paz con el agro y de “establecer metas fiscales y monetarias”.
Todo lo que, en suma, se parece bastante, por decirlo de modo suave, a una propuesta de regreso al esquema de financierización con que se gobernó este país desde la asunción del ingeniero Celestino Rodrigo en el Ministerio de Economía durante el gobierno de Isabel Perón y el 20 de diciembre de 2001 sin solución de continuidad.
Hoy Gerardo Fernández recuerda declaraciones de Arnaldo Bocco, que leemos a posteriori del que es el encabezado de este post y ya fuera dicho en Segundas Lecturas antes: Sergio Massa “No tiene pensamiento propio. Entonces ahí se le mete por la ventana la inteligencia entre comillas que es la que le terceriza la administración de la agenda. La agenda se la coloca la inteligencia que compra. (…) Massa nunca pensó en otros aspectos. Termina comprando los hacedores de su agenda, porque no la tiene” y resulta ser que en Argentina hay sectores cuya “concepción es bajar el gasto público, bajar los salarios y una concepción más atada al atesoramiento de dólares”.
Sólo resta atar cabos, para lo que es ineludible considerar que también deslizó a media voz la necesidad de «repensar los socios del país en el mundo»…
Massa mismo asume ser otro más de los tantos espacios al interior de los cuales se disputan intereses del bloque de clases dominantes: “Somos el único espacio donde tienen representación las cuatro centrales sindicales del país, y también el campo y la industria”. Lo cual es cierto sólo en la medida que tengamos en cuenta participación directa de los interesados. En fin que lo más necesario de esto es destacar cómo esa peculiaridad lo introdujo en la dinámica que decía querer eludir y lo obligó a salir de la ancha avenida. Las apoyaturas que expresa dibujan a las claras sus topes sin que hagan falta mayores precisiones de su boca y harán el resto cuando les toque, si les toca, actuar.
Por las razones que fueren, la apuesta a por la renovación que orquestase una síntesis superadora del pasado y los rencores llorados en la entrega de los premios Martín Fierro ha quedado atrás. Massa toma partido en la disputa que existe y existirá independientemente de lo que a él le parezca mejor. Y, lejos de las aspiraciones que respecto de los bolsillos de payasos tenían algunos de sus seguidores, el FR parece destinado, en el muy probable caso de resultar exitosa su oferta en las urnas, a ser gendarme de los negocios privados a través de las estructuras institucionales del Estado.
En ese marco adquieren su justa dimensión las palabras de la presidenta CFK durante el último acto del Frente para la Victoria en La Matanza: acá no se trata solamente de gestionar y administrar bien, explicó, sino de tener convicciones y agallas. Para discutir el statu quo, se entiende, disenso estructural que se intenta eliminar a partir de la ruptura interna del bloque gobernante que significó el FR, estrategia que siempre desde aquí sostuvimos que sería la preferida del establishment enfrentado con el kirchnerismo, tarea para la que no pudieron contar con Daniel Scioli como inicialmente pretendían.
Se trata de desandar la ruta que sirvió para la elaboración de los inocultables beneficios sociales que supuso la década de gobierno kirchnerista, reconocidos hasta por sectores históricamente refractarios a los protagonistas del elenco que encabezaron Néstor Kirchner y Cristina Fernández, y para lo que se valieron de un grupo importante de dirigentes que por falta de voluntad para zanjar las rencillas internas políticamente prefirieron derivar al tacho los residuos el mandamiento peronista de que para los hombres corresponde el último lugar de la cola sin tener noción de lo mucho más grande que hay en juego en esta trama cuando se procede con semejante irresponsabilidad. De cualquier modo, nadie podrá negar que Massa jamás engañó a nadie. Bien que su primer spot de campaña rezaba que “todo vuelve”.
A caballo de este panorama se concurre a las urnas, al cabo de un recorrido previo en el que el kirchnerismo ofreció las suficientes garantías de que continúa siendo el único agente revulsivo de la política argentina. Urge dotarlo de las herramientas necesarias para que no deje de serlo pues no tiene reemplazo a la vista.