Emmanuel Macron, la joven estrella del nuevo Gobierno de Manuel Valls formado el martes, representa hoy la imagen del cambio político radical registrado en el socialismo francés en el último año. El actual ministro de Economía, exbanquero de Rothschild e inspirador de las profundas reformas y ajustes del presidente François Hollande, es calificado estos días de “social-liberal”, “liberal de izquierdas”, “socialdemócrata”, “liberal”, “socialista moderno” o “el hemisferio derecho del cerebro de Hollande”. “Es un socialista”, zanja Valls frente a quienes censuran el nombramiento. No hay discusión, en cambio, sobre sus cualidades: brillante, trabajador, simpático, culto, con capacidad para escuchar. Tampoco sobre las características fuera de lo común de su biografía profesional, política y personal.
“Es muy fácil trabajar con él”, cuenta a este periódico un colaborador directo de Hollande. “Ideológicamente”, añade, “nunca hemos visto que tenga diferencias con el presidente”. “Por eso, cumplirá exactamente lo que le encargue Hollande. Además, nos conoce muy bien a todos y esa es una enorme ventaja”.
Con solo 36 años, Manu, como le llaman sus próximos, ha tenido ya al menos cuatro vidas y empieza la quinta: filósofo, inspector de finanzas, banquero, asesor del presidente de la República hasta julio y ahora ministro. Hijo de dos médicos de Amiens, Macron estudió siempre con buenas notas en esa ciudad en el colegio de los jesuitas La Providence, a la vez que cursaba al menos seis años de piano. Después acabó el bachillerato en el liceo Henri IV, de París. “Tenía una madurez increíble para su edad”, ha recordado al diario Libération un compañero del liceo. “Era amigo de todos los profesores, y no tanto de los alumnos. Un día me comentó que le aburríamos”.
Obtuvo el título de Filosofía en la Universidad de París-Nanterre, hizo la tesis sobre Hegel, logró el título de ciencias políticas en 2001, cuando se convirtió en militante del Partido Socialista, y en 2004 salió de la Escuela Nacional de Administración (ENA), el vivero de las élites francesas, como inspector de finanzas. Pero a él le gustaban la filosofía, las humanidades, y a ello dedicó tres años. “Era muy feliz en ese periodo”, comentó en 2012, el año en que llegó al Elíseo.
Sin embargo, Macron quería hacerse pronto con un patrimonio. “No tengo gustos lujosos ni grandes necesidades, pero aprecio mucho mi independencia”, señaló hace dos años para explicar por qué había dado el paso de fichar por Rothschild en 2008, un año después de casarse con Brigitte Trogneux, su profesora de francés en Amiens 20 años mayor que él. Otro dato personal de su biografía que hace de Macron un personaje diferente.
En efecto, Macron se hizo rico en poco tiempo. Entró en Rothschild en 2008 y, como socio de esta banca, se encargó de la compra de una filial de Pfizer por parte de Nestlé, una operación de 9.000 millones de euros registrada a comienzos de 2012. Para entonces, esa empatía con personas influyentes y de bastante más edad que él le había hecho congeniar y trabar amistad con el gran patrón de Nestlé, Peter Brabeck —“una relación casi paterno-filial”, recuerda un banquero a Libération—, el prestigioso economista Jacques Attali —redactó con él en 2008 un informe sobre crecimiento económico encargado por Nicolas Sarkozy— o Jean-Pierre Jouyet, amigo de Hollande y hoy secretario general en el Elíseo. Estos dos últimos fueron quienes le introdujeron en el círculo del hoy presidente francés entre 2006 y 2007.
En 2011, Macron apostó por la candidatura de Hollande y participó activamente en la elaboración de sus discursos y programa. Tras ganar las elecciones, el presidente lo incorporó a su gabinete y le encargó el área económica, así como los preparativos y las negociaciones en el G-20 o la UE.
Dejó Rothschild y ya entonces el ala izquierda del Partido Socialista francés (PS) criticó su designación junto al presidente. “Es un error potenciar a esa clase de colaboradores”, comentó la senadora Marie-Noëlle Lienemann.
Ahora ha ocurrido lo mismo, con el agravante de que entre los parlamentarios socialistas ya hay medio centenar abiertamente opuestos a las medidas reformistas de Hollande inspiradas por Macron y a que éste haya sustituido en Economía a Arnaud Montebourg, muy próximo a los diputados rebeldes. El relevo “es una provocación”, ha sentenciado Laurent Baumel, uno de ellos. “Una mala señal”, remacha Jean-Marc Germain.
Calificado por varios medios como “el anti-Montebourg”, su capacidad de empatía quedó de nuevo demostrada cuando el primero en felicitarle en público, a través de un tuit, fue precisamente su antecesor: “Bienvenido, Emmanuel Macron, con quien hemos trabajado muy bien”.
“Habrá momentos difíciles en la historia de la izquierda porque habrá que repensar certidumbres del pasado que, en mi opinión, son estrellas muertas”, declaró Macron a Mediapart el año pasado. En la entrevista, una de las muy escasas concedidas por el hoy ministro, señalaba: “Queremos preservar el modelo social francés. No haremos una política en detrimento de los asalariados, pero hay que reconocer la necesidad de tener un motor en la economía, y ese motor es la empresa”. La frase sintetiza las reformas de Hollande, que prevé para las empresas unas rebajas de 41.000 millones en impuestos y cotizaciones sociales.
Para Macron, “hay que repensar uno de los principios de la izquierda, según el cual la empresa es el lugar de lucha de clases”. Es el mensaje que Valls transmitió el miércoles a la cúpula empresarial francesa, que acogió su discurso con cerrados y constantes aplausos ante el escándalo de los socialistas rebeldes.
Sus primeras declaraciones a título personal, hechas a Le Point horas antes de saber que iba a ser ministro, han enfurecido aún más a sus detractores porque se muestra partidario de revisar la ley que en 2000 redujo la jornada laboral a 35 horas semanales, hipótesis rechazada de inmediato por el Ejecutivo. “Cuando el capitán fija un rumbo, los segundos tienen que seguirlo, y no dar instrucciones contradictorias”, dice en esa entrevista en respuesta a los críticos con Hollande y Valls.
El joven ministro tiene la confianza de las empresas. En sus dos años en el Elíseo, fue el encargado de mantener el nexo del presidente con los grandes patronos. También quien tuvo que calmar a las grandes fortunas, a las que Hollande quiso gravar con un 75% de impuestos. “Esto va a ser Cuba pero sin sol”, cuentan que se mofaba Macron, convencido, como así fue, de que la medida no llegaría a buen puerto.
Ahora no pensaba ser ministro. Al dejar el Elíseo en julio, comentó en público que quería pensar su futuro y quizás dedicarse a la enseñanza. La llamada de Hollande no le ha dejado opción. Macron reanuda su imparable carrera. “Es un grave error considerarlo solo un exbanquero”, comenta un excolaborador. Attali más bien piensa que, además de “gran profesional y culto”, es “un presidenciable”.
“Es muy fácil trabajar con él”, cuenta a este periódico un colaborador directo de Hollande. “Ideológicamente”, añade, “nunca hemos visto que tenga diferencias con el presidente”. “Por eso, cumplirá exactamente lo que le encargue Hollande. Además, nos conoce muy bien a todos y esa es una enorme ventaja”.
Con solo 36 años, Manu, como le llaman sus próximos, ha tenido ya al menos cuatro vidas y empieza la quinta: filósofo, inspector de finanzas, banquero, asesor del presidente de la República hasta julio y ahora ministro. Hijo de dos médicos de Amiens, Macron estudió siempre con buenas notas en esa ciudad en el colegio de los jesuitas La Providence, a la vez que cursaba al menos seis años de piano. Después acabó el bachillerato en el liceo Henri IV, de París. “Tenía una madurez increíble para su edad”, ha recordado al diario Libération un compañero del liceo. “Era amigo de todos los profesores, y no tanto de los alumnos. Un día me comentó que le aburríamos”.
Obtuvo el título de Filosofía en la Universidad de París-Nanterre, hizo la tesis sobre Hegel, logró el título de ciencias políticas en 2001, cuando se convirtió en militante del Partido Socialista, y en 2004 salió de la Escuela Nacional de Administración (ENA), el vivero de las élites francesas, como inspector de finanzas. Pero a él le gustaban la filosofía, las humanidades, y a ello dedicó tres años. “Era muy feliz en ese periodo”, comentó en 2012, el año en que llegó al Elíseo.
Sin embargo, Macron quería hacerse pronto con un patrimonio. “No tengo gustos lujosos ni grandes necesidades, pero aprecio mucho mi independencia”, señaló hace dos años para explicar por qué había dado el paso de fichar por Rothschild en 2008, un año después de casarse con Brigitte Trogneux, su profesora de francés en Amiens 20 años mayor que él. Otro dato personal de su biografía que hace de Macron un personaje diferente.
En efecto, Macron se hizo rico en poco tiempo. Entró en Rothschild en 2008 y, como socio de esta banca, se encargó de la compra de una filial de Pfizer por parte de Nestlé, una operación de 9.000 millones de euros registrada a comienzos de 2012. Para entonces, esa empatía con personas influyentes y de bastante más edad que él le había hecho congeniar y trabar amistad con el gran patrón de Nestlé, Peter Brabeck —“una relación casi paterno-filial”, recuerda un banquero a Libération—, el prestigioso economista Jacques Attali —redactó con él en 2008 un informe sobre crecimiento económico encargado por Nicolas Sarkozy— o Jean-Pierre Jouyet, amigo de Hollande y hoy secretario general en el Elíseo. Estos dos últimos fueron quienes le introdujeron en el círculo del hoy presidente francés entre 2006 y 2007.
En 2011, Macron apostó por la candidatura de Hollande y participó activamente en la elaboración de sus discursos y programa. Tras ganar las elecciones, el presidente lo incorporó a su gabinete y le encargó el área económica, así como los preparativos y las negociaciones en el G-20 o la UE.
Dejó Rothschild y ya entonces el ala izquierda del Partido Socialista francés (PS) criticó su designación junto al presidente. “Es un error potenciar a esa clase de colaboradores”, comentó la senadora Marie-Noëlle Lienemann.
Ahora ha ocurrido lo mismo, con el agravante de que entre los parlamentarios socialistas ya hay medio centenar abiertamente opuestos a las medidas reformistas de Hollande inspiradas por Macron y a que éste haya sustituido en Economía a Arnaud Montebourg, muy próximo a los diputados rebeldes. El relevo “es una provocación”, ha sentenciado Laurent Baumel, uno de ellos. “Una mala señal”, remacha Jean-Marc Germain.
Calificado por varios medios como “el anti-Montebourg”, su capacidad de empatía quedó de nuevo demostrada cuando el primero en felicitarle en público, a través de un tuit, fue precisamente su antecesor: “Bienvenido, Emmanuel Macron, con quien hemos trabajado muy bien”.
“Habrá momentos difíciles en la historia de la izquierda porque habrá que repensar certidumbres del pasado que, en mi opinión, son estrellas muertas”, declaró Macron a Mediapart el año pasado. En la entrevista, una de las muy escasas concedidas por el hoy ministro, señalaba: “Queremos preservar el modelo social francés. No haremos una política en detrimento de los asalariados, pero hay que reconocer la necesidad de tener un motor en la economía, y ese motor es la empresa”. La frase sintetiza las reformas de Hollande, que prevé para las empresas unas rebajas de 41.000 millones en impuestos y cotizaciones sociales.
Para Macron, “hay que repensar uno de los principios de la izquierda, según el cual la empresa es el lugar de lucha de clases”. Es el mensaje que Valls transmitió el miércoles a la cúpula empresarial francesa, que acogió su discurso con cerrados y constantes aplausos ante el escándalo de los socialistas rebeldes.
Sus primeras declaraciones a título personal, hechas a Le Point horas antes de saber que iba a ser ministro, han enfurecido aún más a sus detractores porque se muestra partidario de revisar la ley que en 2000 redujo la jornada laboral a 35 horas semanales, hipótesis rechazada de inmediato por el Ejecutivo. “Cuando el capitán fija un rumbo, los segundos tienen que seguirlo, y no dar instrucciones contradictorias”, dice en esa entrevista en respuesta a los críticos con Hollande y Valls.
El joven ministro tiene la confianza de las empresas. En sus dos años en el Elíseo, fue el encargado de mantener el nexo del presidente con los grandes patronos. También quien tuvo que calmar a las grandes fortunas, a las que Hollande quiso gravar con un 75% de impuestos. “Esto va a ser Cuba pero sin sol”, cuentan que se mofaba Macron, convencido, como así fue, de que la medida no llegaría a buen puerto.
Ahora no pensaba ser ministro. Al dejar el Elíseo en julio, comentó en público que quería pensar su futuro y quizás dedicarse a la enseñanza. La llamada de Hollande no le ha dejado opción. Macron reanuda su imparable carrera. “Es un grave error considerarlo solo un exbanquero”, comenta un excolaborador. Attali más bien piensa que, además de “gran profesional y culto”, es “un presidenciable”.