Si el pago de un vencimiento equivalente al 1% de la recaudación impositiva o, en el peor escenario, del 10% lleva al país a la catástrofe, hay algo que no funciona, y pareciera que es el relato. Así analizó el economista José Luis Espert el discurso oficial que afirma que las sentencias del juez Thomas Griesa obligarían a pagar US$ 1500 millones y luego hasta US$ 15.000 millones. La primera razón es que el propio Gobierno sostiene que la deuda pública en moneda extranjera con privados nunca fue tan baja.
De modo que una situación tan riesgosa por un incremento, según Espert, poco significativo de esa deuda que el Gobierno llama insignificante parece demostrar que se estuvo mintiendo antes.
Y probablemente también ahora. Joshua Rosner, director ejecutivo de Graham Fisher & Co., con base en Wall Street, dijo no entender cómo el gobierno argentino llega a la conclusión de que terminaría obligado a pagar US$ 15.000 millones si paga los US$ 1500 millones. «No han explicado cómo llegan a esos números, que son más del doble de lo que nosotros podemos calcular y que no tienen ninguna relación racional con las sumas sometidas a juicio», dijo en un informe a sus clientes, antes del discurso más conciliador de Cristina Kirchner, en Rosario.
También señaló que hablar de default irremediable parecía no tener sentido, sin haber siquiera tenido un encuentro con los demandantes. Y recordó que las experiencias recientes con Repsol y el Club de París muestran «los progresos que pueden lograrse si el Gobierno demuestra estar dispuesto a cumplir sus compromisos y negocia de buena fe».
También agregó un dato sorprendente y hasta ahora poco conocido. Al menos una firma de Wall Street le ofreció a fines de 2013 a la Argentina conseguir los US$ 15.000 millones que el Gobierno dice deber. Rosner no identificó a la firma, pero señaló en su informe: «Si el Gobierno elige recolectar fondos como medio de resolver esta impasse, normalizaría relaciones con el mercado internacional de capitales, reduciría sus costos de financiamiento e inmediatamente comenzaría a atraer inversión extranjera directa, necesaria para desarrollar industrias clave, incluyendo el sector energético».
Pareciera que es el relato lo que puso en default el juez Griesa y no la deuda. Que no es cierto que el problema de la deuda estaba arreglado gracias a la renegociación más exitosa de la historia, nada menos. Y que la Argentina había demostrado tener capacidad de manejo fiscal.
Finalmente, queda claro que, como muchas otras administraciones, el kirchnerismo simplemente barrió problemas debajo de la alfombra y llamó «solución» al ocultamiento y al manejo ruinoso de las estadísticas. La llamada «contabilidad creativa».
Cristina Kirchner dice que el endeudamiento de los 90 se usó «para sostener la ficción del uno a uno» entre el peso y el dólar. Tiene razón, pero exagera. Parte del aumento de la deuda fue reconocer el endeudamiento acumulado por otros gobiernos -como le gusta decir a ella- con jubilados y proveedores del Estado. Omite que ella y su esposo fueron férreos defensores de la convertibilidad. Y que, como senadora, se negó a votar la ley de salida de la convertibilidad en enero de 2002, como le recordó recientemente Domingo Cavallo en una carta abierta.
El kirchnerismo mantuvo superávit fiscal mientras la deuda estuvo en default; en cuanto hubo que empezar a pagarla, arrancaron los problemas. Los recursos fueron dilapidados para sostener otra ficción: que los servicios públicos de transporte, el gas, la electricidad y los combustibles líquidos podían seguir congelados a precio de ganga, mientras el precio internacional del petróleo alcanzaba máximos históricos.
Parece claro que el Gobierno, que ya se resignó a cumplir en duros términos con otros acreedores, ahora intenta salvar el relato. Es duro admitir que otra vez hay que recurrir a más deuda para pagar deuda vieja. Que los canjes de 2005 y 2010 no fueron tan exitosos. Y que la heterodoxia se volvió ortodoxia. Rosner remarcó que, extrañamente, el heterodoxo Axel Kicillof dice que aumentar la deuda es eliminar el crecimiento, lo mismo que el Tea Party, la derecha más recalcitrante del Partido Republicano de los Estados Unidos..
De modo que una situación tan riesgosa por un incremento, según Espert, poco significativo de esa deuda que el Gobierno llama insignificante parece demostrar que se estuvo mintiendo antes.
Y probablemente también ahora. Joshua Rosner, director ejecutivo de Graham Fisher & Co., con base en Wall Street, dijo no entender cómo el gobierno argentino llega a la conclusión de que terminaría obligado a pagar US$ 15.000 millones si paga los US$ 1500 millones. «No han explicado cómo llegan a esos números, que son más del doble de lo que nosotros podemos calcular y que no tienen ninguna relación racional con las sumas sometidas a juicio», dijo en un informe a sus clientes, antes del discurso más conciliador de Cristina Kirchner, en Rosario.
También señaló que hablar de default irremediable parecía no tener sentido, sin haber siquiera tenido un encuentro con los demandantes. Y recordó que las experiencias recientes con Repsol y el Club de París muestran «los progresos que pueden lograrse si el Gobierno demuestra estar dispuesto a cumplir sus compromisos y negocia de buena fe».
También agregó un dato sorprendente y hasta ahora poco conocido. Al menos una firma de Wall Street le ofreció a fines de 2013 a la Argentina conseguir los US$ 15.000 millones que el Gobierno dice deber. Rosner no identificó a la firma, pero señaló en su informe: «Si el Gobierno elige recolectar fondos como medio de resolver esta impasse, normalizaría relaciones con el mercado internacional de capitales, reduciría sus costos de financiamiento e inmediatamente comenzaría a atraer inversión extranjera directa, necesaria para desarrollar industrias clave, incluyendo el sector energético».
Pareciera que es el relato lo que puso en default el juez Griesa y no la deuda. Que no es cierto que el problema de la deuda estaba arreglado gracias a la renegociación más exitosa de la historia, nada menos. Y que la Argentina había demostrado tener capacidad de manejo fiscal.
Finalmente, queda claro que, como muchas otras administraciones, el kirchnerismo simplemente barrió problemas debajo de la alfombra y llamó «solución» al ocultamiento y al manejo ruinoso de las estadísticas. La llamada «contabilidad creativa».
Cristina Kirchner dice que el endeudamiento de los 90 se usó «para sostener la ficción del uno a uno» entre el peso y el dólar. Tiene razón, pero exagera. Parte del aumento de la deuda fue reconocer el endeudamiento acumulado por otros gobiernos -como le gusta decir a ella- con jubilados y proveedores del Estado. Omite que ella y su esposo fueron férreos defensores de la convertibilidad. Y que, como senadora, se negó a votar la ley de salida de la convertibilidad en enero de 2002, como le recordó recientemente Domingo Cavallo en una carta abierta.
El kirchnerismo mantuvo superávit fiscal mientras la deuda estuvo en default; en cuanto hubo que empezar a pagarla, arrancaron los problemas. Los recursos fueron dilapidados para sostener otra ficción: que los servicios públicos de transporte, el gas, la electricidad y los combustibles líquidos podían seguir congelados a precio de ganga, mientras el precio internacional del petróleo alcanzaba máximos históricos.
Parece claro que el Gobierno, que ya se resignó a cumplir en duros términos con otros acreedores, ahora intenta salvar el relato. Es duro admitir que otra vez hay que recurrir a más deuda para pagar deuda vieja. Que los canjes de 2005 y 2010 no fueron tan exitosos. Y que la heterodoxia se volvió ortodoxia. Rosner remarcó que, extrañamente, el heterodoxo Axel Kicillof dice que aumentar la deuda es eliminar el crecimiento, lo mismo que el Tea Party, la derecha más recalcitrante del Partido Republicano de los Estados Unidos..