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Madrid.-A Mohammed Hamduch lo conocían como «Kokito» en el barrio El Príncipe de Ceuta. Le perdieron el rastro hace tiempo hasta que subió a Internet una foto de su nueva vida: barba, túnica, un cuchillo ensangrentado en la mano y, a sus pies, cinco cabezas cortadas.
Kokito, de 28 años, nació en Marruecos, está casado con una española y tiene papeles europeos. Cuando la policía irrumpió en El Príncipe y desarticuló una red de captación de jihadistas, él ya estaba en Siria haciendo la «guerra santa» con Estado Islámico (EI).
Interpol y los servicios de inteligencia de los países europeos se declaran en alerta máxima por personajes como él: unos 1900 europeos se sumaron ya a la Jihad. Los suburbios de un gran número de ciudades del continente se convirtieron en canteras de extremistas; territorios urbanos de apariencia gris y poco futuro en donde la propaganda integrista prende con fuerza incendiaria.
El fenómeno se reveló con todo dramatismo tras el asesinato del periodista James Foley, decapitado por un jihadista que hablaba inglés con el acento del sur de Londres.
En shock, el gobierno de David Cameron lanzó una desesperada campaña para convencer a los miembros de la comunidad musulmana que denuncien a cualquier «aspirante a terrorista» que hallen entre sus amigos, vecinos o familiares. Además, endureció los controles a los que regresan de los países de conflicto.
Scotland Yard tiene identificados a por lo menos 450 ciudadanos británicos, que salieron de los suburbios de la capital -el llamado «Londonistán»-, Birmingham y Manchester para combatir con los salafistas. En lo que va del año arrestó a 69 personas por delitos vinculados a la actividad de EI, el triple que en 2013, y cerró cerca de 800 páginas de Facebook y cuentas de Twitter. En total, son cerca de 1900 los jihadistas europeos en Siria e Irak.
«El fundamentalismo está triunfando entre jóvenes que se sienten marginados, que no tienen objetivos en la vida, desempleados, que enfrentan un futuro incierto. A veces ni siquiera tiene que ver la religión, son conversos. Les están ofreciendo creer en algo, morir por Alá», explica William Engdahl, analista geopolítico especializado en Medio Oriente.
La delantera en la exportación de extremistas la lleva Francia, el país europeo con la mayor comunidad musulmana. La policía tiene marcados en rojo los barrios islamizados de las afueras de París, Marsella y Lille, donde se sospecha que operan las redes de reclutamiento.
En Lille vivía Mehdi Nemmouche, francés, de 29 años, hasta que decidió cruzar Europa entera para pelear en la guerra civil siria. Volvió en silencio y en mayo pasado horrorizó al mundo cuando mató a sangre fría a cuatro personas en el Museo Judío de Bruselas. Fue atrapado seis días después, durante una inspección al azar cuando viajaba en un ómnibus que venía de Amsterdam. Llevaba consigo las armas asesinas: un pistola Magnum y un rifle de asalto.
La capital belga es otra plataforma jihadista. Sobre todo, el barrio de Scharebeek, donde ya se vivieron revueltas por la resistencia de sus habitantes a cumplir con leyes nacionales, como la prohibición a que las mujeres usen velo integral en lugares públicos.
En la vecina Holanda encendieron alarmas las escenas de protestas fundamentalistas con proclamas antisemitas y banderas negras de EI. Ocurrieron en La Haya, una ciudad en la que hay barrios enteros donde sectores radicales intentan aplicar la sharia (ley islámica) por sobre la ley local.
Los jihadistas surgidos de los viveros europeos suelen ser jóvenes de entre 18 y 30 años, ciudadanos comunitarios de segunda generación, muy activos en las redes sociales.
Según los expertos en contraterrorismo, los aspirantes se contactan por Internet con los «diseminadores», líderes espirituales que les inculcan el extremismo y les facilitan el viaje a la zona de guerra.
Las autoridades enfrentan el desafío de descubrir las redes de difusión y reclutamiento, pero también el de localizar a los que regresan, señala Dolores Delgado, fiscal antiterrorista de la Audiencia Nacional de Madrid. «En Siria la acción incluye entrenamiento militar, ideológico y religioso, lo que incrementa el riesgo de que quienes retornen busquen continuar la violencia en sus lugares de origen», añade.
Las agencias de inteligencia descartan que los nuevos reclutas estén orquestando una conspiración terrorista de alta sofisticación de la escala del 11 de Septiembre. Pero esto no los hace menos peligrosos. Lo que se espera de ellos, de hecho, es que actúen como lobos solitarios, un modus operandi difícil de detectar.
España identificó, al menos, a 29 de sus ciudadanos entre los comandos que operan en Siria e Irak. La mayoría partió de las ciudades norafricanas de Ceuta y Melilla, de barrios como El Príncipe, superpoblados, con récord de desempleo y fracaso escolar. Pero el Ministerio del Interior detectó actividad jihadista en zonas céntricas de Madrid, Barcelona, Málaga y Huelva.
«La irrupción de EI es resultado de muchos errores cometidos a lo largo del tiempo en la crisis siria -sostiene Haizam Amirah-Fernández, investigador principal sobre el Mundo Árabe del Real Instituto Elcano (RIE)-. Estos grupos cuentan con arraigo territorial, con recursos y gran poder de reclutamiento. Para enfrentarlos no alcanza con el enfoque clásico de la lucha antiterrorista; es necesario dar una batalla en el campo de las ideas.»
La utopía regresiva del califato y las promesas de redención se revelan como el imán más potente de EI; justificaciones románticas del salvajismo con que conquista territorio en Siria e Irak.
La propaganda del terror prendió incluso en algunas de las naciones más prósperas de Europa, como Austria, Dinamarca y Suecia, donde es más habitual que la radicalización ocurra en entornos carcelarios.
También Alemania, un país con siete millones de musulmanes, pero con poca tradición de actividad extremista, se enfrenta al problema. El gobierno de Angela Merkel cifra en 350 los ciudadanos alemanes que se sumaron a la guerra civil siria.
Uno de ellos es Deso Dogg, un famoso rapero nacido en las afueras de Berlín y que se convirtió al islam en 2010. Con atuendo militar y aferrado a un Kalashnikov, publica videos en YouTube en los que presenta la guerra santa como una causa justa. Su perfil legendario se potenció a partir de versiones nunca confirmadas de que había muerto en combate.
«EI está jugando muy bien la carta de la propaganda», opina el experto en seguridad Simon Palombi, del think tank Chatham House. Para él, el número de combatientes extranjeros en Siria no es mayor que en otras guerras: lo que cambia es el uso psicológico de esos datos.
«El hecho de que fuera un británico quien asesinó a Foley es, sobre todo, una cuestión de propaganda, un intento de provocar la reacción del gobierno y de los medios para estar más tiempo en primer plano.»
De Occidente a Siria e Irak
Cientos de jóvenes dejan sus países convencidos de que la «guerra santa» es su camino
En las guerras de Siria e Irak los espera la batalla, la muerte y el extremismo. Por ejemplo, el norteamericano Eric Harroun, que luce orgulloso su lanzacohetes y su Kalashnikov, luchó como jihadista en Siria y según su familia habría muerto la semana pasada. Y en Siria, un joven de doble nacionalidad holandesa y turca llamado Yilmaz se dedica a entrenar a combatientes extranjeros en las artes de la guerrilla y la insurgencia..
Madrid.-A Mohammed Hamduch lo conocían como «Kokito» en el barrio El Príncipe de Ceuta. Le perdieron el rastro hace tiempo hasta que subió a Internet una foto de su nueva vida: barba, túnica, un cuchillo ensangrentado en la mano y, a sus pies, cinco cabezas cortadas.
Kokito, de 28 años, nació en Marruecos, está casado con una española y tiene papeles europeos. Cuando la policía irrumpió en El Príncipe y desarticuló una red de captación de jihadistas, él ya estaba en Siria haciendo la «guerra santa» con Estado Islámico (EI).
Interpol y los servicios de inteligencia de los países europeos se declaran en alerta máxima por personajes como él: unos 1900 europeos se sumaron ya a la Jihad. Los suburbios de un gran número de ciudades del continente se convirtieron en canteras de extremistas; territorios urbanos de apariencia gris y poco futuro en donde la propaganda integrista prende con fuerza incendiaria.
El fenómeno se reveló con todo dramatismo tras el asesinato del periodista James Foley, decapitado por un jihadista que hablaba inglés con el acento del sur de Londres.
En shock, el gobierno de David Cameron lanzó una desesperada campaña para convencer a los miembros de la comunidad musulmana que denuncien a cualquier «aspirante a terrorista» que hallen entre sus amigos, vecinos o familiares. Además, endureció los controles a los que regresan de los países de conflicto.
Scotland Yard tiene identificados a por lo menos 450 ciudadanos británicos, que salieron de los suburbios de la capital -el llamado «Londonistán»-, Birmingham y Manchester para combatir con los salafistas. En lo que va del año arrestó a 69 personas por delitos vinculados a la actividad de EI, el triple que en 2013, y cerró cerca de 800 páginas de Facebook y cuentas de Twitter. En total, son cerca de 1900 los jihadistas europeos en Siria e Irak.
«El fundamentalismo está triunfando entre jóvenes que se sienten marginados, que no tienen objetivos en la vida, desempleados, que enfrentan un futuro incierto. A veces ni siquiera tiene que ver la religión, son conversos. Les están ofreciendo creer en algo, morir por Alá», explica William Engdahl, analista geopolítico especializado en Medio Oriente.
La delantera en la exportación de extremistas la lleva Francia, el país europeo con la mayor comunidad musulmana. La policía tiene marcados en rojo los barrios islamizados de las afueras de París, Marsella y Lille, donde se sospecha que operan las redes de reclutamiento.
En Lille vivía Mehdi Nemmouche, francés, de 29 años, hasta que decidió cruzar Europa entera para pelear en la guerra civil siria. Volvió en silencio y en mayo pasado horrorizó al mundo cuando mató a sangre fría a cuatro personas en el Museo Judío de Bruselas. Fue atrapado seis días después, durante una inspección al azar cuando viajaba en un ómnibus que venía de Amsterdam. Llevaba consigo las armas asesinas: un pistola Magnum y un rifle de asalto.
La capital belga es otra plataforma jihadista. Sobre todo, el barrio de Scharebeek, donde ya se vivieron revueltas por la resistencia de sus habitantes a cumplir con leyes nacionales, como la prohibición a que las mujeres usen velo integral en lugares públicos.
En la vecina Holanda encendieron alarmas las escenas de protestas fundamentalistas con proclamas antisemitas y banderas negras de EI. Ocurrieron en La Haya, una ciudad en la que hay barrios enteros donde sectores radicales intentan aplicar la sharia (ley islámica) por sobre la ley local.
Los jihadistas surgidos de los viveros europeos suelen ser jóvenes de entre 18 y 30 años, ciudadanos comunitarios de segunda generación, muy activos en las redes sociales.
Según los expertos en contraterrorismo, los aspirantes se contactan por Internet con los «diseminadores», líderes espirituales que les inculcan el extremismo y les facilitan el viaje a la zona de guerra.
Las autoridades enfrentan el desafío de descubrir las redes de difusión y reclutamiento, pero también el de localizar a los que regresan, señala Dolores Delgado, fiscal antiterrorista de la Audiencia Nacional de Madrid. «En Siria la acción incluye entrenamiento militar, ideológico y religioso, lo que incrementa el riesgo de que quienes retornen busquen continuar la violencia en sus lugares de origen», añade.
Las agencias de inteligencia descartan que los nuevos reclutas estén orquestando una conspiración terrorista de alta sofisticación de la escala del 11 de Septiembre. Pero esto no los hace menos peligrosos. Lo que se espera de ellos, de hecho, es que actúen como lobos solitarios, un modus operandi difícil de detectar.
España identificó, al menos, a 29 de sus ciudadanos entre los comandos que operan en Siria e Irak. La mayoría partió de las ciudades norafricanas de Ceuta y Melilla, de barrios como El Príncipe, superpoblados, con récord de desempleo y fracaso escolar. Pero el Ministerio del Interior detectó actividad jihadista en zonas céntricas de Madrid, Barcelona, Málaga y Huelva.
«La irrupción de EI es resultado de muchos errores cometidos a lo largo del tiempo en la crisis siria -sostiene Haizam Amirah-Fernández, investigador principal sobre el Mundo Árabe del Real Instituto Elcano (RIE)-. Estos grupos cuentan con arraigo territorial, con recursos y gran poder de reclutamiento. Para enfrentarlos no alcanza con el enfoque clásico de la lucha antiterrorista; es necesario dar una batalla en el campo de las ideas.»
La utopía regresiva del califato y las promesas de redención se revelan como el imán más potente de EI; justificaciones románticas del salvajismo con que conquista territorio en Siria e Irak.
La propaganda del terror prendió incluso en algunas de las naciones más prósperas de Europa, como Austria, Dinamarca y Suecia, donde es más habitual que la radicalización ocurra en entornos carcelarios.
También Alemania, un país con siete millones de musulmanes, pero con poca tradición de actividad extremista, se enfrenta al problema. El gobierno de Angela Merkel cifra en 350 los ciudadanos alemanes que se sumaron a la guerra civil siria.
Uno de ellos es Deso Dogg, un famoso rapero nacido en las afueras de Berlín y que se convirtió al islam en 2010. Con atuendo militar y aferrado a un Kalashnikov, publica videos en YouTube en los que presenta la guerra santa como una causa justa. Su perfil legendario se potenció a partir de versiones nunca confirmadas de que había muerto en combate.
«EI está jugando muy bien la carta de la propaganda», opina el experto en seguridad Simon Palombi, del think tank Chatham House. Para él, el número de combatientes extranjeros en Siria no es mayor que en otras guerras: lo que cambia es el uso psicológico de esos datos.
«El hecho de que fuera un británico quien asesinó a Foley es, sobre todo, una cuestión de propaganda, un intento de provocar la reacción del gobierno y de los medios para estar más tiempo en primer plano.»
De Occidente a Siria e Irak
Cientos de jóvenes dejan sus países convencidos de que la «guerra santa» es su camino
En las guerras de Siria e Irak los espera la batalla, la muerte y el extremismo. Por ejemplo, el norteamericano Eric Harroun, que luce orgulloso su lanzacohetes y su Kalashnikov, luchó como jihadista en Siria y según su familia habría muerto la semana pasada. Y en Siria, un joven de doble nacionalidad holandesa y turca llamado Yilmaz se dedica a entrenar a combatientes extranjeros en las artes de la guerrilla y la insurgencia..